Las Brigadas Internacionales: los últimos combates

En el 90 aniversario de la salida de España de las BI, queremos recordar las últimas acciones en las que participaron. Contamos con diversos análisis desde variados puntos de vista (franquista y republicano). Todos ellos componen un mosaico rico y a veces contradictorio de lo que fueron las últimas semanas en España de los Voluntarios de la Libertad.

José Manuel Martínez Bande.Brigadas Internacionales: Los voluntarios se van

A lo largo de ese año de 1938 los intentos para poner fin a la guerra de España, mediante una paz negociada —intentos levemente iniciados en 1937, cuando don Julián Besteiro marcha a Londres para asistir a la coronación de Jorge VI—, cobran día a día más fuerza, como hijos de la necesidad.

En estos intentos de paz, una de las bazas que se van a poner en juego va a ser la pretendida «nacionalización» de la lucha, bandera izada insistentemente en aras de un patriotismo anticipo del que luego, a partir de 1941, airearía Stalin, al titular la lucha por la defensa de la U.R.S.S. frente a la invasión nazi «gran guerra patria».

Así, cuando el 1 de mayo Negrín publica sus famosos «trece puntos», destinados a poner fin a la contienda,, uno de ellos se refiere a la retirada del suelo español de las fuerzas combatientes extranjeras, de uno y otro bando, condición sine qua non para que los enemigos hasta entonces puedan entenderse. Es una buena baza, de efectos propagandísticos seguros, y nada incómoda, ya que aquella afluencia masiva de los primeros tiempos, con gentes de las que se esperaba muchísimo, por no decir todo, ha ido debilitándose hasta quedar prácticamente paralizada, sin que, por otra parte, pueda nadie decir que los combatientes extranjeros hayan sido mejor que los españoles; y los hechos de guerra lo han demostrado cumplidamente.

El 5 de julio, tras laboriosas negociaciones, el Comité de Londres, o de No Intervención, propone un acuerdo parecido, sobre la base de la retirada progresiva de los contingentes no nacionales en los dos Ejércitos en oposición, partiendo de una base mínima de 10.000 hombres. Sin eco alguno estas propuestas en la España nacional, se lleva a cabo el desesperado esfuerzo del paso del Ebro, canto del cisne que tiene una finalidad inmediata, militar, la de detener el avance sobre Valencia, y otra asimismo mediata, política, de forzar al general Franco a aceptar una paz contratada.

La República —escribe Thomas— mostró un exaltado júbilo ante el éxito de la ofensiva del Ebro. Hasta Azaña se llegó a persuadir de que la suerte se había vuelto a favor de la República. Aquel verano constituyó ciertamente una época de esperanza para todos ¡os republicanos. La crisis de Checoslovaquia amenazaba con provocar una guerra europea, y la República hizo todos los esfuerzos posibles para demostrar a Inglaterra y Francia que, en caso de guerra, podría ser un aliado valioso.

A lo largo de las interminables jornadas de aquella terrible batalla la cuestión de la retirada de los voluntarios cobra dramática actualidad, íntimamente ligada con ´los problemas de la no intervención y de las ayudas extranjeras a unos y otros. Todo este tiempo es de una enorme actividad diplomática. El 9 de septiembre Negrín se entrevista en Londres, según parece, con el duque de Alba, y a finales de mes viene la conferencia de Munich, que, a costa de Checoslovaquia, dará a Europa la precaria paz de un año. Es obra principal de Chamberlain, de la que se siente muy orgulloso, por lo que no debe extrañarnos que el político inglés proponga otra conferencia similar para poner fin a la guerra de España. Pero aunque los días inciertos de la lucha en tierras de Gandesa, Amposta y Mequinenza, a la que no se ve fin, parecen presionar a unos y otros hacia la paz, el general Franco, que no pierde en ningún momento la fe en una victoria sin compromisos, se muestra irreductible.

Naturalmente, no es éste el caso de Negrín. Si una paz concertada significa para la España nacional casi tanto como la pérdida de la guerra, para la República podía representar una cierta posibilidad de subsistir de algún modo. Había que llegar hasta ella, fuese como fuese y a costa de lo que fuere.

Por otra parte estaba Stalin viendo los acontecimientos como siempre, a la luz de la realidad: fría luz que proclamaba que era ya imposible conseguir una fuerte alianza de la U.R.S.S. con Francia e Inglaterra frente a Alemania. Entonces, si esto era así, si no cabía oficialmente cercar a Adolfo Hitler, había que buscar un entendimiento con el jefe nazi, al que se temía; mas para llegar a esta meta estorbaban todas las ligaduras de la guerra de España.

Y se venía haciendo, al ir apartando los peones principales, mas ahora era necesario llegar a más, a mucho más, y en este camino las Brigadas Internacionales representaban un estorbo. Así se alcanza la fecha de 21 de septiembre, en la cual el doctor Negrín comunica a la Sociedad de Naciones su voluntad de retirar a los voluntarios extranjeros que combaten en las filas del Ejército, del que es jefe supremo, sin distinción de nacionalidades, e incluso aquellos que «con posterioridad al 16 de julio (sic) de 1936» hubiesen adquirido ´la nacionalidad española. Al efecto, pide la constitución de una Comisión Internacional encargada de comprobar aquella retirada, cuyos miembros gozarán de las inmunidades y privilegios otorgados a los funcionarios diplomáticos. Para asesorarla se nombraría otra Comisión, ésta por parte de la República.

Negrín comienza así: «El Gobierno español asiste con angustia profunda a la crisis por que atraviesa la paz en la hora presente». Y seguidamente: «Las insinuaciones, que no se atreven a salir de la clandestinidad, según las cuales nosotros desearíamos una conflagración general como medio de hallar una solución a nuestras luchas, son consideradas por nosotros como una impertinencia que no merece más que nuestro desprecio».

Leyendo el discurso de Negrín podría creerse que la causa de todos los males que España sufre es la presencia de soldados extranjeros en su suelo: «Una vez eliminada la intervención extranjera en España puedo asegurar que una política de conciliación nacional, realizada bajo la dirección firme y enérgica de un  Gobierno de autoridad, permitiría a todos los españoles olvidar estos años de sufrimiento y de crueldades y restablecería rápidamente la paz interior».

Comentando este discurso escribió Zugazagoitia: «Cuando Negrín se adelanta a notificar a la Sociedad de Naciones que el Gobierno decide por sí mismo la retirada de voluntarios, licenciando a cuantos combaten a su lado, realiza un doble beneficio: el moral, que se deriva de su acto político, que no había de servirnos de nada; y el material, de prescindir de unos hombres que, valuados en su conjunto, tienen muy escasa potencia combativa».[1]

El 22 de septiembre Alvarez del Vayo volvía a hablar de la retirada de voluntarios en la Sociedad de Naciones, y ésta accedió a controlar aquella retirada, delegando su autoridad en un Comité de tres, compuesto de sendos representantes de Francia, Gran Bretaña e Irán, comité que designó, a su vez, los miembros de la Comisión Internacional que vigilaría la repatriación.

Presidía ésta el general Bruno Jalander, del Ejército finlandés, siendo comisarios de la misma et general Mosloswoth, de Gran Bretaña, y el teniente coronel francés Homo. Había además una secretaría genera y una serie de oficiales adjuntos. El general Jalander salió de Helsinki, en avión, parj Perpignan, el 11 de octubre. Y ya reunida toda la Comisión internacional, alcanzaba ésta, el 17, el punto fronterizo de La Junquera, llegando inmediatamente a Barcelona, donde fue recibida por ei general Gámir Ulibarri, jefe de la Comisión española. El 20 de octubre se celebraba ´la primera sesión conjunta de ambas Comisiones, y el día fin de mes una segunda (4).

Ya por entonces había tenido lugar la despedida de los brigadistas en Barcelona, despedida oficial y populosa, tras una serie de actos previos de loas en prosa y en verso, totalmente desorbitados. Alguien como La Vanguardia llega incluso a comparar a los internacionales con el Cid y Alonso Quijano. «Tuvieron la reacción de Don Quijote, caballero chiflado y puro ante el sucio entuerto.» Y al poco: «Se arrastra el Duero, sucio, cavando el enterramiento de la Hispanidad, y en un alcor de la otra orilla del Ebro, otro fantasma, el del Myo Cid, se endereza sobre los estribos de Babieca y les dice adiós a los Internacionales». Aún se comunicó que a España habían llegado 24.000 brigadistas; 12.000 estaban en Cataluña.

