Un médico ejemplar: el Dr. Leo Eloesser

Hace 5 años Hwei-Ru Tsou y Len Tsou publicaron en España La llamada de España. Los brigadistas chinos en la guerra civil (1936-1939). Estos escritores han seguido trabajando sobre nuestra guerra y fruto de esto ha sido el espléndido artículo que ahora publicamos en español. Como resaltó el Dr.William Blaisdell en un artículo publicado en The Volunteer, Leo Eloesser fue un hombre notable con intereses universales, nacido en San Francisco de padres inmigrantes alemanes. 

Aunque su primera vocación fue la música, supo enderezar su carrera a la medicina donde alcanzó un gran dominio, sobre todo en el campo de la cirugía torácica. Llegado a España a finales de 1937, contribuyó de forma encomiable a la sanidad internacional creando y dirigiendo hospitales de sangre como de Alfambra, en Teruel, o el hospital de Vich que, a juicio de Arthur Landis, funcionó con uno de los más competentes equipos de personal.

Al acabar la guerra sintió, como el Dr. Bethune, la poderosa atracción de proseguir su obra humanitaria allí donde más se le requería, China, dando la espalda a su carrera de éxito en los Estados Unidos. Y allá se fue, formando parte de ese grupo de «médicos españoles» en China, como se conoció a los 20 voluntarios que habían servido en España (sin olvidar a las varias enfermeras que también lo hicieron)

El Marco Polo médico.

Dr. Eloesser, el estadounidense que luchó por la vida de los chinos en el caos de la guerra civil

Por Hwei-Ru Tsou y Len Tsou. 23 de julio de 2018

Leo Eloesser, derecha, operando en Teruel, 1937 (Tamiment Library, NYU)

Compartimos un paraguas mientras caminamos por las calles en cuesta de San Francisco en un día lluvioso. No es el clima ideal en el que buscar una estatua al aire libre y, para nuestra sorpresa, al llegar al lugar correcto, encontramos allí un edificio con dos majestuosas columnas de granito, talladas con figuras humanas gigantes, que se extienden hacia el cielo. Hoy el edificio es un gimnasio; una vez fue la Bolsa de Valores de la Costa del Pacífico.

Pero, ¿y la estatua? ¿es este el lugar correcto? ¿Cómo podría la estatua de un hombre que tan apasionadamente abogó por la medicina socializada posarse en tan alto templo del capitalismo? Detrás de una de las columnas, oculto por un matorral cubierto de maleza, lo encontramos: es la representación de un hombre bajo que mira a través de un microscopio. Conmemora al Dr. Leo Eloesser, un humanista cuyo vínculo con China abarcó varias décadas.

Junto con el más conocido Norman Bethune, Eloesser fue uno de los 21 médicos extranjeros que se ofrecieron como voluntarios para trabajar en China después de haber servido en la República española durante su guerra civil (1936-39). Una gran colección de documentos sobre Eloesser, unas 50 cajas en total, se ha conservado en la Biblioteca y Archivos de la Institución Hoover, en la Universidad de Stanford de los Estados Unidos, donde trabajó como profesor durante 34 años. Entre ellos se encuentran sus memorias, correspondencia, notas de clase, dibujos médicos, informes, recortes de prensa y fotografías. Todo ello revela una vida extraordinaria.

Eloesser nació en San Francisco el 29 de julio de 1881. Después de graduarse en la Universidad de Heidelberg, en Alemania, regresó a casa para trabajar en el Hospital General de San Francisco y dirigió su propia clínica. De apenas cinco pies de altura, Eloesser a menudo se subía a un taburete para realizar una cirugía. Sin embargo, su perspicacia para el diagnóstico y la audacia en la realización de operaciones arriesgadas llevó a Stanford a premiarle con la cátedra a la edad de 31 años.

