Combates de la XI BI en el invierno de Teruel.

El 15 de diciembre comenzó la ofensiva republicana sobre Teruel. Fue una operación bien pensada y ejecutada que permitió liberar la ciudad en algo más de dos semanas. Pero Franco no estaba dispuesto a aceptar esta derrota, aunque parcial, y decidió suspender su preparada ofensiva sobre Madrid para dedicar todo su esfuerzo militar en la recuperación de la ciudad.

 Poco después de la Navidad, el 29 de diciembre, lanzó un duro contraataque con empleo masivo de la artillería y la aviación.  Para tomar la ciudad tenía que apoderarse de los dos baluartes defensivos de la misma: La Muela, al suroeste, y el Muletón, al noroeste. Con una durísima ventisca y temperaturas de 22º bajo cero, las tropas de Franco lograron tomar la parte occidental de la Muela y las lomas al norte y oeste del Muletón. La ciudad estaba amenazada y el mando republicano ordenó la movilización de las dos Brigadas Internacionales presentes en Teruel (la XIV BI seguía en la zona de El Escorial y la XII y XIII BI iban a ser empleadas en una operación al sur de Extremadura).

A primeros de enero la XV BI fue emplazada entre Argente y Celadas, sufriendo las temperaturas en lo que los voluntarios norteamericanos llamaron el Polo Norte. El 14 de enero el general Walter, jefe de la 35 División Internacional, les ordenó reemplazar a los batallones de la XI BI que, del 4 al 14 de enero, habían estado defendiendo, frente a Concud, las posiciones republicanas del valle del Guadalaviar, al lado de otras brigadas españolas.

La XV BI cumplió su deber en “el puesto de honor”, nombre que el jefe de la XV BI, el yugoslavo Copic, diera a las posiciones defendidas por la XI BI. Esta brigada, tras un breve descanso de tres días, volvió al combate para defender la crucial posición del Muletón, la meseta que desde el noroeste defendía el bastión de Teruel.

El mismo día en que la XI BI emplazó sus fuerzas el mando franquista desencadenó una tormenta de fuego aéreo y artillero que desmoronó las frágiles defensas del baluarte. Durante cinco días aguantaron los batallones en aquella difícil situación, perdiendo dos de los jefes de batallón: el suizo Max Doppler (bat. Hans Beimler) y el berlinés Max Schmidt (alias de Fritz Klamm). Finalmente se replegaron hacia los márgenes del valle del Alfambra y fueron relevados por fuerzas españolas.

En este artículo solo se va a tratar la actuación de la XI BI, dejando para otra ocasión la referencia a la XV BI. Los testimonios son de los voluntarios alemanes Heinz Wieland, Karl Pioch y  Heinz Schürmann (Willi Bredel), éste recién nombrado comandante del batallón Edgar Andrè. Pertenecen a una colección de documentos provenientes de un fondo del Archivo Federal de Berlín-Lichterfelde que contiene testimonios de varios miles de antifascistas recogidos a lo largo de los años 60 y 70, todos ellos bajo la signatura SgY/30. La traducción de estos testimonios es de nuestra compañera Isabel Esteve.

Fragmento final del Informe del coronel Putz, antifascista belga-francés muerto en acción de combate al final de la SGM, tras contribuir a la liberación de París en agosto de 1944.

 

HEINZ  WIELAND

Un invierno ante Teruel. Combates del Batallón Thälmann frente a Concud

Teruel, la fortaleza inexpugnable, como la llamaban los fascistas, había caído.  La ciudad estaba bien protegida por barrancos y  profundos fosos  naturales, construidos a lo largo de miles de años por las aguas. Se alzaba a 915 metros de altura. Unidades españolas habían arrancado la posición a las tropas francofascistas mediante encarnizadas luchas. Era una posición estratégicamente importante y  rodeada de montañas peladas y difícilmente accesibles, escarpadas y de hasta 2.000 metros de altura. Con su conquista habíamos liquidado una de las avanzadillas  del frente fascista.

Había sido un gran éxito que frenaba claramente los planes franquistas que pretendían intentar otra ofensiva contra Madrid. Además, con la conquista de Teruel  se eliminaba la permanente amenaza, existente desde 1936, del frente de Levante, que amenazaba las comunicaciones  entre la España central, Valencia y Cataluña. Las Brigadas internacionales aún no habían intervenido. Estaban como reserva en Aliaga, al norte de Teruel.  Todo esto nos lo contaba Fernando, el oficial de personal de la base de Albacete, ante el cual nos habíamos presentado después de acabar un curso político militar.

Fernando nos comunicó también nuestra nueva intervención. La mayor parte de los alumnos del curso, entre ellos yo, volvíamos a la Brigada. La XI Brigada se encontraba en un pueblo junto a Teruel. Estaba en medio de las montañas de una cadena montañosa, a alturas de entre 1500 y 2000 metros.  Todo estaba blanco, cubierto de una gran capa de nieve. Hacía frío, muchísimo frío.  El termómetro marcaba -15º  por el día y hasta -20º por la noche.

Un día, al final de la tarde, llegamos al puesto al que habíamos sido enviados y nos presentamos inmediatamente en el Estado Mayor de la Brigada. Richard Stainer, jefe de la Brigada, y Heinrich Rau, su comisario de guerra, nos recibieron. Yo fui asignado al Batallón Thälmann y tomé posesión de la 1ª Compañía. Enseguida me di a conocer a los jefes y soldados. La Compañía estaba recién reforzada y formada por soldados españoles y catalanes junto con interbrigadistas alemanes y austriacos.

Apenas me había presentado a los camaradas llegó la orden de marchar al frente. Los soldados estaban muy insuficientemente vestidos para el tremendo frío que hacía. No todos tenían ropa de invierno, pero el ambiente era bueno. El cabo dio la orden de que la compañía formase. Cuando estuvo formada di la orden de marcha en español. Muchas voces me respondieron en puro dialecto austriaco “¡Geh’ma,  geh’ma!”. Me quedé mirando perplejo hasta que enseguida recordé que mi antecesor era un austriaco.

Ante la aldea había camiones que nos acercaron a Teruel; pasamos la noche en otra aldea. Toda la noche oímos fuego de artillería. Los fascistas disparaban contra las posiciones republicanas. Preparaban su contraofensiva para  arrancar de nuevo a los republicanos la ciudad de Teruel. Por la mañana temprano emprendimos otra vez la marcha, pero esta vez a pie. Caminábamos carretera adelante, dejando detrás algunas aldeas. Nos acercábamos a la línea del ferrocarril Teruel-Zaragoza. Girando hacia el oeste pasamos un puente que atravesaba el río Alfambra. Dejando la vía férrea y la carretera, subimos a una montaña. A la entrada de un barranco estaba el Estado Mayor de la Brigada.

Heinrich Rau que había tomado el mando de la XI Brigada, me dio la orden de llevar a cubierto a la compañía detrás del barranco, en  el fondo de un valle. Apenas nos habíamos puesto a cubierto cuando vinieron los aviones fascistas que bombardearon la carretera y la vía y a nosotros nos ametrallaron. Pasamos algunas horas en el barranco cubierto de nieve hasta que llegó la orden de entrar en acción. Avanzamos por el  borde del valle del Alfambra algunos quilómetros hacia adelante, a lo largo de una superficie nevada y ondulada que estaba atravesada por una carretera franqueada por árboles.  Por el camino fuimos bombardeados varias veces más, pero no tuvimos bajas. Ante nosotros se extendía una cadena de montañas. Allí nos esperaba el comandante del Batallón Thälmann, Max Schmidt. Me dio orden de ocupar esa cadena montañosa y de controlar desde ella la carretera Concud – Teruel que estaba al otro lado de la sierra.

Cuando aún estaba llevando la Compañía a cubierto, apareció el oficial de Estado Mayor capitán Karl Riemschläger, un camarada austriaco, con la orden de atacar inmediatamente. Se trataba de  descargar al 4º Batallón 12 de febrero, que estaba amenazado por fuerzas enemigas muy superiores. Llamé a los jefes de pelotón, les informé de la orden y les aclaré el plan de ataque. A la izquierda de la nuestra  vi como Albert Kühn, el comandante de la 2ª Compañía del Batallón Edgar André, desplegaba a su compañía para el ataque. Comprobé que los camaradas  debían correr muy separados unos de otros  sobre la sierra. El teniente Walter era el jefe del 3º pelotón, su pelotón empezó con el ataque.  Se levantó, avanzó corriendo algunos pasos hacia delante y cayó mortalmente herido por fuego de flanco. Los soldados que iban detrás de él se pararon y retrocedieron.  Entonces hubo los primeros heridos y dos muertos.

 ¿De dónde venía el intenso fuego? Corriendo colina arriba comprobé, mirando por los prismáticos, que venían carretera arriba algunos tanques fascistas que antes no habíamos visto ni podíamos ver, y que ellos eran los que nos disparaban desde un lado. Mis observaciones fueron confirmadas por un enlace que Albert Kühn nos envió. Nos  movíamos con gran dificultad. También Albert Kühn había sufrido bajas y tuvo que retroceder con su compañía. Llamé al teniente del 1er. pelotón de la compañía que yo mandaba, Norbert, un minero de Saarbrücken  que tenía mucha experiencia de combate. Él llevó su pelotón un poco adelante y a la derecha y envió sus soldados de uno en uno sobre la carena de la sierra. Le siguió el 2º pelotón. El 3º, el del camarada caído Walter, se quedó en reserva. Max  Katzenellenbogen, el comisario, habló con los soldados que estaban bastante afectados por la muerte y las heridas de sus camaradas. El 1er y 2º pelotón consiguieron avanzar hasta la carretera. Cuando llegaron envié dos enlaces al Estado Mayor del Batallón.

