Las Brigadas Internacionales en la Batalla del Ebro. 2. Los combates de agosto

Juan Modesto. Soy del Quinto Regimiento

El segundo contraataque operativo –esta vez directo, persiguiendo la ruptura de la cabeza de puente– lo hizo el enemigo en el frente del V Cuerpo. Lo realizaron las divisiones 1ª y 4ª navarras, un grupo de Banderas del Tercio y la 84 División, con el apoyo de 200 cañones y la masa de la aviación enemiga. Cubrían este sector del frente las brigadas 9, de la 11 División, y 37 y 101, de la 46.

El ataque empezó el día 10 desde el frente del Canaletas hasta la vía de comunicación Gandesa-Pinell por Sierra Pandols. Pasados los primeros momentos, la lucha se concentró sobre Pandols. Los combates duraron allí desde el 10 hasta el 20 de agosto, recayendo primero el peso sobre la 9ª brigada y luego sobre la 11 División entera hasta el día 16. Desde esta última fecha hasta el 20 afrontó el choque la 35 División [internacional].

El mismo día 10 cayó el jefe de la 9ª brigada, Matías Yagüe, natural de La Granja, otro fundador del batallón Thaelmann [del 5º Regimiento, luego de la 11ª División ] en el Puerto de Navacerrada. El historial de combatiente de este magnífico camarada fue el de su batallón, desde los primeros días de la sublevación hasta ese fatídico 10 de agosto. Su comisario, Cuevas, también de Navacerrada y del Thaelmann, resultó herido el mismo día, pero se negó a ser evacuado.

De los 40 batallones enemigos que participaron en este contraataque, alrededor de 20 lo hicieron en Sierra Pandols. Cada ataque era precedido .por una preparación artillera de dos a tres horas de duración. En apoyo de nuestra 9ª brigada entraron en combate la 1ª y la 100.

Por la naturaleza del terreno –en el que ni trincheras se podían cavar– así como por los vericuetos de la montaña, la lucha cobró un carácter verdaderamente extraño. Si un combatiente nuestro daba un paso a un lado, estaba ya en territorio enemigo; o a la inversa. Y lo mismo ocurría con las escuadras, los pelotones y las compañías. Se dio un caso en el que un batallón entero de la 9ª brigada se vio cercado, y momentos después era él el que cercaba al enemigo que la acosaba. Por el número de fuerzas y los medios de fuego, el enemigo debiera haber salido victorioso de este asalto. Pero no sucedió así.

La lucha en Pandols fue realmente épica. Los partes de guerra de aquellas jornadas lanzaron al mundo el nombre de la Sierra y sus cotas 671, 705 y 698, 666 y 641, sin hablar de otras sin número que en el curso de la jornada pasaron varias veces de unas manos a otras.

En estos combates, los jefes decisivos en la resolución de los problemas tácticos fueron los mandos medios, como el capitán de la compañía de ametralladoras del tercer batallón de la 100 brigada y el capitán Bartolomé Castellano, de la 1ª compañía del mismo batallón, como el cabo de enlace Lombardo, como los capitanes Manuel Sánchez, del E.M. de la 1ª brigada, Ezequiel Serrano, del 3er batallón, y Francisco Acevedo del 4º batallón de la 1ª, entre otros muchos. Gracias a su alto nivel técnico y político, los cabos y sargentos, los oficiales de todas las graduaciones solucionaron con acierto los problemas que se planteaban ante ellos, forjando entre todos el éxito táctico del conjunto de la gran unidad.

Fui a Pandols para ver a la 11ª División en el combate. Visité con su jefe a nuestros camaradas, felicitándoles con toda mi alma. Pero la situación no era buena. Habían tenido pérdidas muy sensibles en el escalón de mando. El día 12 fue gravemente herido el jefe de la 100 brigada, Santiago Aguado. Resultó herido también el comisario de la brigada, Andrés Ramírez. El comandante del 1er batallón, Basilio Mañero, cayó muerto en el asalto a la cota 671. El comandante del 2° batallón, Brígido García, había caído en el paso del río. Sus combatientes habían reconquistado la cota 609, cogiendo al enemigo 7 ametralladoras y 15 prisioneros, además de rescatar a tres soldados nuestros. Recobraron también la cota 666. En la mañana del día 15 escribía el comisario del batallón, Hipólito del Olmo: «Ocupamos las cotas 609 y 666. Perdóname si es orgullo, pero al ver atacar con brío sin igual a este puñado de soldados, agotados y sin poder dormir varios días, no puedo menos de gritar: ¡Viva la gloriosa 100 brigada!»

Lo primero que hice cuando llegué a mi puesto de mando en Camposines, de vuelta de Pandols, fue llamar a Merino para que preparase inmediatamente su 35ª División y relevara al día siguiente a la 11ª, haciéndose cargo del sector que ésta defendía. Lo hizo con el celo que le caracterizó siempre y, en efecto, en la mañana del 16, la 35 División se había hecho cargo del sector de Pandols. En estos combates, la 11 División batió algunas unidades selectas del enemigo.

«La 4ª navarra –informaba el grupo guerrillero del XIV Cuerpo– ha sido relevada en Pandols por la 1ª. Las bajas de la 4ª navarra son de tal naturaleza, que ha sido llevada a su retaguardia lejana», confirmaba otro enlace del grupo guerrillero, que tenía aquella misión en la noche del día 16. Manuel «el Moreno», del cual he hablado antes, pasó las líneas entonces. Anunció la llegada de Franco, con su séquito, para el 19 de agosto a Gandesa. Y trajo otras informaciones de gran valor para la batalla en curso.

En la noche del 16 de agosto propuse a la 11ª División para el más alto galardón del Ejército Popular: el «Distintivo de Madrid», y al jefe de la 100 brigada, Santiago Aguado, para la «Laureada de Madrid».

A las brigadas 11, 13 y 15 de la 35 División les pertenece la gloria de haber batido a la 1ª División navarra y mantenido durante los combates del 16 al 20 de agosto, una línea que se fue consolidando en aquellas jornadas, partiendo de las posiciones del Cerro de San Marcos y la cota Norte 481 del Puig de la Aliga –km. 2 de la carretera Gandesa a Pinell–, cotas 479, 600, 602, 666, enlazando por la derecha con la 27 División en la cota 481 y con la 46 División, a su izquierda, en las proximidades de la cota 502.