El seis de octubre de 1938, víspera de la repatriación: entierro del obrero polaco de las Brigadas, Chasquel Honigstein. Se reproduce la loa de Alfonso X a España, en su Crónica General, seguida de un «¡Salud a los Internacionales que vinieron a ayudarnos y a restablecer la Hispanidad!»

Los actos de despedida se cierran el 28 de octubre con un desfile, por la mañana, por la avenida de Pedralbes, y una cena en el Casino de La Rabassada. En la mesa presidencial de ésta se encuentra, junto al doctor Negrín, el presidente de las Cortes, Martínez Barrio; el de la Generalidad, Companys; varios ministros; André Marty, los tenientes coroneles Hans Khale y Aldo Morandi, el subsecretario del Ejército de Tierra, coronel Gordon (Cordón), el comisario general de las Brigadas, Luigi «Gallo», el comisario general Osorio Tafall y muchos generales, jefes y oficiales, profesionales o procedentes de las milicias.

El teniente coronel Hans habla primero: «El idioma de las Brigadas Internacionales es el idioma español». En los brigadistas ha habido «católicos y demócratas» (sic) y el Ejército de la República «es invencible». Marty se despide con un «¡Hasta la vista, camaradas! Hasta la victoria, que nosotros tenemos la seguridad que no está lejana». Luigi «Gallo» dice: «Estamos en todo momento con vosotros. Venceremos en España, y en el mundo».

El doctor Negrín cierra los discursos. Habla en alemán, en inglés, francés y en italiano. En español dice: «Llevad a vuestros países lo que aquí en nuestra tierra habéis aprendido, que es el sentido de la unidad». Para terminar así: «Partís para seguir luchando en otro sitio. Y ahora, al momento en que partís, yo os digo, en nombre del pueblo español, que nosotros no juramos, como es costumbre, luchar hasta triunfar o morir. Nosotros juramos una sola cosa, que cumpliremos: ¡Juramos triunfar!» Aún habría una comida íntima, obsequio de Negrín a los jefes y comisarios extranjeros en el castillo de Vich el 1 de noviembre; a ella asistiría el general Jalander.

Despedidos así los internacionales, procede su concentración y salida de España, y el consiguiente control de la comisión presidida por el general finlandés. Oficialmente se le comunica que a España han llegado sólo 24.000 brigadistas; de ellos hay 12.000 en Cataluña y 2.000 en la zona Centro-Sur, completando la diferencia los muertos (5.000).

Los miembros de la Comisión viajan por las dos zonas, inspeccionando lo posible, mientras que se llevan a cabo gestiones diplomáticas para que los diversos países acojan a los que se fueron a las Brigadas. Las respuestas de estos países tardan en venir. Algunas son desalentadoras. Casi ningún Estado asume los gastos que la repatriación de los voluntarios exige. Polonia se niega a admitirlos y anuncia que de entrar allí sufrirán sanciones, y Bulgaria los considera apátridas. Son pocos los que recibirán 9 quienes eran allí, antes de venir a España, simples residentes. Naturalmente no pueden volver a sus lugares de origen los alemanes, austríacos, italianos, portugueses…

Durante bastantes días los antiguos brigadistas se encuentran en una situación muy delicada; están impacientes, nerviosos; no perciben ya paga alguna. Han sido elegidos como puntos de acantonamiento de aquéllos, según los casos, los siguientes: XI Brigada, Bisaura del Ter (antes San Quirico de Besora); XII Brigada, Torelló; XIII, Vallserrat (antes, San Pedro de Torelló); XIV, Calella; XV, Ripoll; CXXIX, Campdevánol; extranjeros no pertenecientes a ninguna unidad internacional, Pins de Valles. La 129 Brigada había sido relevada en sus posiciones del frente el 10 de octubre, siendo transportada por mar de Valencia a Barcelona.

La retirada comienza el 12 de noviembre, en cuya fecha marcha a Francia un convoy con 1.700 franceses. Hasta seis días después no parte un segundo convoy, con 491 franceses, belgas, luxemburgueses y austríacos. El 12 de diciembre han cruzado la frontera 4.049 hombres; y el 12 de enero —dos meses después del comienzo de la operación— 6.206 brigadistas, todo según datos oficiales. Para los franceses (2.306 repatriados) no ha habido problemas; tampoco para los belgas (372 hombres), los ingleses (396) o los norteamericanos. Sí para otras gentes, como los alemanes, de los que sólo 37 consiguen dejar España.

Pero no nos olvidemos de la guerra, que ha seguido su curso inexorable; y así, entre el 23 y el 29 de diciembre se rompe totalmente el frente catalán, iniciándose una vertiginosa y general maniobra, que lleva a la ocupación de Tarragona el 15 de enero de 1939. En estas circunstancias resulta muy difícil todo control, toda inspección, dentro de un inmenso y general barullo; y fácil, en cambio, toda ocultación.

Precisamente era al día siguiente de la caída de Tarragona cuando se presentaba en la Sociedad de Naciones y por la Comisión Internacional, un «rapport provisionnel» sobre la retirada de voluntarios. En él se da como comprobado, «no sólo que ya no existen en el Ejército español unidades de tipo internacional, sino también que todos los voluntarios extranjeros han sido retirados del frente para agruparlos en los lugares de concentración señalados por el Gobierno». Por otra parte, añade la Comisión, «conviene distinguir entre la integridad de la retirada del frente y la integridad de la retirada de España. Para esta última ´hay que esperar, evidentemente, las últimas evacuaciones».

Evidentemente sí, la Comisión ve que, aun dando por buena la cifra de 14.000 hombres, sólo han dejado España 6.206. ¿Qué ha sido de los restantes? Puede asegurarse que fueron repatriados sin dificultad alguna los que habían observado mala conducta, los condenados, los heridos y los convalecientes; luego, quienes no tenían oficio ni beneficio y eran simples soldados rasos. Las dificultades comenzaban al tratarse de especialistas o con alguna graduación, por modesta que fuese. Pero había algo más. Y era, sencillamente, que no todos querían irse. Porque muchos carecían de punto de arribada, de familia, de posibilidades de rehacer la vida; incluso no querían rehacerla, porque se habían acostumbrado demasiado a la de campaña. Sin que se pueda descartar, ni mucho menos, el caso de los idealistas exaltados que sostienen una causa hasta el fin, sea éste el que sea. Todos ellos podían seguir luchando y de eso se trató.

El 25 de enero, cuando la caída de Barcelona era inminente, Luigi «Gallo» escribía al coronel Modesto, jefe del Ejército del Ebro, una carta de la que eran estos párrafos:

Estimado camarada:

Conoces las decisiones que han sido tomadas respecto a los Voluntarios Internacionales. En nombre del camarada Marty y en el mío propio, te ruego nos perdones que no hayamos podido acudir a estar contigo para tratar de los nuevos problemas que se plantean. Te envío esta carta para exponerte las cuestiones más urgentes: pedir tu ayuda y tus directivas para su solución.

La Garriga es el centro de concentración de los voluntarios. Esta mañana han llegado los voluntarios balcánicos en un número de 450 y los voluntarios checos, en un número de 100. Acaban de llegar también los italianos en un número de 140 y los voluntarios latinoamericanos en un número de 116. Se esperan 880 voluntarios polacos y deberán llegar también los voluntarios alemanes que son 888. Es decir, que hay ya 776 voluntarios y en la noche habrá en La Garriga 2.600 en total. Entre ellos hay tropa de infantería, los oficiales y comisarios correspondientes, artilleros y artilleros de la D.C.A. Así como personal sanitario.

Todos estos hombres están organizados y se les organiza en Compañías y Batallones, según su nacionalidad y afinidad de idioma. Con los checos y los balcánicos pensamos formar cuatro Compañías de infantería y una Compañía de ametralladoras de unos 80 hombres cada una de ellas, una batería de artillería y quedan aún unos 20 hombres para la D.C.A., todos con cuadros completos. Con los italianos se hacen dos Compañías de infantería. Se seguirá el mismo criterio para los demás grupos nacionales. Nuestra idea, que ha sido elaborada con el general Rojo, era la de formar pequeñas unidades con cuadros completos, esto con la intención de completarlas con refuerzos españoles instruidos, de manera de poderlos emplear lo más pronto posible.

Se puede prever que entre todos los voluntarios tendremos unos 1.800 hombres para la infantería, es decir, para unas veinte compañías del número indicado para cada una de ellas. Se podrá constituir dos grupos de artillería y quedarán oficiales y médicos que podrán ser puestos a disposición del Ejército.

Este trabajo está en gran parte ya hecho, será terminado durante la noche y mañana por la mañana las unidades podrán empezar a hacer los ejercicios en sus formaciones» (1).