No paramos de recibir un fuego muy fuerte: la artillería enemiga nos atacaba y los aviones nos bombardeaban. Justamente cuando di la orden de cruzar la carretera  vino corriendo Norbert y me informó de que a unos cientos de metros más adelante, hacia la derecha, había descubierto un  barranco.

Los enlaces volvieron y trajeron la orden de ocupar lo más rápidamente posible las alturas sobre la carretera y atrincherarnos allí.  El fuego continuaba cada vez más fuerte, pero lo más temible eran las ametralladoras de los vehículos blindados. Envié de nuevo un enlace al Estado Mayor a pedir protección de artillería.

Max Schmidt, el comandante del Batallón,  vino dónde yo estaba y me explicó que se había puesto en contacto con la Brigada; posiblemente recibiríamos ayuda de tanques. Nos pusimos  de acuerdo en que Max con el batallón de reserva emprendería la protección de la carretera para que los fascistas no pudiesen caernos encima por la espalda. Entretanto el 1er pelotón había avanzado hasta la carretera. Lo envié hacia la derecha donde, utilizando el barranco descubierto por Norbert, ocupó  las alturas sobre la carretera. Cuando llegamos arriba recibimos un fuego muy fuerte. El enemigo se había ya hecho fuerte sobre una colina al otro lado de las alturas. Tuvimos que retroceder un poco  para no recibir de lleno sus balas.

Norbert, el jefe del 1er pelotón,  me hizo saber que a la izquierda, bifurcándose del barranco, se encontraba  una hondonada que llevaba directamente a la posición fascista. En seguida había asegurado con un grupo de su pelotón esta hondonada. Le envié dos ametralladoras ligeras como refuerzo y le mandé comprobar precavidamente mediante una patrulla  a qué distancia de la posición fascista llegaba a acercarse la hondonada. Cada vez hacía más frío. Poco tiempo después vino Gustav, el jefe de la Compañía de Ametralladoras del Batallón Thälmann, con dos ametralladoras pesadas  puestas a mi disposición por el Estado Mayor del Batallón. Buscamos las dos mejores posiciones para ambas ametralladoras y encargamos a los camaradas que empezasen enseguida a cavar agujeros para ellas y  trincheras de protección. Cavar nos costó un gran esfuerzo porque el suelo estaba helado y duro como la piedra. Comprobé que cada camarada  cavara su propio agujero de protección y cuando cada agujero estuvo hecho aún intenté que se comunicasen  construyendo una especie de trincheras de comunicación.

Richard Schenk, el comandante del Batallón (sic, ¿pero no era Max Schmidt? Tal vez quiere decir “jefe de la Compañía. N.d.T.), cuyo nombre verdadero era Willi Glatzer y que procedía de Berlín, vino donde estábamos. Propuse intentar un golpe de mano para tomar las trincheras fascistas y mejorar así la posición de la compañía y el batallón. Si el golpe de mano salía bien  nuestro batallón  tendría en su poder  las posiciones más importantes estratégicamente de nuestro sector.  Enviamos enseguida un enlace al Estado Mayor del Batallón que vino al poco rato con la conformidad de su comandante.  Les explique a los jefes de pelotón el plan de ataque. Elegimos de cada pelotón a los mejores lanzadores de granadas. Con ellos formamos un grupo de choque que puse bajo el mando de Norbert.

El punto de salida tenía que ser la hondonada por la que el grupo se podía acercar a 80 o 100 metros de las trincheras fascistas. Se dio la orden de disparar fuego de protección a las dos ametralladoras pesadas y a todas las ligeras que teníamos. En cuanto el grupo de asalto empezase el ataque, tenían  que cubrir permanentemente de fuego las trincheras fascistas. Juan, el jefe del 2º pelotón, recibió la orden de trasladar por precaución su pelotón hacia la izquierda hasta el fondo del valle que allí se encontraba; después debía girar hacia la derecha  para, cuando el grupo de choque hubiese entrado en las trincheras fascistas, responder  para  protegerle. Yo mismo permanecí en el 1er pelotón para, con el resto de la Compañía y todas las ametralladoras, ir detrás del grupo de choque  y  ocupar y asegurar la posición conquistada.

Por la mañana a las 5 atacamos. Hacía mucho frío y viento. El aire nos tiraba la nieve a la cara. El grupo de choque se pudo acercar sin ser notado a las trincheras fascistas. Estallaron las granadas. El 2º pelotón entró en combate. Yo  dirigí  al resto de la compañía y a las ametralladoras en un amplio despliegue hacia delante y salté a las trincheras que ya el grupo de ataque con sus granadas había  arrollado. Me volví hacia la izquierda, recibí disparos. Descubrí un refugio en el que arrojamos granadas. Seguimos avanzando, vimos que los fascistas  abandonaban las trincheras y organizamos rápidamente la defensa. Metimos las ametralladoras y aún no habíamos acabado cuando los fascistas atacaron con todas sus  fuerzas las posiciones que acabábamos de conquistar hacía un momento. Conseguimos rechazar su ataque. Febrilmente fortificamos nuestras posiciones. El viento y los remolinos de nieve  que éste levantaba eran cada vez más fuertes. Envié patrullas a derecha e izquierda para establecer contacto con  las compañías vecinas. Al otro lado del barranco estaba instalada, en el lomo de una montaña, la 2ª Compañía de nuestro Batallón. Precisamente cuando estaba hablando con su jefe,  atacaron los fascistas de nuevo. Por culpa de los remolinos de nieve  que no nos dejaban ver,  consiguieron hacerse fuertes en el barranco. Sólo con gran fatiga y dificultades y gracias a la ayuda del grupo de ataque de la 2ª Compañía, conseguimos echar otra vez al enemigo de una posición tan importante para nuestra defensa.

Después conseguimos tener un poco de tranquilidad y nos dedicamos a fortificar aún mejor la posición conquistada.  Empleando todas nuestras fuerzas y con la ayuda de los “pioneros” (zapadores), que el Estado Mayor de la Brigada nos había enviado a petición del Estado Mayor de nuestro Batallón, pudimos reforzar bien la posición sobre el suelo helado y duro.

Estábamos exhaustos, llevábamos dos días sin cerrar los ojos y en los dos últimos días sólo habíamos podido comer caliente un par de veces y a deshora, ya que la intendencia sólo se podía traer a lomos de mulas por carreteras heladas y caminos de montaña intransitables. Además hacía  un frío horrible.  20º bajo cero por la noche y un aire helado que nos echaba la nieve a la cara. Todo esto era muy difícil de soportar.

Algunos camaradas estaban absolutamente agotados. Se quedaban una y otra vez dormidos  a pesar del frío inhumano. Poco tiempo después de enviarlos a retaguardia,  el médico del Batallón nos preguntó  si habíamos tenido congelaciones. Di orden a los sanitarios de comprobarlo y poco después recibí la noticia de que entre nosotros se habían encontrado cuatro camaradas con congelaciones en manos y pies.

Max Schmidt vino con Richard Schenk  a la posición donde yo estaba. Prometieron ocuparse rápidamente de que fuésemos sustituidos. Hacia el mediodía la tormenta de nieve cedió.  Creímos que lo peor ya había pasado. Pero al aclararse el cielo aparecieron los bombarderos fascistas de nuevo sobre nosotros y el enemigo reforzó su fuego de artillería.  Una ola de aviones tras otra nos atacó. Cuando los bombarderos daban la vuelta, aparecían los cazas que nos machacaban con sus ametralladoras. Entonces vino la orden del Batallón de que durante la noche seríamos sustituidos.

Poco antes de que se hiciese de noche, se produjo otro ataque de los fascistas. La 2ª Compañía del Batallón Thälmann y la 1ª del Edgar André fueron expulsadas de sus posiciones. Mi compañía, la 1ª del Thälmann, quedó aislada. Intenté establecer contacto a derecha e izquierda, pero las patrullas tropezaban siempre con unidades fascistas atrincheradas. Todos los enlaces que envié al Estado Mayor del Batallón regresaron sin poder pasar. Dos murieron, tres volvieron heridos. Estuvimos dos días aislados. Todos los intentos de romper el cerco, fracasados. Al tercer día a media noche  vino un camarada austriaco del Estado Mayor. Traía la orden de atravesar la carretera por la mañana a las 7. El Batallón  apoyaría nuestro paso.

Con el comisario y los dos jefes de pelotón preparamos el plan para abrirnos camino.  Norbert con el grupo de asalto y su pelotón debía irrumpir en el barranco. Max tenía el encargo  de llevar al resto de la Compañía con todos los heridos y enfermos a través de la brecha existente. Con diez hombres y dos  ametralladoras ligeras yo les cubriría la  retirada. Comprobamos el lugar por el que se debía producir el paso e informé oralmente de nuestro plan al enlace del batallón austriaco y a un sargento de mi Compañía. Con ello quería estar seguro de que si pasaba algo las órdenes no caerían por escrito en manos de los fascistas. Ambos camaradas se habían ofrecido voluntarios a  llevar el mensaje y yo les había advertido expresamente de lo peligroso del proyecto.  Se marcharon por el mismo camino pero en dirección contraria a la que había utilizado el enlace del Batallón para traerme a mí la información.  Aproximadamente media hora después oímos algunos tiros. Los camaradas habían podido pasar, como más tarde supe, aunque el austriaco ligeramente herido.