En la noche del 15 al 16, la 11ª División fue relevada por la 35ª. Por la situación creada, en realidad se trataba más de un paso de línea que de un relevo. La entrada al combate de la 35ª en el sector de Pandols se efectuó en un momento de crisis del contraataque enemigo, cuando los primeros escalones de la 1ª División navarra estaban siendo relevados por los segundos.

La 35ª División recibió una misión ofensiva para desorganizar el ataque enemigo en curso, a desarrollar en dirección de la cota 481 del Puig de la Aliaga –su gemela al Norte era donde se efectuaba el enlace con la 27ª División– y del promontorio destacado Puig del Caballer. A las 20 horas del día 16, las unidades de la 35ª, reforzadas con una agrupación de artillería de 37 cañones y una compañía de tanques, empezaron su ataque, al que apoyó con todos sus medios de fuego el flanco izquierdo de la 27ª División.

Un grupo de choque de la 4ª compañía del batallón 41 de la 11 brigada, conducido por su comisario Pascual Andrés Quilez y compuesto por los soldados Max Bander, Plácido Muñoz (caídos ambos), Oscar Cuber, Villa Eppels, Diógenes Garrido, Pedro Teruel y José Fernández, que fueron todos heridos y se negaran a ser evacuados, atacó y tomó por asalto la cota 481 y avanzó en dirección Gandesa. En esta cota se sucedieron los ataques enemigos y propios durante las jornadas del 17, 18 y 19. El día 17, la 35ª División había pasado a la defensiva, después de conseguir el pequeño avance que la dio el dominio del km. 2 de la carretera de Gandesa a Pinell y un cierto control de los accesos a las posiciones de la cota 481 y al Puig del Caballer.

Otra División navarra, la 1ª, tuvo que ser relevada por la 3ª. Pero eso no alteró la situación. Este contraataque enemigo finalizó el día 20. A las 10 horas, después de una preparación masiva de artillería y aviación, la infantería enemiga se lanzó al asalto de las posiciones de la 15 brigada, persistiendo en él más de dos horas, sin resultado.

El último intento enemigo se produjo en dirección Pandols. Después de tres horas de preparación artillera y de aviación sobre las posiciones de la 11 brigada, la infantería se lanzó al asalto en tres olas sucesivas; pero las tres fueron barridas por las bombas de mano de nuestros soldados, arma principal en aquellos combates, con los cuales se puso fin al asalto de Sierra Pandols, manteniéndose después nuestras posiciones, sin variación, hasta finales de octubre y comienzos de noviembre.

Pedro Mateo Merino. Por vuestra libertad y la nuestra

Paso a la defensiva

Los encarnizados combates de los días precedentes demostraban claramente que el mando fascista había trasladado el centro de gravedad de las operaciones al Frente del Ebro, adonde había lanzado sus reservas estratégicas, la mayor parte de la agrupación que atacaba Valencia y un núcleo considerable de las reservas operativas de los frentes próximos.

Ante el Ejército Republicano del Ebro se planteaba ahora la misión de fortificar sólidamente la cabeza de puente conquistada en la margen derecha del río, donde habría que soportar violentas contraofensivas del grueso de las fuerzas del ejército rebelde, que trataba de liquidar la extensa cabeza de playa y destruir a las tropas republicanas que la ocupaban.

Con sus acciones, el Ejército del Ebro encadenaba a las principales fuerzas de maniobra de las tropas enemigas y daba al Grupo de Ejércitos republicanos de la zona Centro-Sur (con 700.000 hombres en armas) la posibilidad de afianzar su situación y, pasando a la ofensiva, asestar nuevos golpes a los sublevados y mejorar la situación estratégica general de la República.

En aras de dicho objetivo, el teniente coronel Modesto pasa ahora con carácter transitorio a una defensa activa de la cabeza de puente. Se crean para ello dos sectores de Cuerpo, con cuatro divisiones cada uno, un regimiento de caballería, dos compañías de tanques y un batallón de automóviles blindados, considerables medios artilleros y de ingeniería. Las posiciones inmediatas a Gandesa forman parte del sector asignado al XV Cuerpo de Ejército. En el flanco derecho del Ejército, entre Lérida y la desembocadura del río Segre, continúa su misión defensiva el XII Cuerpo de Ejército (comandante Etelvino Vega, comisario político Virgilio Llanos Manteca), con dos divisiones y una brigada independiente.

Según el plan operativo del Ejército del Ebro, se organizan dos zonas de defensa, a las que se afectan dos extensas cabezas de puente interiores en la retaguardia del territorio conquistado: a) Ribarroja, Sierra de la Fatarella y Ascó, en el sector central; y b) Picosa, Benisanet y Miravet, en el meridional. Ambas zonas constan de primera y segunda línea defensivas, con centros de resistencia, puntos de apoyo y emplazamientos de fuego escalonados en profundidad. Sólo una defensa profunda, y no lineal, podía convertir la cabeza de playa en fortaleza inexpugnable.

Para el caso de destrucción de los puentes, en virtud de riadas o incursiones de la aviación fascista, los pasos dispondrían de compuertas y lanchas motoras en número suficiente, capaz de garantizar el suministro normal, la evacuación y los desplazamientos.

En los días del 3 al 6 de agosto el enemigo efectuó varios contraataques de importancia local en los alrededores de Gandesa. En uno de ellos resultó herido el mayor Fernando de Haro, comandante del batallón Palafox. Al mismo tiempo lanzó un Cuerpo de Ejército contra la 42ª División, que ocupaba una cabeza de puente aislada en el flanco derecho del XV C.E., entre Mequinenza y Fayón [sector de los Auts]. En el primer escalón actuaban tropas de la 82ª División y unidades de la 4ª navarra. Con el apoyo de 30 baterías de artillería, un batallón de carros de combate y aviación en masa, el mando faccioso intentó copar a la 42ª División. A las órdenes del mayor Manuel Alvarez (comisario político Fernández Herrador), ésta combatió heroicamente sin tanques ni casi medios artilleros, careciendo incluso de puentes, hasta el día 7 de agosto en que retrocedió a la margen izquierda del río. La toma de esta pequeña bolsa en una de las direcciones del esfuerzo secundario de los republicanos costó a los rebeldes 12 días.

