Comuna de Paris 1

El batallón Comuna de París – I

Ofrecemos, en este año del 80º aniversario de las Brigadas Internacionales un relato inédito en España. Fue escrito por Louis… un voluntario del batallón Comuna de París que cuenta su experiencia en ese batallón desde su creación en octubre de 1936, integrado en la XI BI, hasta su inserción en la XIV BI, la Marsellesa, en junio de 1937.

Vamos a ofrecerlo en tres tandas: la primera se refiere a las circunstancias en las que Louis decidió involucrarse en la lucha contra el fascismo en España, el viaje a España, la formación en Albacete y la Defensa de Madrid hasta principios de diciembre de 1936.

Este documento fue extraído de los Archivos Estatales Rusos (RGASPI), que nos permite llegar directamente a una documentación hasta ahora desconocida. Pueden acceder a través de este enlace http://sovdoc.rusarchives.ru/#tematicchilds&rootId=94999

Agradecemos cualquier aportación que se pueda hacer en la identificación de este voluntario y, desde luego, el buen trabajo de traducción realizado por nuestra compañera Ana Soler.

Miembros del Comuna de París el 8 de noviembre de 1936 sobre la carretera de La Coruña, cerca del puente de San Fernando

PARÍS

¿Cómo había llegado al Partido Comunista? No sabría decirlo: las luchas reivindicativas, la necesidad de agruparse en para resistir a la patronal le habían llevado al Sindicato. La campaña electoral de 1934 lo había acercado al PCF. Su inicio en la militancia le había parecido duro; hablar era un suplicio, pero pegar carteles, proteger a los vendedores de L’Huma,[1] levantar el puño cerrado contra las Juventudes Patriotas era normal. Las reuniones, el estudio, todo eso, inútil.

Poco a poco se había ido formando; las huelgas de 1936, el impulso del Partido lo habían convertido en secretario de célula. Estaba en la Escuela de Formación cuando estalló el levantamiento fascista en España. Todo su espíritu combativo lo empujaba a partir. Obstáculo: no hacían falta hombres, eran armas lo que se necesitaba. No es que tuviera espíritu militar. El servicio militar lo había terminado más o menos bien, más mal que bien, con la graduación de cabo y quince días suplementarios. No, pero los comentarios, los ecos de lo que estaba ocurriendo en España, le hacían comprender la necesidad de una ayuda eficaz.

No pudo partir hasta principios de octubre, cuando le informan de que puede emprender viaje. La última cita con su novia fue penosa: ella no comprendía su voluntad de irse. Tenía dos opciones ante sí: la felicidad al lado de una mujer con un oficio duro pero bien retribuido o la guerra con todo lo que supone de sufrimientos y penalidades. Escogió lo más difícil.

Se fue un sábado. Reunión en un café, donde se encuentra con un grupo de unos veinte jóvenes. Control de papeles, designación de un jefe de decena, cita en la estación de Lyon. Nadie se retrasa. Subida al tren, en ruta hacia Marsella. El jefe del grupo viene a su encuentro y le explica: “Tú serás mi adjunto; aquí está la lista de camaradas, si me ocurre algo, te dirigirás a tal calle, tal dirección en Marsella; preguntarás por fulano y explicarás lo que haya ocurrido. A partir de ahora ya no nos conocemos hasta Marsella”.

Louis se instala en un rincón. Cuatro de los chicos a los que había visto en el café sacan unas cartas y, durante un rato, se interesa por el juego. Después intenta dormir. Imposible: volvía a ver su vida, el camino que habría podido tomar. Sí, había hecho bien, no habría podido vivir feliz sabiendo que un día no había hecho lo que su deber de antifascista le ordenaba.

Recordaba la última entrevista con su irónico jefe, quien sabía de su viaje a España: “¿Desea tener un futuro, amigo mío? Créame, permanezca con nosotros, no se meta en política, yo le garantizo un buen puesto”. Su respuesta fue que él no aceptaba esas ideas. Volvía a ver a Germaine suplicándole que se quedara, su llanto. Y volvía a verse explicándole todo lo que sentía. Sí, había hecho bien.

Luego abrió los ojos, intentando descubrir algo en la fisonomía de sus camaradas que continuaban con el juego de “la belote”. [2]El que estaba más cerca de él, un rubio bajito, se llamaba Maurice; de aspecto muy juvenil, 20 años quizá, jugaba con entusiasmo. Camisa caqui, pantalón de pana, botas, era el benjamín del grupo. Su compañero, al que se echaba una bronca o se felicitaba según la marcha del juego, se llamaba Tatave. Alto y grueso, su vez estentórea imponía la calma de vez en cuando. Debía de tener unos… 25 años. Uno de sus adversarios, de rostro enrojecido, transpirando salud por todos los poros, había heredado el nombre de un antiguo Presidente de la República. Se reía con cada arrebato de Maurice. Los tres se conocían.

El cuarto, el responsable del grupo, era alto, corpulento, jugaba en silencio, elevando sólo la voz cuando tenía que informar de algo. Todos tenían en el rostro esa misma mirada decidida, de personas que saben lo que quieren, de gente que sabe enfrentarse a las situaciones. Eran simpáticos; su presencia allí bastaba para que así se lo pareciera a Louis.

Las maletas se abrieron y al juego de la “belote” le sucedió un refrigerio. Una vez hecho el inventario de existencias se compartió todo.“¿Quieres un trago, camarada?” Louis estuvo a punto de rechazarlo.“Vamos amigo, no te reprimas, le dijo Maurice, habrá ocasiones”.

Se había roto el hielo; Maurice, Tatave y Gaston eran del Distrito 14º; el otro, Marcel, era de la periferia. Hasta Marsella, donde llegaron a las 11, el viaje transcurrió sin incidentes.

