Defensa en Trijueque

Cinco días cruciales que destrozaron la ofensiva fascista de Guadalajara (1)

Comisión histórica de la AABI

De todos es sabido que el mando fascista italiano, dirigido por el general Roatta, quiso dar una lección a Franco de cómo había de hacerse la guerra al estilo moderno: la guerra celere, relámpago o, en la terminología alemana, blitzkrieg. Desde el frustrado intento franquista de asalto a Madrid los asesores italianos habían criticado el modo de hacer la guerra de Franco como anticuado, conservador. Por eso Mussolini no dudó en enviar a España contingentes de tropas que, a la altura de marzo de 1937, alcanzaban ya los 50.000 soldados.

Envalentonado con la fácil victoria de Málaga, Roatta decidió lanzar la ofensiva desde Algora para llegar hasta Alcalá de Henares, donde convergería con las tropas de Franco. Este, con sus fuerzas muy mermadas por la fracasada campaña del Jarama, dejó la iniciativa a los italianos. Incluso, se podría decir que dejó que se ‘quemaran’ en un proyecto que él mismo consideró ambicioso, al comprobar la creciente capacidad de resistencia republicana; por otro lado, no cumplió con su compromiso de cooperar al esfuerzo italiano atacando en serio desde el Jarama. Con ello el dictador apagó los humos de sus pretenciosos valedores.

El CTV (Cuerpo de Tropas Voluntarias) estaba formado por tres Divisiones de “voluntarios” fascistas: la 1ª (“Dios lo quiere”), la 2ª (“Llamas negras”), la 3ª (“Plumas negras”), la agrupación 23 de Marzo y la División Littorio, del ejército regular. Más de 40.000 hombres a los que añadir los 15.000 de la División Soria mandada por el general Moscardó. Roatta tenía que llegar a Guadalajara en 3-4 días, dando un día más para alcanzar Alcalá de Henares. De hecho el avance el primer día (8) fue de 11 km, de 17 km el segundo día (9) y de 5 km en los dos días siguientes.

¿Cómo y por qué se produjo esta ralentización del avance, primero, y su detención después convertida pronto en retirada? Las respuestas son múltiples, y habría que aludir a los defectos del despliegue italiano y a las circunstancias climatológicas. En este trabajo nos vamos a fijar en un factor crucial: el papel jugado por las unidades republicanas enviadas por el mando de la defensa de Madrid. En esta primera parte nos circunscribimos a los combates sostenidos en la línea principal de avance por la carretera nacional de Madrid a Zaragoza, lo que nos permitirá hablar de la XI BI en primer lugar, y de la 11 División de Líster a continuación. En un segundo artículo presentaremos el papel jugado por la XII BI, que tuvo la misión de cortar el avance italiano desde Brihuega hacia Torija.

Más que hacer un relato historiográfico al uso, se van a mostrar distintos testimonios escritos por algunos protagonistas de la defensa..

 

La defensa del km 83 de la carretera N-II (días 9, 10 y 11)

1.El primer testimonio es del voluntario alemán Herbert Jander, miembro del batallón Edgar André. Su testimonio fue escrito en 1968 y está depositado en el Bundesarchiv de Berlín. La traducción al castellano fue hecha por Isabel Esteve.

A principios de marzo de 1937 empezó la gran ofensiva de tres Divisiones motorizadas italianas contra Madrid. En la carretera de Zaragoza hacia Madrid había tenido éxito una penetración de las tropas fascistas. Su vértice se encontraba en el kilómetro 85.

El 8 de marzo de 1937 a las 16 horas empezó la marcha de la XI Brigada desde el Jarama hacia el frente de Guadalajara por Alcalá de Henares, Guadalajara y Brihuega. Se llegó hasta el kilómetro 82 y por ambos lados de la carretera se avanzó hasta el kilómetro 83. El Batallón Thälmann en dirección Brihuega y el Edgar Andrè 3 kilómetros más allá de Brihuega [la memoria debió de traicionar a Herman, se refiere a Trijueque].

El kilómetro 83 era fácilmente reconocible por dos enormes álamos y una pequeña casita blanca. Parecía como si aquí, muchos años antes, hubiera habido un puesto aduanero con una barrera.Tres días antes de la ruptura del frente del Jarama habían entrado veinte antifascistas alemanes como refuerzo del Batallón Edgar Andrè, entre ellos el camarada Seidel de Frankfurt del Main, jefe de la 4ª Sección de ametralladoras. Había sido sargento mayor en la I Guerra Mundial y tenía mucha experiencia bélica. En 1933 destruyó gran cantidad de libros nazis, algunos camaradas que estaban en contacto con el camarada Seidel fueron apresados a finales de 1933, su casa fue puesta bajo control, y él se vio obligado a exiliarse en Francia con algunos compañeros. El Batallón estaba formado por alemanes, españoles, suecos, daneses, flamencos, algunos holandeses e irlandeses. El 20% eran antifascistas bien preparados y el 80% semi-instruidos o sin ninguna instrucción. Había ocho ametralladoras y doscientos cincuenta fusiles. Los dos últimos días estuvieron dedicados a enseñar el funcionamiento de las ametralladoras y la reparación de las averías más frecuentes de las armas en la oscuridad. A las 19 horas tuvo lugar una reunión en el kilómetro 83. De entre los participantes del Estado Mayor me eran conocidos Ludwig Renn, Hans Kahle y el General Líster.

En el kilómetro 83 existía en la noche del 9 de marzo del 37 una línea de trincheras con una barricada. Los dos grandes álamos fueron talados. El terreno a la derecha de la carretera estaba protegido con árboles y arbustos y presentaba hondonadas de casi dos metros, el terreno a la izquierda de la carretera era llano, sin árboles, ni arbustos ni hondonadas.

A las 21 horas nos pusimos en camino el camarada Seidel y yo para comprobar el conjunto de la posición. A las 22,30 apareció un batallón de trescientos o cuatrocientos soldados de fortificación, armados con azadas y palas para proteger mejor las posiciones. Una hora más tarde estaba claro que sólo había treinta o cuarenta centímetros de tierra, debajo se encontraba ya la pura piedra. Disponíamos de un parapeto de treinta centímetros de hondo y cuarenta de ancho. Era la forma más simple de una línea de trinchera de infantería. A las 3 de la mañana retrocedieron otra vez las columnas. La noche era relativamente fría, nublada, la temperatura rondaba el punto de congelación.Salvo la pérdida de un coche de municiones, la noche transcurrió tranquila. A media noche se nos dio hígado de caballo para comer en la casita blanca, procedente de un caballo que había sido herido.

La huida de civiles era creciente. Como refuerzo recibimos sesenta milicianos españoles. Al lado del batallón Edgar Andrè estaba el batallón francés Dumont [Comuna de París].

Cinco cañones con cuarenta balas y tres carros de combate con ametralladoras 4,65 era todo lo que teníamos por la tarde, por la noche y a la siguiente mañana temprano para detener la ofensiva.Los reflectores repasaban el terreno una y otra vez, pero la distancia hasta la posición de los fascistas era aproximadamente de un kilómetro.

A las 23,30 vino el enlace: “El camarada Oswald debe ir por el lado derecho, la ametralladora de la Sección de artillería sueca no está preparada”, aunque en una hora estuvo todo arreglado de nuevo. Resultó que el segundo tirador de los suecos había metido incorrectamente la tira de los cartuchos, así que no iba bien ni el cerrojo ni la entrada de munición.

Entonces sonó la orden: “¡Sin ataque previo no hay que disparar ni un tiro!” Únicamente se sacaron los cartuchos de la cartuchera, treinta o cuarenta piezas. La cartuchera se vació lentamente, al final estaba todo preparado: cartuchera, cerrojo y munición. Y así se comunicó al puesto de mando. En una hora el ala izquierda estaba también preparada y todas las dificultades resueltas.

Sobre las 20 horas los tres carros de combate habían tenido que retroceder, debían recoger combustible y volver a su posición a las 8 de la mañana.

A las 24 horas vino la intendencia; trajeron café, pan y chocolate así como una docena de botes de conserva con jamón cocido. A la una de la madrugada la calma era total. Sólo las palas y las azadas se movían sobre el suelo de roca, aunque casi sin resultado.

Entre las 2 y las 4 de la noche me contó el camarada Seidel su vida. Que yo recuerde, es algo que me ha pasado ya unas seis veces: que un buen camarada me haya contado su vida y al día siguiente haya caído. También esta vez pasó algo parecido. El camarada Seidel fue gravemente herido el 10 de marzo detrás de la casa blanca, donde a un lado de la carretera estaba el puesto sanitario.