Durante las últimas jornadas la aviación fascista había bombardeado las zonas de dislocación de nuestros tanques. Desde los lugares de paso y los nudos de comunicaciones, sus acciones se iban extendiendo a la primera línea. Sin embargo, en el período del 4 al 7 de agosto siguió desarrollando sus principales ataques contra los pasos, rebasando incluso los 200 vuelos/avión por día. Sólo la aviación ítalo-fascista que actuó en la batalla del Ebro efectuó 1.672 vuelos en el período comprendido entre el 25 de julio y el 8 de agosto, arrojando más de 450 toneladas de bombas.

El tres de agosto seis aviones de bombardeo republicanos realizaron dos incursiones a la zona de Gandesa, desde donde la artillería antiaérea del enemigo hizo un intenso fuego. Al día siguiente atacaron la zona de Batea. Hasta el 12 de agosto ya no se volvió a registrar por nuestros observatorios vuelo alguno de la aviación republicana sobre la cabeza de playa.

Al pasar a la defensa, la 35ª División reagrupó sus fuerzas y sacó de reserva a la XIII Brigada, situándola al sur de Corbera; el batallón de ametralladoras quedó concentrado tras el flanco derecho. Guarneciendo la primera línea se hallaban las brigadas XI y XV.

En la noche del 6 al 7 de agosto, nos relevó de las posiciones frente a Gandesa la 27ª División (comandante Marcelino Usatorre Royo, comisario político Abís Cundín), procedente del Ejército del Este, con las brigadas 122, 123 y 124, a cuyo frente estaban los mayores Asturias, Celestino Uriarte Bedia y Ramón Soliva Vidal, respectivamente. A la cinco de la mañana ambos comandantes firmábamos el parte de relevo. A su derecha entraba en línea la 60ª División (comandante Manuel Fernández, comisario político Juan Blázquez), relevando a la 3ª.

Quedamos a las órdenes directas del mando del Ejercito, constituyendo su reserva, en unión de la 43ª división (teniente coronel Angel Beltrán Casañas, comisario político Máximo de Gracia) y dos compañías de tanques. La XI Brigada se concentró dos-tres kilómetros al norte de Venta de Camposines, y las restantes unidades de la división al sur del citado nudo de comunicaciones. El P.C. se instaló en la Masía de la Coma (7 kilómetros al sudeste de Camposines). Al otro lado del río, en Falset, se dislocaba la 43ª División.

Hubo algunos cambios organizativos. Cesó en el mando de la XIII Brigada el mayor Mijaíl Járchenko, haciéndose cargo de la misma el segundo comandante de la citada unidad mayor Boleslaw Molojiec (Edward), oficial de señaladas dotes y virtudes militares, comportamiento y disciplina ejemplares, de elevadísima autoridad ante las tropas, que se había distinguido por su espíritu de iniciativa, energía, intrepidez y acierto en afrontar las arduas situaciones del combate. Con la marcha de Járchenko perdíamos un excelente educador y organizador por todos estimado, mas la responsabilidad del mando quedaba en manos duchas y seguras. Bajo las órdenes del nuevo comandante, auxiliado por el comisariado y el Estado Mayor, con un jefe de éste tan calificado y experto como el mayor Henrik Torunczyk, la XIII Brigada internacional Dombrowsky escribiría nuevas páginas gloriosas, inmortales, en las fases posteriores de la batalla. Al frente de la sección de operaciones de la misma se hallaba ahora el teniente R. Ibáñez. Por su brillantísima gestión en la que ahora terminaba y su heroico comportamiento fue condecorado con el Distintivo del Valor el batallón 50º Adam Mickiewicz (capitán Franciszek Ksiezarczyk, comisario político Emilio Rueda).

Muchos nombres cabría citar entre los que dieron ejemplo de audacia y heroísmo. Ahora tengo a la vista, como expresión concreta y simbólica, los del capitán Wiktorz, los sargentos Zamora, Armando Vila y Emilio Ramos, los ametralladores Manuel Masón y Francisco Capmerola, el transmisionista Antonio Boet, José Santa Catalina, Francisco Pérez, Felipe Sánchez, Ceferino Palacios, Cazcala, Colomer y tantos otros abnegados combatientes de todas las brigadas y unidades divisionarias, así como de las de apoyo y refuerzo.

Logros y enseñanzas de la primera fase

En su etapa inicial, la ofensiva había cristalizado plenamente, no obstante el retraso en la concentración de los medios de ingeniería para el cruce del río y el grave peligro que ello representó para la sorpresa del ataque. Se había logrado pues con éxito el comienzo de una «ofensiva completamente inesperada para los franquistas, en un frente ancho, sin preparación artillera, con forzamiento del río Ebro», como señaló después el coronel alemán Xilander en su libro Apuntes de la guerra de España. Así comenzó una de las «más bellas y audaces hazañas de toda la guerra civil», según palabras de un tratadista militar del adversario.

Además del buen entrenamiento de tropas y mandos, lo acertado de los preparativos y la labor organizativa en su conjunto, contribuyó también a ello la escasa profundidad de la defensa enemiga. Prácticamente, los fascistas no tenían más que una línea de fortificaciones, en la margen del río y, pese a contar con reservas inmediatas considerables, fueron impotentes para resistir la acometida en campo abierto hasta las mismas puertas de Gandesa. Veamos las primeras impresiones del general Barrón cuando el 26 de julio llega al frente del grueso de las fuerzas de la 13ª División: “La situación es bien apurada; el enemigo ha caído como un alud que aplasta todo lo que encuentra a su paso, consiguiendo profundizar en un sólo día unos 20 kilómetros y amenaza cortar nuestras comunicaciones con Tortosa y por Alcañiz las de Zaragoza con Castellón. El desaliento cunde…” En estas primeras jornadas logramos realmente fragmentar al enemigo y derrotarlo por partes.

