Tres libros Brigadas Internacionales 19

Tres publicaciones con el trasfondo de las Brigadas Internacionales

Acaban de editarse tres libros de gran interés. Dos de ellos (los del irlandés Peadar O’Donnell y la norteamericana Muriel Rukeyser) fueron escritos en los años de nuestra guerra, aunque se hayan traducido 80 años más tarde. El tercero es una novela de un autor novel catalán, Joan Manuel Soldevilla, que construye un relato de ficción testimonial sobre dos amigos (un checo y un catalán) a los que la guerra de 1936-39 les unió en la labor de salvar la vida de los combatientes.

 

Peadar O’Donnell. ¡Salud! Un irlandés en la Guerra Civil española

Este es el último libro (ya el número 11) en ser publicado dentro de la Colección “Armas y Letras”. El nuevo título que viene a engrosar el nada desdeñable listado de ediciones críticas traducidas del inglés por el grupo de investigación de Salamanca que en este caso recupera una obra de gran interés, originalmente titulada ¡Salud! An Irishman in Spain y publicada en Londres en 1937. Recoge uno de los testimonios más entrañables escritos por un irlandés que fue testigo de excepción durante los primeros meses de la Guerra Civil española.

A principios de julio de 1936, Peadar O’Donnell, el autor, se encontraba en el pueblo barcelonés de Sitges con su mujer. Había venido a España y había recalado en Cataluña con la idea de escribir un libro sobre las reformas agrarias del nuevo Gobierno republicano español, cuando le sorprendió el levantamiento militar. Habían sido pocos los días transcurridos entre los pescadores del pueblo pero fueron suficientes para percibir el ambiente de tensión que se vivía antes del golpe. Desde un primer momento, se vio envuelto en el fervor revolucionario al que él ya estaba acostumbrado ya que había sido protagonista activo como miembro del IRA desde 1919 en su propio país.

Le había tocado vivir el Levantamiento de Pascua en 1916, la declaración de independencia en 1922 y la Guerra Civil irlandesa de 1922 a 1923. Había pasado por la cárcel en varias ocasiones y había experimentado maltratos y vejaciones. Estaba perfectamente preparado, por tanto, para convertirse en un testigo de excepción sobre lo que iba a suceder.

Aunque publicado en Londres, el libro está pensado para un lector irlandés. La Guerra Civil española se vivió con gran intensidad en Irlanda. Con una gran mayoría de población católica, Irlanda se vería dividida, de nuevo, en 1936, ante una guerra en tierras lejanas que suponía la rebelión armada de un bando formado por fuerzas políticas de derechas y que contaba con el apoyo de la Iglesia Católica, contra un Gobierno elegido democráticamente, pero en cuyas filas se hallaban partidos de izquierdas anticlericales.

Hay pasajes intensos, dramáticos, anécdotas muy ilustrativas, episodios curiosos, narrados a veces con cierto humor e ironía pero siempre muy emotivos. O’Donnell había estudiado con los Padres Paúles en Irlanda y conservaba todavía un gran respeto por las enseñanzas de la iglesia católica e incluso por el clero, por lo que no entendía muy bien la inquina que sentían los anarquistas por los curas en España. Admiraba el idealismo de éstos, su insistencia en el reparto justo de la tierra y su fe revolucionaria para cambiar el sistema, pero no aprobaba el saqueo de las iglesias ni la forma en que administraban la justicia. Tenía el corazón dividido.

En este contexto hay que situar la obra de Peadar O’Donnell, uno de los mejores relatos sobre la época del fervor y el entusiasmo que se vivió en Barcelona los primeros meses en defensa de la República. Se trata de una visión fresca y templada sobre los acontecimientos vividos por el autor en primera persona, una narración vigorosa plagada de testimonios y vivencias con una perfecta selección de incidentes que demuestra su maestría y búsqueda de imparcialidad.

Joan Manuel Soldevilla. El amigo de Praga

En 1968 el escritor gerundense Jaume Ministral descubre en la prensa de la época que su amigo en las Brigadas Internacionales, el médico checo František Kriegel, es uno de los líderes de la Primavera de Praga y una de las víctimas de la represión soviética. A partir de ese momento surge el deseo inexorable de recuperar una amistad que había quedado interrumpida a lo largo de treinta años. Estos dos personajes reales, František Kriegel, médico comunista checo, y Jaume Ministral, escritor y maestro catalán, habían vivido una intensa amistad dentro de la guerra, a pesar de las diferencias ideológicas y sociales que los separaban.