Fue una especie de pionero. Lleva su nombre un procedimiento quirúrgico conocido como el “colgajo” de Eloesser, que ayudó al drenaje de empiemas tuberculosos en un momento en que no existía una medicación efectiva para tratar la tuberculosis. Su clínica era asequible para todos: los pobres y los trabajadores del hospital no pagaban por el tratamiento; esperando que otros contribuyeran de acuerdo a sus medios.

Fue 12 días antes de cumplir 55 años cuando estalló la guerra civil en España. La izquierda española luchó contra los derechistas encabezados por el general Francisco Franco y ayudados militarmente por la Alemania nazi y la Italia fascista. Los informes de destrucción y sufrimiento fueron impactantes y, en septiembre de 1937, Eloesser tomó una decisión:«Quiero ayudar a la causa leal y la mejor manera que tengo de hacerlo es ofrecer mis servicios a los afectados en España», dijo al periódico San Francisco Chronicle.

Tras recaudar 50.000 dólares en donaciones privadas para financiar una unidad de ambulancia y hospital, Eloesser organizó un grupo de voluntarios médicos de la costa del Pacífico para marchar a España. Antes de partir en noviembre de 1937 presidió una reunión de la Asociación Estadounidense de Cirugía Torácica, de la que era presidente.Siendo mayor que la mayoría de los casi 40.000 voluntarios de 53 países que lucharon con los republicanos en España, Eloesser rivalizó con los más jóvenes por su energía y habilidades, estableciendo hospitales de campaña móviles y sirviendo en los campos de batalla durante nueve meses.

Cuando las tropas estadounidenses entraron en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, Eloesser ofreció su experiencia tan arduamente ganada trabajando en zona de guerra, pero «Estados Unidos no quería nada de mí», recordó en su libro de memorias, Servicio Médico al Pueblo Chino: Comienzos y desarrollo. Notas de un Marco Polo médico, un libro que nunca se publicó pero que se guarda en el archivo de Stanford. «Estaba en la lista negra; ‘Antifascista prematuro’ se les llamaba. Estuve en España. Cualquiera que hubiera estado en España era comunista «.

Así que Eloesser continuó trabajando en San Francisco, mientras sus colegas regresaban a los Estados Unidos después de la rendición de Alemania en mayo de 1945.En el otro lado del Pacífico China todavía seguía enfrentada en el conflicto. Contratado como especialista en cirugía por la UNRRA (Administración de Ayuda y Rehabilitación de las Naciones Unidas), Eloesser salió de Nueva York el 28 de julio de 1945.

Al llegar a China, en agosto, Japón se había rendido. Sin embargo, la lucha continuaba enfurecida entre los nacionalistas de Chiang Kai-shek y las fuerzas comunistas de Mao Zedong que luchaban por el control del país. Eloesser se quedó inicialmente en Chungking (ahora Chongqing), luego capital de guerra de los nacionalistas en el suroeste de China, y pronto encabezó un programa de enseñanza de la UNRRA en la cercana Geleshan.

En la primavera de 1946, sin embargo, mientras visitaba Pekín, Eloesser recibió una invitación de George Hatem, un médico estadounidense que se había establecido en China años antes. Volaron juntos a Kalgan (la actual Zhangjiakou, en la provincia de Hebei) y luego a Yanan, en Shaanxi, para una gira. Conocida como la «Capital Roja», Yanan fue la ciudad desde la cual Mao dirigió la campaña militar comunista. Eloesser visitó el Hospital de Paz Internacional Dr. Bethune, nombrado así por su viejo amigo de España. El canadiense Bethune había ido a China, con 47 años, en enero de 1938. Se ofreció voluntario para trabajar en el frente, entrenó a soldados como sanitarios y estableció escuelas de sanidad. Mientras operaba a un soldado herido, se infectó por un corte y murió de septicemia en el norte de China en noviembre de 1939.