Para este 25 de enero Longo pide 2.000 raciones de pan, pero añadiendo que a partir del siguiente necesitará el abastecimiento normal completo de 2.600 hombres. El mismo día 25, la que se llama desde ahora «Agrupación de las Fuerzas Internacionales» da su Orden General de Constitución. Según ella se crean tres Brigadas, con los números XI, XIII y XV; la primera con un batallón alemán y otro austríaco; la XIII con uno polaco y otro húngaro; la XV con uno checo-balcánico y otro italiano y latinoamericano. La Agrupación quedará bajo el mando provisional del mayor Reiner, siendo comisario general el que lo había sido de la XI, Ernst Blank, y jefe de Estado Mayor el capitán Torunczyc.

Un nombre va a destacar aquí por encima de todo, más allá de peripecias, fracasos, retiradas y bajas: el de Ludwig Renn, sin duda modelo de fidelidad a una causa perdida desde hacía mucho. Fue jefe de Estado Mayor de la XI Brigada, y ahora seguirá con el mismo puesto en la unidad que ya no tiene de común con aquella antigua más que su simple guarismo romano.

Esta XI Brigada reúne sus miembros en el acantonamiento «E» de La Bisbal; la XV en el acantonamiento «H» de La Selva; la XIII en Palafrugell. ¿Cuántos son? El 25 de enero hay en La Bisbal 13 mayores, 47 capitanes, 162 tenientes, 8 alféreces, 8 brigadas, 131 sargentos, 109 cabos, 376 soldados y 34 comisarios. Total, 888 hombres. En el acontonamiento «H» los voluntarios para el frente son: 1 mayor, 4 capitanes, 16 tenientes, 33 sargentos, 2 brigadas, 28 cabos, 8 comisarios, 2 alféreces y 157 soldados. Total, 251 hombres. Una «nota» del oficio respectivo, fechada también el 25 de enero, decía: «Hay todavía muchos oficiales que sobran en el encuadramiento del batallón, conforme faltan soldados y cabos».

Por su parte, la XIII Brigada tenía el 27 de enero un jefe, 12 comisarios, 70 oficiales, 103 suboficiales y 273 soldados. Eran sólo los comienzos de su reorganización, y así en esa fecha se distribuía la ropa militar y armas.

La Agrupación entrará en fuego en Granollers, y tendrá que replegarse: tratará luego de defender Vich, muriendo el comisario Blank, a quien sustituirá el italiano Giuliano Pajetta. Retrocederá hacia Figueras y llegará al puente internacional. Uno de estos hombres que retroceden es un escritor uruguayo, Juan José López Silveira, oficial del Ejército de su país, que ha abandonado para luchar en España. A él le debemos una patética narración de la «última marcha de las Brigadas Internacionales», de la que son estos párrafos:

Éramos tres o cuatro mil. Habíamos esperado la apertura de la frontera todo el día y toda la noche. Apelotonados al borde del camino que desde la Junquera a Le Perthus escala la falda de los Pirineos, aguantamos como mejor pudimos un frío y una escarcha que helaban los huesos y limaban los últimos vestigios de nuestra resistencia física.

En las primeras horas de la mañana llego la noticia. Era la cuarta o quinta vez que la oíamos. Pero ahora parecía cierta, a juzgar por el rosario de advertencias e instrucciones que la completaban. Primero pasarían las mujeres y los niños. Después nosotros, los internacionales. Luego, los demás. La División de Márquez, todavía en contacto con las vanguardias franquistas, protegía la retirada. Por otra parte, los falangistas habían estado flojos en explotar el éxito de Barcelona y avanzaban lentamente hacia el Norte.

El permiso de admisión –acotaban– era amplio y generoso. Por tal razón debíamos ser leales y entregar nuestras armas y nuestros impedimentos militares en los puestos de recepción de materiales que la gendarmería había organizado del otro lado. Lo fundamental –agregaban– era obedecer, sin reticencias, las órdenes de las autoridades francesas.

Al filo del mediodía, en tierra todavía nuestra, las directivas y consejos circulaban de un grupo a otro, en francés, en alemán, en inglés, en español. Aparentemente no escuchábamos nada. Sin embargo, obedecíamos punto por punto lo que se nos indicaba. El instinto de conservación hacía mantener el mínimo necesario de disciplina. Lentamente nos dirigimos al lugar de reunión. La columna no era, como otras veces, expresión de aguerrida moral revolucionaria. Ahora, la formación constituía sólo un recurso, un medio contra el riesgo de quedar encerrados en la ratonera. Las filas de las brigadas internacionales aparecían apenas como un refugio.

Alguien repartió cigarrillos. En seguida –alrededor de las tres de la tarde de aquel 7 de febrero del 39– la cabeza abrió la marcha y toda la columna, ensanchando sus intervalos, se estiró en la ladera como una inmensa oruga que despliega sus anillos. Pocos minutos más y habríamos cruzado la línea para siempre…

En lugar de fusiles cargamos valijas rotas, maletines, mochilas deshilachadas y mugrientas. Tan mugrientas la carga como despareja la vestimenta en la que mezclábamos restos de indumentaria militar —jirones gloriosos dijeron en un discurso de despedida— con ropas civiles sacadas quién sabe dónde. Y todo el atavío tenía, tal vez, menos suciedad que nuestros cuerpos, comidos por los piojos, y que nuestras caras barbudas, polvorientas, y que nuestros ojos legañosos.

Todavía faltaban mil o mil quinientos metros para llegar a la línea y considerarnos definitivamente a salvo. Empezamos a entonar, para ayudarnos en la marcha cuesta arriba, tas canciones que nos habían sido familiares durante dos años y medio, lo hacíamos por rutina, por hábito. Tal vez de porfiados. Somos la joven guardia que va forjando el porvenir.

Los dos últimos días habían sido intensos, agotadores. Nuestros sentimientos, además, eran nuevos y diferentes de ´los habituales en dos años y medio de guerra. A las trincheras, y a la guerra misma, uno se acostumbra, aunque sea a la fuerza. Un fatalismo especial nos había llevado durante dos años y medio a resignarnos a la perspectiva de la muerte, en cualquier combate, en pleno campo, o en la cama de un hospital de campaña, con los intestinos agujereados por una bala o podridos por la gangrena. Más difícil era pensar, de repente, que todo va a cambiar y que uno ha de quedar en libertad y con vida. No es fácil decidir cómo emplearlas. «Poco a poco, pesadamente, la columna adquiría el compás y el paso militar resonaba, inconfundible, en el asfalto de la calle principal de Le Perthus. El poste que marcaba la línea divisoria de esa aldea —mitad española mitad francesa— enclavada en los Pirineos, separa, también, la muerte de la vida. ¡Vista a la derecha! —mandaron desde la vanguardia.

Era el último homenaje militar que las Brigadas Internacionales rendían a España. Sobre la vereda, pocos metros antes del límite, rodeado de ayudantes, Negrín agitaba su ´mano en contestación a nuestro saludo. Volví la cabeza. El sol de la tarde se reflejaba pálido en las nieves aún irisadas de ¡las montañas. Atrás, en el valle extendido y profundo, entre las casas blancas de La Junquera, hormigueaban combatientes que aún no tenían permiso para entrar en Francia.

De pronto, me di cuenta que nunca, nunca durante la guerra, pude sentir ni disfrutar ni aspirar la belleza del paisaje de España(6).

Más dramática, hosca y amarga aún es la versión de la retirada que nos da el brasileño José Gay da Cunha:

Llegó André Marty, a quien acompañaba su ayudante, el capitán Kleber. ´Estaba furioso. La XV Brigada se había retirado sin recibir órdenes para ello. «Eramos menos de 500 hombres. Serían las siete y media de la noche, y la oscuridad no nos permitía vernos los unos a los otros. La aviación enemiga, que estaba sumamente activa, bombardeaba sistemáticamente toda luz. Agostino dio la voz de «firmes» y el silencio campeó en el patio. ´Parecía vacío. Y André Marty habló: “¡Cobardes! Sois como liebres corriendo delante del cazador. ¿Dónde está el valor de los voluntarios de la libertad? ¿Habéis olvidada el valor de nuestros compañeros que murieron luchando? El camino de Francia no representa la paz y \a libertad; es el camino de la esclavitud”.

