De Paris a Madrid

De París a Madrid

El trayecto de los voluntarios internacionales narrado por ellos mismos

1. París

Louis *.[1] Batallón Comuna de París

¿Cómo había llegado al Partido Comunista? No sabría decirlo: las luchas reivindicativas, la necesidad de agruparse para resistir a la patronal le habían llevado al Sindicato. La campaña electoral de 1934 lo había acercado al PCF. Su inicio en la militancia le había parecido duro; hablar era un suplicio, pero pegar carteles, proteger a los vendedores de L’Huma,[2] levantar el puño cerrado contra las Juventudes Patriotas era normal. Las reuniones, el estudio, todo eso, inútil.

Poco a poco se había ido formando; las huelgas de 1936, el impulso del Partido lo habían convertido en secretario de célula. Estaba en la Escuela de Formación cuando estalló el levantamiento fascista en España. Todo su espíritu combativo lo empujaba a partir. Obstáculo: no hacían falta hombres, eran armas lo que se necesitaba. No es que tuviera espíritu militar. El servicio militar lo había terminado más o menos bien, más mal que bien, con la graduación de cabo y quince días suplementarios. No, pero los comentarios, los ecos de lo que estaba ocurriendo en España, le hacían comprender la necesidad de una ayuda eficaz.

No pudo partir hasta principios de octubre, cuando le informan de que puede emprender viaje. La última cita con su novia fue penosa: ella no comprendía su voluntad de irse. Tenía dos opciones ante sí: la felicidad al lado de una mujer con un oficio duro pero bien retribuido o la guerra con todo lo que supone de sufrimientos y penalidades. Escogió lo más difícil.

En la estación de Austerlitz

Cesar Covo. Batallón Thälmann

La estación de Austerlitz, como todas las estaciones, es un lugar público por excelencia. Los taxis se agolpan en la entrada, las taquillas en el hall, la gente en la sala de espera, muchos trenes llegan, muchos se van… pero ni rastro del nuestro.

Habíamos llegado demasiado pronto, por lo que tuvimos que buscar un restaurante para cenar. En otras circunstancias, y por precaución, habríamos evitado ir a ese restaurante y en su lugar habríamos escogido un bistró barato y discreto, pero aquella no era una noche normal sino muy especial. Aquella noche, el dinero no tenía ningún valor, o mejor dicho, no tenía el mismo valor para ese grupillo de jóvenes de ojos brillantes y aire misterioso, que llevaban como único equipaje un maletín.

…Una vez en el andén del metro de Austerlitz, volvían las inevitables peleas… Por fin salimos al hall de la estación, a la altura de la consigna aunque no teníamos nada que consignar… Nos perdimos en los sinuosos pasillos.

—Mira, es por ahí.

—No, por aquí.

—Así no vamos a ninguna parte, hay que preguntar.

—¡Silencio!, zanjó el responsable. Recordad la consigna: prohibido llamar la atención…

Kurt nos hace una señal, por fin… En marcha, tenemos que ir hasta allí, en silencio, y montar en el vagón cuya puerta está sujetando. Pero siempre en grupos pequeños. Nos acercamos a Kurt, que sigue sujetando la puerta, como la haría un chófer, con clase… Una vez sentados, escuchamos el sermón del gran responsable:

—Si lo digo yo, no tenéis nada que replicar. El responsable soy yo y sé lo que hay que hacer. No hay que llamar la atención, debemos pasar desapercibidos. ¿Y en lugar de eso? Todo el mundo viendo como nos peleamos como verduleros. Tengo órdenes expresas: los demás se van en el otro tren, dentro de veinte minutos. Hay que dispersarse, intentaremos incluso coger trenes pequeños para evitar cualquier sospecha. Estamos ocupando la mayor parte del vagón, es mucho, demasiado.

Kurt quería dispersarnos por otros vagones. Pero ante la resistencia silenciosa y más que evidente, no insistió… Él querría dispersarnos, que nos perdiésemos entre otras personas que ni siquiera eran de los nuestros. Mientras que en grupo, seguros, por fin podíamos aflojar la mandíbula, intercambiar unas palabras sin tapujos, mirar cara a cara al prójimo, con franqueza, sin desconfianza, conocer al fin a los que formaban ese grupo de amigos desconocidos, de camaradas, compañeros, socios. Todos elegidos por el mismo destino: la vida o la muerte.