Durante el período que así se inicia, y que se extiende del 25 de julio al 2 de agosto, la 35ª División republicana logra derrotar al 16º batallón de Mérida, al 4º batallón de Gerona, al 12º batallón de Bailén y al 19º batallón de Zamora. Todos ellos pertenecientes a la 50ª División franquista. Además, al tercer batallón de la Victoria y al 5° tabor de regulares de Melilla, ambos de la 13ª División. Y hace prisioneros al 4° batallón de Arapiles y al 17° batallón de Mérida (50ª División), a numerosas pequeñas unidades que defendían el frente Flix, Ascó, Mora de Ebro y Benifallet; así como a compañías, secciones y núcleos sueltos de las divisiones 13ª y 74ª.

En total, 4.500 prisioneros. Entre los trofeos había cerca de 4.000 fusiles, ametralladoras y morteros, 7 cañones de 75 milímetros con tractores orugas, dos depósitos de intendencia repletos de víveres, un parqué de ingenieros y 35 pontones metálicos pesados.

Un imprevisto vino en ayuda del enemigo, desmoralizado por la derrota: la demora en la habilitación de puentes medios y pesados. Esta contingencia alivió la situación de las tropas franquistas en retirada, les permitió ganar varios días para la llegada de refuerzos, reponerse del pánico inicial y alcanzar ya en Gandesa –junto al anterior dominio absoluto del aire– la superioridad en artillería, transporte y maniobra frente al atacante, desprovisto de aviación, tanques, medios artilleros y de transporte.

A eso se debió la detención del avance ante Gandesa en las jornadas decisivas, a la falta de medios moto-mecanizados y de reducción. Cuando empezaron a llegar al campo de batalla la artillería y los primeros tanques republicanos, el enemigo había concentrado ya en posiciones fortificadas fuerzas y medios superiores, derivando los combates en cruento forcejeo para lograr una nueva rotura operativa. Ya en el día 27 de julio, frente a las divisiones republicanas 35ª y 11ª (casi sin artillería) actuaban en la zona de Gandesa tres divisiones enemigas frescas: la 74, la 13 y la 82, con dos regimientos de artillería, baterías antiaéreas, anticarros y de morteros y restos de otras unidades. En adelante la correlación de fuerzas se haría más desventajosa para los republicanos.

Analizando este factor se entiende que fue erróneo el empleo de la caballería para misiones de cobertura y limpieza del terreno. De haberse utilizado para envolvimientos rápidos, ataques de flanco y de revés, persecución del enemigo en retirada, infiltraciones por las zonas desguarnecidas, este arma móvil hubiera podido desempeñar misiones de exploración profunda y un papel de suma trascendencia en la desorganización de la retaguardia y las comunicaciones enemigas, impidiendo la rápida llegada de refuerzos a la zona de Gandesa, donde se libraban los combates decisivos.

Fue de notar que el impetuoso avance de las brigadas XIII y XV rebasó las posibilidades de nuestro abnegado, más corto en medios, servicio de transmisiones (cable telefónico, peatones, jinetes, motocicletas y una radio). Y el enlace con las fuerzas de vanguardia en los dos primeros días quedó reducido a jinetes y motos, lo que requería excesivo tiempo para hacer llegar los partes y órdenes a su destino, en un terreno muy accidentado y que además estaba infestado de grupos enemigos. Esto exigió de los Estados Mayores extrema movilidad y tensión, que no siempre lograron evitar el retraso en su labor operacional.

En estos días se utilizó por primera vez en la historia de las guerras el bombardeo en picado, patentizando su enorme eficacia. Lanzando así una bomba de 500 kilogramos, desde 300-400 metros de altura, un solo avión hitleriano destrozó casi totalmente el nudo de carreteras de Venta de Camposines. Se preparaba así la suerte futura de muchos objetivos militares y civiles en la segunda guerra mundial, lo mismo que Guernica sería el precedente de la destrucción masiva de ciudades abiertas.

Cabe decir que hubo causas menores, aunque importantes, que contribuyeron a que el éxito inicial de la operación no tuviese el desarrollo que era de esperar. Una de ellas fue la insuficiente cooperación, la falta de enlace directo y la irregular información operativa entre las divisiones 3ª, 35ª y 11ª. La escasez de medios de comunicación se veía agravada por el carácter montañoso del terreno y la abundancia de bosques. Asimismo se reveló en algunos combates la tendencia a dejar en reserva excesivas fuerzas y elementos bélicos, o distribuirlos de modo uniforme por todo el frente de ataque, lo que impedía alcanzar una superioridad decisiva en la dirección del esfuerzo principal.

Junto a la falla que entrañó el estancamiento de los medios de asalto, reducción y maniobra en la orilla norte del río anteriormente señalada, requiere singular mención el aseguramiento operacional efectuado por las tropas de ingenieros. Pues la batalla del Ebro fue en todas sus etapas, a la vez que una prueba cimera de la cooperación entre el frente y la retaguardia, del buen orden de las acciones y la asistencia mutua de las armas, un examen sin precedentes del vigor técnico-material y moral de las tropas de ingenieros del Ejército republicano.

Con no menos intensidad que en las líneas avanzadas de la cabeza de puente, la batalla se decidía también en los pasos del río, donde pontoneros y zapadores-minadores –del Alto Mando, del Ejército, del Cuerpo, divisionarios y de brigada– dieron pruebas de auténtica madurez y ejemplos inmortales de arrojo militar, en medio de bombardeos aéreos casi incesantes y riadas frecuentes que costaron no pocas vidas. La escasez de medios de paso y elementos técnicos defensivos se compensaba con una labor titánica y una abnegación sin límites por parte de los soldados, clases y oficiales, cuya dirección técnica y mando directo estaba a cargo del teniente coronel Ovidio Botella Pastor, comandante general de ingenieros del Ejército del Ebro, arquitecto, antiguo compañero de Facultad y de la Federación Universitaria Escolar (FUE).