Empezamos enseguida a preparar la ruptura. Norbert iría con el grupo de ataque y su pelotón  hacia el barranco con mucho cuidado. Max  el  comisario (debe de ser Max Katzenellenbogen), comprobó quién tenía que llevar a los tres heridos que no podían valerse, mientras que yo  instalé en el lugar adecuado las dos ametralladoras ligeras y los diez hombres con los que tenía que cubrir la retirada. Se hizo todo  con gran silencio, para que el enemigo no notara nada.

 Pero a las 6 de la mañana atacaron los fascistas. Di la orden al grupo de ataque de que rápidamente se abrieran camino por el barranco y dejaran libre el camino hasta la carretera. La ruptura funcionó. Cubrimos el terreno del que venía el ataque con el fuego de nuestras ametralladoras. Cuando el Batallón entró en combate, Max ya se había puesto en camino con los heridos y enfermos hacia el lugar de la brecha. Los tanques cubrían a derecha e izquierda el lugar de paso  a los fascistas con su artillería y sus ametralladoras… El ataque fascista quedó paralizado. Con los diez hombres y las ametralladoras ligeras nos retiramos   rápidamente. En el último momento noté que algunos fascistas  se deslizaban tras  nosotros. Lanzamos unas granadas y corrimos muy separados unos de otros hacia el barranco. Seguimos disparando, lanzando granadas a nuestras espaldas para detener al enemigo. Ya veía el barranco delante de mí. Norbert me gritó que me mantuviese más a la izquierda. En ese momento noté un dolor ardiente en el bajo vientre y se me hizo todo negro delante de los ojos. Volví brevemente en mí por primera vez cuando en el puesto de primeros auxilios me estaban operando. Después pasé casi dos años en hospitales. Primero en España, después en Francia y al final en la URSS, hasta que los médicos consiguieron curarme y dejarme capaz de trabajar.

 

KARL PIOCH

Concud

Enero de 1938. El día era agradable, claro y seco. La temperatura estaba un poco por debajo de cero. Sólo por la noche bajaban las temperaturas a quince y veinte grados bajo cero, así que la botella de dos litros de café se nos convertía en un gran trozo de hielo que no llegaba a descongelarse en todo el día. Dormíamos sobre las piedras desnudas, con el casco sobre la cabeza, tapados con todo lo que teníamos a mano, y por la mañana teníamos que sacudir la escarcha congelada en la puerta de la tienda de campaña. En las hondonadas oscuras donde no daba el sol, la nieve tenía más de un metro de altura. A nuestro alrededor rocas desnudas, sin árboles ni matorrales, sin caminos, un paisaje solitario y grandioso.

Nos encontrábamos en las cercanías de Teruel,  la capital de una provincia de España. Cuando tuvo lugar la sublevación de los franco-putchistas el 18 de julio de 1936 contra el gobierno legal de la República española, los fascistas se apoderaron de esta ciudad y la tuvieron en sus manos hasta diciembre de 1937. Para la República esta situación era peligrosa: a unos ciento cuarenta kilómetros de la ciudad portuaria de Valencia, Teruel se podía convertir en la base para el inicio de una gran ofensiva, ya que la distancia desde Teruel al mar Mediterráneo en línea recta apenas suponía cien kilómetros. Y si los soldados de Franco llegaban al mar Cataluña quedaría aislada del resto de España y el ejército popular quedaría dividido.

Ya en diciembre de 1936 la XIII Brigada recién creada  en la que se integraban veintiséis nacionalidades, intentó expulsar a los franquistas de este punto tan importante estratégicamente para cortarle las comunicaciones, especialmente  la línea  de ferrocarril Zaragoza – Teruel. El ataque de nuestras tropas se mantuvo hasta  febrero del 37. Los fascistas llevaron entonces allá todas sus reservas. Posteriormente, gracias a una nueva ofensiva, la ciudad pudo ser tomada por el ejército popular en diciembre de 1937. Pero los fascistas tenían el propósito de reconquistarla a toda costa, sin importarles las pérdidas en tropas o en material. Así que por ambas partes se luchó  durísimamente para controlar cada palmo de tierra.

Los combatientes de nuestra Compañía de ametralladoras eran mayoritariamente  voluntarios muy jóvenes, la mayoría  austriacos. Yo había sido enviado a esa Compañía con algunos compañeros – después de haber pasado un periodo de formación en una escuela en la que se nos había preparado para ser jefes de grupo y  sección -, cuando la Compañía fue enviada unos meses antes a Torralba, en el frente de Aragón. Se trataba de una Compañía especial,  no incluida en nuestros conocidos batallones “Edgar Andrè”, “Hans Beimler”, “Ernst Thälmann” o “12 de febrero”, sino directamente a las órdenes del Estado Mayor de la XI Brigada.

Cuando los francofascistas, momentáneamente reforzados, concentraron sus ataques en un sector del frente para romperlo en ese punto, se nos envió a reforzar la artillería de las unidades que estaban emplazadas en ese sector. La orden era detener a los fascistas a toda costa.  “Será algo parecido a la otra vez” pensábamos  cuando, después de reunirnos sobre las destruidas carreteras, nos dirigíamos a nuestra posición.

Nuestra Compañía no era fuerte numéricamente, pero disponíamos de seis ametralladoras pesadas soviéticas Maxim. Desgraciadamente teníamos pocas armas en el ejército popular español, al revés que de lo que pasaba con el armamento de los francofascistas que era muy, pero que muy superior al nuestro. Nosotros teníamos que ahorrar hasta municiones. Nuestro primer jefe de compañía se llamaba Richard Knaak. Era un joven berlinés, alto, delgado, con el cabello rubio casi rojo. Él mismo me contó que a principios de 1933, durante una agresión de las SS y las SA a los trabajadores en el distrito de Schöneberg, él y su grupo armado contraatacaron y en el enfrentamiento mataron a un hombre de las SS llamado von der Ahe e hirieron a otros fascistas, así que tuvo que desaparecer de Alemania. Pero siguió luchando en España.  Aceptó formar nuestra Compañía y la dirigió un corto periodo de tiempo (en el cual yo fui su enlace) y después pasó a dirigir la Compañía de artillería del Batallón Thälmann. Desgraciadamente cayó a principios de 1938 en los combates de retirada.

Nuestro segundo capitán, Fischer, era de Viena y había ya destacado en la lucha armada de la Alianza Defensiva Socialdemócrata en febrero de 1934 contra las tropas del reaccionario gobierno austriaco. Su lugarteniente, el teniente Rudi,  jefe de una de nuestras tres secciones,  también había pertenecido antes a la  Alianza Defensiva. Había llegado luchando con sus camaradas hasta la frontera de la Republica Checa y, una vez allí, la atravesó. Vivió pues allí hasta que se vino a España.

Junto a ellos estaba Fernando, un joven comisario político español, de Málaga, que unos meses más tarde cuando el ejército se retiraba, fue cercado en un callejón sin salida por los moros, que son los soldados de Franco reclutados en el norte de África, y se quitó la vida con la última granada  que le quedaba. Nuestro jefe de grupo se llamaba Antonio Igual y era de Granada, en el sur de España. Su patria, como la de Fernando, estaba ocupada por los soldados fascistas.

El joven camarada austriaco Franz Chladek y yo cuidábamos nuestras ametralladoras  como algo absolutamente precioso; soportábamos, como los demás camaradas, con paciencia y firmeza todas las incomodidades del ardiente verano o del duro invierno, de la insuficiente alimentación y del transporte de las pesadas armas. Nuestro encargado de la munición era Teo, un joven trabajador de Hamburgo, católico, que había desertado junto con un amigo del cuartel de Döberitz cerca de Berlín, cuando se enteraron de que iban a ser trasladados a España para luchar a favor de  Franco; entonces huyeron por la República Checa y se vinieron a la España republicana para ayudar a los trabajadores en lugar de a los fascistas. Estaban también Pedro, Manuelo y Joaquino (sic), hijos de un pobre campesino español,  que aprendieron a leer y a escribir  con nosotros; eran optimistas y disciplinados y  de lo único que se quejaban era de que les faltaban cigarrillos,  que entre nosotros, a pesar de los envíos solidarios de los trabajadores de otros países, eran muy escasos. En cambio la sed y el hambre las aguantaban mejor.

Ramón García, el cocinero de nuestra Compañía, que resultó alcanzado por una ráfaga de ametralladora durante el verano, aunque pudo ser salvado por los médicos, hacía todo lo que podía para proporcionarnos algo de comer, pero yo mismo no hubiera querido estar en su lugar.

Desde las faldas de las montañas, frente al pueblo de Concud,  ocupado por los soldados de Franco, muy cerca de la capital de la provincia, las unidades del ejército popular habían atacado, cercado  y  ocupado Teruel el 21 de diciembre de 1937  a pesar de que esta fortaleza  natural,  rodeada de  crestas montañosas casi insuperables de casi dos mil metros de altura,  había sido considerada casi inexpugnable por expertos militares enemigos. Habíamos  obligado a retroceder a la artillería y a la infantería fascistas situadas muy cerca frente a nosotros, y también a algunos grupos móviles de infantería que habían tiroteado diariamente  nuestras posiciones. Habíamos también desbaratado de forma muy apreciable las columnas de vehículos pesados que ahora sólo podían viajar por la noche por la carretera de detrás del pueblo, sobre la que ahora teníamos una buena posición de control.