Pocos días después el Comando de las Brigadas nos convocaba a una dramática reunión. El viejo André Marty había ordenado que nos retiráramos. Cataluña estaba perdida… Mi Brigada se componía ahora de 256 hombres, todos ellos latinoamericanos. Mis antiguos soldados de otras nacionalidades habían sido incorporados a sus respectivas unidades. Íbamos marchando por el camino del litoral que nos conducía a la frontera. Era el 9 de febrero cuando llegamos a ella. El presidente Negrín, el coronel Cordón, ministro de la Guerra (sic), y André Marty, comandante de las Brigadas Internacionales, estaban allí para recibir de manos nuestras las banderas de la República española que el pueblo de las ciudades de España nos ofreció, después de los combates más duros. Todas aquellas banderas habían merecido la medalla del Valor Militar y no queríamos que atravesaran la frontera humilladas por la derrota. Desarmados fuimos desfilando. ¡XV Brigada… ¡Vista a la derecha! Aquel saludo a nuestros jefes fue mi última voz de mando en tierras de España.

Día 7 de febrero: en la Cámara de Diputados francesa, Georges Bonnet, ministro de Asuntos Exteriores, anuncia que 800 voluntarios de las Brigadas Internacionales han pasado la frontera por Le Perthus. No han sido «los últimos» en defender su causa, como en alguna parte se ha dicho: estos últimos en dejar Cataluña serán españoles. El retroceso ha sido dramático. «Por todas las carreteras —ha escrito Vicente Rojo— van procesiones de gentes, automóviles, camiones; los que no tienen posibilidad de ir en coche y disponen de armas, asaltan a los que no las llevan, obligan a bajar a sus ocupantes y siguen ellos en el vehículo. Mujeres, niños, viejos, hombres, carros, coches de todas clases, impedimenta, ambulancias, camiones, todo revuelto; algunos que viajan en coche, viendo la imposibilidad de avanzar rápidamente, por la larga caravana que se forma y los atascos que se producen, abandonan el vehículo para seguir a pie» (8).

Día 9 de febrero: en la frontera el general francés Fagalde y el general Sánchez-González, que manda la 5ª División de Navarra, se dan la mano. Ya no hay oficialmente ningún internacional en España: sólo algunos prisioneros de las fuerzas nacionales y tal o cual «perdido» en la zona Centro-Sur. Los extranjeros, desarmados, son internados en los campos de concentración de Saint-Cyprien, Vernet y Gurs, en las condiciones más rigurosas, bajo la vigilancia de los guardias móviles y de los senegaleses. Así ha terminado la triste aventura de los internacionales en España.

La Comisión presidida por el general Jalander había obrado, seguramente, de buena fe, pero con resultados no ciertamente lisonjeros, y ahí estaba la declaración del ministro francés; bien es verdad que, en disculpa suya, puede afirmarse que su tarea era extraordinariamente difícil, y que, seguramente, cualquiera otra Comisión hubiese fracasado también. En cuanto a la presidida por el general Gámir, no cabe aquí siquiera hablar de buena fe.

Andreu Castells.Las Brigadas Internacionales de la guerra de España

Las BI en la defensa de Cataluña

Una vez retirados los interbrigadistas del frente del Ebro, el empuje ofensivo de los nacionalistas no disminuyó, antes al contrario. La retaguardía estaba desmoralizada, y los intelectuales y políticos republicanos que habían rehusado voluntariamente cualquier actividad a favor del gobierno del doctor Negrín -que mandaba bajo tutela-, se hallaban convencidos de la derrota. El Ejército del Ebro, completamente destrozado, sin armas sin efectivos suficientes ni moral, el 1ó de noviembre se vio obligado a pasar otra vez el río. Con los últimos soldados republicanos lo cruzaron los intrépidos periodistas Matthews, Sheean, Buckley y Hemingway. Hemingway había abandonado repentinamente su casa de Key West, sin sombrero ni maletas, para compartir los últimos momentos del ejército republicano. Esta gran derrota, que hundía las esperanzas del gobierno de Barcelona, pasó casi desapercibida para el pueblo, pero era el preludio del final, y el 23 de diciembre, los nacionalistas, desoyendo la petición de tregua de Navidad que les pedía el arzobispo de París, rompieron todo el frente del Este. Se trataba del asalto definitivo a Cataluña. El Consejo de ministros republicano decretó la movilización general de siete quintas, es decir, hasta la edad de 45 años. Se encontraban así en armas 24 quintas destinadas al frente y 4 destinadas a fortificación. Tres generaciones luchaban codo a codo. Pero ya no había entusiasmo, sino escepticismo y temor. El día 15 de enero de 1939 la República perdió Reus y Tarragona; .4 el 20, Vendrell y Calaf; el 21, Vilanova i La Geltrú…

Ya no era posible reaccionar. Pero aún continuaban en Cataluña 3.353 interbrigadistas;[2] eslavos, italianos, alemanes, húngaros… En plena hecatombe, Vicente Rojo, jefe del EMC, resolvió emplear nuevamente a sus despreciados colaboradores. El día 21 de enero de 1939 Luígí Gallo envió una carta al general Modesto poniéndole estos interbrigadistas a su dísposición.[3] Según el comisario inspector de las BI, la concentración tendría lugar en el pueblo de La Garriga, sobre la carretera de Puígcerdá, Allí, en plena madrugada, se reunieron 450 balcánicos y 100 checos, diversos franceses y algunos latinoamericanos. «Estos hombres -escribía Gallo a Modesto- están organizándose en compañías y batallones según su nacionalidad y semejanza de idioma. Pienso formar cuatro compañías de infantería y una de ametralladoras con los checos y los alemanes, así como una batería de artillería… Con el camarada Marty, de acuerdo con el general Rojo, pienso que estará bien mandar esta unidad con la 35 Dívísión, ya que los internacionales conocen la mayor parte de los comandantes.» «Un antifascista -escribe el italiano Suardi-,[4] un revolucionario que ha formado parte del Ejército Popular Español, nunca se siente desmovilizado porque nunca abandona la lucha contra el fascismo”.

Durante la madrugada del 22 de enero llegaron al puerto de Barcelona 1.891 combatientes del frente Centro-Sur pertenecientes a la 129 BI y algunas baterías internacionales. Algunos fueron destinados a Els Hostalets de Llers, a dos pasos de la frontera, pero la mayoría fueron concentrados en Les Planes, cerca de Barcelona. El presidente del Consejo, doctor Negrín, que tenía deshecho todo el aparato gubernamental, les comunicó allí que, oficialmente, «el pueblo español continuaría solo la guerra», y acto seguido les despidió con efusión.[5] Pero, en realidad, el trabajo de captación para la lucha se estaba realizando sistemáticamente. Los activistas y los comisarios no cejaban en su empeño.[6] El día 23, 880 polacos concentrados en Palafrugell acordaron, en el curso de una reunión calurosa, volver al combate.

De modo muy sumario quedaron organizadas las XI, XIII, XV y 129 BI:

La XI llegó a contar en sus filas a 1300 extranjeros: alemanes, austríacos y escandinavos. Muchos de ellos estaban heridos, habían sufrido alguna amputación, pero se presentaron voluntariamente. El mando pasó al exdiputado comunista Henrich Rau, y Ludwig Renn figuraba como jefe de EM.

La XIII -polacos, ucranianos, bielorrusos y bálticos- se reconstruyó bajo el mando de Henryk Torunczyk.

La XV estaba constituida por latinoamericanos y algunos balcánicos.[7]

El día 25 de enero, él último en que Barcelona vio aparecer prensa republicana, con el enemigo amenazando el casco urbano, los interbrigadistas tomaron posiciones en el frente. Los de la 129 fueron trasladados a Mollet del Valles, donde serían agregados, con otros grupos interbrigadistas al mando de Louis Sobeslauski, a las tropas de la 35 División. Ovadii Savich, joven escritor representante de la Konsomolskaia Praoda, fue el último en abandonar Barcelona.[8]

El día 26 de enero, en La Garriga, unos 30 km al norte de Barcelona, las tres reducidas brigadas internacionales fueron agrupadas bajo el mando de Torunczyk. El húngaro Miklos Szalway, conocido como Tschapáíew, le sucedió en la jefatura de la XIII, que ahora contaba con dos batallones: el Dombrowski, y el Rakosi. Como comisario figuraba Ernest Blank, antiguo comisario de la XI. Entraron en fuego en el sector Granollers-La Garriga.

El día 28 se perdía Granollers. Se luchaba a la desesperada, sin esperanza. Al día siguiente los interbrigadistas se retiraban de Mollet, Llinars y La Garriga. El doctor Negrín, imbuido de un falso sentido político, negaba en sus comunicados de guerra 71 la participación interbrigadista, que los nacionalistas habían denunciado irrefutablemente. Y aún la continuó negando en el último comunicado de guerra que pudo publicar el periódico Ejército Popular, impreso en Gerona el día 1 de febrero de 1939. «El gobierno español ha cumplido, como siempre, la palabra empeñada. La retirada de voluntarios han sido total, bajo el control de una comisión imparcial, que no fue ciertamente invitada a presenciar el simulacro de reexpedición a Italia de los diez mil soldados de Mussolini”. El hecho fue que, excepto los altos mandos, ningún interbrigadista se enteró de estas notas oficiales.