2. El viaje a Marsella

César Covo. Batallón Comuna de París

El tren chirría ligeramente, parece que empieza a moverse, con esfuerzo intenta arrancar, el movimiento imperceptible del principio se precisa poco a poco, ya es obvio, el tren se mueve, avanza, las ruedas giran, las oímos golpear las crucetas de las vías de tanto en tanto, pluf… pluf… Aparentemente, las ruedas buscan su camino en el laberinto formado por travesaños que se presenta ante el tren. No debe equivocarse, como creía nuestro amigo Ilia, ha de encontrar el camino, el recorrido adecuado.

Ya es un hecho: nos vamos, nos hemos ido, hemos pasado la página, hemos quemado las naves, roto los puentes, la suerte está echada, nada volverá a ser lo que era. Las ruedas giran, gira la rueda y girará siempre en el mismo sentido, en el sentido correcto.  Nos vamos, iremos allí, a donde se decide el destino de la Humanidad.

Louis*. Batallón Comuna de París

Louis, zarandeado a la salida, busca con los ojos a sus nuevos camaradas. Su responsable de grupo llega y le dice: “Bueno, coges a cuatro camaradas contigo y nos sigues a 50 metros, como si tal cosa”. Ahí están, deambulando por la ciudad. De pronto se da cuenta de que hay muchos pequeños grupos paseando como si nada.

…Llegada al café: control, refrigerio, salida en taxi hacia el puerto. Llegada al puerto, paso rápido, enseguida llega un barco; algunos marineros pasean y observan a los muchachos que rápidamente escalan la pasarela. Louis se queda estupefacto al ver que ese barco, tan común, está lleno de jóvenes que saludan puño en alto. El responsable indica un lugar donde los hombres se instalan.

El Ciudad de Barcelona es el primer transporte marítimo de voluntarios internacionales. Hasta la noche llegarán de todos los rincones de Francia y de todos los rincones del mundo. Es la torre de Babel. Louis reconoce algunos compañeros de su distrito que habían partido unos días antes. Surgen exclamaciones del tipo: “¡Anda, tú también por aquí!…”, “Sabes, Fulano también está”… Las conversaciones se animan, se puede charlar de buena gana. Llega un responsable: “Camaradas, si os preguntan algo, sois españoles, tenéis vuestros papeles de repatriados españoles, no contestéis a nada más”.

3. Viaje a España

Travesía en barco

Louis*. Batallón Comuna de París

Hasta la noche, todo está tranquilo. A las diez el barco se hace a la mar. Una manifestación encabezada por una bandera roja viene a saludarnos. Y nosotros que habíamos tomado tantas precauciones… Un camarada recomienda calma, por nuestra seguridad. La Internacional llega desde el muelle… Louis y sus nuevos camaradas habrían querido responder: “Tranquilos, camaradas, tranquilos”. Louis intenta acercarse al comedor. El barco ha sido proyectado para 150 pasajeros y hay 800 a bordo. El servicio no funciona muy bien. Después de varios intentos, consigue sentarse. Demasiado tarde, camaradas, ya hemos distribuido todo. Vamos a daros un vale y seréis los primeros mañana por la mañana.

Louis apoya los codos en la borda y observa Marsella, que desaparece en la noche. Le entra el sueño y se tumba en el puente. Por la mañana se da cuenta de que un camarada lo ha tapado con una manta. ¿A quién dar las gracias? Recoge la manta y se la lleva a un joven que las apila en un armario.

El barco ha cambiado de nombre durante la noche. El día transcurrirá bastante bien. El mar está agitado. Louis está a proa y se encuentra bien. Algunos delfines vendrán a saludar a los antifascistas que se dirigen a España. Louis tiene más suerte que la víspera. Consigue incluso “comer” con su chaqueta la ración de su vecino, por la sacudida de un golpe de mar demasiado enérgico del barco. Por la noche, reunión por nacionalidades; preparación del desembarco; consignas para la noche: nada de luces, nada de cigarrillos, zona muy peligrosa. La costa española queda a la derecha. El barco aumenta su velocidad. Otra noche sobre el puente. Por la mañana, un torpedero inglés escolta al barco. Es la entrada a Alicante.

Llegada a Alicante

Louis*. Batallón Comuna de París

Desembarco en orden. El responsable alinea a los hombres. Louis recuerda su llegada al regimiento: ¡Qué diferencia! Aquí los rostros son alegres. Surgen canciones: La Joven Guardia, La Internacional, Los Partisanos. Es la respuesta a los manifestantes de Marsella. Atravesamos la ciudad: discursos, gritos, cantos, fotografías. Llegada a un cuartel donde los milicianos presentan armas. Refrigerio, descanso. Discurso del comandante del cuartel, comida. Atravesamos de nuevo la ciudad. Gritos, cantos, aplausos hasta la estación. Louis no ha visto nunca tanto entusiasmo.