 

En El Muletón

Una  noche [el 14 de enero] nos sustituyó la Compañía de ametralladoras de la XV Brigada anglo-americana y así pudimos tener un poco tranquilidad. Entre tanto los fascistas habían traído tropas de refuerzo  para reconquistar Teruel. Ya casi nos habíamos aclimatado a un pequeño  barranco atravesado por un arroyo con unas laderas muy pendiente que nos protegían, cuando nos vino la orden de enviar una unidad a la montaña de Santa Bárbara, desde cuyas alturas  se podían ver, allá  muy abajo, las casas de la ciudad de Teruel. Desde la montaña resultaban especialmente emocionantes las batallas aéreas. Respecto a ellas hay que decir lo mismo que respecto a las otras armas: también en la aviación los fascistas tenían una superioridad total, además estaban  continuamente abastecidos gracias a los aviones y a los pilotos de Hitler y Mussolini.

Con gran alegría recuerdo aún hoy el espectáculo que presenciamos desde nuestro puesto de tiro en lo alto de la montaña cuando una vez, un poco  antes del mediodía,  Teruel fue atacada por un gran número de bombarderos fascistas. Recuerdo el fuerte traqueteo de los cazas soviéticos que volaban sobre el barranco que quedaba debajo de nosotros e inesperadamente  se precipitaban  sobre los bombarderos, el trallazo de las ráfagas de las ametralladoras, el humo que salía de un bombardero derribado, los dos bombarderos que bajaban en picado, atacados por los dos cazas que les perseguían desde arriba 

con rápidas ráfagas hasta que les hicieron caer sobre las rocas donde estallaron mientras el destrozado resto de la escuadra enemiga arrojaba bombas sin orden ni concierto  sobre sus propias filas. Y también recuerdo cómo nuestros cazas desaparecieron tan inesperadamente como habían aparecido y cómo les aplaudimos con entusiasmo. Aplauso que se repitió cuando en los días siguientes cambiamos de posición y  pasamos por delante de  los restos de  los aviones destrozados. A pesar del frío, aquel día se convirtió en un día muy caliente para nosotros. Estuvimos permanentemente cubiertos por el fuego de la artillería enemiga. Cuando se oía el zumbido de los aviones nos escondíamos en los campos de los lados de la carretera.

Junto a un puente que atravesaba un río seco, un poco antes de llegar a una aldea, dejamos la carretera a la derecha, tomamos las ametralladoras y empezamos a ascender. Los fascistas habían puesto la mira en la cima de El Muletón, al lado del cementerio de Teruel.  Las unidades españolas de los carabineros, grupos de guardias bien armados, no podían aguantar el fuego mantenido a lo largo de todo el día ni los ataques de la infantería fascista; ya  tenían muchas pérdidas y abandonaron una parte de las posiciones y de las primitivas barreras de protección formadas por bloques de piedra.

Uno de nuestros batallones había ya entrado en la posición y debíamos apoyarle. El fuego de artillería seguía ininterrumpidamente, algunas granadas pasaban por encima la colina y explotaban sobre nosotros. Hacia el mediodía encontramos camaradas de otra compañía especial bajo el mando del capitán Walter Schewe, un viejo hamburgués, que todos ya conocíamos desde lejos por su larga y  gastada chaqueta de cuero.

Los cañones de sus bien camufladas ametralladoras apuntaban amenazadoramente  al cielo azul. Las armas habían sido especialmente bien preparadas por los camaradas de la armería  y la compañía tenía  la tarea específica de disparar contra los aviones enemigos, tarea en la que ya había conseguido tener buenos resultados. Ahí estaba el amigo de Teo, escogido precisamente por sus antiguos jefes en Döberitz para sentarse en uno de los aviones de la Legión Cóndor  y disparar sobre nosotros; ya había sido ascendido de soldado a teniente y jefe de columna.

Por la tarde la subida eran tan empinada y el ascenso tan penoso que  cada vez necesitábamos más gente para acarrear las piezas de artillería. Debíamos poner toda nuestra atención en cada paso pues frecuentemente caían grandes piedras a lo hondo haciendo mucho ruido y arrastrando otras consigo, lo cual hacía maldecir en voz baja  a los causantes del “accidente”, ya que debíamos movernos tan silenciosamente como pudiésemos.

Cuando teníamos hambre comíamos bacalao, un trozo de pescado seco y salado  que nos habían dado como comida los últimos días. Con gusto hubiéramos comido algo caliente, pero ni a un asno ni a un mulo  se le podía exigir que nos lo subiese por este desierto de piedras; el pobre animal se habría despeñado a cada paso. Finalmente cuando el sol ya estaba muy bajo, vimos el borde de la cima montañosa y aún tuvimos que movernos con más precaución. Aún estábamos fuera de la vista del enemigo, pero  los estallidos de las granadas que oíamos cercanos y claros sobre la montaña eran también peligrosos y las esquirlas y las piedras silbaban por el aire.

El primer camarada que cayó herido este primer día fue el austriaco Georg Nürnberger, nuestro sanitario, al cual  llamábamos “Schurl” como hacían los de su país. Era pequeñín, delgado y vivaz, y todos le queríamos a causa de su abnegación y su valor. Tenía esquirlas de granada en ambas piernas, pero sólo se quejaba en voz baja cuando  los que estábamos cerca de él nos despedimos de él y nos marchamos y él se quedó  para ser evacuado.

Poco después encontré al capitán Ferdinand Greiner, al que en la emigración siempre habíamos llamado “Franz”. Era jefe de la Compañía de ametralladoras del Batallón Edgar Andrè, que también había sido trasladado a este lugar. Al hacerse de noche habíamos alcanzado la posición, si así puede decirse. Lo primero era distribuir los puestos, reparar los muros de piedra destruidos en muchos sitios, e instalar las seis ametralladoras,  distribuidas una al lado de la otra en una línea de unos quinientos metros, y luego prepararlas para disparar.  No necesitamos relevar a nadie, ya que aparte de una docena de combatientes muertos no encontramos a nadie. Los cadáveres fueron trasportados un poco después por miembros de una sección de castigo.

En un pequeño saco encontré algunos panes duros, que repartí. En el límite derecho de nuestro sector había algo así como una pequeña cueva. Un estrecho agujero llevaba hacia abajo y la parte de dentro estaba cubierta con viejas mantas de lana. Había sitio para unos seis hombres.

Mientras por la izquierda ya teníamos contacto con los combatientes del Batallón, casi todos  ligeramente heridos pues ya antes habían sufrido graves pérdidas, hacia la derecha había aún que establecer el contacto. En algún lugar debía haber una cabaña de pastores medio destruida, que encontré después en la oscuridad, en realidad sólo unos muros exteriores caídos. Cerca de ella me encontré con el holandés Pit, que había estado unos meses antes con nosotros en la Compañía.

Mientras nos encontrábamos sobre la cresta de la montaña, vimos que la meseta se inclinaba un poco ante nosotros y estaba sembrada de pedazos de piedra grandes y pequeños. En las cercanías resonaba el aullido de los moros muy claro en la noche fría y silenciosa, y nuestros oídos,  aún no acostumbrados a este griterío, no se puede decir que lo oyeran como música.

Sobre los moros ya había oído contar muchas cosas y ninguna buena a los camaradas que habían llegado a España en los primeros momentos y  habían ya luchado en la Centuria Thälmann en la defensa de Madrid. Los moros eran certeros tiradores y extremadamente crueles con los prisioneros, pues se les había otorgado el derecho de saquear las zonas que ocupasen.  Cuando nos tenían delante a los internacionales (y esto lo habían podido comprobar frecuentemente nuestros camaradas) salían huyendo, sobre todo ante los ataques de nuestras bayonetas.

“Quédate siempre a la izquierda si estás en la pequeña altura que hay junto a nosotros, me dijo Pit, hemos tenido allí ya algunos problemas, porque algunos de los jóvenes españoles no quieren estar en los puestos de escucha en tierra de nadie. Los moros  ya les han cortado la garganta de una oreja a la otra a algunos de nuestros camaradas por la noche con sus cuchillos curvos; actúan como en su país. Y además por aquí no tenemos aún un frente firme, como ya has visto”.

Yo no era ni soy especialmente cobarde,  pero retrocedí y me arrastré  casi  sin ruido y estuve escuchando toda la noche el más pequeño murmullo; si un piedra crujía por el frío me quedaba totalmente quieto hasta asegurarme de lo que era. Arrojar una de mis granadas de mano no hubiera tenido sentido pues hubiera causado una carnicería a los dos bandos. Podía utilizar con un rápido movimiento la corta pala militar, afilada por los dos lados, y además tenía mi puñal, que me había hecho un  maestro armero español  en Madrigueras, nuestro centro de formación, con un trozo de parachoques de un tren.  Así que cuando llegué a uno de nuestros puestos, ya  estaba más tranquilo.

Pasamos la noche, después de las fatigas del día,  durmiendo como muertos, interrumpidos como siempre por los relevos. Pero apenas estaba amaneciendo cuando fuimos despertados por un fuego de artillería tal que parecía que la tierra temblaba. Tiritando de frío pensé en un vino caliente bien fuerte y me vino a la cabeza el refrán que en estos parajes, dos mil años antes, los legionarios romanos ya habían inventado: “Bonum vinum laetificat cor homini” (Un buen vino alegra el corazón del hombre). Este agradable  pensamiento me abandonó casi enseguida y no me pude calentar con él.

Empezó la primera ola de ataques.  Poco antes la aviación ya había lanzado pequeñas bombas y disparado con ametralladoras todo lo que se movía o lo que no parecía exactamente una piedra. Las ráfagas de ametralladora silbaban por encima del borde de nuestro muro, pero el enemigo avanzaba sin ruido.  Se podían reconocer figuras aisladas cuando se arrastraban  por las cercanas piedras y ofrecían un blanco a nuestros tiros, que, por otro lado, debíamos ahorrar.