El 9 de marzo de 1937 hubo una espesa niebla hasta las 9 de la mañana. A las 9,30 la visión era muy escasa pero a las 10 ya se veía a un kilómetro. Poco después de las 10 empezó el primer ataque de la infantería fascista, apoyada por dos baterías.

De nuestro lado aún no había salido ni un tiro. El ataque se desarrolló muy lentamente: setecientos metros, seiscientos, quinientos…, los nervios estaban a punto de romperse. Luego, un nuevo avance de los italianos: ¡cuatrocientos cincuenta metros¡ A pesar de que aún no se nos había dado orden de disparar, la inquietud iba en aumento, algunos tiros aislados rompieron el fuego. Las ametralladoras recibieron la orden de disparar. En 20 minutos empezó a retroceder la infantería fascista hacia sus posiciones de partida, primero lentamente, después en completa huida y con grandes pérdidas.

Se produjo una pausa en el fuego de hora y media. Prepararon un nuevo ataque; esta vez entraron en acción los carros de combate en coordinación con la infantería. Nuestros tanques no habían entrado en combate hasta entonces y estaban bien cubiertos en su posición desde hacía más de tres horas. Poco después de las 12 los primeros tanques fascistas se movieron desde el kilómetro 84 hacia delante por la carretera principal en dirección a la casa blanca. Eran tanques con forma de cajón con ametralladoras y que arrastraban detrás pequeños cañones de campaña de 6,5 cm. En el lado derecho tenían el lanzallamas. El ataque avanzó esta vez sobre el ala derecha con tres baterías. A unos seiscientos cincuenta metros de distancia abrieron fuego nuestros carros de combate. El primer disparo fue corto, pero el segundo dio contra el segundo carro enemigo que ardió inmediatamente. Poco después acabó en llamas el cuarto tanque y después el quinto. El ataque de sus blindados quedó, pues, paralizado, con lo cual atacó nuestra infantería. Tres aviones nuestros atacaron también y así mismo nuestros cañones con unos veinte disparos. Una batería fue alcanzada. Empezó el fuego de fusiles y ametralladoras. También este ataque fue rechazado. Hasta ese momento, las 3 de la tarde, ninguno de nuestros hombres había resultado herido.

A las 4 empezó el tercer ataque con nuevas tropas y carros, pero fue rechazado con más pérdidas aún para el enemigo. Entre nosotros reinaba buen ambiente y a cada disparo certero sobre un carro de combate o una batería, surgía un griterío de entusiasmo. Tras una hora de tranquilidad hubo otro ataque de seis baterías. Un fuego que se detuvo hacia las 20, cuando volvió a reinar la tranquilidad. Los éxitos de este día fueron muy festejados y hasta remojados.

La noche del 10 de marzo de 1937 empezó con un fuego de cinco baterías de 7,5 y 10,5, aunque casi todos los disparos nos pasaban por encima. Este fuego, que duró toda la noche, tampoco hizo mermar nuestro moral. Esta vez no vino ningún vehículo con comida, sólo por la mañana nos pudieron hacer llegar café frío; todos los caminos estaban bajo el fuego. Nuestros carros se habían apostado en nuevas posiciones.

El 10 de marzo del 37 salió algo menos nublado. A las 9 empezaron a disparar cinco baterías sobre las posiciones en las que el día antes habían estado nuestros carros de combate.En el flanco derecho habíamos perdido más de veinte hombres hasta el mediodía. Por el flanco izquierdo se había perdido la casa blanca bajo un fuerte fuego, aunque nuestra posición ofrecía poco blanco a los tiros. El fuego era cada vez más fuerte y se añadían nuevas baterías. Hacia la tarde nuestras pérdidas iban en aumento, también el teniente Seidel, como antes ya he dicho, fue gravemente herido. En el flanco derecho las pérdidas eran aún más grandes. ¡El fuego de artillería aumentaba sin parar, nuestros cañones no tenían ya munición y nuestros carros de combate tenían que cargar combustible de nuevo¡ El enemigo había instalado más de cien piezas de artillería de todos los calibres. La noche transcurrió con la pérdida de veinte hombres más.

Amaneció el día 11 de marzo de 1937, el día más duro para el batallón Edgar Andrè. De nuestra débil línea defensiva no salía ni un tiro certero de artillería. La casa blanca era un montón de ruinas. Los siguientes impactos cayeron detrás de la posición, todos por encima de los cinco metros.

Durante la mañana fui dos veces hasta el borde de la carretera y llegué una vez a contactar con el batallón Dumont, que no había sufrido aún ninguna pérdida notable. A las 12 horas empezó un fuego graneado que sobre las 15,50 se trasladó bastante por detrás de nuestras posiciones. Consiguió tener éxito una gran maniobra de cerco por el flanco derecho con cuarenta carros de combate. Ante nuestros carros, que de nuevo se daban la vuelta, estallaron algunas granadas de mano. Entonces ocurrió un suceso que sacudió nuestra moral.

A la izquierda de la carretera, aproximadamente a unos cuatrocientos metros delante de nuestra posición, aparecieron filas de personas civiles. Estaban atados unos con otros con cuerdas. Serían treinta o cuarenta. Eran empujados hacia delante a tiros y a golpes. Rehenes prisioneros utilizados como escudos humanos por los fascistas. ¡Algunos eran alcanzados y caían, cuando la primera fila estaba por el suelo aparecía la siguiente, y la tercera, y la cuarta¡

Mil veces sonó el grito: ¡Camaradas!, ¡Camaradas! Esto nos produjo un enorme desconcierto. A las 16,10 penetraron las primeras unidades en nuestra posición muy cerca de la carretera. Se quedaron tumbados en las trincheras y no se movían.

Entre tanto se desplegaron los cuarenta tanques con lanzallamas por detrás de nosotros. Como caballos de fuego se fueron acercando a nuestras posiciones. Una vuelta hacia atrás era impensable, así pues, ¡adelante! Aún quedaban algunos grupos de resistentes. A las 4,12 abandoné yo solo la posición hacia delante, cualquier otro estaba herido, muerto o absolutamente incapacitado de ofrecer resistencia. Tras arrastrarme cerca de cien metros me paré a mirar alrededor, ¡qué cuadro¡ Unos estaban en el suelo, heridos. Los ocupantes de los tanques bajaban, revolvían en los bolsillos, disparaban sobre los que aún vivían. A dos kilómetros hacia el oeste empezaba un profundo barranco de doscientos metros de profundidad; desde aquí miré nuestras posiciones, todo se había evacuado a tiempo. Los tanques no podían avanzar por esa zona.

A las 6 de la tarde resonaron los últimos tiros. Lentamente avanzaron las tropas fascistas, hasta el kilómetro 76. Durante tres días el Batallón Edgar Andrè había impedido con graves pérdidas la ruptura del frente. La última ofensiva sobre Madrid había fracasado.

Nuestra ofensiva empieza el 17 de marzo de 1937. El batallón Thälmann está aún en Brihuega. Las Brigadas Internacionales XII, XIII y XIVestán preparadas. Llego a contar cincuenta y siete tanques antes de que me metan en el hospital. La española Mixta y la brigada Líster están preparadas. La batalla con más pérdidas para los fascistas italianos empieza en Guadalajara. En dos días son reconquistados treinta kilómetros de territorio y se refuerzan las posiciones en el kilómetro 104, que se mantendrán hasta el año 1939. El camarada Ludwig Renn describe el desenlace en el libro de Erich Weinert “La bandera de la solidaridad”.

2.Al igual que el anterior, este testimonio del alemán Herman Mayer, miembro también del batallón Edgar André, está escrito en 1968, se encuentra en el Bundesarchiv y ha sido traducido por Isabel Esteve.

Apenas habíamos disfrutado de un día de paz en Morata, cuando otra vez se dio la señal de alarma. Aprovechamos el tiempo para organizar una reunión en el Batallón ya que teníamos dificultades con un grupo de españoles que eran campesinos. No se habían quejado para nada de nosotros como compañeros, pero nosotros considerábamos que en nuestro Batallón todos tenían que dar de sí el máximo rendimiento posible. El comisario del batallón, Josef Zettler, les dio una charla política sobre cómo iba España y les vino a decir que nosotros estábamos preparados para hacer cualquier cosa sin españoles. Pareció que estas explicaciones daban buen resultado, pero cuando fuimos a salir hacia el frente de Guadalajara, pudimos ver que estos pobres soldados españoles no tenían ni un par de botas de piel sino sólo sus alpargatas, guardadas entre los sacos de cereales. Íbamos a un frente a 800 metros de altura en pleno invierno y se iban a morir de frío. Estos hijos de campesinos no habían tenido en toda su visa unas botas de cuero; a tales problemas nos teníamos que enfrentar. Fui nombrado por unanimidad comisario de la Compañía.