El tren arranca con el canto de La Internacional. En cada estación observamos el mismo entusiasmo, los mismos gritos. La población aporta todo lo que tiene: uvas, bocadillos, vinos, licores. Es el delirio. Louis se pregunta cómo terminará todo. Ha probado el vino, es fuerte. Su responsable se levanta y en pocas palabras pide tranquilidad y dignidad a todos: “No hemos venido aquí para emborracharnos. Ya veis cómo nos aclama la población. Sed dignos de este entusiasmo”. Bravo, bravo… Algunos lo olvidarán, pero Albacete no verá demasiado los efectos de un entusiasmo vibrante.

4. Albacete

Louis*. Batallón Comuna de París

Estamos acantonados en el Cuartel del 5º Regimiento, en la calle de Salamanca. Por la mañana algunos graciosos han encontrado unos ornamentos sacerdotales que estaban en la capilla y nos hacen asistir a una misa al aire libre, en un latín comprensible para todos. Louis comparte la alegría de todos oyendo las bromas. La moral es alta. Se piden especialistas y gente con formación militar; nos organizamos.

Una compañía por nacionalidad. A Louis le asignan la 3ª Sección. Su Jefe de Sección es un peletero del Distrito 19º, secretario de una célula. Su Delegado es un fontanero, también del Distrito 19º. Su Jefe de Grupo, un cantante de Montmartre. Louis lamenta el tiempo que perdió en el ejército francés, su falta de voluntad para aprender. No se ha atrevido a decir que es cabo y se convierte en tirador de fusil ametrallador no muy seguro. Todo es un poco problemático: uniformes, calzado, armas…

La instrucción prosigue sin dificultades, siempre acompañados de “Bravos”. Un día, al volver de la instrucción, una tropa en orden disciplinado avanza: son los que llegan de Figueras, que han atravesado los Pirineos. Se van a alojar en la Guardia Nacional. Se forman los batallones: uno alemán, otro francés, polaco y un cuarto italiano.

Entrenamiento en La Roda

Louis*. Batallón Comuna de París

Una sección del batallón sale para La Roda. Louis está en ella. Son 40 hombres, con André Jacquot de jefe, para preparar el acantonamiento. Durante cinco días, se hace un trabajo de Hércules: limpieza, reparaciones, paja, colchones, platos, calderos. Falta un poco de todo, pero la buena voluntad compensará. Todos se convierten en cocineros, camareros, ayudantes. Después de muchos gritos y protestas, todo al fin se calma. Por la mañana, Louis rumia, con algo de amargura, las reflexiones de los hombres, su descontento. Abandona sus pensamientos debido a una convocatoria de reunión. Jacquot, que manda la compañía, la reorganiza y se pone al frente de ella. Entrenamiento en los campos.

Un día Martín presenta al camarada Dupré,[3] que mandará el batallón, y a Rebière, comisario político; después presenta al jefe y comisario de compañía. El batallón tiene tres compañías de fusileros, equipados en parte con un mono azul y en parte con un mono caqui. La instrucción se hace a fondo. Unos días después llega la centuria Comuna de París. Está formada por todos los franceses que han pasado por Irún, San Sebastián, Mallorca. Se convierte en la compañía de ametralladoras. Los hombres están equipados como los soldados del ejército español: chaqueta corta y pantalón con botones en la parte de la pantorrilla. Como armamento, una ametralladora Saint Etienne y un centenar de fusiles españoles.

…La instrucción se hace cada vez más dura: maniobras, marchas… Una mañana hay buenas noticias: han llegado unas cajas durante la noche. Louis se presenta voluntario para desembalarlas: son unos fusiles Remington. Se hace el reparto y todos se atarean en limpiar y desmontar. Todos se sienten más fuertes que la víspera: ya tienen fusiles.