Cuando Franz comunicó que  el refrigerante de agua de la ametralladora se había roto, vinieron desde la izquierda camaradas  del batallón retrocediendo a saltos y dijeron que el enemigo arrollaba por los flancos. Al mismo tiempo  empezamos a recibir fuego de infantería tanto por delante como desde la izquierda. Nuestro jefe de sección, Josef Eisenberger, que acababa de recibir un tiro en la barriga, aunque él mismo pudo llegar solo al puesto sanitario, nos gritaba que fuésemos a la siguiente ametralladora.  Me arrastré sobre algunos muertos unos cien metros hacia la derecha y topé con el jefe de grupo Franz Stenitzer de Steiermark, con el jefe de ametralladoras Otmar del Tirol y con el artillero Hans Wöginger de Viena, que de pequeño había sido educado en una institución para huérfanos. Otmar dijo: “Échate al suelo inmediatamente. Toma una carabina. Los primeros no están muy lejos. En la caja pequeña hay granadas de mano. ¡Pero agacha la cabeza!”.

Mientras el silencioso Franz Stenitzer estaba tumbado detrás de su piedra y disparaba con su carabina, vi delante de mi bastante lejos un oficial fascista con una larga vara, como la que llevan los pastores españoles,  que agitaba mientras  empujaba a los soldados a atacar. Apunté con cuidado y disparé, mientras pensaba: “¿Cómo puede una persona ser tan estúpida?” Se derrumbó y en el mismo momento gritó Franz desde su piedra  “¡Ya te tengo!”. Seguramente debió disparar al oficial al mismo tiempo que yo.

“La próxima ola de atacantes vendrá inmediatamente”, pensé, y me quité la gorra de lana, procedente de los envíos soviéticos, que me tapaba toda la cabeza, el cuello y la nuca. En su lugar me puse  el casco francés de acero. Entre tanto había ido entrando calor. Las granadas silbaban de nuevo sobre nuestras cabezas y allá abajo de la montaña la carretera estaba bajo una barrera de fuego. Sólo se la podía reconocer muy abajo y a lo lejos, blanca y estrecha como un hilo de araña.

También el fuego de infantería se había reforzado. Los atacantes tenían, a pesar de todo, pocas posibilidades de conseguir conquistar la cima sobre la que nosotros estábamos, pues la ligera cuesta por la que habían de ascender les ofrecía poca protección. Mientras seguimos viendo a algunos de ellos que no  podían seguir avanzando arrastrándose,  nos tuvimos que proteger nosotros mismos en  nuestras defensas de piedra y en las alturas más cercanas, aunque eso suene sospechoso. Además reconocíamos frecuentemente por su inconfundible chirriar y silbar que estos bandidos estaban otra vez disparando con balas “explosivas”, balas que desgarran el cuerpo con grandes agujeros.

De pronto vi como Hans Wöginger  arrojaba una granada de mano desde detrás de su piedra (los primeros moros estaban a treinta o cuarenta metros de nosotros, pero daba la impresión de que estaban mucho más cerca). Para tirarla se tuvo que levantar un poco. De pronto cayó y no se movió más. Me arrastré hacia él. Tenía la cara lívida. Cuando le di la vuelta a medias salía un fino chorro de sangre de la chaqueta de cuero, un poco por encima del corazón. Llamé a Franz y entre los dos arrastramos como pudimos al herido lentamente hacia abajo, hasta estar a cubierto y poderlo levantar mientras Otmar seguía disparando desde arriba.

También desde la derecha, donde por la tarde había hablado con el holandés Pit, tableteaban a intervalos cortos y seguidos muchas ametralladoras de nuestro Batallón que mantenían a los fascistas  más abajo. A unos cuarenta metros a la izquierda por debajo de nosotros  disparaba una ametralladora ligera de procedencia mexicana, y también salían disparos de fusil  regularmente  desde arriba hacia la izquierda, donde los enemigos estaban empujando nuestros flancos. Este grupo de ametralladoras se componía de voluntarios españoles muy jóvenes que no pertenecían a nuestra Brigada. Era un grupo relativamente fuerte y abarcaba,  además de a muchos tiradores, a unos siete u ocho  suministradores de municiones. Dos de ellos se ocuparon del camarada Hans, que  había perdido la conciencia.  Uno corrió  por una cuesta hacia abajo, hacia el valle que se hallaba a nuestros pies, donde debía haber sanitarios.

Franz Stenitzer y yo nos arrastramos otra vez hacia arriba y él ya había llegado a su piedra cuando  yo de pronto sentí un fuerte golpe sobre la parte izquierda de mi casco, antes de haber podido llegar arriba. “Una piedra”, pensé. Pero, como después se vio, se trataba  de un trozo de granada. Enseguida sentí como me corría algo caliente por la cara. Cuando lo toqué toda la mano se llenó de sangre. Cuando quise gritarle a Franz, que estaba cerca de mi, comprobé que no podía hablar. También las piernas me pesaban de una manera rara. Me limpié otra vez la sangre con la mano, vi como goteaba encima de las piedras y me incorporé con dificultad. Miré hacia abajo, donde habíamos dejado al camarada Wöginger, pero no me podía mover como quería.

El resto se cuenta rápidamente: dos de los jóvenes españoles del grupo de ametralladoras se echaron los fusiles a la espalda y me recogieron como pudieron, poniendo mis brazos por encima de sus hombros. Antes me quitaron el casco y me vendaron provisionalmente. Cerca de la cuesta tuvieron que discutir con los sanitarios hasta que vinieron dos y me pusieron sobre una camilla. Los dos jóvenes me apretaron la mano, me desearon que todo me fuera bien y volvieron a subir a pesar de los disparos, hacia donde estaban sus camaradas. Por el aspecto, el más joven podría tener dieciséis años y ambos pertenecían a los valientes voluntarios que habían respondido a la llamada de la Federación de Jóvenes para entrar en el ejército popular.

La bajada duró aún un rato. Finalmente los sanitarios me metieron en un coche que estaba al lado del antes citado puente. En el próximo pueblo había un puesto sanitario de las Brigadas en una vieja bodega construida aprovechando una pared vertical de piedra. Aquello estaba lleno de heridos. De todo el Batallón sólo sesenta y siete eran aún capaces de luchar y  muchos de ellos estaban heridos.

En el puesto sanitario apareció enseguida Otmar que explicó a la doctora quién era yo. Me dijo que él también había recibido un disparo  en el pulmón  igual que el que sufrió el año anterior cuando era enlace en la batalla junto a Quinto (sólo un centímetro más profundo). Fue en la época en la que la lucha no había aún acabado allí. Cuando corría para llevar un mensaje fue a caer en una trinchera ocupada por fascistas. Estos le dispararon de inmediato. Con un disparo en los pulmones  pudo retroceder hasta nuestras trincheras y allí cayó sin sentido.

Después de una operación en el hospital de campaña fui al Hospital checo de Benicásim, un pequeño lugar de baños en el Mediterráneo, y tengo que agradecer a la habilidad de jefe médico Dr. Kisch el estar aún vivo. Allí me encontré de nuevo con nuestro primer jefe de compañía, al que se le habían congelado los dedos de los pies, encontré también a Josef Eisenberger y al jefe de pelotón Franz Stenitzer, que al igual que Otmar había sido herido poco después de que fuese herido yo, y los dos de un tiro en los pulmones. Me dijeron que el camarada Hans Wöginger había muerto  antes de que me recogieran los dos voluntarios españoles.

Nuestra compañía estaba deshecha. Los supervivientes fueron encuadrados en otras unidades.  Las posiciones en El Muletón y en la ciudad de Teruel aún se mantuvieron hasta marzo de 1938. Después nuestros combatientes tuvieron que  retroceder ante la superioridad del enemigo. El único camarada de nuestra compañía al que volví a ver más tarde en Francia fue a Theo, que había resultado también entonces herido y que en 1941, con otros camaradas a los que yo no conocía, se trasladó a los Pirineos y trabajó allí como carbonero.

 Heinz Schürmann (Willi Benz)

 La batalla de Teruel (del Informe Tres meses con el Batallón Edgar Andrè)

 Diciembre de 1937

La XI Brigada Internacional se encuentra en situación de alerta en el sector de Alcañiz. El Estado Mayor de la Brigada está en Castelserás, el Batallón “Edgar Andrè” en Calanda, el “Hans Beimler” en Torrecilla de Alcañiz, el “Thälmann “en la Foz de Calanda y el “12 de febrero” en La Codoñera.

En ese momento  el mando fascista de la zona de Guadalajara  prepara un gran ataque contra Madrid. Para  dividir sus fuerzas, las tropas republicanas bajo las órdenes del conocido jefe militar General Líster, preparan un ataque contra la ciudad de Teruel, fuertemente fortificada. A mediados de diciembre  penetran estas tropas en las líneas enemigas por las montañas cubiertas de nieve y hielo, cercan Teruel y la conquistan después de duros combates. Los informes sobre el éxito de las luchas los celebramos como se merecían, tanto nosotros como la población. Para nosotros estaba claro que pronto nos tocaría  participar en esas luchas, pues era previsible que el enemigo intentase volver a conquistar este  punto clave,  profundamente avanzado en territorio republicano.