Los últimos internacionales de la guerra de España, que se sostenían en el Vallés cuando tuvo lugar la desbandada alucinante de los restos del Ejército de Cataluña, quedaron fragmentados en dos direcciones de marcha: una por el noroeste del Montseny, la otra por la ladera sur y sureste de la misma montaña.

Los de la primera dirección estaban formados por elementos de la XIII y de la 129 BI, fundidos todos en una agrupación a las órdenes del checo Pavel, acabado de ascender y que hasta el momento había mandado el batallón Dimitrov. Estos fueron los que defendieron el sector de Seva durante los días 29 y 30.[9] “El día 30 de enero, declaró el checo Twaroch, voluntario de la 129 BI, recibimos nuevamente armas y municiones, granadas de mano y bombas antitanque, y a las cinco de la mañana del 31 salimos para el frente. Yo, así como algunos de mis compañeros, me sentía muy cansado y no tenía el menor deseo de luchar de nuevo». Aquel día los interbrigadistas intentaron sostenerse en Vic,[10] ciudad que se perdió el 1 de febrero.

Los interbrigadistas situados al sur del Montseny retrocedieron hasta el sector de Cassá de la Selva, donde se combatió a partir del día 1 de febrero. Por un momento pareció como si se lograse resistir en la línea del Tordera, pero eran esfuerzos sin continuidad. Los interbrigadistas, en Tossa, se alojaron en casa del cura Josep Soler de Moren, organista y miembro del comité local, pero tuvieron que huir y los fascistas italianos entraron en la villa el 2.

Luego los internacionales intentaron resistir en Llagostera, junto con las fuerzas de la XII y de la CXXIX BI, a las órdenes de Pavel. Había otros checos también en Llagostera: Otakar Hromadko, Tanda Svoboda y Artur London, este último actuando como responsable del partido. «Las tropas motorizadas italianas habían destruido el frente y se preparaban a embestir el pueblo, dice London. Los disparos de fusil y las ráfagas de ametralladora surgían por doquier. Pavel había dado la orden a la brigada de tomar posiciones a la salida del pueblo, aún libre. Fue allí donde me encontré a Tonda Svoboda, cerca de la iglesia, buscando con su compañía de ametralladoras las mejores posiciones para cubrir la retirada». Llagostera cayó el día 3 de febrero.[11]

En el sector de Cassá de la Selva, donde desde el día 2 combatía la XIII, la resistencia terminó el día 4, y también se abandonó Gerona. Murió el comisario Ernest Blank, de la agrupación Torunczyk, sucediéndole el italiano Camen. Por la noche Luigi Gallo abandonó el territorio español.

La XV también se retiraba, vía Cassá. Eran unos 500 hombres, la mayoría latinoamericanos, a las órdenes del comisario Carlos y del comandante Jorge Agostino. Concentrados en Sant Pere Pescador, André Marty, en un acceso de furor, destituyó estos mandos, poniendo la comandancia en manos de José Gay da Cunha, un oficial del ejército brasileño. [12]

El día 5 los interbrigadistas se encontraron en el sector de La Bisbal. Procedían de Gerona y de Sant Feliu de Cuíxols. El día 6 ya estaban en la margen derecha del Ter. André Malraux, que en otoño había regresado a España para filmar L’ espoir, rodada en Collbató y en los estudios de Montjuíc, pasó la frontera con los actores, los técnicos y un avión partido por la mitad, necesario para terminar la película. El filme quedó finalizado en los estudios de Joinville. El día 7 de febrero, mientras algunos internacionales combatían aún sobre el Ter, 800 de ellos pasaban ya la frontera por El Pertús y 70 aviones republicanos buscaban refugio en Francia. Al día siguiente se perdió Figueres.

El día 9 se terminó de confeccionar una lista con los cuadros políticos y militares internacionales más comprometidos y más necesarios, a fin de preservarlos del internamiento, y por la tarde André Marty, con un gran vendaje alrededor de la cabeza, «extenuado por la fatiga, enervado, medio loco»;» junto con el doctor Negrín y el coronel Cordón, pasó revista a los últimos interbrigadistas, quienes le entregaron las banderas, desarmados, apesadumbrados, en una atmósfera impresionante por el éxodo militar y civil. Los alemanes del Thaelmann, los polacos del Dombrowskí, los húngaros del Rakosi, los checos de la CXXIX, los americanos de la XV, fueron los últimos que lucharon en la guerra de España. «Desarmados, fuimos desfilando -dice el brasileño Gay da Cuhna-.[13] ¡XV Brigada! ¡Vista a la derecha! Aquel saludo a nuestros jefes fue mi última voz de mando en tierras de España».

Artur London.La confesión

Fue también por Figueras por donde abandoné España, en los últimos instantes de la guerra, en febrero de 1939. La Comisión de Cuadros del Partido Español, había enviado a cuatro de nosotros: un búlgaro, un inglés, un italiano y a mí a La Llagostera, donde se estaba formando una nueva Brigada Internacional. Nuestra tarea era constituir allí el aparato del Partido. Pavel era quien levantaba esta unidad. Había mandado, hasta entonces, el batallón Dimitrov que se encontraba entre los mejores. Y ahora, a despecho de las fatigas de una larga marcha nocturna de cuarenta kilómetros desde La Garriga, se apresuraba con la esperanza de estar listo para participar en los combates de retaguardia. Habíamos discutido la situación, pero él nos dejó enseguida. Fue entonces cuando Hromadko entró en la pieza donde nos encontrábamos. Las manos en los bolsillos, su sonrisa socarrona en los labios, nada había alterado su flema. Y aún menos el bombardeo que comenzó en el entreacto. (Más tarde, cuando nosotros le ayudamos a evadirse en mayo de 1941 en París, de un convoy destinado a Alemania, aún conservaba su aire travieso. Se lanzó a cuerpo tendido al combate de la liberación de París, donde fue uno de los responsables de las Milicias Patrióticas).

Debíamos celebrar la reunión por la tarde, pero la situación se había agravado mucho. Las tropas motorizadas italianas habían roto el frente y se disponían a sitiar el pueblo. Los tiros de fusil, las ráfagas de las ametralladoras, partían de todas partes. Pavel, a quien volvimos a encontrar, nos dijo que había dado orden a la Brigada de tomar posiciones en la salida del pueblo que estaba todavía libre. Allí fui a parar con Tonda Svoboda, cerca de la iglesia, que buscaba con su compañía de ametralladores las mejores posiciones para cubrir la retirada. Tenía un hermoso porte con su uniforme y sus cabellos casi completamente blancos. Se notaba su ascendiente sobre sus hombres. Él fue quien nos indicó el camino de Gerona, donde André Marty nos esperaba a la mañana siguiente.

Al alba, después de muchas dificultades, llegamos por fin a Gerona, pero sólo fue para enterarnos de que Marty había dejado aquel lugar. En la Sede Regional del Partido, el funcionario de servicio nos tomó por desertores. Afortunadamente, el retén de enlace dejado por Marty, respondió por nosotros. Debimos ir a Figueras para reunirnos con él. Al llegar nos encontramos bajo un bombardeo espantoso, el más mortífero que había conocido jamás aquel pequeño pueblo.

Pocos días después, hacia el nueve de febrero de 1939, cuando el ejército fascista estaba a pocos kilómetros de la frontera francesa, la Comisión de Cuadros del Comité Central del Partido Comunista Español, estableció la lista de cuadros políticos y militares de cada nacionalidad, incluyendo los voluntarios venidos de la Unión Soviética. El objetivo era ayudarles a llegar a París y desde allí a sus respectivos países. La lista checoslovaca comportaba una veintena de nombres, entre ellos los de Pavel, Hoffman, Knezl, Hromadko, Stefka, Svoboda, Neuer, Grünbaum… Las furgonetas fueron despachadas para conducirles al lugar de la cita, detrás de La Junquera. El ejército republicano, ya fuera de combate, se encontraba concentrado en una estrecha banda a lo largo de la frontera francesa. Las unidades de los generales Líster y Modesto cubrían la retirada. En el desorden que reinaba, sólo se pudo establecer contacto con algunos de ellos.

