Geoffrey Servante
Hemos decidido publicar este artículo de Richard Baxell que apareció por primera vez en febrero de 2018 en la revista ¡No Pasarán! de la IBMT, pp. 8-9. Aprovechando además que Servante luchó en la Batería John Brown, ofrecemos unas páginas extraídas del libro de Arthur Landis The Abraham Lincoln Brigade.
Geoffrey Servante durante la Segunda Guerra Mundial y a los 98 años
En los últimos años, nos lamentamos por las noticias del fallecimiento de los últimos voluntarios británicos en la Guerra Civil española. Primero fue David Lomon, luego Philip Tammer y más recientemente Stan Hilton. Siempre se decía que era «el último de los últimos». De hecho, ninguno de ellos lo era. Como reveló un artículo reciente de Carmelo García en The Times, el veterano de 99 años Geoffrey Servante está vivo y bien, viviendo en un asilo de ancianos en el Bosque de Dean.
La aventura española de Geoffrey comenzó en el verano de 1937. Estaba bebiendo en un pub de Soho con su padre cuando escuchó a un hombre decir que ya no era posible unirse a las Brigadas Internacionales, puesto que la frontera española se había cerrado. «Apuesto a que puedo unirme», declaró Geoffrey, impulsivamente. Cuando el hombre insistió en que no había «ninguna posibilidad», Geoffrey se negó a creerle y le dijo: «Te apuesto cien centavos a que puedo hacerlo».
Geoffrey no era un voluntario típico de las Brigadas Internacionales. Se había educado con los jesuitas y no se había unido a un partido político, ni siquiera a un Sindicato: «No tenía ninguna inclinación política», confesó. Sin embargo, había servido brevemente en la Royal Marine y su experiencia trabajando en la Canadian–Pacific line lo ayudó a asegurar el paso en un barco a España.
Cuando atracaron en Valencia, Geoffrey abandonó el barco y se dirigió a un local, repitiendo la única frase en español que conocía: «¡Brigadas Internacionales!¡Brigadas Internacionales!» Sorprendentemente, fue suficiente para enviarle con un billete de tren a Albacete, la sede de las Brigadas Internacionales. Allí, entrevistado por un comisario político, Geoffrey admitió que solo tenía 18 años y, en consecuencia, se le denegó la entrada al batallón británico, que luego fue sacrificado en el campo de batalla de Brunete. Lo enviaron en cambio a una unidad mucho menos peligrosa, una batería de artillería que se estaba entrenando en Almansa, a unos 70 kilómetros al este de Albacete.
La unidad de artillería angloamericana, conocida como la batería John Brown, estaba comandada por un estadounidense nacido en Estonia llamado Arthur Timpson, que se había adiestrado como artillero en Moscú. Junto a Geoffrey había otros cuatro voluntarios ingleses, todos bajo la atenta mirada de su sargento, David King, un secretario de la sección comunista y ex marine real de Skipton en Yorkshire. Inicialmente apostado en el frente de Extremadura en el suroeste de España, la batería fue transferida a Toledo en diciembre de 1937, donde permaneció durante la guerra.
Con municiones extremadamente escasas, los hombres rara vez hacían mucho más que dar ocasionalmente disparos a las líneas enemigas. Sin embargo, en una de las pocas ocasiones en que fueron llamados, los miembros de la batería aprovecharon la oportunidad para pulirse un barril de aguardiente local. Geoffrey, que admitió que estaba completamente «soporoso», hizo todo lo posible para apuntar con el arma, pero el proyectil no acertó su objetivo por millas. Por esto, Geoffrey fue castigado con seis deberes de guardia adicionales; «Fue una medida disciplinaria muy laxa», se rió. Solo más tarde descubrió que, sin pretenderlo, su tiro había impactado directamente en el coche de un oficial fascista, haciendo pedazos al coche y a sus ocupantes.
