Bio Conny Anderson
Un socialdemócrata sueco combatiente en España
Conny Anderson había nacido en 1914 en Örebro, localidad situada en el centro de Suecia, en el seno de una familia de pequeños empresarios; pero la muerte prematura de sus padres obligó a Conny a tener que trabajar en diversos oficios desde muy joven.
Llegó a España a principios de 1937. Pocos días antes, el 19 de diciembre,Olle Meurling, un joven de Uppsala había caído en Boadilla, en el frente de Madrid. Su muerte impactó fuertemente en el mundo sindical sueco, uno de los que se habían movilizado de forma más temprana y generosa ante la sublevación militar, pronto convertida en agresión fascista internacional a la República española.
También impactó en Conny, que había estado trabajando en el Comité de Ayuda Sueca a España de Estocolmo fundado por el socialdemócrata Georg Branting. Nunca se podrá encomiar demasiado la labor solidaria jugada por estos Comités suecos que, entre otras muchas cosas, crearon un Hospital en Alcoy.
Conny ingresó en el batallón Thälmann de la XI BI mientras esta se recomponía en Murcia de las duras pérdidas sufridas en enero durante la batalla de la Carretera de la Coruña. Con las energías recuperadas, la XI BI llegó a Morata de Tajuña el 11 de febrero, dispuesto a detener el avance de las tropas franquistas sobre la carretera de Valencia, y más allá, sobre Alcalá de Henares. Así cuenta Conny su primera experiencia de combate:
Llegamos a Morata de noche. Tras dormir un poco nos ordenaron estar en formación muy temprano. Estábamos bastante nerviosos, ya que nos dijeron que íbamos a pelear con los moros y la Legión Extranjera. Tuvimos que caminar un par de kilómetros. Aquella fue una mañana agradable, y se oía cantar a los pájaros. El batallón francés (André Marty) había estado por allí el día anterior pero ya se había retirado. Nunca los vimos. Tal vez habían retrocedido en los flancos, por lo que acabamos de llenar el espacio vacío. La batalla se nos vino encima de forma inesperada.
De pronto dejamos de escuchar el canto de los pájaros. Comenzamos a marchar pegados al suelo, en columna de combate, como si fuéramos en vanguardia. El terreno era boscoso y con colinas. Comenzamos a percibir fuego de fusilería, pero no veíamos al enemigo. Luego pensamos que los nervios nos habían podido y los grupos se fueron incorporando. Al descender por el otro lado de la colina pudimos ver el Jarama. Pero fue entonces cuando nos metimos en un pequeño infierno. El fuego de ametralladoras se concentró en nosotros, con disparos de frente y de los flancos… Nos pusimos a cubierto detrás de unos árboles, donde las ametralladoras no podían ya alcanzarnos… A mi lado comenzaron a disparar algunos compañeros y vi caer algunos soldados contrarios…
Tuvimos que volver a las trincheras, lo que suponía correr un centenar de metros campo a través bajo el aluvión de balas de las ametralladoras. Un marinero de Kalmar, Ivar Karlsson, me templó los nervios… Había traído una cantimplora llena de coñac y me dijo: ‘Para sobrevivir, siéntate y toma un sorbo. Luego tienes que correr como para huir del infierno. Ya nos veremos’. Muchos compañeros cayeron ese primer día. Pero tuvimos el apoyo de las ametralladoras del batallón Edgar André… La batalla continuó hasta toda la noche. Luego nos echamos en las trincheras. No eran trincheras en sentido estricto. El terreno era demasiado duro y tratamos de cavar por turnos, pero conseguimos profundizarlas un poco.
En el Jarama las brigadas españolas e internacionales interpusieron, al grito de ¡No pasarán!, un muro infranqueable al avance franquista. Allí cayó una buena parte de la crema de su Ejército colonial de África. Y allí también cayeron numerosos voluntarios venidos de todos los rincones del mundo. Hace poco, el 20 de febrero, rendimos homenaje a los 64 miembros del batallón Dombrowski caídos en las colinas de Arganda.
Los hombres del Thälmann defendían la zona de la Casa de la Radio y aguantaron con entereza las acometidas de los moros de Barrón y de los legionarios de Sáenz de Buruaga. Tuvieron que retroceder algunos centenares de metros, pero impidieron el avance fascista sobre Arganda y Morata y el corte de la carretera de Valencia.