Gracias al denuedo y competencia de las tropas de ingenieros, a su incansable esfuerzo, ya en los primeros días de agosto había de transformarse en nuestra potencia lo que al comienzo de la batalla predeterminó nuestra debilidad y dificultó en sumo grado el enlace del frente con la retaguardia. Dos eran las razones: a) se tendieron numerosos pasos seguros, de carácter permanente, y bien enmascarados con obras falsas que atraían los principales ataques de la aviación fascista; y b) el caudaloso y ancho río, que fluye entre montañas, servía de poderosa cobertura de la cabeza de puente, a la que resguardaba de los ataques de flanco del enemigo.

Al comenzar la operación, el Ejército del Ebro no tenía ni un solo parque de pontones y hubo que montar el aseguramiento del paso con medios poco aptos para la maniobra, que requerían excesivo tiempo para el tendido y eran sumamente vulnerables a las modificaciones del lecho fluvial y del nivel de las aguas, además de exigir en ocasiones complicadas soluciones técnicas. Esta fue la causa principal de que la artillería y los tanques perdieran varios días, decisivos para el desarrollo del éxito inicial, en espera de poder trasladarse a la margen opuesta del río.

Durante la primera fase de la batalla la 35ª División había perdido casi el quince por ciento de sus efectivos iniciales. Con suma tensión y ejemplaridad, en circunstancias nada fáciles, actuó el servicio de sanidad divisionario, bajo el mando del mayor Stanislaw Flato, médico polaco, poniendo de relieve sus altas cualidades militares y humanas.

Y diremos, por último, que la etapa ofensiva de esta gran colisión en tierras catalanas logró su objetivo estratégico fundamental: hacer que los facciosos suspendieran el ataque a Valencia y se vieran obligados a trasladar el grueso de sus fuerzas de maniobra al encuentro del Ejército del Ebro. Desde Levante acudieron con apremio al Ebro las divisiones 1ª (coronel Mizzian), 4ª, 82ª, 84ª (coronel Sueiro), 152ª (coronel Rada), parte de la 105ª y de la 61ª; unas siete divisiones franquistas en total, dejando prácticamente inoperante y sin capacidad de maniobra aquel frente, y desmantelada la ofensiva sobre Valencia. Asimismo llegaron la 74ª del Centro y la 102ª (coronel Castejón) del Sur, que estaban operando en Extremadura.

Ya hemos visto que fue el retraso de la artillería, los tanques y el transporte lo que privó a las tropas atacantes de la maniobrabilidad y potencia de fuego necesarias, sin las cuales no se pudo alcanzar el espacio operativo y cumplir la totalidad de las misiones previstas en el plan inicial, lo que hubiera transformado la derrota fascista en un desastre de las mayores consecuencias para el desenlace de la contienda. Se hizo evidente que sin la cooperación de otras armas, la infantería sólo puede cumplir misiones limitadas en la guerra moderna. La falta de medios de acompañamiento, apoyo y maniobra en acción coordinada, deriva en retardo, y origina, en fin de cuentas, el cese de la ofensiva.

Mas pese a todas los inconvenientes, durante dos semanas los republicanos habíamos mantenido la iniciativa en nuestras manos. Fracasó en ciernes la primera contraofensiva franquista, planeada para los días del 26 al 31 de julio, con el ambicioso objetivo de liquidar la cabeza de puente. He aquí la idea de la maniobra, que abortó ante los ataques republicanos, expuesta por sus autores: «Realizar el ataque principal en la dirección de Corbera-Venta de Camposines-Ascó, y, simultáneamente, dos ataques en las direcciones de Pinell-Mora de Ebro y Fatarella-Flix». Algo así como una retroversión de la maniobra republicana.

La defensa de Pandols

Entrábamos así en un nuevo período o segunda fase de la batalla. El enemigo intentaba recobrar la iniciativa desencadenando un contraataque general con el propósito de «aniquilar a las tropas republicanas, sin dejarles repasar el río», y salir otra vez a la línea del Ebro en toda su extensión. Tal sería el empeño de la contraofensiva ideada por el mando franquista. Contaba para ello con la agrupación operativa mejor pertrechada de armamento ítalo-germano y asistencia intervencionista que había conocido la guerra.

En Falset, casi sin armas, se hallaba concentrada la 43ª División republicana. Para completar su equipamiento bélico cedimos todas las cogidas al adversario, salvo las carabinas de 7 mm con que dotamos al escuadrón de caballería, la compañía de zapadores y la unidad de transmisiones divisionarias. Entre las remitidas iban los siete cañones de 75 mm tomados al enemigo por la XIII Brigada, que tan excelente papel habían desempeñado en los combates precedentes, manejados por el personal de la batería antitanque.

Sin demora procedimos a fortificar la zona de Camposines. Participaban en ello las compañías ZM de las brigadas y tres batallones de las mismas que se rotaban por turno. Paralelamente hacíamos el balance de la anterior etapa, seguido de una intensa labor política explicativa. Llegaron las recompensas a numerosos oficiales, clases y soldados por su ejemplar comportamiento en las jornadas transcurridas. Y las tropas se iban reponiendo del quebranto sufrido.

Como previsiones operacionales, hallándonos en reserva del Ejército, emprendimos el reconocimiento de las zonas que ocupaban en primera línea las divisiones 27ª, 11ª y 46ª. Por el momento, había sólo ataques enemigos de carácter local en el flanco izquierdo de la cabeza de puente. Con intervalos, era de observar por todo el frente un intenso fuego artillero. Crecía la actividad de la aviación nazifascista, llegando en algunas jornadas a 250 vuelos, registrados por nuestros observatorios divisionarios.

Así arribamos al 10 de agosto. Un súbito y desacostumbrado estruendo nos anunció el comienzo de la segunda contraofensiva enemiga. Tras una intensa preparación de artillería y aviación, con cuatro horas de implacable martilleo sobre las posiciones republicanas de sierra Pandols, guarnecidas por la 11ª División, se lanzó al asalto la 4ª División navarra y refuerzos de otras formaciones con el objetivo de conquistar la sierra y ganar la carretera de Gandesa a Pinell. Treinta baterías de distintos calibres y una gran masa aérea apoyaban el esfuerzo de los atacantes.