Al final de la guerra sus vidas se alejaron y les llevó a Shanghai, Praga, La Habana y Moscú, en un caso, o a Girona y Barcelona en el otro. Treinta años más tarde, la casualidad permite que reanuden la relación, no sin grandes dificultades.

Dos investigadores ampurdaneses de ficción, Dacs y Tarongi, emprenden la aventura de recuperar esta historia fascinante. Mezclando documentos históricos —artículos de prensa, cartas personales, informes de la policía, diarios— con la ficción propia de la novela, Soldevilla ha construido un artefacto narrativo preciso y apasionante que nos descubre cómo, tras los grandes acontecimientos históricos del siglo XX, siempre hubo individuos de carne y hueso cargados de ideales que, con dignidad, se enfrentaron a los golpes de la vida.

El amigo de Praga, fruto de diversos años de investigación, es la primera novela de Joan Manuel Soldevilla Albertí, catedrático de literatura en el Instituto Ramon Muntaner de Figueres y estudioso de los medios de comunicación de masas y literatura.

Más información

Muriel Rukeyser. Savage coast

Reseña de Carles Viñas

Una historia de amor en la Barcelona olímpica del 36

La poetisa norteamericana Muriel Rukeyser tenía 22 años cuando cruzó la frontera de Portbou justo el día que comenzó la Guerra Civil. En el tren que la transportaba desde Paris topó con Otto Boch, un joven de aspecto serio que como ella viajaba hacia Barcelona.

Ebanista de oficio, aquel socialista bávaro exiliado era uno de los atletas que tenían que competir en la Olimpiada Popular que debía celebrarse en la capital catalana entre el 19 y el 26 de julio de 1936. Muy pronto los dos jóvenes entablaron una amena conversación que se vio alterada repentinamente cuando el convoy se encontraba a la altura de Montcada.Los impactos de ametralladora en la madera del vagón de tercera clase que ocupaban provocaron que ambos se lanzaran instintivamente el suelo.La aviación fascista estaba atacando el tren.Así fue como la Cataluña en guerra les dio la bienvenida.Años más tarde, Rukeyser inmortalizó aquella llegada en el poema «Long Past Moncada», toda una elegía dedicada a Boch.

La joven redactora de la revista londinense Life and Letters Today, activista de la Defensa Internacional del Trabajo, se dirigía hacia Barcelona para cubrir, precisamente, la Olimpiada Popular en que debía competir su compañero de viaje, un corredor especialista en la larga distancia. Con el tren bloqueado por la razzia aérea, la periodista y el atleta compartieron la parte posterior de una camioneta durante el trayecto final que los llevó hasta Barcelona, aquella idílica «ciudad de los trabajadores» que tanto habían imaginado y idealizado. Y allí, en ese furgón, empezó todo.El destino producto del azar los acabó convirtiendo, a pesar de la barrera idiomática, en amantes.Durante cinco días ambos compartieron las primeras horas del levantamiento militar golpista, los besos fugaces y las encamadas pasionales.Seguramente, fueron los cinco días más intensos de sus vidas.

Poco se esperaban que la Olimpiada Popular se suspendiera por un Golpe de Estado, ni que los barceloneses, fusil en mano, rechazaran los militares sublevados en las calles de la ciudad.Pero no todo fueron malas noticias, ambos respiraron más aliviados tras conocer la detención del general Goded en el edificio de la Capitanía general.Ciertamente, en Barcelona el levantamiento había fracasado.

Todo había cambiado de la noche al día.Aquella Olimpiada promovida como contrapunto a los Juegos Olímpicos que los nazis habían de celebrar en Berlín ni siquiera se pudo inaugurar. Aquel 19 de julio, en vez de delegaciones desfilando por el estadio de Montjuïc en la ciudad sólo resonaban sirenas y disparos.

Boch era uno de los cerca de 6.000 atletas que debían participar.A raíz de la suspensión, la Generalitat facilitó el regreso de los deportistas en sus respectivos países.Pero no todos se fueron. Boch fue uno de los atletas que decidió quedarse en la ciudad.Sus convicciones antifascistas le impidieron abandonar la Barcelona revolucionaria.No fue el único, otros atletas, como el sardo Enrico Jacod, además de miembros de la delegación italiana que se alojaban en el hotel Euskalduna de la Rambla, un puñado de franceses, polacos e, incluso, unos diez compatriotas de Boch también cambiaron el estadio por las barricadas.