André Marty me encargó restablecer el enlace perdido con el Comité Central del Partido Comunista Español. Este último se desplazaba todos los días con el fin de evitar cualquier ataque por sorpresa por parte de las unidades motorizadas fascistas o de la quinta columna. Yo necesitaba saber en qué orden pasarían la frontera las últimas unidades del ejército republicano. Debía igualmente pedir a Ercoli[14] que se reuniese con Marty. Pusieron un motorista a mi disposición. Tuvimos que atravesar una región donde los fascistas estaban ya infiltrados, y algunos pueblos en los que proseguían los combates de retaguardia. Al final encontré a Mije, miembro de la Oficina Política del Partido Comunista Español, y me descargó de una parte de mi misión: Ercoli ya había partido.

En el momento de irme, constaté la desaparición de mi motorista. Había tenido miedo de afrontar de regreso el mismo camino peligroso y prefirió proseguir directamente hacia la frontera. Dieciséis kilómetros me separaban de la Junquera. Tuve que hacerlos a pie, atrapado en una marea de refugiados y de soldados en desbandada. Al llegar al cruce, nadie se decidía a seguir por el camino que conducía a La Junquera. «Figueras ha caído ya, decían por todos lados, ¡seguramente ya están en La Junquera!»

¿Qué hacer? Si era un bulo –como tantos otros en aquellos últimos días– y no me presento, eso podría ser considerado como una deserción por mi parte. Decidí pues seguir el camino de La Junquera. De vez en cuando me paro y escucho el ruido del cañoneo lejano, tratando de ubicar de dónde venía. Antes de entrar en las aldeas y en los pueblos, observo prudentemente lo que pasa. Están vacíos. Nadie para informarme. Golpeo en vano las puertas y las ventanas. Sin embargo, los ruidos que llegan del interior indican que los habitantes estaban escondidos en sus casas. Estaba absolutamente solo en la carretera y temo caer, a cada instante, sobre una patrulla enemiga motorizada. Los aviones de reconocimiento fascistas vuelan bajo. Decido renunciar a esconderme cada vez que pasan. ¡Es preciso avanzar lo más rápidamente posible, es la única posibilidad de salvarme!

Repentinamente, distingo a lo lejos unas siluetas. Me acerco a ellas con el corazón constreñido por la angustia. ¡Son los nuestros! Dicen que es necesario avanzar más deprisa porque los fascistas no están más que a cuatro o cinco kilómetros. Había allí prisioneros políticos liberados de las cárceles de Barcelona, anarquistas y miembros del POUM, que huían también de los fascistas. Los espías y los miembros de la quinta columna se habían quedado para esperar a los suyos.

Hacia el atardecer llego, por fin, a la pequeña casa detrás de La Junquera donde está André Marty. Está en la carretera, con un gran vendaje alrededor de la cabeza, extenuado de fatiga, nervioso, medio loco. Me colma de injurias por mi retraso. A su alrededor están los voluntarios de varias nacionalidades que no han podido ser evacuados. Unas veces, Marty nos ordena detener a los soldados que se dirigen hacia la frontera francesa y que no dejemos pasar más que a los civiles; y otras, nos amenaza con hacernos fusilar si impedimos a los camiones militares cargados de soldados dirigirse hacia la frontera…

Por la noche, me manda llamar y me informa que todos los checoslovacos estaban ya en la frontera. «Ahora es vuestro turno, marchad también vosotros, me dijo, todos nosotros partiremos en el curso de la noche o mañana por la mañana lo más tarde. Usted irá en compañía de Rol Tanguy y de un camarada alemán. Pasarán los cordones de los carabineros en un coche con dos diputados franceses, su cuñado, que acababa de llegar, y Jean Cathelas». Fue la primera vez y también la última que tuve la ocasión de ver a este camarada que fue guillotinado en 1942 en la prisión de la Santé, durante la ocupación alemana. Rol Tanguy recibirá el veinticuatro de agosto de 1944, al lado del General Leclerc, la rendición del General Von Choltitz, comandante de la guarnición alemana del Gran París. No sé cuál ha sido la suerte de mi camarada alemán.

Valter Roman. Bajo el cielo de España. Memorias de un brigadista internacional rumano

En el frente, durante los combates, el problema de lo que pasaría mañana no preocupaba demasiado a nadie. Una vez que se produjo la retirada del campo de batalla empezaron a sentir preocupación y a preguntarse: “Y ahora, ¿qué hacemos?” Para algunos, los llegados desde Francia, Inglaterra, EE.UU. Bélgica u otros países en el que se respetaban al menos algunos derechos democráticos, la situación era más simple: los voluntarios podían volver inmediatamente a su patria. Esto hizo la mayoría de ellos. A otros, sin embargo, a su vuelta a casa les esperaba la cárcel, el campo de concentración o, incluso, la muerte. A los combatientes alemanes, italianos, austriacos, etc., ni se les pasaba por la cabeza volver a su país. En una situación análoga se encontraban los voluntarios rumanos. Los órganos represivos del estado burgués-latifundista estaban esperando a arrestar a los antifascistas que regresaran en la mismísima frontera. El ministerio de exteriores intentaba desde hacía tiempo que sus embajadas completaran la lista de los que habían ido a España, para retirarles la ciudadanía rumana.13

Todos aquellos voluntarios que no podían en aquel momento regresar a sus países, querían continuar en España como fuera, al menos hasta la clarificación de su situación. Una serie de campamentos creados en la retaguardia de los frentes daba cobijo a miles de estos voluntarios que se encontraban en semejante situación. A los voluntarios rumanos de la compañía rumana del batallón Diacovic, así como a los del grupo “Gheorghiu-Dej”, que se encontraban en la zona sur y centro, a finales de septiembre de 1938 los encontramos ubicados en las cercanías de Valencia, en Catarroja o en Catadau; a los que habían luchado en Cataluña, en especial en Campdevanol y en Cassa de la Selva.

La brusca relajación que significó la vida en el campamento, tras los tiempos de extrema tensión de los últimos combates, tuvo una influencia negativa sobre la moral de algunos de los voluntarios. Los hombres tenían los nervios destrozados, estaban intranquilos, aburridos por la inactividad forzosa. Sin embargo, este estado duro solamente algunos días. Los comisarios políticos de cada grupo de voluntarios se pusieron rápidamente en acción. Se organizaron por su iniciativa intensas actividades socioculturales. Los voluntarios comenzaron a actuar con el objetivo de hacer más fácil la vida de la población civil española. En los pueblos de los alrededores del campamento, las viudas, los huérfanos, los ancianos, contaron con el apoyo de nuestros voluntarios. Ellos se responsabilizan de diferentes actuaciones de ayuda a niños que habían quedado huérfanos; colaboran en la realización de trabajos duros; organizaron fiestas para llevar un poco de alegría a las almas desesperadas de la población española. Al mismo tiempo, los voluntarios aprendían, elevaban su nivel teórico y cultural, preparándose para las acciones futuras.

Aunque en el campamento no existían grados militares, la disciplina castrense se hacía sentir en todas las acciones. La intensa actividad del partido, desarrollada en todo aquel periodo, demostró ser de nuevo el factor decisivo en el mantenimiento de una moral alta.

En diciembre, los voluntarios que estaban acuartelados en el centro peninsular fueron enviados a Cataluña, al norte. El viaje se hace por mar, desde Valencia hasta Barcelona, tomándose en este sentido todo tipo de medidas para evitar un ataque de la aviación o de un submarino enemigo. Los hombres fueron transportados en depósitos de barcos mercantes; por el camino se cambiaba habitualmente de pabellón, y solo así consiguieron llegar con éxito a su destino. La población de Cataluña nos recibió con hurras de alegría. Habíamos llegado a través del bloqueo enemigo, y habíamos evitado el peligro de caer en sus manos.

El mes de diciembre de 1938 y una gran parte del mes de enero de 1939 lo pasamos en el campamento de Cataluña. Era invierno. La vestimenta y el calzado de los voluntarios ofrecía una débil protección contra la intemperie; la falta de alimentos se había agravado en toda la zona republicana. Los voluntarios se habían endurecido, no obstante, en los años de la guerra, y resistieron bien las dificultades. Toda la atención la tenían puesta en el desarrollo de los acontecimientos internos e internacionales.

…A Campdevanol llegó cierto día una comisión de la Liga de las Naciones. Su misión era la de facilitar la repatriación o, mejor dicho, la marcha de España de los voluntarios internacionales originarios de los países con regímenes fascistas o reaccionarios a otros países considerados democráticos. Así se había pactado en el acuerdo entre el gobierno español y la Liga de las Naciones, que interviniera cuando el gobierno español aceptó la retirada de las brigadas internacionales de los frentes de batalla.