MARSELLA

Louis, zarandeado a la salida, busca con los ojos a sus nuevos camaradas. Su responsable de grupo llega y le dice: “Bueno, coges a cuatro camaradas contigo y nos sigues a 50 metros, como si tal cosa”. Ahí están, deambulando por la ciudad. De pronto se da cuenta de que hay muchos pequeños grupos paseando como si nada. El encuentro con un vendedor de periódicos que vocea L’Action Française, le hace cerrar los puños. Paciencia, pronto estaremos con las armas en la mano…

Llegada al café: control, refrigerio, salida en taxi hacia el puerto. Llegada al puerto, paso rápido, enseguida llega un barco; algunos marineros pasean y observan a los muchachos que rápidamente escalan la pasarela. Louis se queda estupefacto al ver que ese barco, tan común, está lleno de jóvenes que saludan puño en alto. El responsable indica un lugar donde los hombres se instalan.

El Ciudad de Barcelona es el primer transporte marítimo de voluntarios internacionales. Hasta la noche llegarán de todos los rincones de Francia y de todos los rincones del mundo. Es la torre de Babel. Louis reconoce algunos compañeros de su distrito que habían partido unos días antes. Surgen exclamaciones del tipo: “¡Anda, tú también por aquí!…”, “Sabes, Fulano también está”…

Las conversaciones se animan, se puede charlar de buena gana. Llega un responsable: “Camaradas, si os preguntan algo, sois españoles, tenéis vuestros papeles de repatriados españoles, no contestéis a nada más”.

Hasta la noche, todo está tranquilo. A las diez el barco se hace a la mar. Una manifestación encabezada por una bandera roja viene a saludarnos. Y nosotros que habíamos tomado tantas precauciones… Un camarada recomienda calma, por nuestra seguridad. La Internacional llega desde el muelle…

LA TRAVESÍA

Louis y sus nuevos camaradas habrían querido responder: “Tranquilos, camaradas, tranquilos”. Louis intenta acercarse al comedor. El barco ha sido proyectado para 150 pasajeros y hay 800 a bordo. El servicio no funciona muy bien. Después de varios intentos, consigue sentarse. Demasiado tarde, camaradas, ya hemos distribuido todo. Vamos a daros un vale y seréis los primeros mañana por la mañana.

Louis apoya los codos en la borda y observa Marsella, que desaparece en la noche. Le entra el sueño y se tumba en el puente. Por la mañana se da cuenta de que un camarada lo ha tapado con una manta. ¿A quién dar las gracias? Recoge la manta y se la lleva a un joven que las apila en un armario.

El barco ha cambiado de nombre durante la noche. El día transcurrirá bastante bien. El mar está agitado. Louis está a proa y se encuentra bien. Algunos delfines vendrán a saludar a los antifascistas que se dirigen a España.

Louis tiene más suerte que la víspera. Consigue incluso “comer” con su chaqueta la ración de su vecino, por la sacudida de un golpe de mar demasiado enérgico del barco. Por la noche, reunión por nacionalidades; preparación del desembarco; consignas para la noche: nada de luces, nada de cigarrillos, zona muy peligrosa. La costa española queda a la derecha. El barco aumenta su velocidad. Otra noche sobre el puente. Por la mañana, un torpedero inglés escolta al barco. Es la entrada a Alicante.

ALICANTE

Desembarco en orden. El responsable alinea a los hombres. Louis recuerda su llegada al regimiento: ¡Qué diferencia! Aquí los rostros son alegres. Surgen canciones: La Joven Guardia, La Internacional, Los Partisanos. Es la respuesta a los manifestantes de Marsella. Atravesamos la ciudad: discursos, gritos, cantos, fotografías. Llegada a un cuartel donde los milicianos presentan armas. Refrigerio, descanso. Discurso del comandante del cuartel, comida. Atravesamos de nuevo la ciudad. Gritos, cantos, aplausos hasta la estación. Louis no ha visto nunca tanto entusiasmo.

El tren arranca con el canto de La Internacional. En cada estación observamos el mismo entusiasmo, los mismos gritos. La población aporta todo lo que tiene: uvas, bocadillos, vinos, licores. Es el delirio. Louis se pregunta cómo terminará todo. Ha probado el vino, es fuerte. Su responsable se levanta y en pocas palabras pide tranquilidad y dignidad a todos: “No hemos venido aquí para emborracharnos. Ya veis cómo nos aclama la población. Sed dignos de este entusiasmo”. Bravo, bravo… Algunos lo olvidarán, pero Albacete no verá demasiado los efectos de un entusiasmo vibrante.

ALBACETE

Estamos acantonados en el Cuartel del 5º Regimiento, en la calle de Salamanca. Por la mañana algunos graciosos han encontrado unos ornamentos sacerdotales que estaban en la capilla y nos hacen asistir a una misa al aire libre, en un latín comprensible para todos. Louis comparte la alegría de todos oyendo las bromas. La moral es alta. Se piden especialistas y gente con formación militar; nos organizamos.

Una compañía por nacionalidad. A Louis le asignan la 3ª Sección. Su Jefe de Sección es un peletero del Distrito 19º, secretario de una célula. Su Delegado es un fontanero, también del Distrito 19º. Su Jefe de Grupo, un cantante de Montmartre. Louis lamenta el tiempo que perdió en el ejército francés, su falta de voluntad para aprender. No se ha atrevido a decir que es cabo y se convierte en tirador de fusil ametrallador no muy seguro. Todo es un poco problemático: uniformes, calzado, armas…

La instrucción prosigue sin dificultades, siempre acompañados de “Bravos”. Un día, al volver de la instrucción, una tropa en orden disciplinado avanza: son los que llegan de Figueras, que han atravesado los Pirineos. Se van a alojar en la Guardia Nacional. Se forman los batallones: uno alemán, otro francés, polaco y un cuarto italiano.

LA RODA

Una sección del batallón sale para La Roda. Louis está en ella. Son 40 hombres, con André Jacquot de jefe, para preparar el acantonamiento. Durante cinco días, se hace un trabajo de Hércules: limpieza, reparaciones, paja, colchones, platos, calderos. Falta un poco de todo, pero la buena voluntad compensará. Todos se convierten en cocineros, camareros, ayudantes. Después de muchos gritos y protestas, todo al fin se calma. Por la mañana, Louis rumia, con algo de amargura, las reflexiones de los hombres, su descontento. Abandona sus pensamientos debido a una convocatoria de reunión. Jacquot, que manda la compañía, la reorganiza y se pone al frente de ella. Entrenamiento en los campos.