Un artículo escrito por Eloesser sobre Bethune para The Journal of Thoracic Surgery en abril de 1940 concluyó: «¿Qué mejor final podría tener un hombre que este compañero nuestro, que pasó su vida y encontró su muerte al servicio de sus ideales, Humanidad y Libertad?». El Hospital Internacional de la Paz Dr. Bethune se encuentra hoy en la ciudad de Shijiazhuang, en la provincia de Hebei, pero la visita de Eloesser fue a una instalación en Yanan que –anotó en sus memorias– ocupaba dos docenas de cuevas primitivas, pero limpias. «Las enfermeras no tenían relojes, pero contaban el pulso con un reloj de arena de 30 segundos. Hemostatos, fórceps, retractores y un aparato de fractura fueron forjados en el taller a partir de viejos raíles de acero.

En un informe de 1946 a la UNRRA, escribió:» Las cifras y frases sombrías de un informe oficial no refleja la juventud, la esperanza y el vigor que informan los esfuerzos de la gente de las áreas comunistas; sus esfuerzos por mejorar su salud son solo una parte, probablemente la menor, de sus vastas ambiciones. Sus ideas no pueden sino suscitar interés».

Cuando dejó Yanan, los pensamientos del doctor cristalizaron. «Las excursiones a Kalgan y Yanan me hicieron saber lo que podría hacer y cómo podría ser útil», escribió en el Servicio médico al pueblo chino. «Porque era evidente para mí, si no para mis estudiantes chinos y colegas en la China nacionalista, que la cirugía torácica tenía poco que ver con el bienestar de los aldeanos chinos, pero que la enseñanza como la que había visto en Yanan podría ayudarlos».

En febrero de 1947, Eloesser voló a los Estados Unidos donde permaneció tres meses. Los medios informativos le preguntaron por sus opiniones sobre la situación en China, y utilizó la palabra «caos» para describir el uso por parte del gobierno nacionalista de los materiales enviados por la UNRRA. «Los suministros se dejan en los muelles y se almacenan en los depósitos», le dijo al San Francisco Chronicle. «Hay montañas de ellos. Vi 12.500 toneladas de suministros médicos en Shanghai que no se distribuían». Observó que» se podía comprar a vendedores ambulantes chinos alimentos estadounidense que solo podían haber llegado a China a través de los canales oficiales». Y sostuvo que el saneamiento deficiente, el agua sucia y las enfermedades causadas por picaduras de insectos eran los principales causantes de muerte en el país. «Millones de chinos podrían salvarse si pudiéramos introducir enseñanzas de cosas simples como agua hirviendo, limpieza y un sistema de alcantarillado decente».

Eloesser regresó a China en mayo de 1947 para unirse a la Organización Mundial de la Salud (OMS ) en Shangai. Un año después fue asignado a un área controlada por los comunistas en el norte de China. Su equipo incluía a la enfermera Ruth Ingram –que había nacido en Pekín (Pekín) de padres misioneros médicos estadounidenses y hablaba el dialecto local– y un joven cirujano chino al que se refería en sus escritos como el Dr. Li, y que también ayudaba con la traducción. En diciembre de 1947, el trío estuvo abandonado en una habitación de hotel en Tianjin, a 120 km al sureste de Pekín, en el límite del territorio comunista. Durante quince días no pudieron obtener un pase militar para ingresar al área. El 21 de diciembre, un largo convoy de la UNRRA estaba frente al hotel, pero Eloesser, Ingram y Li, sin pases, no pudieron unirse.

Eloesser se acercó a Perry Hansen, jefe del convoy, sentado en un jeep. Recuerda la conversación en su libro Medical Service to the Chinese People: «¿No quieres unas pastillas de morfina, Perry?» preguntó Eloesser. «Puede haber pequeños tiroteos en la tierra de nadie y algunas tabletas pueden ser útiles”.

-«Está bien”, dijo Perry. Eloesser fue a su habitación para llevar las pastillas. En su camino de regreso, surgió un rayo de esperanza:

-«¿No quieres que un doctor te acompañe, Perry? Es posible que necesites uno».

-«Está bien. Sube al camión”.