Nadie se hacía ilusiones en cuanto a la eficacia del acuerdo, ni de la citada comisión. Si los gobiernos así llamados democráticos practicaron la farsa y siniestra no intervención durante toda la guerra, no podían ellos dar, entonces, cuando las perspectivas de la guerra de España eran mucho más oscuras, pruebas de humanismo, concepto totalmente contradictorio con su concepción y sus políticas. No obstante, se decidió que los voluntarios se presentaran ante aquella comisión; en especial, los que habían llegado a España desde otros países y no del suyo. Así llegué yo también ante la comisión. Las preguntas estereotipadas de los miembros de la comisión me sonaban: cómo se llama, de dónde es, cuál es su nacionalidad y qué ciudadanía tiene, en qué localidad nació, o dónde desea ser repatriado. Tras las cuales, caso a caso, seguían otras. Mis respuestas fueron lacónicas: “me llamo Roman, soy de Rumanía, soy rumano, de ciudadanía rumana…

Recitando estos datos vi como la cara de los miembros de la comisión se tornaba en sorpresa poco disimulada. Les pareció que se repetía demasiado una palabra con raíz idéntica: Roman. Viendo esta reacción, me apeteció jugar una pequeña farsa y, completando los datos relacionados con mi lugar de nacimiento, indiqué la ciudad de Roman en lugar de Oradea, donde de hecho nací. El efecto fue inmediato. Todos se echaron a reír. Reía también yo, pero mantuve mis declaraciones, por lo que así quedaron las cosas. Relatando aquel episodio de mi vida -a una distancia de más de 30 años- espero que los habitantes de la ciudad de Roman no me juzguen demasiado ásperamente por aquella intrusión, y que tampoco lo hagan los de Oradea, a los que “abandoné” por un instante.

***

En aquella situación interna e internacional, las fuerzas intervencionistas empezaron el 23 de diciembre de 1938 una poderosa ofensiva contra Cataluña. Barcelona estaba amenazada. La superioridad fascista en número de soldados y en armamento era total. La relación de fuerzas hubiera podido ser otra si el gobierno francés no hubiera bloqueado en territorio francés el armamento que había sido adquirido por el ejército republicano (cientos de cañones, tanques y aviones).

Las fuerzas republicanas luchaban, sin embargo, con un heroísmo insuperable. Para ganar un día, para retrasar una hora el avance de los fascistas, los patriotas españoles sacrificaban sin dudarlo su vida, Pero, en muchas ocasiones, los soldados republicanos no podían oponer a los tanques y a los obuses enemigos más que su pecho descubierto. Y, sin embargo, resistían con la esperanza de que pudiera ser que, en algún momento, a última hora, los señores del Comité de No Intervención, entendieran que el pueblo español no quería arrodillarse bajo el yugo fascista, de que pudieran dejar entrar en España las armas enviadas por el pueblo soviético.

… 21 de enero de 1939. En el campamento de los voluntarios, en el marco de unas manifestaciones culturales, se evocó la figura del gran Lenin, de cuya muerte se cumplían 15 años. De repente, la música se detuvo… ¿Pasaba algo? Un orador se subió al estrado y comenzó a hablar:

“¡Camaradas, camaradas! La situación en el frente es muy difícil. Barcelona está en peligro. Cataluña entera está amenazada. Conoceis todos los motivos por los que el presidente Juan Negrín se ha declarado de acuerdo con la retirada de los voluntarios antifascistas del frente. Nosotros hemos obedecido ante esta decisión. Hitler y Mussolini, sin embargo, ni han pensado por un momento en retirar sus tropas. Ahora nos damos cuenta de que los estados del Comité de No Intervención hicieron esta propuesta solo para debilitar nuestras fuerzas. Hemos sido engañados. Ya nada nos puede obligar a mantener nuestro compromiso frente a los que no respetan su palabra, a los que nos engañan. Tomemos de nuevo las armas para defendernos del enemigo que avanza ¡Ayudemos al pueblo español a defender su patria!¡Camaradas! Cada uno de nosotros, uno a uno, si se está de acuerdo con la propuesta, que se inscriba en las listas de voluntarios que se están elaborando”.

Por turnos, otros oradores se dirigieron en diferentes lenguas a los que estábamos en la sala. Un entusiasmo indescriptible se extendió entre los voluntarios. Espontáneamente, algunas voces comenzaron a entonar “la Internacional”, y de inmediato cientos de gargantas les acompañaron. En la lista de nombres de los que iban a volver al frente se apuntaban uno detrás de otro. La completa mayoría de los voluntarios rumanos eligieron dejarse la piel luchando contra los fascistas.

La mayoría de los interbrigadistas fueron agrupados en grandes unidades de infantería. Los antiguos artilleros fueron destinados en una gran unidad de artillería que se formaba en Llers, al norte de Figueras. Luigi Longo nos contó la misión que iba a tener esta unidad en la nueva situación del frente.

Como es normal, actuaréis como una unidad de artillería, dijo Longo, y contaréis con el armamento necesario. De momento, el armamento se encuentra al otro lado de la frontera y el gobierno Daladier no da el permiso para cruzarla. Se trata de una gran partida de armas soviéticas que podrían salvar nuestra situación. Personalmente, sin embargo, dudo que llegue a tiempo, así que es probable que tengáis que actuar como unidad de infantería.

Teniendo en cuenta la difícil situación y el gran número de nacionalidades que formaban la unidad (voluntarios procedentes del este y el sudeste de Europa), se nombraron dos comisarios: uno rumano, Gheoghe Stoica, y otro búlgaro, cuyo nombre he olvidado. Como médico de la unidad se designó al doctor yugoslavo Oscar Gorian, sobre el que hemos tenido el privilegio de hablar en otras ocasiones. El mando de esta unidad fue encargado al autor de este libro.

PRYBIL DE NUEVO CON NOSOTROS

Los viejos artilleros rumanos estábamos de nuevo juntos.Nos poníamos las pilas sobre los camaradas, recordábamos a nuestros muertos, nos hacíamos preguntas llenas de temor sobre los camaradas ausentes. Nos cuestionábamos, por ejemplo, dónde estaría nuestro querido Pribyl, hasta que un día casi nos chocamos de bruces con él en la carretera. Las exclamaciones por la sorpresa fueron seguidas de vigorosos abrazos. En su libro La corrida, en el cual cuenta aquella escena, Pribyl recordaba las primeras palabras que nos dirigió: “Se entiende que me quedo con vosotros, ¿no es así? Por supuesto, yo me he presentado voluntario para las nuevas acciones militares, pero quiero luchar en las filas de la artillería rumana, donde me siento como en casa”.

Abajo, en el pueblo, se hacían mítines. El 26 de enero fue tomada Barcelona; era necesario frenar el avance fascista hacia la frontera.

Mientras tanto, a la espera de las piezas de artillería, hacíamos instrucción. La llegada de las armas se hacía esperar, pero los fascistas avanzaban. La situación en el frente catalán empeoraba día a día. Entonces, cuando en la zona norte la suerte estaba prácticamente echada, el gobierno francés abrió por fin la frontera, y largas filas de trenes cargados con armamento soviético llegaron a tierra española. ¡Justo cuando ya existía la total seguridad de que el armamento iba a caer pronto en manos de Franco!

La misión militar que debían cumplir los voluntarios era la de retardar lo máximo posible el avance franquista, para dar tiempo al gobierno español y a los refugiados a cruzar a Francia En cuanto a nuestra unidad, la misión principal era la defensa de la única carretera que llevaba de Figueras a la frontera francesa, por La Junquera. Cientos de miles de españoles que no querían vivir bajo la bota de Franco decidieron refugiarse en Francia y los convoyes que se dirigen noche y día hacia los Pirineos debían ser defendidos contra los fascistas que se acercaban sin pausa.

EL REENCUENTRO CON MI QUERIDO ANGEL

En la carretera Figueras-La Junquera tuve uno de aquellos días un encuentro emotivo. Tras oír, de repente, que me gritaban, y hasta darme cuenta de quien era el que me llamaba, observé que alguien descendía de un coche y se apresuraba hacia mí. Lo reconocí: era Angel, el chofer español con el que enfrenté muchos peligros, con quien escapé, literalmente en el último momento, del pelotón de fusilamiento. Nos abrazamos; Angel me apretó las manos llorando: “Hemos perdido todo, todo, balcuceaba compungido. Quiero, al menos, poder quedarme con vosotros”.

Sin embargo, estábamos en medio de una misión. Él conducía un camión de un coronel. Desde el convoy de vehículos, carros y hombres, obligados a detenerse tras el auto de Angel, venían quejas y protestas. Todos tenían prisa por salir de España. Le pedí que volviera a su camión.