Un día Martín presenta al camarada Dupré, que mandará el batallón, y a Rebière, comisario político; después presenta al jefe y comisario de compañía. El batallón tiene tres compañías de fusileros, equipados en parte con un mono azul y en parte con un mono caqui. La instrucción se hace a fondo.

Unos días después llega la centuria Comuna de París. Está formada por todos los franceses que han pasado por Irún, San Sebastián, Mallorca. Se convierte en la compañía de ametralladoras. Los hombres están equipados como los soldados del ejército español: chaqueta corta y pantalón con botones en la parte de la pantorrilla. Como armamento, una ametralladora Saint Etienne y un centenar de fusiles españoles.

Louis conoce a Fredo, un chico del Distrito 14º que ha pasado por Mallorca: alto, bien constituido, con una cara sonriente, campechano. Lo presenta Tatave. Jules Dumont, que mandaba la centuria, se convierte en nuestro nuevo comandante. Dupré pasa a la Intendencia de Albacete.[3]

La instrucción se hace cada vez más dura: maniobras, marchas… Una mañana hay buenas noticias: han llegado unas cajas durante la noche. Louis se presenta voluntario para desembalarlas: son unos fusiles Remington. Se hace el reparto y todos se atarean en limpiar y desmontar. Todos se sienten más fuertes que la víspera: ya tienen fusiles.

Al día siguiente llega un nuevo contingente de hombres; las compañías están completas. En el mismo viaje ha llegado un lote de uniformes, seguramente arreglados de la guerra del 71, que se distribuyen entre todos. Louis tiene la suerte de recibir un pantalón y una camisa; otros obtendrán una chaqueta y otros se quedarán con el mono. Sólo una cosa es uniforme: la boina, una boina negra semejante a la de los cazadores alpinos. Algunos caprichosos se darán aires de “rompedores de platos”.

Todos han estado una vez en el tiro. El 3 de noviembre hay reunión en el patio. Marcel Sagnier, el jefe de la 2ª sección, da algunas explicaciones sobre el manejo de armas y toda la compañía hace maniobras. El resultado es lamentable. Empezamos de nuevo y conseguimos llegar a un resultado bastante aceptable. Louis se da cuenta de que no es el único que lamenta su escaso conocimiento militar.

Llegan Jacquot y Largentier y les hablan: “Camaradas, ha llegado la hora de irse. Espero que todo vaya bien y que haremos un buen trabajo”. Largentier carraspea, se pone de puntillas: “Camaradas, estoy emocionado”. Un cocinero lanza: “Viva Zému”. Su emoción es tan grande que le impide continuar. Buen chico este Largentier, siempre corriendo, queriendo contentar a todo el mundo sin satisfacer a nadie.

Inspección rápida: las correas de los fusiles están deterioradas; no hay cartucheras sino saquitos de tela. Louis ha visto en las ilustraciones a los caballeros ingleses con los mismos.

En marcha la estación. Son las 16h. Subimos al tren a las 22h. “Somos 40 hombres y 8 caballos”, murmura La Gourde (la cantimplora), un veterano que debe su apodo a su compañera inseparable. Es un antiguo reparador de tejados, enorme, que tiene un único enemigo: el médico. ¿Pues no quiso un día enviar a La Gourde al hospital? Había que ver su gesto de disgusto. “Este se imagina que he venido hasta aquí para ir al hospital. ¿Cómo es posible que esté permitido tener a semejantes gilipollas en un batallón como el nuestro?” La Gourde, en Francia, se cabreaba con los médicos cuando no le atendían.

EL VIAJE

Todos se amontonan en los vagones. “Silencio… Están lejos”, dice un gracioso. “Cierra el pico…” Louis está contento. Por fin, después de esperar tanto tiempo… Los comunicados anunciaban victoria tras victoria. Los hombres estaban nerviosos: “Vamos a llegar demasiado tarde, hemos venido para nada”.

Domecq distribuye la comida. Un consejo: dormir, ya que no sabemos lo que ocurrirá mañana. Hacia las dos de la mañana, cambio de transporte. El viaje continúa en camiones. La línea está ocupada; los camiones circulan en la oscuridad. La noche es glacial. Los más avispados se deslizan al centro. Imposible acostarse: 35 por camión. Louis consigue sentarse… Un codo en las costillas, un pie en la barriga. Hay que hacerse a la guerra.

VALLECAS

Al amanecer llegamos a Vallecas. Diez camiones se han averiado y llegarán más tarde. En un bar se vende un café bastante claro. Louis tiene la suerte de poder tomar una taza. No todos tienen la misma suerte. Salimos al campo. Louis se pregunta por el significado de esto. “Entonces ¿ya nos toca?”.

La 2ª sección va en vanguardia. Louis ve a “Los Gorilas”, pues cada grupo tiene un nombre: están “Los Cornudos”, “Los Gorilas”, “Los Chivos” (este es el grupo de Louis), “Los Niñatos”, “Los Marselleses”, “los Locos”. Louis ve a Los Gorilas que, desplegados, exploran el terreno. Una parada. La aviación está ahí. Combate aéreo; un avión italiano cae en llamas. Todos aplauden, como si estuviéramos en el cine. Venga, vamos, seamos serios. La marcha continúa.

Parada, nos instalamos. Delante, nada, la naturaleza. ¿Qué hacemos? Nadie sabría decirlo. Llega la cena y, con ella, la lluvia. La noche será movidita, se oyen disparos. ¿Por qué? Louis pregunta a un joven, un marsellés:

-“¿Por qué disparas?”

– “No lo sé, pero no soy más gilipollas que los demás”.