Cuando las Brigadas Internacionales fueron retiradas y repatriadas a fines de 1938, los miembros de la batería permanecieron en su lugar, aparentemente olvidados. A principios de 1939 fueron retirados a Valencia y luego a Barcelona. Desde allí, marcharon en ferrocarril casi hasta la frontera, pero tuvieron que caminar los 80 km restantes hostigados constantemente por aviones nacionalistas. Ya seguros en la frontera francesa, Geoffrey y sus camaradas disfrutaron de un gran desayuno, cortesía de la Cruz Roja Internacional, antes de ser repatriados a través de París y Dieppe.
Un año después Geoffrey vestía de nuevo el uniforme, al haber sido llamado por el ejército británico. Tuvo una guerra relativamente tranquila, pasando tres años en Egipto con el Royal Army Ordenance Corps y los Royal Electrical and Mechanical Engineers. Después de la desmovilización, trabajó para Marshalls, reacondicionando camiones militares, y posteriormente, en 1957, se incorporó a la fábrica de automóviles Vauxhall Motors, donde permaneció hasta jubilarse anticipadamente veinte años después.
En 2009 Geoffrey descubrió que el gobierno español había ofrecido la ciudadanía a los supervivientes de las Brigadas Internacionales: «Escuché en la radio que ya no quedaban más Brigadistas Internacionales y dije: ‘Bueno, eso es una tontería. Todavía estoy yo».
Cuando su hija Honor se puso en contacto con la embajada española, Geoffrey fue invitado a Londres para firmar la declaración que lo facultaba para obtener su pasaporte español. Él todavía mantiene interés en los asuntos españoles; es un gran defensor de la independencia catalana y votó en el referéndum de 2017. Geoffrey sigue estando extremadamente orgulloso de haber luchado por la democracia española y no se arrepiente. Bueno, quizás uno. Cuando regresó de España y llamó al pub a fin de recoger la ganancia por su apuesta ganadora, Geoffrey se entristeció, decepcionado, al descubrir que su compañero jugador había fallecido. Así que nunca llegó a ver sus 100 libras.
La Batería John Brown (Arthur Landis)
La última de las unidades de combate estadounidenses fue la batería de artillería de campaña de John Brown. Esta batería se entrenó junto con otros grupos lingüísticos en Almansa, unos cincuenta kilómetros al este de Albacete. Sus primeros oficiales en abril de 1937, fueron Jones y Friedman (nombres desconocidos). Sus calificaciones, sin embargo, se encontraron a limitadas y el mando pasó a Arthur Timpson, comandante y Jack Waters, comisario. Ambos hombres venían de EE.UU. con conocimientos artilleros. A la batería John Brown Batería se le asignaron tres cañones de 155 mm fabricados en 1880, junto con tres camiones rusos nuevos. De Almansa salieron hacia el frente inactivo de Castuera, en Badajoz, y a unos ochenta kilómetros al noroeste del 20 Batallón internacional que luchó durante un tiempo en Valsequillo.
Más tarde, en la primavera de 1937, se les cambió a otro frente inactivo de Toledo, al sur del río Tajo. Los setenta y pico hombres de la batería se quedaron allí hasta el final de la guerra, la mayoría del tiempo sin proyectiles suficientes para los tres cañones. A veces los había, pero no tenían permiso para disparar. Eran conscientes de la escasez de armas de fuego en el lado de la República y apreciaban sus armas más allá de su valor. Sam Carsman, un miembro de la batería, dice lo siguiente:
No había mucha acción en el frente de Toledo. Timpson, nuestro comandante, con el fin de mantener nuestra moral y tenernos en forma para cuando estallara una ofensiva, nos ponía a hacer ejercicios y entrenamiento con las armas de fuego durante varias horas al día. Así nos hicimos muy eficientes y alcanzamos el récord de disparar un tiro por minuto de un tirón .no eran capaces de disparar un tiro por minuto. Por supuesto que no perdimos munición real en estas prácticas, pero fuimos capaces de formar una buena estimación de las condiciones reales. También desarrollamos un nuevo sistema de mover las armas. Timpson hacía constantemente hincapié en que si nos veíamos obligados a retirarnos, no íbamos a abandonar nuestras armas al enemigo. Lo decía en serio. Timpson era un hombre fuerte en todos los sentidos de la palabra y todos nosotros éramos conscientes de que, independientemente de las condiciones, esas armas iban a ser retiradas en caso necesario.