Eloesser saltó y el convoy se alejó, sin dejarle tiempo para informar a Ingram. Sin abrigo, se envolvió en una manta para protegerse del frío invernal. Cuando más tarde un camión de convoy quedó atascado en la orilla del río, y un camión fue enviado de vuelta a Tianjin en busca de ayuda, se llevó consigo una nota de Eloesser a Ingram: «Sube a bordo mañana y traete contigo la mayor cantidad de lona que puedas. También mi kit quirúrgico, papel, pasaporte, dinero y algunas prendas y ropa para afeitarme, porque no tengo nada conmigo».

Ingram y Li se juntaron con Eloesser el día de Navidad y el trío viajó a la aldea de Shilidian, en la provincia de Hebei, hasta donde pudieron llegar por carretera. El presidente del gobierno regional comunista sugirió que sus servicios serían mejor utilizados en otro hospital llamado Bethune, este en Xijing, provincia de Shanxi. Eloesser, Ingram y Li hicieron a caballo los últimos 25 km al oeste hasta Xijing, un antiguo pueblo en el montañas de Taihang . La tormenta de nieve helada le costó a la enfermera un ataque de neumonía que la afectó durante una quincena.

Fueron recibidos por el Dr. He Mu, director del hospital, mientras el personal del hospital y los pacientes se apiñaban en las calles adoquinadas con pancartas de bienvenida, discursos y canciones.El Dr. He Mu, nacido en Shanghai, tenía 43 años se había formado en la Universidad de Toulouse, Francia, por lo que hablaba con fluidez el francés. Solicitó que Eloesser capacitase al personal en cirugía de emergencia e Ingram en enfermedades de transmisión. Li traducía sus notas escritas para que los estudiantes las copiaran a mano.

Su estilo de enseñanza se basó en el modelo de Bethune, usando principalmente ejemplos; eran estudiantes que carecían de un conocimiento teórico de la medicina y aprendían mejor con la imitación y la memoria. Más tarde, el 31 de octubre de 1948, los métodos de Eloesser serían referidos en el New York Herald Tribune: » El representante de la OMS demostró que el tratamiento de lesiones en el pecho con un pollo, y sus estudiantes practican la sutura intestinal y la curación de lesiones internas en el cuerpo de un cerdo «.

Sin acceso al correo ni al teléfono, Eloesser no tuvo distracciones durante sus 3½ meses en Xijing, sus días se llenaron de enseñanza, realizando ocasionalmente cirugías, estudiando chino, tocando la viola y tomando lecciones en el violín chino de dos cuerdas. El agua tenía que ser llevada hasta este pueblo de montaña, y también tuvo que aprender a bañarse bajo el goteo que corría desde una lata con un agujero perforado en su costado. Al igual que los campesinos locales, Eloesser llevaba un uniforme de algodón acolchado, pero dormía por la noche en una cama plegable en una habitación calentada por una estufa de carbón. Los aldeanos lo llamaron afectuosamente lao dai fu, que significa médico respetado.

El 25 de abril de 1948 Eloesser e Ingram salieron de Xijing, otra vez a caballo, dejando atrás a Li atrás. Todo el personal del hospital y un buen número de aldeanos se reunieron para desearles un viaje seguro.Eloesser se dirigió a Shijiazhuang, donde conoció al Dr. Su Jingguan, médico en jefe comisionado y jefe del servicio médico del ejército allí. Su era alto, hablaba poco y escuchaba con paciencia y atención. El estadounidense escribió en sus memorias: «Nunca conocí a un hombre con una visión más amplia y una visión más lúcida que, con sus innumerables deberes, fuera capaz de asimilar más detalles».

Después de trabajar en China durante casi tres años, las ideas de Eloesser evolucionaron:«Me pareció que la importación de hospitales y especialistas con costos elevados y el envío de médicos chinos jóvenes para que se especializaran en hospitales extranjeros probablemente no ayudarían a la salud del pueblo chino», escribió. «Lo que se necesitaba eran muchas personas para llevar a cabo medidas preventivas simples: vacunar e inmunizar contra la viruela, la fiebre tifoidea, el cólera y la difteria; enseñar medidas sencillas de higiene […] para ayudar en el parto y enseñar cuidados infantiles».