…El 3 de noviembre hay reunión en el patio. Marcel Sagnier, el jefe de la 2ª sección, da algunas explicaciones sobre el manejo de armas y toda la compañía hace maniobras. El resultado es lamentable. Empezamos de nuevo y conseguimos llegar a un resultado bastante aceptable. Louis se da cuenta de que no es el único que lamenta su escaso conocimiento militar. Llegan Jacquot y Largentier y les hablan: “Camaradas, ha llegado la hora de irse. Espero que todo vaya bien y que haremos un buen trabajo”. Largentier carraspea, se pone de puntillas: “Camaradas, estoy emocionado”. Un cocinero lanza: “Viva Zému”. Su emoción es tan grande que le impide continuar. Buen chico este Largentier, siempre corriendo, queriendo contentar a todo el mundo sin satisfacer a nadie.

Inspección rápida: las correas de los fusiles están deterioradas; no hay cartucheras sino saquitos de tela. Louis ha visto en las ilustraciones a los caballeros ingleses con los mismos. En marcha a la estación. Son las 16h. Subimos al tren a las 22h.

5. El viaje a Madrid

Louis*. Batallón Comuna de París

Todos se amontonan en los vagones. “Silencio… Están lejos”, dice un gracioso. “Cierra el pico…” Louis está contento. Por fin, después de esperar tanto tiempo… Los comunicados anunciaban victoria tras victoria. Los hombres estaban nerviosos: “Vamos a llegar demasiado tarde, hemos venido para nada”.

Domecq distribuye la comida. Un consejo: dormir, ya que no sabemos lo que ocurrirá mañana. Hacia las dos de la mañana, cambio de transporte. El viaje continúa en camiones. La línea está ocupada; los camiones circulan en la oscuridad. La noche es glacial. Los más avispados se deslizan al centro. Imposible acostarse: 35 por camión. Louis consigue sentarse… Un codo en las costillas, un pie en la barriga. Hay que hacerse a la guerra.

John Sommerfield. Batallón Comuna de París

La carretera llevaba a Madrid. Era una buena carretera, amplia, recta, bien asfaltada, la arteria entre Madrid y el mundo exterior. Pasaba por pueblos pero apenas afectaba a sus vidas. La carretera era para nosotros la realidad; era la guerra y la revolución. Durante todo el día y toda la noche pasaban retumbando camiones de grandes dimensiones y largos coches de lujo con banderas que ondeaban vigorosamente desde los capós. Dentro iban sentados hombres con gorras de milicianos y capas de oficiales. Sus caras, que pudimos vislumbrar fugazmente en la aureola provocada por la velocidad, eran resueltas, amenazadoras. Ellos eran la guerra, la llevaban en sus cabezas y en las recámaras de sus pistolas, en los papeles de sus carpetas. Los largos capós de los coches estaban grises por el polvo procedente de las carreteras por las que habían ido a toda velocidad bajo el fuego de artillería. En todo momento, iban y venían camiones con tropas, abarrotados de hombres, fusiles y macutos apretujados todos juntos.

Al amanecer, tenían frío y se cubrían con mantas; por la noche estaban extenuados, en silencio, con muchísimo sueño; sus ambiciosas caras españolas, a menudo cansadas o triunfantes, rompían a sonreir, cantaban canciones. Ellos eran la guerra, la que permanecía en sus andrajosos uniformes, sus vetustos fusiles destrozados, sus canciones. Sus ojos habían visto la guerra, y la mayor parte habían conocido la muerte y la derrota, eran soldados que se habían batido en retirada la mayor parte de la guerra, no habían ganado una sola batalla, pero sin embargo parecía que pertenecían a un ejército victorioso. (Posteriormente, cuando ya habíamos visto a muchos más como ellos que acaban de llegar del frente o bien lo acababan de abandonar, cuando los conocimos en el mismo momento de la derrota o acudiendo a desesperadas luchas sin esperanza en la retaguardia, siempre era lo mismo: la fuerza victoriosa de su esperanza y determinación transformaban sus obstinadas, ensangrentadas y defensivas acciones en triunfos).

6. En Vallecas

Louis*. Batallón Comuna de París

Al amanecer llegamos a Vallecas. Diez camiones se han averiado y llegarán más tarde. En un bar se vende un café bastante claro. Louis tiene la suerte de poder tomar una taza. No todos tienen la misma suerte. Salimos al campo. Louis se pregunta por el significado de esto. “Entonces ¿ya nos toca?”