No era una tarea tan fácil. Nuestras armas tenían casi sesenta años. Las ruedas originales, con sus radios de madera, llevaban el enorme peso del tubo de metal sobre un desgarbado carro. Cuando nos cambiamos en ferrocarril a nuestras nuevas posiciones, había sido necesario empujar los cañones durante 35 kilómetros. Aunque el camino era bueno y los camiones rusos que usamos tiraban bien, los radios de los tres cañones quedaron astillados y agrietados mucho antes llegar… ¿Te imaginas cómo hicimos todo esto el bajo fuego enemigo cuando eso significaba la vida o la muerte? Además, descubrimos, al salir de la carretera, que los camiones se quedaban atascados debido al peso sobre la tierra blanda. Y tuvimos que mover nuestros cañones haciendo palanca y empujando entre todos. Más tarde tuvimos un tractor asignado a la batería, pero sólo uno para tres cañones.
Se imponía por tanto algo de ingeniería para poder realizar movimientos rápidos. Preparamos carreteras, trabajando día y noche. Llevamos a cabo reuniones para rebajar el nivel de quejas de los descontentos que insistían en que las armas no valían. Pero siempre estuvieron en minoría y los convencimos de su error…
Pero por si acaso, dado que había mucha caballería fascista en nuestro sector, nos comprometimos a hacer explotar las armas antes de salir… Después de todo, la artillería fascista en ese frente era diez veces más numerosa, más nueva y moderna… Sin embargo, nos sentíamos tan fuertes que nos comprometimos a dar nuestras vidas antes que cederlas al enemigo. Al fin y al cabo nuestros jóvenes y el valiente pueblo español estaban frenando al bien equipado ejército franquista con armas como las nuestras e incluso sin esas armas.
Aparte de su ejemplo de coraje y dedicación esta unidad americana, la batería John Brown estaba jugando un papel singular, y no tanto en términos de combate, sino más bien, por señalar aquellas deficiencias del mando republicano, que podría equipararse o a cierta ceguera o a sabotaje deliberado. Los hombres de la batería, como el resto de los voluntarios, habían venido a España a luchar. Ellos sentían profundamente su aislamiento de las principales áreas de combate. Hubo intercambios de artillería ocasionales y en una ocasión, al repeler un ataque en el sector de Toledo, la precisión de su fuego produjo un daño tremendo y visible. Pero esto fue solo un dato menor. Y los hombres, al ver que sus habilidades estaban siendo desperdiciadas, se sintieron marginados. Sam Carsman escribe a este respecto:
Estábamos esperanzados con un incremento de la actividad y creíamos que iba a volver la vida al frente de Toledo… Pero nos equivocamos. Estábamos condenados a una lenta y aburrida existencia con la sensación, cada vez más fuerte, de que se estaban desperdiciando nuestras capacidades. No se podía negar nuestra valía. La capacitación constante y el estudio nos habían dado un conocimiento amplio y profundo de artillería. En nuestra batería hubo al menos diez hombres con educación universitaria que a su vuelta a casa, se capacitaron para ponerse al mando de una batería entera…
Sabíamos que España tenía un terrible escasez de artilleros cualificados; que muchas buenas baterías rusas habían se habían perdido debido a la falta de liderazgo y de pericia técnica. Sabíamos que nuestra propia brigada estadounidense estaba deseando un apoyo artillero eficiente… Enviamos mensajes a Madrid; apelamos al general Miaja; tratamos de llegar a primer ministro Negrín, pero fue en vano. Las políticas obstruccionistas de altas esferas del Gobierno estaban saboteando deliberadamente la artillería Internacional. Y no fuimos nosotros los únicos que experimentaron este problema. A las demás unidades internacionales checas, eslavas, alemanas, francesas, etc. se les asignó este tipo de artillería antigua y se quedaron atrapados en frentes muertos donde sus habilidades eran menos necesarias.
El tiempo pasó y la España republicana quedó partida en dos desde la gran ofensiva fascista de Aragón hasta el mar. La batería John Brown se quedó aislada en el frente central. Ellos iban a ser los últimos americanos en salir de España.
Comisión histórica de la AABI