La salud es el derecho de todos, y no el privilegio de unos pocos favorecidos. La salud de las personas se puede lograr […] por medios ordinarios al alcance de todo hombre; matando moscas y piojos, desechando adecuadamente las aguas residuales, por la limpieza y la vida digna.

Eloesser añadió que » hacer estas cosas podría ser posible y no demasiado difícil, ni llevar mucho tiempo». Compartió estas ideas con Su y meses más tarde, cuando el Dr. Marcel Junod, suizo, jefe de la misión Unicef en China, le pidió consejos sobre cómo gastar 500,000 dólares en el norte de China, Eloesser le sugirió un programa de formación médica adecuada. Junod, de acuerdo, pidió a la OMS que contratara a Eloesser para dirigir el nuevo proyecto. La escuela de formación de la Unicef debía construirse en un antiguo monasterio trapense de Ben-Du, donde se había establecido una oficina antiepidémica, cerca de Shijiazhuang. El director de la oficina era el Dr. Li Zhizhong, graduado de la Universidad de Aurora, un colegio jesuita francés en Shanghai. La nueva escuela enseñaría la partería, las enfermedades transmisibles, el saneamiento y los primeros auxilios. El 22 de noviembre de 1948, comenzó el Curso Popular de Capacitación de Trabajadores de Salud con la asistencia de 20 estudiantes.

Eloesser pronunció un discurso en la inauguración, que está registrado en el boletín informativo de la OMS de ese período. «La salud es el derecho de todos, y no el privilegio de unos pocos favorecidos», dijo. «Se puede garantizar la salud de todas las personas, no con métodos complicados y costosos de operaciones quirúrgicas realizadas en las torres de marfil de quirófanos equipados eléctricamente y con aire acondicionado, sino por medios ordinarios al alcance de todo el mundo; matando moscas y piojos, eliminando las aguas residuales y mediante la limpieza y una vida digna «. El enfoque de Eloesser, similar al de Bethune, era enseñar a sus alumnos procedimientos simples que pudieran llevarse a cabo con precisión. Él los animó a usar materiales hechos a mano. Los estudiantes fabricaron pinzas de bambú y alambre, las férulas se hicieron con yeso local y se tejieron localmente vendas de algodón a mano.

Cuando el primer curso de capacitación en el monasterio concluyó a mediados de febrero de 1949, Eloesser se mudó a Pekín para prepararse para un segundo día en la cercana Tongzhou (hoy en día un distrito de la capital). Otros ochenta estudiantes se formaron a partir de julio de 1949 y los dos cursos sirvieron como modelo para la capacitación de millones de futuros médicos “descalzos”.

Cuando la Unicef se retiró de China, tras la negativa de la ONU a reconocer la nueva República Popular, Eloesser regresó a regañadientes a los Estados Unidos en octubre de 1949. Pronto fue asignado a la sede de la organización en Nueva York como asesor médico. Un año más tarde, en el clímax de la caza de brujas anticomunista del senador estadounidense Joseph McCarthy, fue llamado ante un comité de investigación del Congreso. «No fui ni comunista ni miembro del partido», declaró el médico. Si se me permitiera regresar, me gustaría pasar el resto de mis días en China. El fiscal preguntó si conocía a algún comunista. Eloesser respondió que sí, y nombró a los miembros del partido muertos, así como a Zhou Enlai, primer ministro de la República Popular de China. Eloesser fue despedido, sabiendo que su reputación quedaría contaminada para siempre por las decisiones que había tomado. Expresó sus recelos al autor y colega médico Harris Shumacker, quien los citó en la biografía Leo Eloesser, MD: Eulogy for a Free Spirit (1982): «Supongo que mi pasado negro, especialmente en España, me ha excluido de cualquier servicio gubernamental».