La lluvia cesa con el nuevo día. Louis, que conoce España por las novelas, se imaginaba mujeres con una rosa en el pelo, guitarristas, castañuelas. Pero no hay nada de eso. Por el contrario, hay lluvia, barro… Siente un cierto desprecio hacia los novelistas. Hacia las 9h una compañía del batallón alemán viene a relevar a la 1ª. Volvemos a Vallecas. El armamento se ha completado con ametralladoras españolas, algunas Maxim y Lewis y algunos fusiles checos. El armamento está completo: tres tipos de ametralladoras, cuatro tipos de fusiles, una decena de pistolas. Es todo el armamento del batallón. Por la tarde, ejercicio de lanzamiento de granadas. Louis duda un poco: estas latas de conserva con una mecha no le dicen gran cosa. Lo llaman granadas.

Maniobras, ejercicios… Esto marcha. El sábado por la noche subimos al tren, en ruta hacia Madrid.

MADRID

Llegada a la estación hacia las 5. El batallón se despliega delante de la estación. Hacia las 8h Dumont autoriza a cada compañía a ir a tomar un café; sección por sección, para evitar el desorden. Louis sale uno de los últimos; ya no queda café. Volvemos en orden. Kleber, jefe de la Brigada, está allí. Charla con Dumont. En marcha…

Desfile por las calles. Al principio la población madrileña mira asombrada; después estallan los bravos, los vivas. Louis se emociona, los rostros de sus camaradas reflejan la misma emoción.

La Joven Guardia”, “La Relève”, “La Internacional” constituyen el saludo del batallón Comuna de París a Madrid. Es la promesa de defenderlo. Louis lee eso en la mirada de todos. Siente que él también posee la misma llama que traza con letras de fuego una palabra, su voluntad de vencer. Sí, todos quieren vencer, y ellos lo prometen con el himno del proletariado que la multitud canta con ellos. El espectáculo se prolonga hasta el centro de la ciudad; los mismos “Viva” y los mismo gritos “Madrid no caerá”. El batallón se aloja en la Facultad de Filosofía y Letras.

LA CASA DE CAMPO

La 2ª compañía entra en acción el primer día [9]; intenta un golpe de mano en la Casa de Campo pero, mal preparado, se convierte en un desastre. Blanche, el comandante de la compañía, muere. Sus jefes de sección están gravemente heridos. Sólo queda una treintena de supervivientes.

Aquí se sitúa la historia de Chaparro: “Como tantos otros, era un analfabeto, abandonado por los gobiernos anteriores al Frente Popular. Era un campesino, sano, fuerte, antifascista hasta la médula y español cien por cien. En la Casa de Campo, Chaparro, consciente del peligro que supone para la compañía permanecer en la retaguardia esperando el momento de atacar, no puede resistir el deseo de ser más útil: se lanza a la primera línea donde los combatientes heridos gemían a pocos metros de los fascistas y, ofreciendo su pecho al enemigo bajo la metralla y los morterazos, salva a 23 heridos. En la última ocasión, al volver con un herido en la camilla, un obús revienta la cabeza del camillero que le ayudaba. Fue entonces cuando, con un impulso enérgico de verdadero antifascista, coge su fusil y sigue combatiendo frenéticamente”.

El resto del batallón está situado a lo largo del río Manzanares. La sección de Louis está enfrente del Palacete. Más lejos, a la izquierda, el batallón polaco Dombrowski.

Louis se encuentra con “La Gourde”, que lleva una decena de conejos en las manos, “recuperados” en un jardín… Quiere mejorar el menú ordinario… Llega Rebière, que ha leído a Tchapaiev: un discurso monstruo y un artículo en el periódico de la Brigada llaman al orden a la compañía. Lo cotidiano no ha mejorado: parece que los heridos de los hospitales apreciaron el guiso de conejo “La Gourde” con salsa “Rebière”.

Jacquot, el comandante de la compañía, cae herido. Durante dos días se negará a ser evacuado. El batallón recibe la orden de relevo. Jacquot es evacuado y Sagnier toma el mando. Esperamos el relevo en la niebla, y llega a las 6h. Marcha por la carretera… Dumont, Rebière, Fredo -que ahora manda la compañía de ametralladoras- y Sagnier charlan durante la marcha.

Aravaca [día 12]. La compañía se detiene; Sagnier sube a un montón de piedras: “Camaradas, Jacquot, que está levemente herido, acaba de ser evacuado. Nuestro comandante, el camarada Dumont, me ha confiado el mando de la compañía. Espero que a su vuelta pueda dejar la compañía en sus manos diciéndole: La primera compañía es realmente la primera, cuento con vosotros.”Largentier habla de los conejos, de la mancha que hay que borrar y de que haremos un buen trabajo.

Reunión de los jefes de sección. Louis Sagnier da explicaciones: aquí está la carretera, aquí la tercera, aquí la segunda. Primer objetivo: Húmera. Objetivo de la 2ª compañía: el Molino de Viento. De la 3ª: la Casa Blanca. De la 4ª: la carretera de Extremadura. En marcha.

MOLINO DE VIENTO

El avance es difícil. Los fascistas, bien protegidos detrás del muro de la Casa de Campo, disparan a placer. Húmera se alcanza sin apenas daños. Louis, que había conseguido un impermeable, se deshace de él. Pesa demasiado. Muchos le imitan. Reagrupamiento de las fuerzas. Adelante, hacia el segundo objetivo.

La aviación sobrevuela. Bravo… es la nuestra… “Mira, hacen señales”. Efectivamente, estelas blancas surcan el aire. Louis se pregunta si es un signo de alegría. Estupor… pronto llega la explicación: los aviones les ametrallan. La compañía enloquece. Unos 30 de la 3ª son alcanzados. Se arma un follón increíble. ¿Dónde meterse? Louis, lleno de inquietud, busca un agujero.

Un hombre se encarama sobre el talud; es Sagnier: “Venga, muchachos, es el momento de demostrar que tenéis cojones”. Maurice, del distrito 14º, grita: “Tenemos los mismos que tú”. “Demostradlo; situaos en línea a lo largo del talud. Partiréis cuando suene el silbato”. De un salto, la compañía se alinea. Llega una ráfaga. Un silbato: todos corren; otro silbato: al suelo. Otra ráfaga: “Vamos, todos detrás de la cresta”.