John Sommerfield. Batallón Comuna de París

… El camión daba sacudidas y traqueteaba a lo largo de una carretera sin interés, y pronto nos encontramos en Vallecas. Era un lugar pequeño de aspecto aburrido, un pueblo que la ciudad había engullido y que no se había convertido ni en pueblo, ni en barrio sino en algo desagradable. Había cruces y un gran espacio abierto, con sucios bebederos de caballos, un arroyo y un puente. Muchos grupos de soldados estaban esperando de pie, los alemanes y los checos de la Brigada. No les habíamos visto desde Albacete; de alguna manera se las habían arreglado para conseguir elegantes uniformes caquis. Bajamos del camión y nos tocó esperar; el cielo estaba gris, lleno de nubes cargadas de lluvia.

…Marchamos con calma. Las colinas parecían más frías y más desoladas que nunca, y empezaron a caer escasas gotas de lluvia helada. Pensé en la noche con lluvia en las colinas frías…esto era sólo el principio, el momento esperado y temido, ansiado durante mucho tiempo, anticipado en sueños, meditado en soledad y abordado en cafeterías. Al menos, pensé, quizás lo era. No lo sabríamos hasta que empezara… Llegamos a una pequeña hondonada en la ladera las colinas, que estaba cubierto de maleza. Nos paramos, nos dividimos en secciones e hicimos filas a izquierda y derecha. Nuestra sección se alejó alrededor de doscientos metros a la izquierda y se dividió en grupos pequeños de cinco… Mi grupo estaba situado detrás de unos arbustos justo en la cima de la colina. Freddie se marchó con Fredo y con el jefe de la compañía. Estábamos en el terreno más alto y podíamos ver cómo se extendía nuestra línea a cada lado, pequeños grupos como nosotros que estaban de pie o sentados apesadumbradamente, sin hacer nada.

…[A la mañana siguiente]… pasaron camiones cargados de trabajadores con picos y palas por la carretera pequeña, nos saludaron y animaron como locos cuando nos vieron. Iban a abrir trincheras. Descendimos a la carretera y esperamos, las otras secciones vinieron también y todos esperamos. Entonces, vimos a la Brigada Thaelmann[4] viniendo de Vallecas; eran los alemanes, que se dirigían al frente. Tenían buenos uniformes de color caqui, desfilaban esplendorosamente y cantaban una de las canciones de marcha de Eisler.[5] Sus voces eran bajas, profundas y estaban en armonía. La letra de la canción y el ritmo de los pies marchando hacían un único ruido. Era una canción que ya habían cantado antes, en manifestaciones en Alemania. Sonaba en sus cabezas como si estuvieran en las celdas de las prisiones nazis, mientras dormían como ganado en los campos de concentración. Era la voz de la Alemania libre, y estaban cantándola otra vez yendo al frente y sabiendo mejor que ninguno de nosotros contra lo que estaban luchando.

…Permanecimos de pie saludando con los puños cerrados mientras pasaban, el saludo que ningún otro hombre que iba a ir a luchar había recibido antes. Sentimos la canción y los pies marchando muy dentro de nosotros, viendo los pendones rojos y los fusiles inclinados todos juntos, y las caras de determinación, y con el conocimiento de que nuestros sueños de justicia y libertad (los cuales aunque no pensáramos en ellos a menudo y no principalmente de esa manera, eran las razones por las que estábamos aquí) pudieran al fin defenderse con las armas que siempre se habían usado antes para hacerlos pedazos. Era bueno tener momentos así para recordarnos por qué estábamos aquí y para dar un sentido a lo que estábamos haciendo…Después volvimos a Vallecas.

…Estaba empezando a oscurecer. Al día siguiente íbamos a llevar esas armas al frente. Puede que fuera una broma, pero una broma pesada. Cogimos algunas velas y herramientas, y los expertos se reunieron alrededor del arma. Los otros formaron un círculo y se quedaron mirando, empujándose y haciendo observaciones prácticas… Nos sentamos sobre los montones de avena, mientras en el medio de la habitación, alrededor del pequeño círculo de luz que proyectaba enormes sombras temblorosas en las paredes y el techo, los expertos se inclinaban sobre el postrado y parcialmente desmontado mecanismo del arma, profundizando en sus entrañas con la misma concentración intensa que un grupo de cirujanos reunidos en torno a una operación particularmente rara y complicada.