Mientras, preparábamos las fiestas de Navidad con la población. Estaba previsto que muchos pollos y muchos conejos  fuesen a parar a la sartén. Pero el 24 de diciembre llega la orden de marcha para nuestra Brigada y después de despedirnos de nuestros amigos españoles, que casi a la fuerza llenan las manos de nuestros soldados con la comida que estaba ya preparada, nos vamos hacia una posición de reserva en el sector de Montalbán, en la carretera Alcañiz – Teruel, donde los Batallones se alojan en los pueblos de Cañizar del Olivar, La Zoma, Gargallo y Castell de Cabras, hasta  su traslado a Teruel a finales de diciembre.

Cuando el Batallón Edgar Andrè se marcha hacia Calanda,  yo, que en ese momento soy jefe del Estado Mayor del Batallón, he de quedarme atrás, para mi disgusto, pues tengo una fiebre muy alta y he de permanecer en  mi alojamiento, en casa de una campesina española. Al despedirnos el comandante del Batallón me promete que en diez días me recogerá. Mi casera me trata como a un hijo y hace todo lo posible para que me ponga bien cuanto antes.

A pesar de las dificultades del idioma nos entendemos muy bien, aunque no está contenta conmigo porque no me encuentro, desgraciadamente, en situación de apreciar suficientemente los frutos de sus habilidades culinarias. Soy el único soldado que hay en esta aldea y en los siguientes días aparecen muchos de sus habitantes para informarse de mi estado y dedicarme toda clase de pequeñas atenciones.

Gracias a las atenciones y los buenos cuidados de mi casera me recupero rápidamente y la noche de fin de año puedo ya levantarme de la cama. Durante el día me dice mi casera que estoy invitado esa tarde a una pequeña fiesta en casa del alcalde del pueblo y que me acompañará.  Ella borra los escrúpulos relacionados con mi estado, así  que vamos esa tarde los dos juntos a casa del alcalde. A mi llegada ya hay media docena de campesinos allí reunidos. Me saludan cordialmente y debo ocupar en la mesa el lugar de invitado de honor. Me siento entre auténticos amigos pues todos los presentes son fieles al gobierno y esperan la victoria del ejército popular, aunque desde luego no se hacen muchas ilusiones sobre la situación de la República.

Mientras hablamos he de recordar una vivencia que tuve en diciembre de 1936. En aquel entonces iba yo con el Estado Mayor de la XIV Brigada, la Brigada francesa, que se acababa de formar en Albacete, hacia la zona de Andújar, donde había que impedir que siguiesen progresando las tropas enemigas, que avanzaban desde el sur. En el viaje hacia allí, que hacíamos en compañía del jefe de la XIV Brigada, General Walter, nos detuvimos al lado de una meseta para informarnos sobre la situación, que no estaba clara. A nuestros pies se extendía bajo los rayos de sol una amplia llanura, en la que cada pueblo y cada camino, eran perfectamente visibles.

Todas las carreteras y caminos estaban llenos de gente que huía. Miles de campesinos con sus familias y con una parte de sus objetos caseros sobre los carros, huían ante el avance de los fascistas. Con sus sommiers brillantes al sol ofrecían un blanco perfecto a los aviones  de la Legión Cóndor y de los italianos que operaban en la zona, los cuales bombardeaban y ametrallaban sin piedad a hombres imposibilitados de defenderse. Estos labradores abandonaban sus casas y sus cortijos porque no estaban dispuestos a vivir  bajo el dominio fascista, esto era algo realmente nuevo para nosotros. Aquí teníamos un testimonio auténtico de la actitud del pueblo español. En ese momento creció en nosotros la decisión de ayudar a este pueblo con todas nuestras fuerzas en su lucha contra  las fuerzas reaccionarias interiores y exteriores.

 En el transcurso de la tarde vivo otro ejemplo de la cordialidad española con los invitados. Entre las cosas buenas que hay sobre la mesa descubro una clase de embutido muy parecido a un tipo de embutido casero ahumado de mi tierra, Westfalia, que me encanta. Mis anfitriones españoles  notan que me gusta especialmente y les he de aclarar el por qué. Al rato  observo como los campesinos juntan sus cabezas y hablan en voz baja. Uno de ellos coge su chaquetón, se cuadra delante de mí en actitud militar y me dice:

– Mi comandante, solicito media hora de permiso.- Vale, pero ¿para qué?- Mi comandante, eso es un secreto militar.- De acuerdo, permiso concedido, pero hay que estar de vuelta puntualmente.- A sus órdenes, mi comandante.

Efectivamente, vuelve puntualmente y el secreto militar se convierte en un segundo ejemplar de mi salchicha preferida que me regalan riéndose. Cuando me resisto a aceptar el regalo de estas personas que raramente pueden tener carne ni embutido en sus mesas, se levanta el alcalde y aclara: “Comandante, aquí en la aldea yo soy el más viejo y usted como disciplinado oficial de la XI Brigada tiene que  cumplir mis órdenes, y yo le ordeno que coja  el embutido”.

Ya no hace falta más, hay que obedecer. Mi casera empaqueta el embutido y se acaba el caso. Es una tarde muy agradable, en la que estos españoles  muestran lo mejor de sí mismos. Reina un espíritu tan divertido como yo no había visto antes entre estos hombres habitualmente tan serios.  No puede ser otra cosa que el hecho de que esa tarde hemos bebido valientemente el mejor vino y se han hecho muchos brindis  por el Frente Popular, el gobierno, el ejército popular, las Brigadas Internacionales, nuestro Batallón Edgar Andrè y la inmediata victoria sobre el fascismo. Cuando me despido de mis anfitriones  en la madrugada del primer día  del año 1938, mi casera y yo vamos acompañados hasta casa, pese a nuestras protestas, por algunos de aquellos campesinos.  Nunca olvidaré esa velada ni a aquellos patriotas españoles. Nunca.

En cuanto me encuentro mejor gracias a los cuidados maternales de mi casera, empiezo a dar cada día paseos por los alrededores del pueblo para recuperar fuerzas. Una sola cosa me disgusta y me intranquiliza, que del Batallón nada se ve y nada se sabe. Así que finalmente me decido a ponerme en marcha hacia Teruel, parando a los coches que encuentre.

Después de una despedida muy cordial de los habitantes de la aldea en compañía de mi casera y de algunos campesinos que me llevan hasta la carretera  a pocos kilómetros del pueblo, me pongo en camino. Tengo la intención de parar a algún coche  que me lleve. En una gasolinera encuentro un vehículo de la intendencia de nuestra Brigada, y así llego finalmente a mi Batallón.

 

Al frente del Batallón Edgar Andrè

Mediados de enero de 1938. La XI Brigada se retira  tras una serie de batallas muy duras y con muchas pérdidas  mantenidas en las montañas invernales, y se instala en una posición de reserva cerca de Teruel. En este momento el enemigo agrupa nuevas fuerzas para avanzar por el valle del Alfambra al norte de Teruel y atacar directamente la ciudad. Los detalles sobre las fuerzas enemigas  empleadas en las inminentes  batallas y sus avances, aparecen descritos por Manuel Aznar en su libro “Historia Militar de la Guerra de España” publicado en Madrid en 1940. Las fuerzas empleadas son:

  1. El cuerpo de ejército marroquí bajo las órdenes del general Yagüe, con las Divisiones 1, 4, 82, 105 y 108;
  2. el cuerpo de ejército de Galicia a las órdenes del general Aranda, con las Divisiones 13, 83, 84, 150 y parte de la 85;
  3. el cuerpo de ejército de Castilla bajo las órdenes del general Varela, con las Divisiones 54, 61 y 81
  4. un ejército de reserva, formado por la 5ª División a las órdenes del general Monasterio, y una División de caballería a las órdenes del coronel Bautista Sánchez

Sobre las fuerzas de artillería empleadas escribe Aznar: “Cada cuerpo de ejército tenía, además de las baterías de la División,  unas 20 baterías más de diferente calibre. En la lucha tomó parte casi toda la artillería del Cuerpo de tropas voluntarias (italianos y Legión Cóndor) a las órdenes del general Manca.  El resultado de disponer de esta masa de baterías está muy claro y promete un fuego de tal envergadura que esté en situación de pulverizar las posiciones rojas…”

En otro lugar del libro dice: “El 17 (de enero de 1938) empezaron a concentrarse armas de artillería – el mayor número que se había concentrado desde el principio de la guerra – como preparación necesaria para el avance del cuerpo de ejército de Galicia, que ya  hemos mencionado. Miles y miles de disparos cayeron como una tormenta sobre las alturas de Celadas, El Muletón, Las Pedrizas y El Mansueto. Una gran parte de la artillería de la Legión se había unificado con los grupos nacionales.  Los legionarios disparaban según su típico estilo y ponían el fuego conjunto de sus baterías de ligero y mediano calibre en puntos de mira seleccionados. El espectáculo era emocionante…”

Aznar intenta justificar que a pesar de semejante despliegue de hombres y armas no consiguieran su aspiración de pasar por encima  de las posiciones republicanas basándose en que sobre las alturas del norte de Teruel y sobre El Muletón, “había sido instalada una auténtica red de defensas con muchas trincheras cubiertas y redes de comunicación, nidos de artillería de cemento armado, casamatas de artillería y pequeños nidos para dos o tres armas automáticas….”