Cuando el 9 de marzo de 1937 subimos a los camiones, ya sabíamos que íbamos a un nuevo combate. Cantando Spanien Himmel [Cielo de España] atravesamos ciudades y pueblos y la población nos saludaba con entusiasmo. Pero nuestra fuerza de combate era sólo de doscientos hombres y yo me preguntaba qué resistencia podíamos ofrecer con estas fuerzas.

Cuando llegamos al kilómetro 83 de la carretera Madrid–Zaragoza resultó que allí había una posición exclusivamente de guerrilleros y era muy difícil convencer a los soldados de que hicieran ciertas cosas necesarias; para convencerlos les tuve que mostrar a las claras la suerte de nuestros mejores hijos e hijas en los campos de concentración de Hitler. Para empezar estaba el peligro de los tanques italianos que avanzaban en gran cantidad por la carretera, bien visibles delante de nuestros ojos; para nuestra desgracia nuestro camión de municiones recibió un proyectil y se incendió, pero la munición no explotó toda ya que estaba en cajas de cinc. Por otra parte los tanques fascistas no se atrevieron a seguir adelante a causa de la explosión. Así que, dentro de la desgracia, tuvimos suerte.

La noche nos cayó encima y con ayuda de tropas españolas de refuerzo nuestros doscientos hombres se pudieron situar a los dos lados de la carretera. A nuestra izquierda había una meseta y a nuestra derecha un pequeño bosque que se extendía hasta unos ochocientos metros a nuestras espaldas. En este bosque, a seis kilómetros, se encontraban situados el Batallón Thälmann y a la izquierda en la meseta, escalonadamente, el Batallón Comuna de París. Teníamos delante a mil trescientos hombres de los cuarenta mil que formaban los batallones de italianos. Por la noche, a las 22, vinieron dos blindados soviéticos armados con cañones. Los blindados nos trajeron munición especial, de manera que con nuestros fusiles y ametralladoras podíamos atravesar el blindaje de los tanques. Los proyectiles estaban señalados con puntas rojas. En la carretera, además, se levantó una enorme barricada para dificultar el paso de los tanques.

Al amanecer vimos a los fascistas salir de sus agujeros en innumerable cantidad, inmediatamente empezaron a avanzar los blindados, pero los tanques soviéticos, colaborando con nosotros, tuvieron un gran resultado, ya que acabaron con los primeros diez tanques enemigos. Dos días estuvimos bajo el fuego graneado. A pesar del buen camuflaje de la posición de las ametralladoras, cayeron seis de siete y se perdió el contacto con el Estado Mayor; así que yo, como comisario, tuve que responsabilizarme de todo.

Al tercer día (11), tras una defensa heroica contra el grueso de las fuerzas enemigas, se dio una situación completamente nueva. Las tropas italianas de asalto habían avanzado por el bosque que estaba detrás de nosotros hasta nuestro flanco y a las 12 nos atacaron con lanzallamas y con treinta blindados que avanzaban a campo abierto. Aquí perdimos a Emil Wendt de Berlín y a muchos otros camaradas, sobre todo del grupo de los que se hallaban en el flanco derecho de la carretera. Los supervivientes tuvieron que emprender un doloroso retroceso.Por la carretera, desde Trijueque, habían venido a toda prisa Hans Kahle y Ludwig Renn para conocer la situación y ocuparse de cambiar la posición a otro sitio. En la nueva posición esa noche cayó mucha nieve y yo pensaba en cuántos de mis mejores camaradas querrían estar aquí, a pesar del frío, con tal de seguir vivos. El batallón Edgar Andrè había hecho todo lo posible y había pagado un alto tributo en sangre: 164 muertos y heridos. Pero las tropas de reserva que habían llegado lucharon con su mismo espíritu y consiguieron derrotar totalmente a las divisiones italianas.

También a mí estas luchas me exigieron un alto tributo, un tifus producido por una grave inflamación de la aorta me impidió volver al frente y hasta mayo de 1938 estuve ocupado en actividades políticas en hospitales.

3.Este testimonio corresponde a un miembro francés del batallón Comuna de París, Louis… Fue escrito probablemente a finales de 1937 y forma parte de los materiales existentes en el Archivo RGASPI de Moscú. Se trata de un relato semiautobiográfico en el que el voluntario Louis… relata su experiencia en el batallón Comuna de París de octubre de 1936 a mayo de 1937. La traducción del francés al español ha sido hecha por Ana Soler. Los datos que ofrece a veces entran en contradicción con los presentados por los dos testimonios anteriores.

Hacia las 17 horas (día 9 de marzo), llegamos a Torija. Sagnier (jefe del batallón Comuna de Paris) ya ha llegado. Continuamos hasta un palacio (puede ser el palacio de Don Luis o el palacio de Ibarra). Es de noche, el batallón se instala en el bosque. Louis se desmorona; querría dormir. Orlanducci le recuerda que tiene que hacer una patrulla.

A la medianoche llega un enlace del batallón: Concentración… Nos vamos… La lluvia y la nieve nos acompañan. Todo el batallón avanza en fila india. Es la noche más dura que Louis ha pasado, guiando a su sección en la oscuridad por un camino transformado en río. Con la nieve es más duro. La marcha es lenta. ¿Cuántos kilómetros hemos hecho? Louis no sabría decirlo. Al final, llegamos a la carretera.Sagnier, que avanza en cabeza, indica la posición, con las montañas a la izquierda de la carretera. La primera compañía es el enlace con el batallón Edgar André. Se distribuyen herramientas, hay que cavar. Los hombres que estuvieron en el Jarama no necesitan palabras de aliento; trabajan con ahínco a pesar de la fatiga.

Al despuntar el día (10), algunas ráfagas muestran que el enemigo no está lejos. No hay que hacerse ilusiones, delante tenemos a los fascistas. Durante toda la jornada hay lluvia y nieve acompañadas de obuses y de balas. Es maravilloso… La noche es bastante tranquila.

Por la mañana (11), otra vez lo mismo y con más fuerza, y además la lluvia. De pronto, Louis ve que la derecha se repliega. Alerta… Orlanducci está herido. Louis toma el mando de la compañía. ¿Qué hacer? Las tanquetas italianas están allí: barren la trinchera con sus lanzallamas; los hombres resisten algún tiempo a golpe de granadas, pero muchos caen.

Antes de hacerse cargo de la situación exacta, Louis ya está preparado. Hay que replegarse sobre Trijueque. Ve a su izquierda a Sagnier con un grupo de hombres que protegen la retirada. Al llegar a Trijueque se une a Jacquot, que viene de la Brigada. Se acuerda de lo que pasó en el bosque de Remisa (entre Pozuelo y Majadahonda) y ordena hacer fuego de salvas sobre los italianos que avanzan en columnas de a tres. Sigue replegándose, pero mantiene el contacto. Finalmente tomará posiciones en una trinchera a unos 1.200 metros de Torija. Llegan los batallones Apoyo y Espartaco.

Louis se dirige hacia la izquierda y, tras reunir a los hombres que puede, los posiciona. Jacquot se va al puesto de mando de la Brigada. Sigue nevando. Louis envía un enlace a Torija para solicitar la cena y recibir información. El enlace vuelve con las cocinas una nota de Sagnier en la que dice que el resto del batallón va a subir por la noche. La nieve sigue cayendo.

A primera hora de la mañana (12), Sagnier vuelve y reorganiza a los hombres. La misión es apoyar el ataque que se va a desencadenar. Pero Louis tiene que contemplar la toma de Trijueque por los italianos. Permanecerán allí dos días, después volverán a bajar a Torija. Una noche entre pajas, al abrigo de las inclemencias. Maravilloso… Se está tan bien que Louis olvida despertarse a la hora establecida. Sagnier le riñe con severidad. Louis se calla, ha cometido una falta; más vale no responder. Sagnier es severo; una cuestión de puntualidad.