La 1ª pasó sin pérdidas: Sagnier ha ganado confianza. Los Dombrowski, a la izquierda, han sido castigados: unos 50 hombres yacen caídos en una zanja. Es la primera vez que Louis ve muertos y heridos. Se le encoge el corazón. “Vamos, chicos…”.

Dos tanques llegan y cruzan la línea. Bravo, bravo… Louis les sigue, agachando un poco la cabeza. Parada. Los tanques han huido vergonzosamente bajo los abucheos de los artilleros que redoblan los esfuerzos. Imposible pasar la cresta. Louis dispara hacia una casa que escupe fuego. Dumont llega e inspecciona la línea. El batallón se quedará ahí. A la izquierda, al Dombrowski y al Edgar André no les ha ido mejor. Llegan noticias de que el molino se ha derrumbado encima de Yolet, el auxiliar del batallón, y de todo el enlace. A Louis le gustaría ir a ver.

Sagnier llega y habla de unas ametralladoras abandonadas por los polacos. François, un antiguo legionario que es el ayudante del jefe de sección de la 3ª, le pregunta a Sagnier: “¿Vamos?” Entonces, de un salto, se lanzan los dos al camino. La ráfaga enemiga no les alcanza. Louis los sigue con los ojos. Después nada más. Un ruido metálico y ya están los dos disparando una Maxim. Tienen el rostro enrojecido, están muy atareados con la máquina. Sagnier, que ha recuperado una caja, la abre: “Mierda”, se ha equivocado. Es una caja de herramientas. Charlot llega con una caja. Estupor de nuevo. Ninguno de ellos sabe manejar la Maxim. Fredo viene a sacarles del apuro y la Maxim empieza a participar en el concierto. Masson, delegado de sección, echa una bronca a François y a Sagnier: “¿Y si os hubieran matado?” Respuesta: “¡Cállate!” Llega la noche y todos buscan un hueco donde guarecerse.

Al amanecer, nuevo intento. Nada que hacer. Todas las salidas están bloqueadas. Desde su polígono, los fascistas barren todas las posiciones. Los veteranos, los de la guerra del 14, dan consejos. Louis escucha y rápidamente se familiariza con las salidas y las llegadas. Por la noche sale una patrulla. Louis se presenta voluntario. Explicaciones y en marcha… Es la primera vez que sale. Son diez, caminan despacio, escudriñan la noche. Su emoción se va calmando, su corazón late menos y conseguirá volver en plena forma. Sin novedad…

A la una de la madrugada, el vigía alerta al jefe de puesto. “Observa la carretera con luces”. Sagnier pregunta si las han contado. Son refuerzos que avanzan por la carretera hacia Madrid. Un enlace sale corriendo. Atención, alerta al amanecer. Llega el día sin cambios. Se marca una señal en L para la aviación. Llega la aviación. Esta vez es la nuestra. “Mira, Louis, parece la Máximo Gorki’”. Gorki, Caproni… ambos terminan en i, pero no es lo mismo. “Retirad las señales, por Dios”. Los Caproni van a asesinar a los niños de Madrid.

Es la civilización fascista la que organiza un encuentro de aviación. Louis preferiría el de Vincennes, es más democrático. Esta noche… estad preparados. Se habla de un ataque más a la derecha. Pero hay una contraorden, volvemos a bajar a Aravaca. La compañía avanza en fila por la oscuridad. Louis tiene sed; una fuente le sonríe en la noche y se para a calmar su sed. Al reincorporarse, la fila ha desaparecido; debe de ser por aquí. Afortunadamente Dumont, que espera en Húmera, se ha dado cuenta: Louis llevaba al resto de la compañía hacia los fascistas. Este error ha retrasado la marcha. Aceleramos el paso.

Desde un puesto se dispara sin ninguna orden a esta masa que camina. Vissac, que ha sustituido a Sagnier en la segunda sección, se desploma. Un hombre ha tirado a bulto y la ráfaga alcanza a otros dos. Spartaco se destaca y grita: “No disparéis”. Spartaco, solo, se acerca y hablan; el error ha costado un muerto y dos heridos. Louis se ve obligado a calmar a algunos hombres, que “felicitan” al del puesto. Louis siente una gran fatiga. Pero en Aravaca, donde sirven un café con leche, se repone. Llega un camión con los heridos. Vissac grita: “No ha sido nada, chicos. En tres días vuelvo. Venceremos”.

La marcha se reanuda al amanecer. Parada en el puente de San Fernando. Kleber, jefe de la Brigada, está ahí y habla con Dumont. Reunión de los comandantes de compañía. La 1ª se instala en un bosquecillo que bordea la carretera. Louis, a pesar de la escarcha, se sienta y ve a Julot, que está discurseando. Julot es un yesero del distrito 15º. Entró en España con algunos camaradas por Irún, por el puente internacional; en Irún ha sido ametrallador. Vuelta a cruzar la frontera y desvío por Francia hacia Madrid, donde ha entrado a la centuria Comuna de Paris. Alto, esbelto, jugador de baloncesto de la Escuela de Deportes del distrito 15º… Es entusiasta y campechano; y jefe de sección en la compañía de ametralladoras. Nos cuenta lo que les había sucedido los días pasados:

Recibimos la orden de dirigirnos al puente de Piedra a la caída de la tarde. Pasamos la noche en una casa. Por la mañana, tras varios kilómetros de marcha, llegamos a un lugar peligroso. Maniobramos bajo la mirada de nuestro comandante Dumont y de su ayudante Yolet. Una vez franqueado el paso, continuamos. La marcha con nuestras ametralladoras era dura. Teníamos una idea fija: detener a los fascistas que avanzaban a Madrid.