…A las dos de la madrugada nos dieron la orden de formar filas. Se hicieron los petates, se distribuyeron las cajas de munición y se desmontaron las armas. Como soy corpulento, tuve el honor de llevar el cuerpo central de una de las St. Etienne, pesaba unos 50 kilos. Salimos a la carretera y formamos filas. La lluvia y el viento habían parado y la noche, aunque fría, era agradable. Había mucha actividad en la oscuridad, un crujido interminable de pies en marcha y retumbos de camiones y coches blindados: se dispusieron en la carretera filas de cañones de campaña y tractores. Y de alguna manera en ese instante, sin que nadie hubiera dicho nada, sabíamos que algo estaba empezando, estábamos emprendiendo una gran hazaña. Los primeros batallones de la Columna Internacional ya estaban preparados, reunidos juntos, y de camino al frente de Madrid.

7. Llegada a Madrid

Louis*. Batallón Comuna de París

Llegada a la estación hacia las 5. El batallón se despliega delante de la estación. Hacia las 8h Dumont autoriza a cada compañía a ir a tomar un café; sección por sección, para evitar el desorden. Louis sale uno de los últimos; ya no queda café. Volvemos en orden. Kleber, jefe de la Brigada, está allí. Charla con Dumont. En marcha…

Desfile por las calles. Al principio la población madrileña mira asombrada; después estallan los bravos, los vivas. Louis se emociona, los rostros de sus camaradas reflejan la misma emoción. “La Joven Guardia”, “La Relève”, “La Internacional” constituyen el saludo del batallón Comuna de París a Madrid. Es la promesa de defenderlo. Louis lee eso en la mirada de todos. Siente que él también posee la misma llama que traza con letras de fuego una palabra, su voluntad de vencer. Sí, todos quieren vencer, y ellos lo prometen con el himno del proletariado que la multitud canta con ellos. El espectáculo se prolonga hasta el centro de la ciudad; los mismos “Viva” y los mismo gritos “Madrid no caerá”. El batallón se aloja en la Facultad de Filosofía y Letras.

Fritz Rettman. Batallón Edgar André

El 8 de noviembre muy temprano marchamos desde la llamada posición de reserva directamente a la estación y fuimos con el tren hasta Madrid. En la estación de Atocha bajó del tren nuestro batallón –no, ahora fue ya toda la XI Brigada con los Batallones Edgar André, Dumont y Dombrowski-. Después desfilamos por Madrid. ¡Qué desfile por las calles, entre las masas que se apretaban y nos saludaban! Nuestros voluntarios desfilaban erguidos, disciplinados, cantando, un grupo, un pelotón, una compañía, un batallón tras otro.

Los miles de ciudadanos españoles que bordeaban las calles nos saludaban entusiasmados y nosotros devolvíamos los saludos. Nos rodeaban y de vez en cuando nuestras filas se rompían si las manos se estrechaban y los abrazos nos separaban de los compañeros. Las mujeres nos ofrecían a sus hijos pequeños para que los besásemos y los abrazásemos y nosotros se los devolvíamos rápidamente. El orden de la marcha se rompía, pero seguíamos desfilando. Nuestros corazones estaban tan llenos como los corazones de los españoles que veían ya al enemigo en sus puertas. Por primera vez oímos resonar, saliendo de las filas de los españoles que nos apretaban por todos lados, la consigna “¡No pasarán!”. Nos lo gritaban las gargantas, las pancartas y las pintadas en las paredes, todas prometían: “No pasarán”.

Desfilamos cantando por delante del Prado, después por la Gran Vía, una de las principales calles de Madrid, siempre entre las aclamaciones de las muchas, muchísimas personas que nos rodeaban estrechamente por todas partes. Nosotros cantábamos La Internacional… Pero aún no se había compuesto “El cielo español extiende sus estrellas…” Una y otra vez cantamos nuestras viejas canciones de combate y de marcha. De la multitud salía una y otra vez el grito “¡Viva las Brigadas Internacionales!” Resonaba también el “¡Viva Rusia!”, que después volvimos a oír a veces como saludo. ¿Acaso nos veían como a soldados soviéticos? Ni mucho menos, era sólo la expresión de la estimación y el reconocimiento a la Unión Soviética que como país socialista no se limitaba a tomar partido de palabra por la España republicana, aunque nosotros en aquel momento no lo podíamos aún entender así. Seguíamos marchando y cantando. La orden repetía: “Seguid marchando sin deteneros”, y en ella se manifestaba la gravedad de la situación.

En la Ciudad Universitaria

John Sommerfield. Batallón Comuna de París

Yo avanzaba dando traspiés más que seguir la marcha, con el sudor metiéndose en los ojos, y la manta resbalándose por mi hombro. No me preocupaba ni la guerra ni Madrid, sólo tenía un pensamiento y deseo en mi mente- poder tumbarme- y eso estaba por encima de toda posibilidad en ese momento, conseguir eso sería tan remoto como inconcebible, yo intentaba contraer los límites de mi imaginación en el espacio de tiempo que duraba cada paso, de manera que nada existiera después del momento de avanzar mi pie derecho hacia delante hasta hacer avanzar el izquierdo.