El batallón se sitúa en reserva junto al puesto de mando de la Brigada. Louis observa: el batallón está muy disminuido. Se encuentra con Bauchard y le pide noticias. “¿Qué tal? ¿Qué habéis hecho?” Y Bauchard: “El 11 de marzo no fue un día divertido”.“El batallón, tras pasar dos noches en la fábrica de papel [probablemente en Isla Taray, entre Morata y Perales de Tajuña], había salido rápidamente en camiones hacia Torija, para echar pie a tierra unos kilómetros más lejos, en la carretera de Brihuega. A las seis de la mañana del día 10, tras cruzar por la Casa del Cobo, donde volveríamos más tarde, llegamos al km 83 de la carretera de Zaragoza, cubierta con una ligera capa de nieve. Nos dedicamos al pico y pala durante toda la jornada; el terreno estaba duro como el hierro. Ah!… Se estaba aplicando la consigna de fortificar. A las ocho de la noche capturamos a tres prisioneros italianos, patrulleros perdidos. El siguiente ataque debía de venir por la izquierda y se dan las consignas pertinentes.

El día 11 por la mañana llueve intensamente, lluvia y obuses. La trinchera no es muy profunda y apenas nos podemos mover. Hacia la una, vemos surgir tres tanques por el bosque de la derecha. Avanzan y disparan hacia la compañía. Escupen también llamaradas, lo que al principio nos hizo creer que Belin y Toulet, con su 37, habían destruido al menos uno.

Inmediatamente se produce el desconcierto. Elementos de los batallones Thalman y Edgar André se repliegan sobre nosotros procedentes del bosque de la derecha. Un jefe alemán de una compañía del Edgar André se mete en nuestras trincheras. Grita con todas sus fuerzas y se agita para intentar contener el movimiento de pánico. En el momento en que sale de la trinchera una bala lo vuelve a tender allí para siempre. El pánico se ha impuesto en la compañía del batallón que ocupa las primeras líneas. Los compañeros, cansados todavía de la marcha agotadora de la antevíspera, empapados por la lluvia y, sobre todo, no recuperados todavía de los duros combates del Jarama, no se muestran entusiastas y abandonan ante las tanquetas que acompañan su avance con un fuego infernal.

El repliegue se hace en dirección a Torija. La pieza de Mellot a la que yo pertenecía sale de la trinchera una de las últimas por orden de su jefe. Los saltos deberán ser rápidos y cortos bajo la metralla. Sin embargo, una sola ráfaga hiere a Murcia, Tremp y a mi compañero Willy. Una vez fuera de peligro, los tanques no avanzan más, de momento. Marcel, el comandante, ha reagrupado a unos veinte hombres sobre una colina y ordena disparar sobre los italianos que avanzan en columnas de a tres.

Por la carretera llegamos a Trijueque. Soy designado para formar parte de un grupo que, después de haber hecho evacuar el pueblo, deberá intentar defenderlo. Bruyère es nuestro jefe. Los tanques llegan de nuevo hasta nosotros, utilizamos todas las balas antitanque contra ellos. Se detienen a más de un kilómetro del pueblo. Hay que marcharse y seguir senderos sinuosos por los barrancos.

¿Qué ruta tomamos? Esta marcha parecía no acabar nunca. Los hombres caminaban con mucha dificultad, sin decir una palabra. Llego a la altura de mi compañero Willy que, herido en el brazo, empieza a pensar que el camino es demasiado largo. Con la cabeza baja, como los demás, intento darme cuenta de la situación, terriblemente dura. Pelear y ser derrotado, es la vida de un combatiente. No se consigue siempre la victoria pero, marchar, marchar así ¿por qué? ¿dónde vamos a parar? La lluvia sigue, con algo de granizo. Esto empieza a ser demasiado para hombres agotados. Algunos se detienen y se reincorporarán al día siguiente o dos días más tarde. El cansancio me embrutece. Marcel que camina con Soria me hace una pregunta y yo le contesto: “Da” (idiota). Acabo el último kilómetro que nos separa de Torija sobre el porta-equipajes de un coche. Voy a descansar, a desplomarme en la iglesia donde está la cocina de la Compañía de Ametralladoras.

A las 12 de la noche, de nuevo zafarrancho de combate. Hemos recuperado las fuerzas. Sin decir ninguna palabra, todos se preparan. Nieva… Contraorden: Soria (jefe de la compañía de ametralladoras) vendrá a las 6 a buscarnos y llevarnos por la nieve a las posiciones de defensa de Torija. La instalación se hace penosa. Los hombres que aguantaron sin quejarse el 11 de marzo y supieron aprovechar sus enseñanzas, esos hombres serán los vencedores de mañana.

Pasamos algunos días en la reserva. Dumont, que se ha recuperado, viene a visitar al batallón. Louis le oye asombrarse de no reconocer ya a muchos antíguos. Sagnier y Jacquot charlan con él. Nolot llega arrastrando la pierna, le hirieron el día 11. Sagnier le echa una bronca y lo despacha: “Sabes que necesitamos hombres con aplomo”. “Yo lo tengo”, contesta Nolot. ¿“No te has visto caminar”? Dumont sonrie: “Recuerda cuando volviste al batallón”. Nolot ha ganado, se quedará.

Por la noche el batallón va a relevar a un batallón del Campesino. A la izquierda el batallón Pasionaria, a la derecha el Espartaco. Louis asegura el enlace por la izquierda. La compañía es débil, no hay tanta diferencia con la sección que él comandaba antes. Se sorprende de que, al lado, la compañía de ametralladoras cuente con un centenar de hombres.

 

La contención del ataque italiano al sur de Trijueque (días 11-13 de marzo)

El relato que se ofrece a continuación fue escrito por Alexander Rodimtsev en su libro Bajo el cielo de España, publicado en Moscú en 1981. Este voluntario ruso, instructor de ametralladoras y, desde febrero de 1937, asesor de Líster, fue en 1942 uno de los dirigentes de la heroica defensa de Stalingrado.

A las dos de la tarde del 11 de marzo me hallaba en el puesto de mando de Líster. Este, con el comisario, Santiago Alvarez, acababa de tener una reunión con los jefes y los comisarios de las dos brigadas españolas y los oficiales del E.M. de la división. Líster y Santiago se hallaban ya al corriente de la situación en el frente. Yo les conté que los soldados y oficiales de las brigadas internacionales 11 y 12 peleaban con audacia y decisión y batían a los italianos más que por superioridad numérica, por su capacidad. De hecho, las brigadas internacionales habían cargado con todo el peso del combate contra los intervencionistas y habían rechazado los ataques de las tropas italianas. Después de informar a Líster de la situación en el sector de la 11 BI, donde yo había tenido ocasión de combatir, le mostré mis temores.

– ¿Puedo hablar con sinceridad? , miré a Enrique a los ojos.

– Pues claro.

– Si no se ayuda a la brigada en la dirección de Guadalajara, difícilmente podamos defender esta ciudad. Y eso quiere decir que el camino a Madrid quedará abierto. Líster me dio una palmada en el hombro:

– Lo sabemos, camarada. El Partido Comunista de España hará todo lo que le permitan sus fuerzas. Ya se ha dado la orden de detener a toda costa el avance del enemigo. Se han reorganizado las fuerzas que intervienen en la operación de Guadalajara. Se ha tomado la decisión de formar el IV Cuerpo de ejército al mando de Modesto. Lo integrarán la 11ª División, con la 11 y la 12 brigadas internacionales, la 2ª Brigada de Pando (9BM) y la 1ª Brigada de choque (1ª BM). El mando de la División se me encomienda a mí. En el Cuerpo se incluyen también la 12ª División de infantería con las brigadas 49, 50 y 71, al mando de Nino Nanetti, y la 14ª División, con las brigadas 65, 70 y 72, que acaban de llegar. Además de las tres divisiones, yo dispondré de una brigada de tanques y dos regimientos de caballería. Líster se levantó de la silla, miró al plano que se hallaba desplegado, y añadió:

– Esta noche, el puesto de mando de la división se trasladará a Torija. Allí deberá llegar también de madrugada la 2ª Brigada de Pando, que, al amanecer del 12, con un batallón de tanques, deberá atacar a lo largo de la carretera de Francia. La tarea es difícil: desalojar a los italianos de Trijueque y restablecer la situación en el sector de la 11 Brigada internacional. Tendremos el apoyo de la aviación y la artillería. Guardó silencio durante un momento, luego me miró y se sonrió:

– Por el momento, Pablito, tendremos que separarnos. Hay que emprender la tarea sin demora. Ve donde Pando y ayúdale a efectuar la marcha de un modo organizado y rápido con la idea de que en la víspera de la ofensiva se halle en el lugar de concentración.

… Nos despedimos. Sin esperar al enlace, Mario y yo nos dirigimos adonde Pando. Llegamos a tiempo. La brigada se hallaba ya dispuesta para la marcha. Todo se había preparado hasta el menor detalle y en cuanto se dio la orden de ponerse en camino las unidades emprendieron la marcha de forma organizada. Hacia la madrugada, la 2ª Brigada, el batallón de tanques y dos baterías de artillería quedaron concentrados en el sector de Torija.