A nuestra izquierda encontramos al coronel Galán. El comandante Dumont habló con este oficial. Tomaron las disposiciones necesarias. Nosotros aprovechamos para comer algo bajo unos arbustos. Luego, al retomar la marcha, hizo su aparición la aviación enemiga. La compañía de ametralladoras estaba demasiado lejos; el bombardeo ha retrasado la acción de la infantería. Vimos el Molino y continuamos pasando por una trinchera. Nuestro capitán nos obligó a dar media vuelta y a tomar posición en esa trinchera. Fredo, Pierrot, Bonizec y yo entramos en el Molino, donde se instaló el puesto de mando. Hicimos el informe y nos fuimos con el comandante Dumont. Apenas transcurridos unos 15 minutos, un obús entra por la puerta del Molino y mata a nuestro camarada Yolet y a todo el grupo de enlace.”

Louis ya no escucha más. Se da media vuelta y se duerme.

LA CIUDAD UNIVERSITARIA. FILOSOFÍA y LETRAS

Hacia las 11h el jefe de grupo despierta a Louis: “Vamos, date prisa, hay reunión”. Todavía adormilado, Louis ve que toda la compañía está agitada. Sagnier habla: “La situación es grave. El enemigo ha roto la línea. Tenemos que volver a la Ciudad Universitaria. Nuestra compañía va en cabeza, a la izquierda lo que queda de la 2ª, a la derecha el batallón Dombrowski y en reserva la 3ª. Tercera sección en cabeza, a la izquierda la primera, a la derecha la segunda. Primer objetivo: la Facultad de Filosofía, el pabellón que ocupamos [el día 8]. Segundo objetivo: la Casa de Velázquez. “Sé que estáis cansados, pero también sé que puedo contar con vosotros. Vamos a echarlos de allí”. “Bravo, bravo, a por ellos”.

Louis sale en primer lugar; se ha convertido en primer tirador. La marcha es rápida, Domecq empuja. Sagnier obliga a frenar: las dos secciones de ametralladoras no pueden seguirnos. Subimos muros, cuestas, caminos, una carretera. La Facultad de Filosofía está a 500 metros.

Empieza el fuego de artillería. Hemos aprendido la lección del Molino. Uno o dos silbatos y el avance continúa. El terreno se presta de maravilla a un ataque: es una zona de terraplenes. Una multitud de agujeros permite protegerse. A la artillería se añaden las descargas de fusilería, que vienen del frente y la izquierda.

Nuestra sección está a 25 metros de Filosofía, en la cuneta de la carretera. Domecq grita: “Calad bayonetas; lanzad granadas a las puertas”. Las granadas vuelan, la puerta tiembla. Una nube de humo se eleva; la puerta se inclina lamentablemente. “Adelante…” Louis corre. La puerta ha acabado de venirse abajo, los hombres disparan a bulto en los pasillos. Se lanzan granadas en las aulas. “Adelante…”. El tiroteo causa estragos. Se lanzan granadas al sótano. Louis se asoma a una ventana y ve a la segunda sección, que avanza para proteger el flanco derecho. Un hombre cae y muere. “Seguid, compañeros…” Los disparos repercuten con un ruido sordo, acompañados por el estallido de las granadas.

Llega Sagnier. “Rápido, fortificad”. Louis atrapa todo lo que encuentra: las obras de Kant, Voltaire, J.J. Rousseau, Víctor Hugo, Pascal, toda la filosofía, todas las literaturas del mundo sirven de muralla a los antifascistas. Jean-Paul, un delegado de la compañía de ametralladoras, reclama la presencia de Sagnier. Orden del batallón. Hay que anunciar que el edificio ha sido tomado. La banderola “Hospital Pasionaria” ondea en el tejado. Los obuses del 75 y 77 rebotan en la terraza y estallan más lejos. A lo lejos llega la 3ª. La Internacional, cantada por diez voces, va subiendo de volumen. Louis que la escucha bien, se conmueve por primera vez.

La Facultad de Ciencias, situada a la izquierda, está silenciosa, ocupada por la columna Durruti. Domecq va allí como enlace. Llega la 3ª compañía y sustituye a los chicos de los parapetos. Fuera, en una reunión, Sagnier explica: “Tenemos que continuar hacia la Casa de Velázquez. Vamos a formar dos secciones. Los que estén cagados de miedo, que no vengan. No queremos basura con nosotros”. Ya no se oyen los “bravos”, sino un reproche generalizado: “¡Pero bueno, atreverse a sospechar de la 1ª!”

Sagnier recomienda esperar y se desliza a lo largo del muro; habría sido un buen tirador. Avanza con saltos cortos y rápidos; echa mano de sus prismáticos y observa. La tierra está reventada a su alrededor, como un gran charco en día de lluvia. Vuelve de inmediato y envía un enlace al puesto de mando del batallón.

François sale hacia el edificio de Ciencias. Louis oye a Sagnier recomendarle que pida apoyo. Dumont llega poco después. Sagnier le explica la situación en pocas palabras: “Imposible avanzar, sería necesario un apoyo por la izquierda. Los hombres están agotados; desde las 18h de ayer sólo han tomado un café con leche”.

Se van los dos. Un enlace sale para la Brigada. “Volved y poneos a cubierto”. Louis se sienta. Algunos hombres se ponen las ropas que han encontrado. La Gourde alardea con un sable y, con solemnidad, se lo ofrece a Sagnier para el desfile bajo el Arco del Triunfo. Todos están alegres, se acabó la pesadilla de la noche anterior. Louis se queda dormido.

MEDICINA

Por la mañana llega la comida. Louis piensa de nuevo en las palabras de La Gourde: “En la guerra hay que dormir, comer y beber cuando se puede. Nunca se sabe lo que puede ocurrir”.

La compañía llega en pequeños grupos a la cuadra del campo de Polo.[4] Hay reunión de la compañía. Rebière está allí. Maurice Sauvart pide la palabra. Hace crítica de la compañía y concluye pidiendo la sustitución de Largentier. Prunier es elegido comisario de compañía. Prunier es un fabricante de estatuillas del distrito 7º. Viejo militante, de palabra fácil, tranquilo y amante de las citas. Belino le llama el “Pastor” y se quedará con ese apodo.