La realidad parece bastante distinta; pero aceptar que el lento avance de los fascistas se debiese a la heroica  resistencia de las tropas republicanas  es algo que, naturalmente, no se le puede pedir al Sr. Aznar. Además dice Aznar que las tropas rojas retrocedieron luchando los días 18 y 19 de enero,  y que en su lugar se emplazaron dos nuevas divisiones republicanas, entre ellas la 35 División del General Walter; pero que, a pesar de todo, las alturas de Las Pedrizas, Santa Bárbara y  El Muletón fueron ocupadas una detrás de otra.  En realidad El Muletón estuvo en nuestras manos hasta el día 20. Aznar añade aún: “La 5ª División de Navarra luchó heroicamente contra la fuerte resistencia de la División  Walter y a pesar de las fuertes pérdidas,  aplastó todo lo que encontró por el camino…”

El Batallón Edgar Andrè se halla el 17 de enero aún sobre Santa Bárbara, desde donde se domina una buena vista sobre las alturas 1102 y El Muletón. Sobre esas dos alturas se concentra esos días el fuego de artillería y los bombardeos de la aviación enemiga. Por la tarde va en aumento el fuego hasta convertirse en huracán; incluso los barrancos de los alrededores son bombardeados para impedir atacar a las reservas republicanas. Al caer la oscuridad observamos como desde la nube de humo de las cercanías de la altura 1102  avanzan tropas enemigas y arrojan a los defensores de la posición. A causa de que ya está todo oscuro no podemos comprobar si también  El Muletón, de 1086 metros, ha sido ocupado o no.

Entonces nos llega la orden de  marchar inmediatamente al Estado Mayor de la Brigada en el valle del  Alfambra. Allí me hace saber el jefe de la Brigada, Heiner, que debo tomar el mando del Batallón Thälmann, mientras que el camarada Karl Wetzel debe ocupar el mando del batallón Edgar Andrè, que ya había dirigido provisionalmente  aquí cerca de Teruel.  Ante esto manifiesto que  desconozco las circunstancias  del Batallón Thälmann y en cambio Karl Wetzel las conoce muy bien.  Por lo que propongo que Karl dirija el Thälmann y yo el Edgar Andrè. Karl se une a mi propuesta y el jefe la acepta. Así  que tomo  el mando  del Batallón, al cual pertenezco desde el anterior otoño, desde los combates en Quinto, Belchite y Mediana.

 

Combates en El Muletón

A las 20 horas recibo la siguiente orden:

Según nuestros informes y enlaces El Muletón está aún ocupado por una parte de nuestras tropas. El 1er Batallón bajo la nueva dirección de capitán Willi Benz (falso nombre de quien escribe), con una parte de la Compañía de fortificaciones del Cuerpo del ejército, debe ocupar El Muletón.  En el caso de que  no se encuentren fortificaciones, han de ser construidas inmediatamente  por la Compañía de fortificaciones, hay que construir también una firme línea de defensa. Tras la ocupación, hay que comunicarlo al Estado Mayor de la Brigada situado en el kilómetro 6 de la carretera  de Teruel a Alfambra.

Debemos partir inmediatamente, pero la Compañía de fortificaciones está aún en Tortajada a la hora de la cena y para tener la certeza de que va a venir realmente, debemos esperar.  Nadie puede proporcionarme un mapa de la zona, así que nos tiene que guiar  por la montaña un enlace local que conozca el terreno. Durante la marcha nos encontramos con una patrulla enviada anteriormente, que no ha podido comprobar cuál de las montañas circundantes es El Muletón. También el enlace que nos lleva nos dice que debido a la oscuridad, no sabe bien dónde está.

¡Estamos frescos! Como la montaña que queda  delante de nosotros a la izquierda me parece la más alta y, además, quiero evitar inútiles discusiones, le paso al oficial del Estado Mayor Fernando el mando con el encargo de reunir aquí el Batallón, que está diseminado, y de estar preparado para la marcha. Después empiezo a subir con algunos oficiales y enlaces por un estrecho camino montaña arriba. Cuando estamos a media altura oímos a nuestra derecha disparos de una ametralladora ligera y el ruido de la caída de piedras. Pronto comprobamos que allí se encuentra aún una pequeña parte de la unidad que hasta la tarde estuvo en la altura 1102 y ahora  dispara a ciegas contra esa altura. Gracias a estos bravos muchachos reconocemos que, por lo menos, nos encontramos en la ladera de El Muletón.

Mandamos  dos enlaces a recoger el Batallón lo antes posible, mientras nosotros seguimos ascendiendo. Pero pasa un rato largo hasta que llegamos a la cima. Allí encontramos en la parte sudoeste de la meseta los restos de una compañía española preparada para marcharse y por la cual sabemos que más allá, delante de la altura 1102, aún debe encontrase otra pequeña unidad. Cuando finalmente la encontramos –la meseta tiene una superficie de unos 500 metros de larga y 300 de ancha- ésta también está a punto de abandonar la posición. Puedo convencer con mucho esfuerzo al jefe de esta unidad para que se quede allí hasta que llegue nuestro Batallón.

Mientras un oficial corre para acelerar la subida del Batallón, yo intento hacerme al menos una idea de nuestra situación en medio de la oscuridad. La meseta esta abovedada como el caparazón de una tortuga, llena de rocas y sin posibilidades de cobertura. En los lados este y sur se encuentra una especie de trinchera excavada  en las rocas cuyo parapeto está formado por piedras. La trinchera está interrumpida en el lado sur a lo largo una longitud de  unos 150 metros y la parte restante acaba delante de la altura 1102.

De trincheras y defensas de cemento armado, como decía el Sr. Aznar en su libro, ni rastro. Los camaradas españoles nos dicen que hasta ahora se podía comprobar un vivo movimiento en la altura 1102. De esta altura nos separa sólo una pequeña hondonada, que está interrumpida por la cresta de un cerro entre la hondonada y El Muletón.

Poco antes del amanecer el Batallón ha llegado finalmente y se hace urgente tomar posiciones. Directamente delante de la altura 1102  hago que se posicione a la izquierda  la 1ª Compañía, mandada por Philipp Schuh; a continuación, a la derecha, la 2ª Compañía mandada por Feliciano Delgado, mientras que la Compañía de ametralladoras, bajo la dirección de Franz Greiner, se reparte entre las otras dos, para su protección. La 3ª Compañía, bajo la dirección de un joven español llegado recientemente, la dejo en reserva en la especie de trinchera en el extremo sur de la meseta. Detrás de la posición de la 1ª Compañía se encuentran las ruinas de una casa de labranza, que destino a punto de observación del Estado Mayor.

 Mientras las compañías toman posiciones y se instala el teléfono, se acerca una patrulla enemiga, pero rápidamente se la hace retroceder. El enemigo está ya pues advertido y se prepara para atacar.  Como en el terreno de la 1ª Compañía al menos se encuentra el extremo de aquella especie de trinchera, la mayor parte de la Compañía de fortificación es repartida entre la 2ª Compañía, en cuyo sector no existe absolutamente ninguna protección. Todos los camaradas se ponen a cavar, para que, por lo menos haya agujeros de protección, mientras que yo me dirijo  al puesto de mando que también se encuentra al alcance del fuego. En el ángulo noreste  de la meseta  se encuentra un abrigo excavado en las rocas, el cual nos ofrece un sitio bastante amplio, pero el inconveniente es que desde allí no es posible la visión del terreno  que está delante. En lo sucesivo los tiradores de elite del enemigo dispararán especialmente a los alrededores del  Estado Mayor.  Esto  queda claro enseguida, cada vez que intento desde una posición elevada observar por encima  de nuestra situación el avance de los enemigos.

Las alturas más bajas  que se extienden al sur de donde estamos nosotros están ocupadas por una unidad española, mientras que las alturas situadas al norte ya deben estar ocupadas supuestamente por el Batallón “Hans Beimler”. Como, sin embargo, no estoy seguro de ello, envío un enlace hacia allí, que vuelve después de horas sin haber podido entrar en contacto con nadie ya que entre nosotros y la supuesta posición del “Hans Beimler” se extiende un profundo barranco. Entretanto observamos  como el batallón que por la noche había ocupado la altura 1089, ocupa ahora las dos alturas que supuestamente ya habían sido ocupadas. Al mismo tiempo el enemigo intenta ocupar una colina entre la 1102 y la 1089.

En cerradas  formaciones -evidentemente suponiendo que después del alud de fuego de ayer  había sido abandonada por nuestras tropas- avanzan colina arriba. El fuego de nuestras ametralladoras y de nuestra artillería   diezma sus filas y  de esta forma impide la ocupación.

Ahora  ocupa una brigada de Carabineros una posición de reserva a nuestras espaldas. Uno de sus batallones  toma la posición al norte de la profunda garganta que está en nuestro flanco derecho entre nosotros y el Batallón Hans Beimler. El comisario de guerra de este Batallón viene con unos cuantos oficiales a donde estoy yo para informarse de la situación. Después de habérsela descrito brevemente, quieren dar una mirada ellos mismos y como se empeñan en ir rectamente hacia delante, les advierto de la existencia de los tiradores de precisión del enemigo y les recomiendo que avancen cuerpo a tierra. Pero mi propuesta es desestimada con una sonrisa de superioridad. Apenas han alcanzado la altura que está delante de nosotros y han buscado con los prismáticos las posiciones enemigas cuando resuenan disparos y el comisario de guerra cae con un tiro en la garganta. Le retiramos inmediatamente mientras sus oficiales me reprochan muy enfadados que no haya un sanitario inmediatamente a su disposición. Me tengo que contener para no echarles en cara con palabras fuertes su estúpida conducta.

Inmediatamente después empieza a disparar la artillería enemiga. Alrededor de cuatrocientas piezas de artillería están preparadas para disparar contra nuestra altura y  los barrancos de alrededor, que se extienden por delante de la altura 1102 ocupada ya por el enemigo. Inmediatamente empieza una tormenta de fuego como hasta ahora nunca habíamos visto. Piezas de artillería de todos los calibres participan en ella y después intervienen también baterías antiaéreas pesadas como se puede ver por las nubes de humo negro y rojo de los “schrapnell” que explotan en las  pequeñas alturas. Como si todo eso no fuese bastante,  avanzan ahora también sobre la altura 1102 piezas de artillería y carros de combate ligeros, que atacan directamente nuestras posiciones.