Paralelamente, a partir del 23 de julio el resto de deportistas empezaron a ser evacuados.Así, mientras en el puerto de la ciudad belgas, húngaros y estadounidenses se embarcaban en el barco Ciudad de Ibiza para hacer hacia Sète, otros compañeros suyos se enrolaron en las milicias populares para combatir el fascismo. La mayoría acabó luchando en el frente de Aragón integrando el núcleo de la llamada Columna Internacional, una de las unidades que se convertirían el embrión de las Brigadas Internacionales.

Mientras la magnitud del conflicto decapitó las esperanzas de terminar rápidamente con los golpistas, el mundo ponía sus ojos en Berlín. En la capital alemana, el 1 de agosto de aquel 1936 Adolf Hitler inauguraba los Juegos Olímpicos de verano…

…El Tercer Reich pretendía aprovechar la celebración de los Juegos en Berlín para mostrar la magnificencia del régimen nazi y la superioridad de la raza aria. Por ello, construyó una operación de propaganda en torno a las Olimpiadas. Aunque el enojo que causaron a Hitler los triunfos de Jesse Owens o la victoria del equipo de fútbol noruego -los víkings- liderado por Asbjørn Halvorsen ante la Mannschaft hermana, los nazis sacar rédito del evento proyectando la imagen del nuevo régimen en todo el mundo.

Mientras en Europa disfrutaban con las competiciones olímpicas, en Barcelona empezaban a ser palpables los efectos de la Guerra Civil. Todo ello provocó la marcha de Rukeyser de la ciudad. Sin tiempo para despedirse de Boch subió al barco que lo alejó para siempre de Barcelona. Un año después, en 1937, publicó el diario New Masses el poema «Mediterranean», donde describió como despidió de aquella ciudad convulsa que la acogió durante un breve estancia y donde encontró el amor de su vida.

A su pesar, y forzada, se marchó finalmente dejando atrás aquel corredor alemán que le había robado el corazón. Sus versos así lo rememoran: «atrás en el muelle resto el valiente Otto Boch, íntegro y dispuesto a luchar como voluntario».El recuerdo de aquellos días se convirtió en el eje de su obra poética posterior, porque la guerra los separó físicamente, pero no en el alma.

Una vez en Nueva York, Rukeyser colaboró con el Departamento Médico Americano de Ayuda a la Democracia Española y publicó varios artículos sobre la Guerra Civil y la situación de los republicanos.Y es que a pesar de permanecer sólo cinco días en Barcelona, fueron tan impresionantes que nunca los pudo borrar de su mente.Así lo testimonió en la novela Savage Coast, escrita en volver a los Estados Unidos, donde desgranó con detalle su experiencia vital durante el estallido de la guerra.

En 1938, sin embargo, la poeta dejó de recibir las cartas que Boch le escribía desde el frente.El joven alemán, en abril de ese mismo año, había muerto en la Batalla del Segre. Un año más tarde todo se precipitó.La caída de Madrid y Barcelona supuso el fin de la República.Sin embargo, Rukeyser nunca perdió la esperanza de que su amado aún estuviera vivo.Años más tarde, en el artículo «We Came for Games» evocó las palabras con las que Boch, durante esos cinco días frenéticos, se dirigía a ella … «eres un regalo de la revolución».

Un poema de Muriel Rukeyser dedicado a Otto Boch

For O. B.

Y cuando dijiste que yo te gustaba, miré a un lado
en el pueblo caluroso y en el aterrador bosquecillo de su llanura naranja;
aquí había un final de confusión, un principio de orgullo;
el presente había nacido y el pasado había muerto sutilmente,
y tú estabas a mi lado en España.

Cuando dijiste que me amabas, vi el futuro ponerse en pie,
libre y vivo, pero a través de la ventana abierta
las vías del ferrocarril condujeron al silencio, una copa salvaje
de silencio celebró el año cuyos incendios ya no se detendrían,
mientras el mundo yacía bajo la sombra de la guerra.

Cuando te dejé, te paraste en el muelle y mantenías
tu cara hacia arriba y nunca sonreíste, diciendo que lo que habíamos encontrado
era un regalo de la revolución, y el barco navegó
mientras por un momento mis hijos emergieron y se pararon en el mundo
como una línea de sombras que cayeron al suelo.