Jornada de reorganización. El resto de la segunda se une y forma la cuarta sección. Por la noche, alerta… El batallón Dombrowski, que ha atacado el palacete, ha fracasado. Contraorden, Edgar André ha ocupado su puesto. Al día siguiente, hacia las 16h, la compañía se reúne. Sagnier da explicaciones: “Tenemos que ocupar Medicina”. La cuarta sección en cabeza; la segunda por la derecha; la primera por la izquierda; la tercera queda en reserva. El ataque se hará en plena noche; hay que poner atención al enlace; no hay que hacer ruido.

La compañía marcha en columna de a uno hacia la posición de salida. Louis camina en silencio. Va pensando en las cartas, que están tardando mucho en llegar. No llegan noticias, a pesar de haber enviado la dirección. Masson ha tenido más suerte: ha recibido una carta de su mujer y de sus dos hijos. Toda la compañía la ha leído. Todos imaginaban ser Masson; todos eran felices con él. Masson, viéndole triste, le habla de sus hijos. Louis comprende que su presencia aquí es un acto mucho más grande que el suyo y admira a este hombre que, dejándolo todo, ha venido a ayudar a España. Su tristeza desaparece.

Ha llegado un batallón asturiano. El comandante explica a Sagnier que quiere atacar con nosotros. Spartaco traduce. Sagnier está de acuerdo: “Nosotros atacamos por aquí; él puede hacer lo que quiera por la izquierda. Un consejo: que evite disparar hacia nosotros”.

La Facultad de Ciencias nos plantea problemas. Proseguimos. La sección de Louis recibe la orden de ponerse en cabeza. Louis oye a Prunier hacer reproches a Sagnier por no quedarse en su sitio. “¿Dónde está mi sitio? ¿Aquí, en el centro? Mi sitio está delante, detrás, a un lado, en cualquier sitio donde sea necesario. ¿Has entendido? Así que silencio”.

La sección llega cerca de Medicina. Louis no sabría decir cómo comenzó todo: un disparo, después una descarga de fusilería, gritos, granadas… “Cerdos… Adelante muchachos… Es la lucha final… Adelante”. A la luz de los disparos Louis ve unas sombras que se agitan: es Domecq que está estrellando adoquines en una puerta. “Adelante…” Medicina ha sido tomada.

La segunda sección ha terminado, la cuarta también. La primera no ha podido entrar, se ha perdido en la oscuridad y está detenida a 200m. Se deslizará y vendrá a entrar por el Pabellón Central.Los asturianos han esperado demasiado. Comenzaron el ataque a las cinco. Su comandante ha caído y, a pesar del valor de los dinamiteros, no tomaron el Hospital Clínico.

Durante varios días habrá intercambio de fuego de ametralladoras de ventana a ventana. Después, el batallón es relevado por el André Marty. Nos vamos a descansar.

FUENCARRAL

Relevo de la 1ª compañía. Al día siguiente se instala en El Goloso.[5] Es la una de la mañana cuando llegamos a unas salas inmensas completamente vacías. Los hombres que dormían sobre colchones de paja protestan. Explicaciones de Sagnier y Prunier. Pasado el momento de mal humor, por la mañana, todos van a buscar un poco de hierba, de paja. Por la tarde, Louis pide un permiso para ir de Fuencarral a Madrid. El recibimiento de los madrileños es formidable. Nuestra gente está muy emocionada. ¿Es por la acogida, la alegría, el vermut? Toda una mezcla difícil de digerir.

Por la mañana Sagnier reprende a los más ruidosos y presenta a Jacquot, que ha vuelto y se reincorpora a la compañía. Sagnier se convierte en ayudante del batallón. Por la noche, cine: Tchapaiev y otra película bastante complicada. Louis ha oído hablar de Tchapaiev. La situación que está viviendo le hace comprender mucho mejor algunos aspectos que no había entendido antes.

Al día siguiente llegan refuerzos. La 2ª compañía se ha reconstituido con los nuevos. Los demás se reparten en las otras compañías. Louis es ascendido a cabo. Al día siguiente, reunión. Salida en camiones…

PERFUMERÍA GAL

La compañía avanza en segunda línea. Avance bastante lento. La 2ª compañía no ha podido salir por falta de armas. Después de horas y horas, todo el batallón llega a una fábrica, una perfumería. El batallón desaparece en las dependencias. Los más atrevidos abren los frascos y empiezan a darse fricciones. La Gourde, en pelotas, se deja masajear y frotar por todo el cuerpo. “Eh, chicos, mirad lo guapo que estoy; ni la duquesa d’Uzes es tan bonita como yo”. El ejemplo se contagia y Prunier pone fin al asunto. Todo está arreglado; el Socorro Rojo Internacional vendrá a recuperar la fábrica. La Gourde les ayuda y abronca a los que se han atrevido a friccionarse la cabeza. Nos vamos del lugar perfumado a La Paloma, un colegio de huérfanos.[6]

La lluvia nos acompaña. Nada más llegar, buscamos un refugio contra la aviación y la artillería. La 2ª compañía se nos une; ya tiene armas. Louis habla con Puyeo, que le cuenta cómo ha conseguido el milagro:

“El comandante Dumont me llama a su despacho: ‘Puyeo, hay que encontrar armas para los refuerzos’. En efecto, un centenar de compañeros a las órdenes del teniente Jomard esperan en El Goloso para incorporarse al batallón Comuna de París. Yo sé que no hay fusiles en Madrid y Dumont lo sabe mejor que yo. Salgo de La Paloma con un camión decidido a encontrar armas a cualquier precio. Llego a la Brigada. Un desorden total. Tras dos horas de espera me echan de allí. Parece que me están echando una bronca pero, como no entiendo el alemán, me callo.