Afrontando sin desmayos el alud de fuego y las tenaces embestidas de los facciosos, las unidades del V Cuerpo mantuvieron heroicamente las posiciones republicanas, causando al enemigo enormes pérdidas. Tres días de encarnizado forcejeo, con furiosas acometidas desde aire y tierra no despejaron los horizontes de las tropas asaltantes. Sólo en la noche del 13 de agosto, mediante un ataque por sorpresa lograron apoderarse de la cota 705 y de las estribaciones meridionales del Racó del Abadejo, allí donde hacían contacto las divisiones 11ª y 46ª del Ejército republicano. Esa cota dominaba la mitad oriental de la cabeza de puente y muchos kilómetros allende el río, constituyendo un observatorio inmejorable. Inquietaba, además, la situación de las posiciones leales inmediatas a la misma, por haber quedado aisladas.

Siguieron dos días de empeñados contraataques, sin que los leales consiguieran expulsar al adversario y reconquistar las posiciones. Por el contrario, las cosas tendían a agravarse. Envolviendo el flanco derecho de la 37 Brigada (46ª División), comandante Gerónimo Casado Botija, situada a la izquierda de la 11ª División, los navarros forzaron al repliegue de la misma a la margen izquierda del río Canaleta, y se adueñaron de las estribaciones sudeste de la sierra de Pandols. Ni de día ni de noche cesaban los combates en esta parte de la cabeza de puente, rocosa y sin bosque, salvo algunas manchas, en la que era, sobre todo, mortífero el fuego de la artillería y los morteros, el efecto de las granadas de mano y los bombardeos aéreos. Cinco jornadas de cruentos combates no habían podido doblegar a las tropas de la 11ª División, que conservaba la mayor parte de sus posiciones, aunque había sufrido unas cinco mil bajas entre muertos, heridos y desaparecidos. La 46ª División republicana repelía los ataques de la 84ª División franquista.

Mediaba el 15 de agosto cuando llegó la orden del Ejército disponiendo que la 35ª División relevase a la 11ª en la sierra de Pandols. Por la misma se veía que la situación de nuestra primera línea no estaba muy clara en algunos sectores; ciertas posiciones habían pasado de unas manos a otras reiteradas veces durante los porfiados combates de las últimas jornadas. Adelantándose a las tropas, que hacían los preparativos de marcha, el mando de la división, los jefes de brigada y un oficial del Estado Mayor se trasladaron a la zona de relevo, efectuando un minucioso reconocimiento del flanco derecho y de los sectores centrales donde más duros eran los combates.

Allí precisamos sobre el terreno, con los jefes de batallón, la situación del enemigo y la de nuestra primera línea, a los que a veces separaban sólo algunas decenas de metros. Casi no había fortificaciones en las rocosas cumbres de la sierra, salvo algunos improvisados parapetos, y las tropas combatían adhiriéndose a los pliegues del terreno. Lo abrupto de las pendientes y la falta de caminos dificultaban la evacuación, el abastecimiento y los contraataques.

Desde la cota 641 presenciamos los tesoneros enfrentamientos de la jornada. Después de una lucha tenaz por el dominio de la cota 671 del Racó del Abadejo, que cambió de dueño dos o tres veces, el enemigo lograba ocuparla a nuestros ojos. Al caer la noche, sorteando el acoso aéreo que entrañaban las horas de luz, la división se trasladó en marcha combinada -a pie y en camiones- por el itinerario: calzada de Mora, camino de Pinell a Mora y carretera de Pinell a Gandesa, y efectuó el relevo de la 11ª División sin que lograse advertirlo el enemigo. Con los albores de la nueva jornada cesaba todo movimiento.

La primera línea pasaba por las alturas 481, 666 Y 502. El adversario ocupaba las cotas 671 y 705 formando un poderoso entrante en la soldadura de las divisiones 35ª y 46ª, situada a nuestra izquierda. Las fortificaciones eran escasas, con refuerzo de sacos terreros; ante algunas posiciones había dos y tres filas de alambrada. Escalonando la defensa en profundidad, la 35ª División desplegó dos brigadas –la XI y la XV– en un frente de cinco kilómetros, desde el cerro de San Marcos, pasando por las alturas 641, 644 Y 582, hasta la cota 502 de la sierra de Pandols. Concentrada en las estribaciones sudeste de la sierra de Caballs quedó de reserva la XIII Brigada.

Otras dos jornadas de combates incesantes, sin lograr avanzar un solo paso en todo el frente, agotaron por completo la capacidad ofensiva de los asaltantes. Eludiendo así el martilleo de los medios de reducción fascistas, contraatacábamos al enemigo delante de nuestras líneas, aprovechando los intervalos entre las alambradas, siempre que éste se disponía a asaltar las posiciones republicanas. Mientras la artillería y la aviación franquistas batían la retaguardia inmediata, casi vacía, deteníamos a la infantería asaltante y la rechazábamos delante de nuestras posiciones, obligándola a permanecer agazapada y sin poder retirarse hasta llegar la noche. Este procedimiento de pegarse al adversario para contrarrestar el fuego de sus cuantiosos medios aéreos y artilleros dio excelente resultado. Los ataques más intensos de las unidades navarras se estrellaron contra la firmeza y el heroísmo de las tropas de la XV Brigada, especialmente de sus batallones inglés y norteamericano, a cuyo frente se hallaban los mayores Sam Wild y Milton Wolf.

Así, pues, terminó sin gloria –pese a algunos éxitos tácticos de la misma a costa de muchas pérdidas– la segunda contraofensiva del enemigo. Ni había conseguido romper el frente republicano ni tampoco adueñarse de la sierra de Pandols. Hicieron, sin embargo, un último esfuerzo en el sector de la 46ª División. Por los prisioneros hechos al enemigo durante la noche del 17 supimos que los facciosos se proponían reanudar la ofensiva hacia Pinell, variando el eje de ataque, lo que coincidía con los resultados de nuestra observación. Decidimos reforzar el flanco izquierdo, situando tras el mismo al 49.0 batallón de la XIII Brigada como reserva divisionaria inmediata.