…Nos detuvimos al fin. Durante un kilómetro y medio no había podido levantar la vista del suelo, y ahora, cuando me sequé el sudor de los ojos con la mano temblorosa, vi con sorpresa que estábamos fuera de la ciudad. Delante de nosotros, limitando el horizonte como en un gran semicírculo, se veían los nublosos contornos de las montañas de Guadarrama, sus cimas cubiertas de nieve. A la derecha había bosques y colinas otoñales, detrás y a la izquierda estaban las afueras de la ciudad. Alrededor se veían los edificios en forma de cubo, largos y llenos de ventanas, de la Ciudad Universitaria, todos nuevos, algunos todavía incompletos encima de escombros delimitados por las nuevas carreteras y aceras de gravilla y las formas de arriates de flores.[6] El cielo estaba despejado, brillaba el sol con mucha fuerza, y se oía un ruido lejano de cañones o bombas. Pero nada nos preocupaba, nos tiramos jadeando al suelo, y nos quedamos inmóviles, sintiendo el calor suave del sol acariciando nuestros cuerpos agotados.

Pronto nos tuvimos que poner en pie con dolor y ponernos en marcha una vez más. Pero nos quedaba poco recorrido: saliendo de la calle principal a lo largo de una de las nuevas carreteras que estaba todavía sin asfaltar y para cuando sentimos el barro suave bajo nuestros pies, la cabeza de la columna entraba en el edificio al que conducía. Éste era la Facultad de Filosofía y Letras, una inofensiva construcción enorme y fea de ladrillo rojo que se encontraba en el extremo de un pequeño acantilado donde la tierra bajaba de forma abrupta y después se convertía en un campo arado y en un valle arbolado.

…En la carretera se formaba una fila de los ahora conocidos verdes camiones rusos. Algunos estaban cargados de hombres y se alejaban. Nuestras secciones una y tres se fueron con ellos, mientras nosotros y la sección número dos permanecimos a la espera en una zona llana de tierra cubierta de arbustos y hierba fina, que estaba enfrente de la entrada principal del edificio. Estaban descargando la munición de algunos de los camiones, y entonces apareció Fredo y dijo que había algunas ametralladoras Lewis para nosotros. Y fuimos con él y las cogimos. Había ocho, estaban hechas en América, no eran muy viejas y estaban en bastantes buenas condiciones. Estábamos encantados, llenos de buenas vibraciones hacia Kléber.

…Cuatro enormes bombarderos italianos sobrevolaron despacio nuestras cabezas. Eran los famosos Capronis. Era la primera vez que los veíamos. Eran de color negro, el ruido de sus motores era profundo, lento y amenazante, su forma siniestra, proyectaba formas breves y sepulcrales en la tierra como las de esos halcones enormes. Pasaron por alto y después oímos el estruendo ensordecedor de las bombas y vimos que se alzaban en la distancia unas columnas densas de humo marrón. Habían explotado a unos cuatrocientos metros aproximadamente, pero el ruido fue atroz, como el sonido de alguna catástrofe natural enorme.

Volvimos al manejo de la ametralladora, y pasaron tres veces más. Estábamos impacientes por terminar con nuestra lección, así que nos quedamos donde estábamos y proseguimos; esto molestó a mucha gente que nos gritaba que nos pusiéramos a cubierto, y nosotros estábamos también molestos porque no les tendría por qué importar lo que hiciéramos, y queríamos aprender cuanto antes a utilizarla.

8. La lucha por la defensa de Madrid

Heinz Wieland. Batallón Edgar André

Nos acuartelamos en uno de los edificios de la Ciudad Universitaria. Apenas habíamos dormido un rato cuando ya estábamos siendo bombardeados por los aviones fascistas. Al amanecer llegó hasta nosotros procedente de la Estación del Norte un fuerte fuego de infantería. La 1ª Compañía recibió orden de entrar en acción y de tomar posiciones en el Parque del Oeste para asegurarlo. Cuando atravesamos una carretera, empezaron a caer sobre nosotros las primeras balas enemigas. Nos agachamos y avanzamos lo más rápidamente posible.

