J Miguel de Mora
UN SEÑOR HA MUERTO
A la memoria de David Lomon
por Juan Miguel de Mora
Nuestro querido J.M. de Mora, brigadista mexicano que combatió en la XV BI durante la batalla del Ebro, ha escrito este delicado escrito en homenaje su compañero de afanes, ilusiones y luchas:
Un señor ha muerto.
Es un hecho banal, de todos los días. Noticia sin trascendencia que solo afecta a una familia y, a veces, ni siquiera eso. Noticia banal en un planeta en el que la vida solo existe como subordinada y dependiente de la muerte.
Muchos señores mueren cada día. Para ser precisos, todos los señores mueren. La vida en la Tierra solo es un recordatorio en el reino de la Muerte. Y, como íbamos diciendo, un señor ha muerto.
Al nivel de la humanidad esa muerte es tan trivial como en el reino vegetal la caída de una hoja en otoño. Como dijo Protágoras: “el hombre, cada hombre, es la medida de todas las cosas” aunque algunos tontos ilustres (de Platón y Aristóteles para acá) lo hayan refutado sin ser conscientes de que al hacerlo estaban dando su medida de la idea de Protágoras y, por ello, confirmando que él tenía razón.
Pero cada hombre no es solo la medida de las cosas que percibe, sino también de las que dice y de las que hace. Por eso, en el ámbito de nuestra lamentable especie humana, cada hombre es, para los demás, la medida de sí mismo. Y cuando muere, aunque no sea más que la hoja que cae en otoño, cada hombre ha vivido de un modo que, en algo, fue distinto al de los demás hombres.
Todo esto demuestra, desde un punto de vista, la banalidad del ser humano: creyéndose importante en un universo infinito, cuando ni siquiera es perceptible. No el individuo, sino la especie entera está definida en aquello de vanitas vanitatum omnia vanitas.
En fin, un señor ha muerto. Era británico y se llamaba David Lomon. Pudo haberse llamado Benoit y ser francés, pero no fue así. Pudo ser alemán y llamarse Merkel, pero no; también pudo ser mexicano y llamarse López, pero no lo era. Hubo algo en la vida del señor que nos ocupa (y que murió el 20 de diciembre), algo que le distingue de millones de señores de su generación del suyo y de otros países que no lo hicieron y ni siquiera llegaron a imaginarlo.
David Lomon tomó a los dieciocho años la decisión que lo hizo diferente a millones de hombres y no faltarán quienes digan que esas cosas son locuras de juventud.
Pero David Lomon murió a los 94 años orgulloso de haberlo hecho y toda su vida pensó que había cumplido con su deber de hombre.
Los que llaman locuras de juventud a los impulsos nobles son casi siempre los traidores a la dignidad y los que prefieren la sumisión a la libertad, los carentes de solidaridad, los que no entienden que nadie esté dispuesto a sacrificarse por otros, los que sólo piensan en sí mismos y a lo sumo, aunque no totalmente, en sus familiares más cercanos. No totalmente porque entre esos, los que jamás se sacrificarían por otros, se acostumbra no preocuparse mucho por los hijos y mandar a los padres a elegantes asilos que cuestan muy caros pero que no suplen el cariño de los hijos, a los que ellos enviaron antes a lujosos colegios que nunca sustituyeron el cariño de los padres.
Sí, el 20 de diciembre murió un señor, pero éste del que hablamos no era un señor cualquiera. Naturalmente, y eso salvó la dignidad y el honor británicos, David Lomon fue secundado y acompañado por otros como él, de arriba y de abajo en la escala social; unos, cargadores de los muelles, otros, alumnos o profesores de Oxford y de Cambridge; todos ellos, los que hicieron lo mismo que David Lomon, se fueron a España a luchar por la causa de la libertad del mundo, que las personas sensatas e informadas veían en peligro inminente.
Y lucharon y murieron los voluntarios de 50 países (México entre ellos) idealistas sin más interés que salvar la humanidad de lo que otros británicos, Neville, Chamberlain y Anthony Eden, lograron: el poder de Hitler, la Segunda Guerra Mundial con la blitzkrieg sobre Londres, el holocausto de judíos, gitanos y eslavos y la ocupación de Francia por los nazis, entre otras cosas.
A esos brigadistas de todo el mundo que fueron a España a luchar y a morir por la dignidad del género humano perteneció ese señor que murió el 20 de diciembre a los 94 años y que fue el último superviviente de los brigadistas británicos: David Lomon.
Alberti cuenta que el 8 de noviembre de 1936 cuando la primera unidad de voluntarios extranjeros llegó a Madrid y dormían en el césped de un jardín público, un muchacho muy joven le preguntó si aquella ciudad, en la que estaban, era bonita. Porque probablemente moriría al día siguiente y quería saber en qué ciudad estaba.
Ese día Madrid estaba solo frente al mundo, como la única oportunidad de frenar a Hitler que desde el 18 de julio envió a Franco trimotores junkers para pasar a los mercenarios marroquíes a España y siguió usando a Franco para medir hasta dónde llegarían Chamberlain y Daladier. Después los aviones, los tanques, la Legión Cóndor.
Al brigadista que quería saber cómo era aquella ciudad por la que probablemente moriría, se le pudo haber respondido que, en aquel preciso momento de la historia, Madrid era la ciudad más hermosa del mundo.