12 de marzo

…A despecho de nuestros temores, el enemigo, a primeras horas de la mañana, no mostró actividad. Su aviación tan sólo efectuaba vuelos sueltos de reconocimiento. En estas condiciones, sin perder un momento, empezamos a prepararnos cuidadosamente para el combate. De nuevo aquí me encontré con Nikoláí Gúriev y el tanquista Baránov. Nos pusimos de acuerdo para coordinar las acciones de la infantería, los tanques y la artillería.

La brigada se dividió en dos formaciones escalonadas en profundidad, se estableció una pequeña reserva. La formación de vanguardia, que debería avanzar a lo largo de la carretera de Francia, la integraban dos batallones con los tanques, la segunda, un batallón. El batallón de reserva, según la idea del jefe, debería proteger el flanco derecho y el puesto de mando de la división. Además, a la brigada se le afectaba un batallón mixto de la 50 Brigada, que debería ocupar posiciones en el sector de Torija y defenderlas hasta que llegase la 1 Brigada de choque. Los zapadores nos prepararon el observatorio sobre una cota situada junto a la carretera de Francia. Allí llegaron los mandos, tanquistas y artilleros. Deberían apoyar la ofensiva de la brigada.

…La preparación para la ofensiva transcurría en difíciles condiciones. Descendió la temperatura, nevó, y la tierra se embarrizó. Donde no había caminos, todo movimiento quedaba excluido: no podían transitar los mulos con los carros, ni los peatones y tanto menos el transporte automóvil. Por ello, todo el movimiento se circunscribía a los caminos con firmes especiales o bien asfaltados.

…A las 11,40h Gonzalo Pando, jefe de la brigada, recibió por teléfono la orden verbal del jefe de la división: «Después del ataque de la aviación y de una breve preparación artillera, a las 12,20 pasas a la ofensiva según el plan establecido». Inmediatamente, los jefes de los batallones recibieron la orden: «Estar preparados para iniciar la ofensiva a las 12,20h a lo largo de la carretera, en dirección a Trijueque y en acción coordenada con la 11 BI derrotar a las unidades atacantes de la 3ª División italiana y tomar Trijueque”.

A las 12h aparecieron en el cielo los aviones republicanos, que volaban a diferentes alturas por grupos de seis a ocho aparatos con intervalos de dos a tres minutos. La carga mortífera cayó sobre los dispositivos de la infantería italiana y los emplazamientos artilleros. En cuanto la aviación republicana trasladó sus acciones de bombardeo en profundidad, sobre las reservas que se acercaban, la artillería abrió un intenso fuego. El ataque inopinado de la aviación y el fuego de la artillería acallaron a la artillería italiana. En aquel momento, el jefe de la brigada dio la señal y la infantería, con los tanques, avanzó. Los carros (habían tomado a bordo a pequeños grupos de soldados) rompieron con rapidez hacia el frente y, sobre la marcha, primero con los cañones y luego con las ametralladoras, batían a la infantería del adversario.

También las tropas del Cuerpo italiano se proponían este mismo día pasar a la ofensiva decidida a lo largo de la carretera de Francia. Por ello no habían efectuado ningún trabajo de fortificación de los sectores ocupados. Los republicanos, con relativa facilidad, arrollaron a las unidades de vanguardia y pasaron a batirlas a quemarropa. En aquel momento, a lo lejos, sobre la carretera de Francia, apareció una columna de camiones con infantería enemiga, que se extendía hasta Trijueque.

Nuestros tanquistas, al observar la columna motorizada, viraron a un lado, se dispusieron por ambos lados de la carretera y abrieron fuego. Los soldados que iban en los tanques disparaban contra la infantería italiana con sus armas automáticas y sus fusiles. De pronto, cuatro de los tanques se lanzaron a toda velocidad a lo largo de la carretera y empezaron a aplastar con sus orugas a los vehículos y la infantería del adversario. A la altura del kilómetro 78, los tanquistas descubrieron de súbito en una vaguada un pequeño campamento. Según supimos luego, eran las reservas de la 3ª División italiana, que habían sido sacadas de línea a la noche del 11 de marzo. Abrieron fuego con sus cañones sobre ellas y el enemigo sufrió fuertes pérdidas.

A pesar del rotundo éxito, nuestra infantería avanzaba con trabajo. Los soldados se sentían fatigados, pues la víspera la brigada había efectuado una marcha nocturna de 20 kilómetros hasta Torija, luego habían salido de esta localidad para ocupar las bases de partida para la ofensiva. Todo esto había transcurrido en condiciones inverosímilmente duras. La nieve que había caído durante la noche se licuaba y los soldados avanzaban con gran dificultad por el pegajoso barro. Mas he aquí que las unidades de vanguardia, con el apoyo de los tanques, llegaron a las mismas puertas de Trijueque. En las afueras, al sudoeste de la población, el enemigo logró contenerlas con un fuerte fuego de ametralladoras. Los batallones echaron cuerpo a tierra y los tanques regresaron a la retaguardia con el objeto de repostar de municiones y combustible.

Los italianos, repuestos, reanudaron la ofensiva y se introdujeron en el combate tanques con lanzallamas. Parte de los combatientes vacilaron. Particularmente dura era la situación ante el 1º batallón. Bajo la presión de los tanques con lanzallamas, los republicanos empezaron a replegarse en algunos puntos. Un peligro evidente se cernía sobre toda la brigada. Al atacar a lo largo de la carretera, los italianos podían envolver el flanco izquierdo de la brigada y salir a su retaguardia. En aquel momento desempeñaron un señalado papel los oficiales de la sección política y el comisario de la brigada, que se hallaban en el dispositivo del 1º batallón. Con su ejemplo personal, haciendo gala de valor y audacia, se pegaron a los accidentes del terreno con los soldados y empezaron a disparar contra el enemigo atacante.

Tras rechazar el ataque, el comisario de la brigada contó: “Al principio, cuando aparecieron los tanques con lanzallamas, la verdad sea dicha, hubo algo de miedo: avanzaba el carro blindado vomitando llamas por el tubo sobre nosotros. Pero cuando observamos que el fuego no llegaba a más de quince o veinte metros y la llama se apagaba enseguida, comprendimos que si nos protegíamos bien, el tanque no era tan peligroso. Así lo hicimos: buscábamos un lugar apropiado, nos parapetábamos en él y, cuando los tanques nos rebasaban y tras ellos aparecía la infantería, le hacíamos fuego. Nuestro ejemplo lo siguieron muchos soldados y oficiales del batallón. El ataque de la infantería italiana fue rechazado y de los tanques que se metieron en la retaguardia se encargó nuestra artillería”.

…Entre tanto, el mando de la brigada, con Pando a la cabeza (yo me hallaba con ellos), se trasladaba a un nuevo observatorio. De pronto, inesperadamente, se oyó un fuerte tiroteo tras la cota, de hecho en nuestra retaguardia. ¿Qué podía ser? No se había ordenado la entrada en combate de las unidades de la segunda línea y las reservas, por tanto era evidente que a nuestras espaldas actuaba la infantería italiana. Por fortuna estaba con nosotros parte de la sección encargada de proteger el puesto de mando. Nos paramos en la ladera del cerro y enviamos un grupo de exploración que informó de que casi un batallón italiano atacaba en un olivar a lo largo del camino vecinal. Actuaba con el apoyo de cuatro tanques y dos piezas de artillería.

Me volví hacia Pando: “Mal asunto. No tenemos a mano ninguna fuerza y carece de sentido marchar hacia el dispositivo de combate del primer batallón: podemos perder la dirección de la brigada en su conjunto. Tampoco podemos volvernos atrás. En cuanto aparezcamos en sitio llano, nos freirán a tiros como perdices o nos harán prisioneros. Tampoco es posible organizar un observatorio en la altura: al punto nos descubrirán los italianos. Sólo hay una salida: la plana mayor, con los soldados de la sección de protección, debe establecerse al pie del cerro, organizar la defensa cerrada y lanzar al combate sin dilación a las unidades de segunda línea y de la reserva sin la compañía de ametralladoras; ésta quedará emplazada a la derecha, a lo largo del camino, dando frente al batallón atacante”. El jefe de la brigada estuvo de acuerdo. Pero ¿cómo hacer llegar la orden a los jefes de los batallones?