– Vamos, vete. Esperemos que la vida vuelva a hacer que se crucen nuestros caminos, le dije, intentando animarle, con gran dolor. No te digo un adiós para siempre, sino hasta pronto.

Regresó a su volante triste, abatido, y me hizo un último gesto de despedida con la mano ¿Querido Angel, estarás vivo?

***

Las acciones militares de la segunda etapa de los voluntarios fueron llevadas a cabo en condiciones inimaginablemente difíciles ¿Quien puede revivir aquella patética retirada en la cual los hombres, extenuados físicamente después de días y noches de marcha ininterrumpida, comprometidos en la lucha con el enemigo para parar su avance y permitir que los refugiados llegaran con vida a la frontera? ¡Cuántas veces nos rodearon y cuantas veces conseguimos estropear los planes fascistas, gracias a la valentía y la presencia de ánimo!

El primer choque con el enemigo lo tuvieron un grupo de nuestros voluntarios al norte de Barcelona, en los alrededores de la localidad de Sabadell. Desde alli, se fueron retirando hacia el norte mientras mantenían la lucha. Se encontraban en la retaguardia de las unidades españoles, y tenían que hacer frente sin pausa alguna a los ataques fascistas.

Una noche llegaron destrozados por el cansancio a la localidad de Llagostera. Fueron acomodados en la fábrica de artículos de corcho. Los voluntarios podían regocijarse al fin con algunas horas de sueño, tras noches enteras de marcha sin apenas dormir. Pero, nada más coger el primer sueño, sonó la alarma: los fascistas atacaban por sorpresa. Los voluntarios consiguieron por los pelos reagruparse en el margen de la localidad. Allí, cavaron trincheras y se dispusieron a resistir el fuego intenso de artillería.

Durante el ataque de la infantería, los voluntarios se comportaron con gran valentía. Dejaron que los soldados enemigos avanzaran hasta apenas 30 metros de distancia, abriendo fuego de ametralladora contra ellos. Las tropas franquistas fueron mantenidas a raya, mientras la retirada de los republicanos fue aligerada.

Los interbrigadistas eran los últimos en abandonar sus posiciones. En la carretera se escuchó el bramido de unos tanques fascistas que se acercaban. Frente a ellos, había un puente; los zapadores ordenan que todos lo crucen rápidamente. El puente iba a ser minado, y saltaría por los aires en breve. Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, tras dos noches de insomnio, cruzaron el puente y se alejaron apresuradamente. Algunos minutos más tarde se escuchó el ensordecedor estruendo de la explosión. Enormes pedazos de hierro cayeron en las cercanías del lugar donde se habían refugiado los voluntarios. Los tanques fascistas saltaron se hicieron también añicos mientras cruzaban el puente en persecución de los republicanos.

En las cercanías de Gerona, a lo largo del río Ter, los voluntarios organizaron durante varios días una línea de resistencia. Después, la retirada continuó en idénticas condiciones: los hombres recorrían decenas de kilómetros a pie, bajo la lluvia, sobre el barro, sosteniendo combates sin apenas dormir ni comer…

Por condiciones semejantes pasan también las otras unidades de voluntarios durante la retirada de Cataluña. Cada hombre demostró, en aquellas circunstancias duras, una extraña capacidad de resistencia, valentía y optimismo, calidades que les ayudaban a salir con éxito de aquellas situaciones.

Voy a relatar un episodio significativo en este sentido. Una noche, uno de los grupos de voluntarios en el que se encontraba un gran grupo de rumanos, mientras recorría una llanura arbolada, se encontró rodeada de fascistas. El comandante de la unidad, el rumano Nicolae Pop, envió patrullas de reconocimiento. Las informaciones eran de lo más preocupantes. Entonces, decidió comprobar el mismo como era la situación, descubriendo una brecha por donde se podía escapar de la emboscada, La mayor dificultad era la de cruzar una carretera por un punto que se hallaba muy cerca de una posición fascista. Sin embargo, uno tras otro, con una disciplina perfecta, los voluntarios atravesaron la carretera sin ser vistos, a apenas cien metros de distancia del puesto donde los fascistas se camuflaban despreocupados.

A pesar de todas las dificultades, en ningún momento las tropas republicanas –españolas e interbrigadistas– daban la impresión de estar derrotadas. Cada soldado y cada oficial pensaba que, momentáneamente, se había perdido una batalla, pero que la lucha seguía adelante y que al final el fascismo sería derrotado.

Había una atmósfera de dolorosa tristeza provocada por la vista del éxodo de cientos de miles de patriotas españoles abandonando su tierra natal y dejando atrás todo lo conseguido con el trabajo de toda una vida y –¿quién sabía por cuánto tiempo?– los lugares más queridos. En el margen de la carretera, a pocos kilómetros de la frontera francesa de La Junquera, observábamos también nosotros con mucho dolor este “espectáculo” que nos conmovía. Cambiábamos entre nosotros palabras, impresiones y opiniones. Gheorghe Stoica, comisario político de nuestra unidad, dominado también él por aquella tristeza, intentó plantar una semilla de esperanza, de optimismo, en nuestro ánimo dolorido.

Cuando veo estos convoyes que pasan continuamente, a los ancianos, niños y mujeres con bebés en sus brazos, nos decía él, me acuerdo de un texto de Ion Slavici en el cual describía la retirada en el invierno de 1916 de la población rumana, que no deseaba permanecer bajo ocupación alemana, hacia el norte del país. Hay muchas similitudes entre el dolor y el coraje de los exiliados de Muntenia en las escenas descritas por el escritor rumano y los de las que somos ahora testigos y protagonistas al mismo tiempo ahora. Pero habrá también en esta ocasión, esperemos, un camino de regreso hacia la alegría.

 


[1] Palabras totalmente acordes con las aseveraciones que venimos haciendo a lo largo de este libro. Que no servían de casi nada era evidente, y probablemente ya se tenía noticias de ello en el Cuartel General del Generalísimo. ¿Qué valor había que darle entonces a ese gesto de retirarlos de la lucha? Oigamos, al efecto, a Salvador de Madariaga: «Bien pudiera ser que la decisión del doctor Negrín de retirar los voluntarios extranjeros del frente revolucionario como acto unilateral del Gobierno de la República fuera ya en sí un paso hacia la mediación. «Echemos fuera al extranjero y hablemos», parece que quería decir. Tal era, en efecto, el camino de la salvación. O, mejor dicho, tal hubiera podido serlo antes. Pero ya en septiembre de 1938 era tarde».

[2] He aquí cómo se ha deducido esta cifra: Efectivos totales zona catalana, 7.726; retirados por la CIRV, 4.373. Quedaban en Cataluña, 3.353. También quedaban Interbrígadistas en la zona central: efectivos totales zona central, 2.221; retirados vía Barcelona 1.891. Tras la última resistencia en la zona central, y la evacuaci6n con el Stanbrook, quedaban en la España nacionalista, en la clandestinidad o prisioneros: 330.

[3] Tomamos esta informaci6n del fascista Cremascoli (Inferno a Barcellona), pero posteriormente nos ha sido confirmada por elementos interbrigadistas.

[4] Suardí. Nuestros deberes

[5] La Vanguardia, día 7.11.1939

[6] «A los dos días -declaró el checo Twaroch, en La Vanguardia del día 7.2.1939- se nos presentó un comisario quien pronunció un discurso declarando que la situación había cambiado, que Francia se negaba a recibir a los extranjeros y que algunos transportes que habían salido tuvieron que regresar a España. El enemigo continuaba atacando, y por lo tanto, que no nos quedaba otro camino que recoger de nuevo las armas para continuar luchando.»

[7] Otros internacionales que se movían aquellos días por el frente catalán eran el doctor Franek, Franciszek Krieger, conocido también como Don Francisco, de la 45 DI, 1 Eugenlusz Szyr.

[8] Declaración verbal de Macíek Techniczek.

[9] Fechas sacadas de Bron, Kozlowski, Tcchniczek, Wojna Hispanska.

[10] Bron, Kozlowski, Techniczek, Op. cit.

[11] London, L’aveu, p. 93.

[12] Había desertado del ejército de su país para incorporarse a la lucha española e 1936. Formó parte del mando de la aviación republicana y de la 46 División. Recogió SU! experiencias en Un brasilero na guerra espanhola. Después de la guerra volvió a l\raf viviendo en Porto Alegre y figurando en la reserva del Ejército.

[13] La bandera de la Brigada.

[14] Seudónimo de Palmiro Togliatti, por entonces uno de los secretarios de la Internacional Comunista y delegado para la España republicana con ese cargo.