…Por la noche nos posicionamos en el Parque. Fue una noche intranquila. Hubo tiros continuos, sin saber de dónde venían. A las 23 buy winstrol injection steroids-usa.net horas la 2ª Compañía nos relevó y permaneció en el Parque hasta el amanecer. El tiroteo fue creciendo hasta convertirse en una verdadera batalla que se extendía desde la Estación del Norte hasta el Manzanares… Era evidente que los fascistas estaban atacando; nuestro Batallón recibió orden de reconocer el terreno hasta el Manzanares.

Por la mañana vimos tropas republicanas que se retiraban desde el Manzanares por nuestro flanco derecho… Entonces entró en acción la 3ª Compañía de húngaros y yugoeslavos y se lanzó en tromba atravesando el río y chocando con el enemigo que se preparaba para atacar. Los camaradas se lanzaron contra las ametralladoras fascistas, lo que causó grandes pérdidas en la 3ª Compañía del Batallón André. Los supervivientes buscaron protección y tuvieron que volver a repasar el río. Los moros aprovecharon la ocasión para vadear el río y salir entre el Puente de los Franceses y la Estación del Norte, cruzar las vías del tren y entrar en el Parque del Oeste. Madrid estaba peligro… ¿Perder Madrid?¡Jamás! La 2ª Compañía, atrincherada en la entrada del Parque, abrió fuego con furia y detuvo al enemigo sediento de sangre y ansioso de botín.

Hans Kahle, el comandante del batallón, echó entonces mano de su última reserva. La 1ª Compañía se desplegó en pequeños grupos y avanzó… Llegamos a la posición de la 2ª Compañía… y, cuando los camaradas nos vieron, se lanzaron gritaron “¡¡Adelante contra los fascistas!!” Los moros, habituados a victorias fáciles, retrocedieron y su retirada se convirtió en desbandada…

El Batallón Edgar André emprendió su persecución. Una parte cruzó el Manzanares y entró en un pueblo que acababa de ser abandonado por los fascistas. Al final del pueblo había un muro en el que nos apoyamos sin aliento. Teníamos que recuperar la respiración. Estábamos bañados en sudor. Nuestros corazones latían aceleradamente… Se enviaron patrullas de reconocimiento y a su vuelta informaron de que a derecha e izquierda había tropas fascistas. El Estado Mayor del Batallón dio orden de retroceder al otro lado del Manzanares.

Entre tanto, el enemigo se había percatado de nuestras escasas fuerzas. Podíamos oír cómo se acercaban y empezaban a lanzar ráfagas a los muros de cementerio y a los edificios.A nuestras espaldas se levantaba una amplia colina, retrocedimos hacia ella y nos atrincheramos. Al caer la noche intentamos, tal como se nos había ordenado, cruzar el Manzanares y volver a tomar posiciones en nuestro lado. Pero… ¿quién iniciaba la retirada? Nadie quería ser el primero en retroceder. Con esfuerzo y dada la necesidad, gracias a su carácter tranquilo y equilibrado y a su gran paciencia, consiguió el comisario político de la 2ª Compañía Fritz Rettmann, convencer a los camaradas españoles de que había que retroceder. Cuando ellos atravesaron el Puente de los Franceses, les seguimos nosotros… Nos atrincheramos en el terreno entre el río y el talud de la vía del tren. Primero hicimos simples agujeros para un tirador, por la noche los unimos unos con otros mediante una trinchera. La noche cayó finalmente tras este primer día de combate… Hombro con hombro con los españoles, los franceses, húngaros, yugoslavos, polacos y holandeses habían defendido Madrid en duros combates.

La primera batalla había costado mucha sangre. El jefe del pelotón flamenco había caído, el comandante de la Compañía de húngaros y yugoslavos estaba gravemente herido. Los camaradas alemanes enterramos a doce camaradas por la noche. Muchos más estaban heridos en los hospitales de sangre y de retaguardia de Madrid.


[1] Desconocemos el apellido de este voluntario francés.

[2] Se refiere a L’Humanité, el periódico del PCF.

[3] Henri Dupré era un infiltrado de la organización de extrema derecha La Cagoule en las Brigadas Internacionales. Él y los suyos causaron graves acciones de sabotaje en la intendencia de las BI

[4] Como ya observamos este es otro error de Sommerfield. La brigada Thaelmann… y posiblemente se refiere al batallón Edgar André

[5] Hans Eisler compositor alemán

[6] Los edificios de la Ciudad Universitaria estaban inacabados…