Decenas de proyectiles llegaban silbando de Trijueque y estallaban en el dispositivo del primer batallón. Vimos que los combatientes, al no resistir el ataque enemigo, retrocedían en dirección a nosotros por pequeños grupos. Pando llamó a un sargento y a un soldado de la sección afectada a la plana mayor, escribió en un trozo de papel la orden a los jefes de los batallones y la entregó al sargento. Este la leyó atentamente, plegó el papel y se lo metió en un bolsillo, se terció el fusil a la espalda y se dirigió a la retaguardia. Yo los observé. En cuanto salieron a campo despejado, los italianos los vieron y abrieron fuego de ametralladora. El sargento, en lugar de pasar a rastras la zona batida, echó a correr agachándose; el soldado optó por volverse pero, cien metros antes de poder refugiarse, cayó mortalmente herido. El sargento se echó al suelo al darse cuenta de que debía pasar arrastrándose la zona batida por el fuego.

Creí que en esa situación la orden no llegaría a su destino, por lo que pedí a Pando permiso para ir yo mismo. Tomé a un soldado, me colgué la carabina a la espalda y un par de granadas al cinto y advertí al soldado que debía seguirme a cien metros, repitiendo los movimientos que yo hiciese. Nos despedimos de Pando y salimos del parapeto… Empecé a arrastrarme. Quedaban por vencer treinta o cuarenta metros que me parecían kilómetros. Me maldije por haber cambiado con Pando de observatorio sin haber organizado la dirección de las unidades en el nuevo. Embriagados por el éxito táctico al ver que nuestros batallones avanzaban con los tanques, habíamos abandonado el anterior puesto de observación desde el que, si no muy bien, se podía dirigir a las unidades. ¿Qué haría ahora Pando? Al arrastrarme por aquel fango, tampoco yo me sentía seguro de poder llegar al barranco…

Miré al reloj y me asombré de llevar ya hora y media de camino. Terminó el barranco, salí a un camino y vi que desde la retaguardia, en dirección al frente avanzaba una columna de infantería precedida por los tanques. De repente me sentí aliviado. Ahora marchará la cosa, me dije. Paré al carro de cabeza en el que iba Mitia Pogodin y supe que se hallaba en reserva a disposición de Líster y que, por orden de éste, se disponía al contraataque con el batallón de reserva de Pando. Le expliqué la situación y le comuniqué la decisión del jefe de la brigada.

– Venga, actúa; yo me dirigiré adonde el jefe de EM, le comunicaré la decisión del jefe de la brigada y atacaremos juntos. Dejé pasar al batallón y vi a Rodríguez quien con su estado mayor se trasladaba al nuevo puesto de mando de Pando. El desorden era completo.

– ¿A dónde se dirige Vd.?, le pregunté. Hay que organizar sin demora el ataque: Pando, con su plana mayor, no puede salir de la loma y espera nuestra ayuda.

Rodríguez puso orden con rapidez y envió a varios de sus oficiales a los jefes de los batallones. Ahora yo estaba seguro de que la orden de Pando llegaría hasta los jefes de las unidades.

– Nosotros, Pablito, debemos regresar al viejo observatorio, dijo el jefe de EM.

En aquel trance difícil para la brigada Líster lanzó al contraataque a una compañía de tanques y a un batallón de reserva. Actuando con audacia y decisión, los tanquistas avanzaron de prisa, se dislocaron por grupos y, emplazados en posiciones, empezaron a disparar contra los tanques y la infantería italianos. El batallón de reserva entró también en fuego. La situación quedó prontamente restablecida. El enemigo dejó en el campo de batalla seis carros destruidos y ciento cincuenta muertos.

La compañía de ametralladoras al mando de Luna Fernández aplastó con el fuego de sus máquinas a los italianos contra el suelo e impidió su avance. El mando del batallón de reserva, que avanzaba tras los tanques, al conocer la activación de los italianos en el flanco izquierdo de la brigada, desplegó dos compañías por la izquierda de la carretera y mandó abrir fuego sobre el flanco de los italianos. Por ese tiempo entraron en combate las unidades de la segunda línea. El batallón italiano con los dos cañones y los cuatro tanques había caído en la trampa y huyó en desorden hacia la retaguardia abandonando armas y municiones.

En este combate se hicieron prisioneros a oficiales y soldados de la División Littorio, que informaron de que el 12 de marzo el general Mancini [Roatta], había introducido en el combate sus últimas reservas: habían recibido orden de efectuar una marcha nocturna y llegar al amanecer al sector de la 3ª División de voluntarios en Trijueque. De hecho, iniciaron el movimiento a la mañana siguiente, pues se requirió mucho tiempo para poner en marcha los vehículos y formar la columna en la carretera. También dijeron que el ataque de la aviación republicana sobre la columna automóvil había causado una fuerte impresión sobre los soldados y los oficiales y que la columna había experimentado grandes pérdidas a causa de las bombas y el fuego de las ametralladoras. Los conductores se tiraban de los vehículos en marcha, cayendo estos por los terraplenes, sin reparar que en las cajas iban los soldados. Muchos camiones se incendiaron y los soldados, locos de pánico, se dispersaron. Las órdenes eran de atacar en el sector de Trijueque y desarrollar el éxito de la 3ª División de voluntarios con el apoyo de toda la artillería del Cuerpo.

Difícil sería decir cómo hubiese acabado el duelo de no haber aparecido en el aire treinta cazas republicanos. Estos atacaron sobre la carretera, al nordeste de Trijueque, a un regimiento de la División Littorio montado en camiones y lo destrozaron por completo. Luego de repostar en su base, los pilotos despegaron de nuevo y atacaron en Brihuega a la 1ª División de voluntarios. El 12 de marzo, la aviación republicana efectuó 150 vuelos de avión, lanzando 500 bombas y disparando 200.000 cartuchos de ametralladora.

El ataque de los intervencionistas se ahogó. Aprovechándose de ello, la 2ª Brigada avanzó de nuevo hacia Trijueque… dispuesta al ataque. El mando italiano no esperaba acciones decididas y audaces de las tropas republicanas. Creía que la ofensiva iniciada, pese a los desaciertos, acabaría con éxito, cifrando sus esperanzas en los tanques lanzallamas. El ataque enemigo en dirección a Torija concentraba su esfuerzo principal a lo largo de dos caminos, iniciando el movimiento de tropas desde el sector de Casa del Cobo–Trijueque contra la 2ª Brigada y los dos batallones –Pasionaria y Thaelmann– de la 11 BI.

En la cota donde yo dejara a Pando con la plana mayor de la brigada se dispuso por fin el observatorio y se tendieron las líneas de comunicación. El jefe de EM y yo nos unimos a Pando, quien tomó la dirección de la brigada en sus manos. Alrededor de las 16h del 12 de marzo la artillería de los italianos abrió de pronto un nutrido fuego contra los emplazamientos de nuestra artillería y nuestro dispositivo de combate. La infantería italiana, apoyada por tanques, pasó a la ofensiva… Sobre todo el frente de la 11 División de Líster se entablaron encarnizados combates. La situación se iba complicando. Unidades italianas con tanques metieron una cuña en En el enlace entre las brigadas 11 y 12. La situación era peligrosa al producirse una ruptura sobre un kilómetro. El enemigo podía envolver los flancos de las brigadas 11 y 12, adueñarse de la carretera asfaltada entre Brihuega y Torija y salir a nuestra retaguardia, cercarnos y aniquilarnos por partes.

Entonces llegó un motociclista todo sucio a nuestro observatorio con un parte del jefe de la 12 BI, el general Lukács y me entregó una pequeña nota trazada a toda prisa: «Estimado capitán Pablito: las unidades de la 12 BI, pese a la superioridad del enemigo en hombres y material, repelen con valor todos los ataques. Pero temo por nuestro flanco izquierdo, pues el adversario se halla a menos de un kilómetro de la carretera Torija–Brihuega. Te lo comunico para que tomes medidas dentro de lo posible. Esta noche, si hay tranquilidad, vente a cenar. General Lukács».

Me quedé pensativo. ¿Qué se podría hacer para taponar la brecha abierta entre las brigadas? Me aconsejé con Pando y decidimos avanzar a la carretera de Torija–Brihuega una compañía de fusileros y otra de ametralladoras con una sección de tanques del batallón de reserva con el fin de cerrar la brecha; asimismo introducir en el combate al batallón mixto de la 50 Brigada afectado a Pando, reforzarlo con una compañía de tanques y coordinar su acción con las unidades de la segunda línea de la brigada para lanzar un contraataque sobre el flanco de las unidades de la División Littorio que atacaban hacia el Sur. La decisión fue aprobada por Líster. Me senté en una piedra, saqué el bloc y escribí la respuesta: «Estimado camarada general Lukács: la petición será satisfecha. Líster envía a taponar la brecha una compañía de fusileros y otra de ametralladoras con una sección de tanques. Espero que la infiltración del enemigo hacia nuestra retaguardia sea cortada. Si a la noche hay tranquilidad iré sin falta a cenar. Con mis más sinceros saludos, Pablito».