De los 51 escandinavos que combatieron en los batallones Edgar André y Thälmann solo sobrevivieron 15.Entre los suecos caídos en el Jarama hay que mencionar a Torsten Holm, de Sundbyberg, a los marinos de Gotemburgo, Henry Olsson y Rune Sebastian Eriksson, (muertos cuando ayudaban a evacuar a un compañero herido) y Robert «Lapp» Lundström, de Arjeplog, un revolucionario que había vivido en América del Sur.
Durante la mañana del 21 de febrero, escribe Antony Beevor en su libro sobre la guerra de España, la compañía escandinava del batallón Thälmann aprovechó un momento de tregua para hacer más profundas sus trincheras y cortar ramas para el camuflaje. Había dejado finalmente de llover. Conny Andersson, un sueco superviviente de la batalla, describió la escena. ‘El sol de la mañana acariciaba nuestros rostros terrosos y secaba lentamente las mantas húmedas de rocío’. Algunos hombres gatearon, en busca de café, hacia un gran depósito de color verde que habían traído hasta la línea del frente y les alargaron dátiles y galletas. ‘Dormitábamos al amor del sol, hablando de naderías, enrollábamos las mantas que ya estaban secas o limpiábamos los fusiles y preparábamos la munición. Un alemán que chuleaba con un casco para provocar a los francotiradores fue despachado a la eternidad con un disparo de profesional. Los camilleros le recogieron en silencio, bajaron a la carretera y lo echaron a la fosa común’.Aquel mismo día llegaron algunos austriacos para reforzar la segunda compañía del batallón: ‘Todos eran valientes y cordiales, y llevaban puestos chalecos de piel de cordero. Allí donde fuesen llamaban la atención o, por lo menos, la llamaban sus chalecos. Los hombres los contemplaban con ojos codiciosos pensando en el frío que se pasaba haciendo la guardia en las primeras horas del amanecer’.
Pero la dura experiencia de la guerra le llegó a Conny el 26 de febrero, tal como contó años después:
De pronto me di cuenta de que el día iba a ser duro. Ya antes del mediodía las balas rompían en la tierra de las trincheras y golpeaban como cuchillos. Una llegó a rozar mi mano. Por la tarde sufrimos un fuerte ataque. Yo estaba cargando mi fusil y se me cayeron los peines. Fue una suerte, ya que, al agacharme, cayó una granada en la trinchera. Yo llevaba un casco de tipo Adrián, francés, que tenía una especie de cresta. La granada arrancó la cresta y la metralla me dio en la nalga izquierda. Tuve también una pequeña herida en el brazo. Un francés y un belga que estaban a mi lado murieron. Me envolvieron en una manta y me llevaron a la carretera, donde esperaron a los sanitarios… Me intervinieron en un hospital de campaña situado a unos 10 kilómetros del Jarama. Había una escasez de tranquilizantes. El doctor puso un cigarrillo en la boca. Me miró. Yo no podía entender lo que estaba diciendo. Creo que era polaco o yugoslavo. Luego se puso a extraer las piezas de metralla. Mi convalecencia fue larga, ya que la herida no quería sanar y se infectaba. Estuve en Orihuela hasta mayo. Luego volví a Albacete, donde se necesitaban hombres para una batería antitanque. Me apunté al servicio como otros escandinavos. Algunos se habían unido a grupos guerrilleros.Ya no volví a estar con la gente del Thälmann.
Conny Andersson fue enviado al frente de Córdoba con la XIII BI, que había estado combatiendo primero en Teruel, luego en Motril y Sierra Nevada, y finalmente en el norte de Córdoba, en la llanura situada al norte de la línea fascista situada entre Peñarroya y Fuenteobejuna.
A finales de junio la XIII BI fue trasladada al norte de Madrid para participar en la ofensiva republicana de Brunete. La brigada quedó literalmente diezmada en sus intentos de tomar Romanillos y, después, en su defensa a muerte del terreno conquistado al este del río Guadarrama. Conny fue herido por segunda vez durante un ataque aéreo. Fue evacuado al Escorial, después a Madrid y finalmente al hospital sueco-noruego de Alcoy. Los médicos dictaminaron que no podían curar la afección de los oídos, por lo que fue enviado de vuelta a Estocolmo.
Conny siguió apoyando allí la causa republicana y, durante el resto de su vida, se mantuvo fiel a la lucha por un mundo más justo, la misma causa que le había llevado a combatir en España.