Nicoletti me recibe mejor en Velázquez.[7] Tras dos horas de espera me explica que lo de las armas no es cosa suya. La única tabla de salvación es el Ministerio. Empiezo a ser conocido en la casa. El jefe de la cuarta sección me recibe con los brazos abiertos: ‘No hay ni un solo fusil, camarada’, me dice. Grito, casi lloro, como un niño que pide a su madre un caballo de juguete. ‘En cualquier caso, ve a ver al coronel Rojo. Él mismo te lo dirá’.

Me llevan a los sótanos del Ministerio, donde soy recibido por este oficial. Le explico la situación; me responde muy cortésmente con golpecitos en el hombro: ‘Ve a acostarte, son ya las dos de la mañana; volverás mañana. No hay fusiles’. Yo insisto cada vez con más fuerza. Entonces se sienta, coge un papel y escribe unas notas. Me lo entrega: ‘Toma; esto es una orden para obtener fusiles cuando los haya’. Ni el número de fusiles ni el nombre del depósito están indicados. Tengo la impresión de que se deshace de mí, pero seguramente él no sabe que yo conozco la situación de todos los depósitos de armas de Madrid. Voy al depósito de Venvers.[8] El responsable está tumbado en un rincón. ‘¿Qué quieres a estas horas?’ me dice cabreado. ‘Los fascistas están atacando duro y tengo una orden firmada por Rojo para llevarme todos los fusiles que haya aquí’. Mira la nota e intuyo que no sabe leer, me la devuelve. ‘Hay algunos fusiles en el cuarto de al lado’, me dice. ‘No te preocupes, camarada. El chófer y yo los cargaremos. Tú debes de estar cansado’. Hay 39 fusiles y una ametralladora. Lo cargamos todo rápidamente y nos vamos, olvidando entregarle la orden.

Depósito de Pacífico. El responsable está inquieto. ‘Mira, están atacando duro y hay 100 hombres esperando las armas. Me envía Rojo. Hay que encontrar 100 fusiles para salvar Madrid’. Me da todo lo que tiene, 54 fusiles, pero éste se ha guardado la orden en el bolsillo. Amanece. Voy a despertar al comandante, que me echa la bronca. No he comido ni dormido. Estoy muy mojado porque ha estado lloviendo, pero estoy contento: la compañía tiene armas”.

Por la mañana, de nuevo con sol, todos se ríen de esta aventura. Se organiza una reunión para pedir voluntarios: Sagnier es director de una coral que tiene muy buena pinta.

LA ALERTA

Una noche, un enlace llama a Jacquot al puesto de mando. Media hora más tarde tenemos reunión; vamos a relevar al batallón André Marty, que está en la Ciudad Universitaria. Hace un tiempo de perros. La marcha es rápida. Jacquot, en cabeza, dirige a los hombres. Louis oye charlar a Fredo y a Sagnier, que siguen con la compañía de ametralladoras: “¡Qué gilipollas! ¿Qué cálculos han hecho?” La primera llega a Filosofía, “¿Qué hay? Nada”. Debe ser en Medicina. Dumont está ahí: “Jacquot, avanza con tu compañía hasta allí”. Alcanzamos Medicina sin problemas. El comandante del batallón André Marty está entusiasmado. La 1ª se va para ayudar a una columna confederal en la Casa de Campo; luego vuelve a instalarse en Medicina.

Louis recibe una carta de Germaine, bastante corta pero muy simpática. El correo llega con bastante regularidad. Masson sigue compartiendo las cartas de sus hijos.

No habrá cambios hasta el nuevo relevo. Otra vez volvemos a Fuencarral, al Colegio Pablo Iglesias.

PABLO IGLESIAS

El batallón se distribuye por los pabellones. Las duchas funcionan a tope. Louis aprovecha la oportunidad encantado. El agua chorrea por su cuerpo. Permanecería ahí más tiempo si sus compañeros no lo expulsaran para ocupar su puesto. Llegan más refuerzos que se distribuyen en las distintas compañías. Seguimos haciendo instrucción. La 1ª compañía es una de las mejores del batallón.

Una noche, la famosa coral, que ha sufrido pérdidas, ofrece su concierto. Los aficionados se animan; el batallón está lleno de artistas. Al final ponen una película: “Los marineros de Kronstadt”. En el programa hay también bailarinas, pero brillan por su ausencia. Por turnos, las compañías pueden pasar una tarde en Madrid. El Servicio Sanitario les da recomendaciones y hay una distribución gratuita de preservativos. La Gourde, que no se pierde una, sopla en el instrumento y lo cuelga a la espalda de un compañero.

La 2ª, comandada por Sagnier, tiene dificultades para ponerse a la altura de las otras. Tras unos días, está presentable. André Marty viene a visitarnos; felicita al batallón con palabras sencillas y habla de los combates futuros. Llega una orden: en ruta hacia otros horizontes.


[1] Se refiere a L’Humanité, el periódico del PCF.

[2] Juego de cartas que se juega a cuatro.

[3] Henri Dupré era un miembro de La Cagoule, un grupo clandestino de ultraderecha algunos de cuyos miembros lograron infiltrarse en las Brigadas Internacionales. Desde su puesto de intendente, Dupré logró implementar numerosas acciones de sabotaje. Toda su labor de zapa la contó en el libro La Legion tricolore en Espagne. 1936-1939.

[4] Se supone que la reunión tuvo lugar en el Campo de Polo, situado a 1 km de Filosofía, donde estaba situado el puesto de mando del general Kleber.

[5] Probablemente se trata del Colegio de Huérfanos Pablo Iglesias (hoy en día Ciudad Escolar de San Fernando, en la carretera de Colmenar).

[6] Resultan extraños estos movimientos, desde Fuencarral a la Moncloa, donde estaba la perfumería Gal, para luego irse al Colegio de la Paloma, situado a más de 3 km de allí.

[7] Se refiere al cuartel que las BI han habilitado en un palacete de la calle Velázquez, 63, donde después se instalará la sede de la Inspección General de las BI presidida por Luigi Longo.

[8] Sic, en el texto en francés. ¿Podría referirse al depósito de Ventas?