A su vez, el mando del V Cuerpo de Ejército ordenaba un contraataque general con la misión de recobrar las posiciones perdidas en días anteriores. Fue un choque entre dos atacantes. Cuando tras una preparación artillera de media hora, seguida de bombardeo aéreo, los republicanos iniciábamos el asalto, un torrente de fuego artillero (de 400 a 500 piezas) cayó sobre las divisiones 27ª, 35ª y 46ª, mientras la aviación enemiga bombardeaba sañudamente nuestra retaguardia cercana.

Sosteniendo un porfiado combate, los batallones 57 y 58 de la XV Brigada ocuparon la altura 666. En los accesos a la posición enemiga rescatamos a seis heridos de la l1ª División que llevaban cinco días inmovilizados en la tierra de nadie, casi agonizantes. El intento de ocupar la cota 698, bien fortificada y protegida con alambradas, casi intactas, no tuvo éxito. La XV Brigada perdió en este combate ciento treinta y tres hombres. Junto a muchos otros, aquí perecieron heroicamente el capitán Mijaíl Schwartz (Egon Schmidt), jefe de la compañía ZM de la mencionada unidad, matemático de Riga (Letonia), y los también capitanes Paddy O’Salliwan, irlandés, y Aaron Lopoff, norteamericano.

La XI Brigada, reforzada con una compañía de tanques, profundizó casi dos kilómetros venciendo la encarnizada resistencia del enemigo. Casi simultáneamente, el adversario atacó el flanco derecho de la 46ª División, adueñándose de las cotas 301 y 293, seis kilómetros al oeste de Pinell, amenazando así nuestras comunicaciones de retaguardia. Para eliminar el riesgo entró en combate el 49 batallón de la XIII Brigada, mandado por el capitán Martínez, (comisario político Marcelino Blanco), que logró cerrar allí el paso a los fascistas y reconstituir la defensa. Así quedo establecida una línea que permanecería inalterable hasta los mismos finales de la batalla. Las dos últimas jornadas frustraron sin remisión los propósitos franquistas en este sector. Nuestra artillería de apoyo (43 piezas) había hecho durante ellas 2.526 disparos; más de la tercera parte quedó inutilizada.

Dichas jornadas habían costado a nuestra división 487 hombres, entre muertos, heridos y desaparecidos. Más de la mitad correspondían a la XV Brigada y un buen tercio de la XI. Entre los primeros estaban los internacionalistas cubanos Juan José Díaz Santos, Jorge Martínez Vázquez, José Real Alvarez y Plácido Benítez del Pino, teniente. Y el capitán George Carbonell, estudiante portorriqueño.

El mando adversario trasladó ahora su empeño al extremo opuesto de la cabeza de puente, iniciando su tercera contraofensiva en el sector del XV Cuerpo del Ejército. Tres divisiones (82ª, 102ª y 74ª), con el apoyo de cincuenta tanques, cien aviones y una poderosa artillería -todo ello al mando del general Vigón, jefe del Estado Mayor de Franca- se lanzaron al ataque-en la dirección general de Villalba de los Arcos-La Fatarella. En la jornada siguiente, 20 de agosto, los facciosos abrieron las compuertas del embalse de Camarasa provocando así una nueva riada, con el propósito de aislar a los republicanos de sus bases de refuerzo, aprovisionamiento y evacuación: el nivel de las aguas subió tres metros y medio, llegando la velocidad de la corriente a tres-cuatro metros por segundo.

No prosperó el ataque fascista a ‘las posiciones de la 27ª División al este de Gandesa, ni tampoco lograron recobrar las posiciones que habían perdido 1a víspera en los combates con la 35ª División. La proximidad de nuestras avanzadillas a las trincheras del adversario las hacía casi invulnerables a los bombardeos de la aviación y la artillería, dando gran estabilidad a la defensa. Era una pugna de infantería a infantería, salvo los segundos escalones y reservas muy castigados por el cañoneo y las incursiones aéreas.

Esta circunstancia determinó la gran saturación de tropas en primera línea –a resguardo de los bombardeos enemigos y su débil densidad en la segunda– a la vez que existía una potente reserva divisionaria, siempre mejor protegida en la profundidad. Obligó a efectuar las evacuaciones de noche, en artolas dado lo fragoso del terreno, siendo a menudo operados los heridos al abrigo de la primera línea, en las contrapendientes inmediatas. Con admirable precisión funcionaron las transmisiones y la intendencia en un terreno batidísimo y difícil. Tras los combates durante la jornada, nos entregábamos a una fortificación intensa por las noches. Surgían nuevas trincheras, nidos de ametralladoras y refugios. En los principales accesos se tendían alambradas.

El día 20, los franquistas concentraron sus esfuerzos en la dirección de Gandesa-Pinell (divisiones 84ª y 13ª). Fue una jornada de prueba para la XI Brigada. Preparaciones aéreo-artilleras y ataques se sucedían infructuosos en una porfiada labor de reblandecimiento. Una escuadrilla de aviones de asalto tipo Fiat, regando de bombas las trincheras y ametrallando las posiciones en vuelo rasante, abría de inmediato el camino a la infantería atacante. Con el apoyo de la artillería, en particular de la 27ª División, que batía de flanco los órdenes de batalla de las tropas en ofensiva, una y otra vez eran rechazadas las acometidas facciosas. Entre los mejores ejemplos de buena cooperación de la artillería propia cabe destacar la del grupo mandado por el teniente Manuel Freire Castilla. En todo el día de combate, el enemigo no logró avanzar ni un solo metro.

A última hora de la tarde, la aviación fascista destruyó por completo el pueblo de Pinell, en la profundidad de la defensa, tras el enlace con la 46ª División. Nuestras baterías antiaéreas de 20 mm derribaron dos aparatos de asalto enemigos, y sus pilotos, alemanes, que se lanzaron en paracaídas, fueron hechos prisioneros. Asimismo capturamos prisioneros de la 84ª División, que había relevado a la 4ª, diezmada por los combates, y de la 74ª División, que se extendía por Pandols y el Canaleta.