 13 de marzo

Mas los facciosos se nos adelantaron por la noche. Ocurrió de un modo tan inesperado que en algunas compañías republicanas cundió el pánico. Los fascistas lanzaron a la brecha fuerzas superiores al objeto de tomar una cota dominante en manos de nuestra brigada. La ametralladora allí emplazada de pronto se calló. El enemigo empezó a envolverla por los flancos. Parecía que la cota iba a caer de un momento a otro. Los republicanos respondieron aún con algunos disparos de fusil pero, tras de unos disparos certeros de la artillería, todo quedó en silencio. Vimos a los sediciosos, al principio con cautela y luego con más decisión, trepar hacia la altura. Subían como un hormiguero. Corrían a través del cementerio. Soslayando las viejas losas mortuorias, se acercaban a las posiciones republicanas. Nosotros nos hallábamos a doscientos metros de la altura y veíamos cómo los fascistas se lanzaban al ataque. No podíamos auxiliar a los nuestros. ¿Qué ocurriría? ¿Sería posible que la cota cayese? Cuando los primeros soldados adversarios llegaban a la cresta, de pronto volvió a sonar la ametralladora que, con ráfagas cortas, obligaba a los atacantes a pegarse al suelo. Ahora los italianos sólo podían confiar en los soldados que asaltaban la altura por el lado del cementerio. El tirador de la ametralladora no los veía y los facciosos podían llegar hasta él sin ser advertidos.

– Venga, camarada, susurraba un oficial que se hallaba a mi lado. Mira, mira al otro lado. La ametralladora callaba. Pero la escuadra que la manejaba pareció oír el consejo del oficial, se trasladó a la otra pendiente y empezó a hacer fuego contra los italianos que se ocultaban tras la lápidas de las tumbas. El duelo entre la ametralladora solitaria y el enemigo superior en fuerzas duró varias horas. Cuando nuestras tropas llegaron a la altura, Pando y yo corrimos allí. Queríamos abrazar a los valientes. Tras el escudo de la ametralladora se hallaba una muchacha y, mirándose a un trozo de espejo, se peinaba sus espesos bucles. Luego sacó del bolsillo una polvorera y se puso a empolvarse un arañazo que tenía en el entrecejo.

– ¡Ay!, se turbó al vernos.

– ¿Qué, te estás poniendo guapa?, sonrió Pando.

– Me hice un cardenal. No está bien que me vean así.

– ¡Oh, Pablito!, exclamó al verme la muchacha. Claro que no era otra que Encarnación Fernández Luna, jefe de la compañía de ametralladoras.

– ¿Qué, no fallan las maxims?, le pregunté.

– Funcionan perfectamente, sonrió Luna. Puede que a los italianos no les guste mucho, pregúnteselo.

En aquellos críticos momentos, la aviación republicana nos prestó una gran ayuda. Atacaba con sus bombas y con sus ametralladoras al enemigo. La infantería adversaria apenas si avanzaba. En cuanto a sus tanques, o bien habían sido destrozados por los cañones de los carros republicanos o se habían atascado definitivamente en aquella masa líquida de arcilla, agua y nieve los bombardeos eficaces de nuestra aviación mantenían la moral combativa de las tropas republicanas.

Como resultado de la jornada, todos los ataques fueron repelidos con grandes pérdidas en hombres y material. Aquel día los republicanos no perdimos ni un tanque, ni un solo avión. Por primera vez se tomó gran cantidad de material a los italianos: varios camiones con munición, cañones y ametralladoras en perfecto estado.

Al atardecer, el enemigo hubo de replegarse a la línea Trijueque-Casa del Cobo. Pando decidió aprovechar la confusión reinante en las filas adversarias tomar Trijueque con el apoyo de la artillería y los tanques antes de que cayera la noche. Los batallones llegaron con los tanques hasta las primeras casas del pueblo, pero no pudieron tomarlo al oponer el enemigo una resistencia rabiosa. No obstante, aquello había sido un éxito. Para consolidarlo llegaron otros dos batallones de la 1ª Brigada de choque. Muy entrada la noche regresó Mario: había estado interrogando a los prisioneros. Estos dijeron que la moral de las tropas, en particular de la División Plumas Negras, era muy baja. En los tres días precedentes, los italianos habían sufrido considerables pérdidas en hombres, se habían agotado en combates encarnizados y continuos y se negaban a atacar. Uno de los oficiales pasados a nuestras filas contó que era oriundo de Nápoles, servía en la policía y, luego, en enero de 1937, había sido enviado como voluntario a uno de los batallones de la División Plumas Negras en calidad de jefe de compañía:

– Cuando nos reclutaron en Italia, decía emocionado el teniente, nos aseguraron que se trataba de un simple paseo militar. Ayudarán a restablecer el poder legítimo del general Franco, nos dijeron, y retornarán vencedores a la patria. Ahora, después de ver todos los horrores de esta maldita guerra, hemos comprendido contra qué hombres fuertes y valerosos luchamos. También hemos constatado que se baten y se juegan la vida por su tierra y por su pueblo. Y nosotros, ¿por qué peleamos? Qué tenemos que ver en España? Absolutamente nada. Por eso decidimos pasarnos en grupo. Mario, con el teniente y otros italianos pasados a nuestras filas, se dirigió a la emisora de radio. El comisario de la brigada organizó con ellos una emisión destinada a los soldados del adversario. Después de esto, se pasaron a nosotros otros dos grupos de italianos de la División Plumas Negras.

…El 13 de marzo, el mando republicano ordenó a la división de Líster que reanudase la ofensiva sobre la línea Trijueque-Casa del Cobo y tomase estas localidades. Agotados por los tres días de incesantes combates y sin apenas comer, los soldados de la división se tambaleaban. Pero no podíamos darles siquiera un breve descanso, ya que ello permitiría a los italianos establecer puntos de apoyo y núcleos de resistencia en Trijueque, Casa del Cobo y Palacio de Ibarra.

La 2ª Brigada debía atacar en dirección a Trijueque a lo largo de la carretera de Francia y la 1ª Brigada de choque desde el Sudeste. Las acciones de estas brigadas eran apoyadas por el fuego de uno de los grupos de artillería. La 11 BI tenía como misión tomar Casa del Cobo. La brigada debía iniciar el ataque 30 minutos antes de que comenzase la ofensiva de las otras unidades con el fin de distraer la atención del adversario del sector de Trijueque. La 12 BI debía atacar el Palacio de Ibarra.

La mañana del 13 de marzo estuvimos ocupados en la preparación de las tropas para el ataque a Trijueque y Casa del Cobo. Era sumamente difícil, pues los jefes y comisarios de los batallones se sentían fatigados de los incesantes combates. Incluso Líster, hombre fuerte, de una energía inagotable, estaba extenuado. Y no faltaban preocupaciones. Por la noche zumbaban los motores de los camiones que traían municiones, armas y víveres. Todo era distribuido con rapidez entre las brigadas y los batallones. El propio Líster controlaba la labor. Se le podía ver por todas partes… Aquellos días Líster se había encorvado, adelgazó y sólo sus ojos negros brillaban bajo sus espesas cejas. Veía fatigados a sus hombres y sentía no poder concederles un descanso.

Todos nos disponíamos para la ofensiva… Antes del ataque, Pando y yo nos acercamos a una compañía de tanques situada en un pequeño olivar. El jefe de la unidad, en un ruso correcto, informó de la preparación de la compañía para las acciones. Las tripulaciones, con monos azules de verano y cascos, se hallaban formadas al pie de los carros. Los tanquistas nos miraban sonriendo jovialmente… La compañía se había vuelto internacional y en sus tripulaciones combatían rusos, polacos, checos, españoles. La moral combativa de los tanquistas era buena y el material se hallaba en excelentes condiciones.

…Media hora después volvimos a nuestro observatorio. La comunicación con los batallones de primera línea se había establecido ya y con las demás unidades se mantenía por medio de motoristas y enlaces a caballo. El jefe de EM informó a Pando de que las tropas se hallaban preparadas para el ataque y a la hora fijada aparecieron en el cielo los aviones republicanos. Los italianos no esperaban a nuestra aviación con semejante tiempo de lluvias y nieblas. El adversario sintió pánico. Y pronto nuestra artillería empezó a abrir un fuego intenso sobre el dispositivo italiano. La infantería y los tanques se lanzaron a la ofensiva. Los tanquistas atacaron sobre la marcha a las tropas que defendían los accesos de Trijueque y, tras de un ligero tiroteo, entraron en el pueblo.