Tras cumplir 70 años en 1951, Eloesser renunció a la ONU y se fue a México con su acompañante Joyce Campbell. Se acabaron estableciendo en Tacámbaro en 1953, donde construyeron un rancho. Cada mañana, Eloesser tenía allí una clínica gratuita para los campesinos de la zona, lo que provocó que el Servicio de Rentas Internas de los Estados Unidos preguntara por sus ingresos. Él respondió que todos los servicios que ofrecía eran gratuitos o que pagaban en estiércol. Si eso se considerara ingresos, con gusto pagaría la evaluación. En México, Eloesser ideó programas médicos básicos para los pobres en América Latina, en base a sus experiencias en China. También revisó el texto de enseñanza que había escrito en China y en 1953 lo publicó como un manual titulado Línea de formación para matronas de país.

Pero Eloesser añoraba a China. Con frecuencia, escribió en sus memorias, se despertaba en medio de la noche y exclamaba: «¡Ojalá estuviera ahora en China!». Cada noche pasaba una hora practicando la escritura y la lectura del chino. «Si se me permitiera regresar», escribió, «me gustaría pasar el resto de mis días en China». Su sueño de regresar se cumplió finalmente en el otoño de 1973, al ser invitado a Beijing como miembro de una delegación médica mexicana. Después de haber partido de China 24 años antes, Eloesser, ahora con 92 años, fue recibido calurosamente por su viejo amigo Hatem y se reunió con el Dr. Li Zhizhong, con quien había trabajado en el monasterio de Ben-Du. Y cuando llegó un chino de baja estatura y una barba escasa, Eloesser se precipitó a abrazarle. Era el Dr. He, que había dirigido el hospital de Xijing, donde Eloesser había trabajado en 1948. En Beijing Eloesser fue testigo de una cirugía realizada bajo anestesia mediante punción. Si no lo hubiera visto él mismo, escribió, no lo hubiera creído posible. También le impresionó el sistema de médicos “descalzos” que ahora estaba en su lugar, diciéndole a un amigo: «El personal médico formado de forma rápida lleva la medicina esencial y preventiva a los rincones más alejados del campo».

El 4 de octubre de 1976, mientras esperaba en su casa un tratamiento médico que debía llegar de Morelia, Eloesser colapsó y murió de una oclusión coronaria. Tenía 95 años. Se había sentido indispuesto el día antes de su muerte, pero permaneció en su clínica atendiendo pacientes.

En los años previos a su fallecimiento, Eloesser había establecido una importante cuenta fiduciaria con el Banco Nacional de México «para establecer un fondo de préstamos para estudiantes de medicina necesitados en América Central y del Sur». En su testamento, declaró: «Solicito y ruego que mi nombre no se use para conseguir contribuciones de mis amigos o de cualquier otra persona para cualquier institución o causa, educativa, política, caritativa, artística o de cualquier otra índole», de manera efectiva. evitando que quienes lo conocieron en Stanford establecieran una cátedra quirúrgica en su nombre. Eloesser había acuñado para sí mismo el término de «El Marco Polo Médico», que ya se había publicado en el San Francisco Chronicle en 1949.

En la biografía de Shumacker explicó en qué se diferenciaba del comerciante veneciano del siglo XIII, cuyos escritos describieron por primera vez a los europeos la gran riqueza de la que disfrutaban los gobernantes chinos. «Se dice que Marco Polo, después de su estancia de 18 años en China, comentó que había ido a enseñar , pero se quedó para aprender «, dijo Eloesser. «Yo también me embarqué en China para enseñar y me quedé para aprender pero, a diferencia de mi ilustre predecesor, reuní a mis maestros y aprendí mis lecciones no en la corte del Khan, sino en los más bajos niveles de la sociedad.

Leo Eloesser: The Remarkable Story of a Medical Volunteer in Spain

Comisión histórica de la AABI

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