Estos reagrupamientos y las declaraciones de los prisioneros volvieron de nuevo nuestra atención al sector central y el flanco izquierdo. Para asegurar la cobertura de nuestra comunicación principal con la retaguardia constituimos en dicho flanco una zona defensiva independiente con tres batallones (el de ametralladoras y dos de infantería), escalonados en profundidad, a las órdenes del capitán Ernest Fischer, jefe del batallón divisionario de ametralladoras.

Al día siguiente los facciosos reeditaron su ataque al flanco derecho, aunque pronto la artillería y la aviación concentraron su fuego en la sierra de Pandols. Tras una hora de martilleo, a las 9.30 la infantería enemiga se lanzó al asalto de la primera línea; siguió el combate próximo con granadas de mano y una vez más la XV Brigada detuvo a los atacantes delante de sus alambradas. La artillería y la aviación bombardeaban ahora el flanco izquierdo del XV Cuerpo de Ejército, donde el mando fascista apoyaba el ataque con gran número de tanques.

Habíamos causado enormes bajas al enemigo y conservábamos todas nuestras posiciones, mas no sin pagar por ello un alto precio: las pérdidas de la división correspondientes a los tres últimos días ascendían a cuatrocientos cincuenta hombres, las dos terceras partes de los cuales pertenecían a la XV Brigada.

El Ejército del Ebro mantenía sólidamente la cabeza de puente. Tampoco esta contraofensiva –la tercera– de las tropas de maniobra enemigas, cuyos furiosos ataques del día 20 los había dirigido el propio generalísimo Franco desde Gandesa, consiguió hender el frente republicano.

Fueron jornadas de intensa actividad aérea por ambas partes que culminaron en los combates del 22 de agosto. Escuadrillas republicanas de cinco a nueve aparatos, con fuerte acompañamiento de cazas, que llegaron a cuarenta y dos en algún caso, bombardearon cuatro veces las inmediaciones oeste de Gandesa y Villalba de los Arcos. Frente a ellas actuaron unos doscientos cincuenta aviones enemigos, en su mayor parte bombarderos y caza-bombarderos (Messerschmitt, Heinkel, Caproni, .Domier, Junkers, Stuka, Saboya, y de algún otro tipo).

Ardía la tierra y el bosque en el flanco izquierdo del XV C.E. Crecía la intensidad del combate en las inmediaciones del vértice Gaeta (548 m); donde se batían las divisiones republicanas 3ª y 60ª. Y cuando cedía la tarde de aquella terrible jornada, la artillería enemiga empezó a trasladar el fuego en profundidad y de línea en línea. Aquel rodillo de fuego nos alertó. Nuestros observatorios de la sierra de Caballs señalaban un posible cambio de la situación entre Villalba de los Arcos y Gandesa, donde venía defendiéndose con tenacidad la 16ª División, sosteniendo durísimos combates durante varios días. El Estado Mayor del V C.E. confirmó el repliegue de la mencionada división y ordenó el traslado inmediato de la XIII Brigada a la zona de Camposines, como reserva en el enlace de ambos Cuerpos de Ejército.

Seguidamente reforzamos las reservas de batallón en nuestro frente y reconstituimos la reserva divisionaria con el 43 batallón de la XI Brigada. Desarrollábamos la fortificación de los centros de resistencia; su enlace táctico y de fuego dentro del sector y con las unidades vecinas. A menudo el enemigo trataba de impedir nuestros trabajos durante la noche mediante golpes de mano y tiroteos. En los choques nocturnos de aquel día tuvimos seis muertos y treinta y un heridos.

Barruntábamos un cambio de misión y comprobamos el estado de nuestros efectivos. En las cumbres de Pandols habíamos perdido novecientos cincuenta hombres; la mitad correspondía a la XV Brigada y más de un cuarto a la XI. La artillería de apoyo había efectuado unos ocho mil disparos. Sólo doce piezas quedaban aún en servicio. Durante los diez días de combate de la 35ª División en Pandols no pudimos ver ni una sola vez al comandante del V Cuerpo de Ejército, teniente coronel Enrique Líster –a cuyas órdenes nos hallábamos, como jefe del sector Sur– ni recibir instrucción verbal alguna del mismo. Tampoco advertimos su presencia en la zona vital que defendíamos. Todo fueron órdenes escritas o requerimientos telefónicos del Estado Mayor. (Extraña manera de ejercer el mando!…)

Entre el 24 y el 26 de agosto nos relevó la 43ª División (teniente coronel Beltrán, comisario Máximo de Gracia). Toda la nuestra se trasladó ahora a la zona de Camposines, quedando nuevamente en reserva del Ejército del Ebro, cuyo jefe y el de su Estado Mayor –Modesto y Sánchez Rodríguez– habían sido ascendidos a coroneles en estos días.

Reemprendimos la fortificación de la mencionada zona con frente oeste, suroeste y sur. Se nos agregaron dos baterías anticarro de 37 mm. Nada más terminado nuestro movimiento, en la mañana del 26, la aviación fascista bombardeó el cruce de carreteras de la Venta. Acosada por los cazas republicanos, en número de treinta y tres, perdió dos bombarderos, un Fiat y un Messerschmitt.

Finalizaba agosto cuando el enemigo emprendió su cuarta contraofensiva en la dirección general de Gandesa-Corbera- Venta de Camposines, siguiendo el enlace entre los Cuerpos de Ejército XV y V. Actuaban aquí, asumiendo el esfuerzo principal, las divisiones 1ª de Navarra (coronel Rodrigo), 13ª y 74ª’, al mando del general García Valiño. El esfuerzo secundario correspondía a la 152ª División (general Rada) y la 4ª navarra, siguiendo el eje Vértice Gaeta-La Fatarella. Frente al sector de ruptura, en apoyo de la operación, se concentró la totalidad de la artillería expedicionaria italiana, la del Cuerpo de Ejército del Maestrazgo, gran parte de los medios artilleros del Ejército y de las formaciones alemanas de la Legión Cóndor.