Con los tanques se infiltraron también los soldados de las unidades de vanguardia de la 2ª Brigada. Se entabló un encarnizado combate casa por casa. El sorpresivo ataque de los tanques y la infantería desconcertó al adversario: los fascistas saltaban de las trincheras y huían presos por el pánico. No obstante, nuestros tanquistas no pudieron actuar allí debidamente. Viejos y estrechos callejones de casitas pequeñas dificultaban la acción de los tanques. Los carros se agolpaban, se formaban embotellamientos y se perdía un tiempo precioso. Y, si se agrega que los bombardeos efectuados la víspera por nuestra aviación habían dejado las callejas llenas de escombros, podemos imaginar los obstáculos que se alzaban ante los tanquistas republicanos.

La infantería italiana, aprovechando las condiciones tácticas favorables, comenzó a lanzar desde las ventanas de los desvanes sobre nuestros carros antorchas encendidas, hechas con viejos trapos impregnados con gasolina o petróleo y botellas de líquido inflamable. Los tanquistas se vieron obligados a dejar de momento Trijueque y volverse a la carretera de Francia. Abrieron fuego contra las baterías italianas y luego, con sus orugas, aplastaron las piezas que habían quedado con sus remolques.

Después de que los batallones 1º y 2º ocuparan las afueras del Este y el Sur del pueblo, el jefe de la brigada tomó la decisión de introducir en combate a las unidades de segunda línea que, efectuando un movimiento envolvente en profundidad, asestaran el golpe principal desde la retaguardia del enemigo. Como no tenía sentido asaltar Trijueque desde el sur, ya que los italianos habían concentrado allí sus principales medios de fuego y efectivos, el capitán García, jefe del 1º batallón, decidió atacar al adversario desde el noroeste, desde Valdearenas, dando orden a las secciones de ametralladoras de proteger a las tropas republicanas del lado de Valdearenas y asegurar la acción de las compañías de vanguardia; decisión aprobada por Pando.

Cuando el batallón del capitán García se hallaba ya en camino Mario y yo le dimos alcance. En la marcha, el capitán situó por delante a una compañía de infantería reforzada con una sección de ametralladoras. Esto cogió por sorpresa a los fascistas, que empezaron a correr presos de pánico de una casa a otra y caían bajo el mortífero fuego de la fusilería y de las ametralladoras. En una hora  quedó limpia la parte noroeste y norte del pueblo. Pero el enemigo seguía manteniendo encarnizados combates en el extremo sureste de la población. García y yo nos proponíamos entrar en el pueblo cuando, de pronto, asomó una columna de italianos detrás de una altura. Me dio la impresión de que el jefe de la columna en aquellos momentos desconocía lo que ocurría en Trijueque. Los italianos marchaban en columna de cuatro en fondo sin vanguardias ni descubierta. Yo le dije a García:

– Capitán: siga dirigiendo al batallón. Mario y yo iremos donde Luna para prevenirla del avance de la columna italiana. Descendimos de prisa de la cota al lugar donde se hallaba la compañía de ametralladoras. Con cuatro palabras informé a su jefe de la cercanía de los italianos:

– Hay que recibir al enemigo como es debido. Desconoce nuestra presencia y efectúa la marcha sin vanguardias, es conveniente dejar pasar a la vanguardia de la columna y, cuando los fascistas se metan en la bolsa de nuestro campo de tiro, disparar frontalmente. En cuanto los fascistas empiecen a desplegar en orden de combate y se dispersen hacia los lados, abriremos fuego con las ametralladoras de los flancos. Luna afirmó con la cabeza:

– Ahora les daremos una buena fiesta. Llamó al segundo jefe de la compañía y le dio orden de emplazar las ametralladoras.

– Corre donde la primera sección y explícaselo todo como es debido, insistió Luna. Yo me quedaré aquí con Pablito.

Mientras Luna y su segundo emplazaban las máquinas y señalaban a cada escuadra su misión, las vanguardias del batallón fascista llegaron a la altura de la ametralladora que debía dejar pasar a toda la columna sin abrir fuego. Los sediciosos iban despreocupados sin sospechar el peligro que les acechaba. Las guerreras desabrochadas, los fusiles terciados con abandono a la espalda. Al ver con los prismáticos cómo se metían en la ratonera, nos sentimos preocupados por nuestros muchachos: ¿tendrían paciencia para aguantar? Les bastó. Más de la mitad de los italianos se hallaban ya en la zona de fuego de nuestras ametralladoras. Mario me susurró al oído:

– Marchan tranquilos como si fuesen a que el papa de Roma les diese la bendición.

– Bien, que vayan, comentó Encarnación, la jefa de la compañía de ametralladoras. Ahora recibirán la bendición, pero no la del papa, sino la nuestra. De pronto vimos que los italianos cambiaban la estructura de su columna. O lo habían planeado así o se olían el peligro que les amenazaba. Como quiera que fuese, la suerte del combate la decidían segundos.

– Encarnación, me dirigí a Luna, antes de que desplieguen en orden de combate, da la señal a todas las máquinas de los flancos de que abran fuego.

Luna sacó la pistola de señales y lanzó un cohete rojo. Aún no se había acabado de esparcir el fuego de la señal en el cielo cuando empezaron a sonar largas ráfagas de cuatro maxims. ¡La que se armó! Los fascistas corrían en todas direcciones, pero en todas partes se encontraban con el mortífero fuego. Un grupo, al mando de un oficial, empezó a replegarse pero les salió mal. La ratonera se cerró. También por su retaguardia esperaban a los fascistas nuestras ametralladoras. Desesperado por salir del cerco, un brigada patilargo reunió a un grupo de soldados y lo lanzó al asalto de la ametralladora del extremo. Aquello era ya la agonía. Los fascistas avanzaban dejando a muertos y heridos en su camino. El miedo y la desesperación los empujaban adelante. El brigada corrió hacia el emplazamiento, arrojó una granada y la maxim se calló. Locos de alegría, los fascistas se lanzaron entre alaridos a la brecha pensando que iban a salir del cerco. Pero en aquel momento se produjo algo imprevisto.

Cuando los restos del batallón enemigo habían casi logrado desprenderse de nuestras tenazas, aparecieron aviones italianos. El mando del Cuerpo italiano tenía conocimiento de que los republicanos atacaban Trijueque por la retaguardia y la aviación recibió orden de atacar a las unidades republicanas. Los pilotos italianos tomaron por republicano al batallón que había caído bajo el fuego de nuestras ametralladoras y empezaron a bombardearlo y ametrallarlo desde el aire. A través del estruendo del combate, Mario gritó:

– ¡Magnífico! Ahora, cuando lleguen a su base, informarán de haber aniquilado a los atacantes republicanos. ¡Ja, ja! Atacaron a sus fuerzas propias…

Según supimos luego, de aquel batallón no quedaron más que las plumas. Yo contemplaba a los vencedores –a Luna, a Mario y a Pando– y me regocijaba: ¡qué gente tan formidable combatía por España! Todos ellos habían luchado en el Jarama, donde los soldados, los mandos subalternos y los oficiales, en una situación muy difícil, habían vencido a un enemigo muy superior. Los jefes y los comisarios crecían a ojos vistas. La audacia, el valor, la habilidad, el ingenio y la astucia se incrementaban de un combate a otro. Habían aprendido a prever, a sentir y a comprender los objetivos del combate, la idea del mando superior y la situación creada, apreciaban realmente las fuerzas del adversario, las posibilidades de empleo de las reservas. En este sentido era característico el ejemplo de Pando. El plan para la toma de Trijueque era digno del mayor elogio.

También combatió con capacidad el capitán García, jefe del 1º batallón. La maniobra de envolvimiento, realizada con éxito por su batallón, decidió la suerte del combate por Trijueque. El enemigo no esperaba que apareciesen los republicanos por aquel lugar y tuvo que replegarse. La Brigada pudo tomar el pueblo con pérdidas mínimas…

Hacia las 18 horas, nuestra infantería alcanzó la línea fijada y llegó a las afueras de Casa del Cobo. Los combatientes no pudieron seguir avanzando: yacían en el agua y el barro, mojados y rendidos.

Al amanecer el nuevo día se reanudó el combate de la víspera. La batalla por la República continuaba y nosotros proseguimos la ofensiva.