(Algunos días después me explicó un oficial del Estado Mayor de la 35 División, el coronel Putz, que había luchado en la 1ª Guerra Mundial,  que desde la batalla de Verdún no había vuelto a ver una concentración de fuego de tal envergadura,  lo cual le hacía admirarse del comportamiento de nuestras tropas).

En breve tiempo todas las líneas telefónicas están cortadas y quedan interrumpidas las comunicaciones entre las Compañías,  el Estado Mayor de la Brigada  y el de la División. El comisario de guerra “Maxim” –Wilhelm Pinnecke de Renania, anteriormente diputado en el Parlamento alemán,  que  en 1923 ya había jugado un papel importante en la derrota de los separatistas–, su  lugarteniente español Francisco y todos los oficiales del Estado Mayor, están permanentemente en movimiento para mantener una conexión eficiente con los camaradas.  Los telefonistas están igualmente moviéndose, a pesar  del fuego enloquecido, para arreglar las comunicaciones de nuevo  aunque en vano.

Finalmente algunos de ellos vienen a mi refugio. Están completamente agotados y un camarada alemán sufre un ataque de nervios. Llorando me grita:

- Comandante, yo me pego un tiro.
- Pero hombre, ¿qué demonios te ha pasado?
- Hemos hecho todo lo que hemos podido para arreglar las comunicaciones, pero cuando las arreglamos por un lado se rompen por otro. Así que no hemos podido cumplir nuestro deber.
- Quédate tranquilo ya, ahora os quedáis aquí y descansáis. Y después ya lo volveremos a intentar.

A las 13 horas una escuadrilla de nuestra aviación ataca la altura 1102, pero nada más acercarse es recibida por un intenso fuego, así que después de arrojar algunas bombas da la vuelta a toda velocidad. Más  tarde  me entero de que debemos atacar la altura en combinación con el ataque aéreo,  pero esta orden me es trasmitida a las 15,30  por un oficial del Estado Mayor de la Brigada, que había necesitado todo ese tiempo para abrirse paso en medio del fuego.

Uno tras otro vienen también los jefes del Estado Mayor de la División y de la Brigada al puesto de mando para informarse de la situación, pero no nos pueden prometer un efectivo apoyo. Después de haberme exhortado a no abandonar mi puesto en ninguna circunstancia, se van de nuevo con gesto preocupado. De pronto suena el teléfono de nuevo, en el otro aparato está el general Walter, el jefe de la 35 División. Me conoce personalmente de la XIV Brigada y cuando oye que estoy aquí arriba, me dice:

– Esta tarde me  informarás de que habéis ocupado otra vez la altura 1102.
– Entendido, camarada general, pero con este bombardeo puede que sea imposible. Entonces él me interrumpe y me exige otra vez.
– Como ya te he dicho, me has de llamar…
– Oiga, oiga…

Mientras estoy pensando qué puedo hacer ante este dilema, llega el jefe de Estado Mayor Hans Niessen –un miembro de las Juventudes Comunistas de la zona del Rhin, que a causa de su extraordinario valor ya había sido nombrado capitán– y le explico la orden del general. Hans se habría merecido  un descanso, pero como no podemos ignorar la orden del general, le pregunto:

- Hans, ¿estás preparado  para adelantarte y comprobar si existe alguna posibilidad de realizar un ataque?
- ¿A qué viene eso de si estoy preparado? Somos soldados. Tú dame la orden y yo la cumpliré
- Bien, pues entonces te doy la orden y vuelve pronto sano y salvo
- Cuando ya se va, veo que sólo lleva un ligero uniforme de verano, y como aquí ya hace mucho frío,  le ofrezco mi chaqueta de cuero que es muy caliente y la acepta agradecido. Apenas un cuarto de hora después de que se ha marchado, viene corriendo sin aliento un oficial español. Sólo grita:
- Hans, Hans…
- Habla ya, ¿qué pasa con Hans?
- Ha sido gravemente herido. Al avanzar al otro lado de la trinchera  ha caído una granada cerca de él y ahora los camaradas lo están  trasladando a la trinchera.
- Bien, vuélvete corriendo y ocúpate de que sea llevado inmediatamente al puesto de primeros auxilios.
- Antes he de informar de otra cosa, la 3ª Compañía ha desaparecido de la trinchera y nadie sabe donde está.
- Vete ya, de eso nos ocuparemos después.

¡Lo que faltaba! Como más tarde pudimos comprobar, el jefe de la compañía y el comisario político habían caído. Poco después alguien había llegado con la orden de que la compañía debía retirase, cosa que hizo sin comunicárnoslo. Imposible averiguar, desgraciadamente, quién había ordenado esa retirada.

El fuego y los bombardeos de los aviones se mantienen sin disminuir hasta la tarde. Seguimos sin contacto telefónico y comento con Maxim qué hay que hacer en el caso de que el enemigo consiga sobrepasar nuestra posición. Enseguida nos ponemos de acuerdo y no necesitamos dar ninguna instrucción más a los oficiales, telefonistas y enlaces;  todos tienen ya los fusiles y las granadas  preparadas para, si llega este  caso, dar al enemigo la última batalla. Pero no es necesario;  la  compañía mantiene la posición.

Lo que no pudimos comprobar debido a nuestra falta de comunicaciones, se deduce de un informe que hizo el observador de la Brigada sobre el devenir de la lucha en ese día 18 de enero. Informa en primer lugar de  la concentración de tropas enemigas en la zona noroeste de la altura 1102 y sobre la 1142, así como de los ataques furiosos  de la artillería y la aviación hasta el mediodía, y después sigue diciendo:

A las 12 horas  traslada el enemigo el fuego a la posiciones de retaguardia y de reserva. Apenas puedo creer lo que veo,  desde la altura 1102 vienen en casi cerrada formación los fascistas. Delante va uno con una bandera; entonces reclamo al Estado Mayor de la Brigada el apoyo de la artillería. En tensión sigo observando. El enemigo se acerca cada vez más a nuestra posición delantera, en nuestra posición todo está tranquilo, ni un tiro, ni una ametralladora que dispare. Nada. ¿Qué no ven el avance de los fascistas? ¿o es que el fuego de la artillería los ha dejado a todos heridos o muertos?.

Las tropas siguen avanzando, cada vez están más cerca; ya están casi a caballo entre la altura 1102 y El Muletón. Y entonces, de pronto, empiezan a disparar nuestras ametralladoras sobre ellos y su efecto es terrible. En poco rato la mitad de los atacantes se retuerce en su sangre. Los que pueden correr corren a toda velocidad hacia atrás, algunos siguen cayendo.  A esto se añade que finalmente nuestra artillería ataca y pone la altura 1102 bajo su fuego. Este pequeño grupito de héroes ha conseguido hacerse respetar en su posición de vanguardia arrasada por las granadas.

Apenas han llegado los fascistas de nuevo a su posición inicial,  cuando su artillería ataca de nuevo, esta vez reforzada con el lanzamiento de minas. Nuestras destrozadas trincheras están otra vez bajo un fuego violento, las descargas de la artillería nos llueven encima. Toda la montaña está cubierta de humo. Durante este ataque veo como algunos sectores de las tropas fascistas se preparan de nuevo, cada vez hay más. Al mismo tiempo el enemigo instala una nueva batería de campaña sobre la altura 1102 que ataca  nuestras trincheras directamente.

A las 13,30 se adelanta de nuevo la línea de fuego y los fascistas atacan protegidos por aviones de caza.  Esta vez son más precavidos  y los primeros grupos bajo la protección del fuego de artillería intentan alcanzar el barranco al norte de El Muletón y avanzar contra nuestro flanco derecho. Pero han calculado mal y no han contado con la atención de nuestros camaradas. Apenas se desplaza el fuego cuando los grupos son advertidos y liquidados. El grueso de los enemigos intenta esta vez avanzar sobre el collado entre la altura 1102 y  El Muletón. Pero  también ahora van a enterarse de que la tormenta de fuego ni  ha acabado con todo ni ha hecho temblar el espíritu y la voluntad de lucha de nuestras tropas.    De nuevo son recibidos con fuego de ametralladoras y fusiles y de nuevo retroceden a sus posiciones de partida con grandes pérdidas.

Al rato otra vez empieza a  cubrirnos la artillería enemiga con una granizada de acero. Observo como agrupan nuevas reservas, pues de las viejas ya no quedan muchos hombres disponibles. También avanzan seis carros de combate y toman posiciones entre las alturas 1102 y 1142. Su fuego se dirige sobre todo  contra el 2º Batallón Hans Beimler. También  sobre la  altura 1142 se ve mucho movimiento….

A las 16 crece el fuego artillero enemigo hasta convertirse en un huracán, toda la montaña tiembla y se estremece con las explosiones.  De nuevo veo movimiento sobre la altura 1102 y observo como algunos soldados salen de sus trincheras pero después se vuelven a meter en ellas. Al principio no sé que puede querer decir eso, pero después veo claro que los soldados del otro lado no quieren atacar más. Son empujados hacia delante a punta de pistola por sus oficiales y estos finalmente han conseguido  sacarlos a todos de sus posiciones. En filas irregulares se dirigen contra nuestras líneas perseguidos por sus oficiales. El fuego defensivo desde nuestra posición es muy débil y me temo lo peor.

En el último momento restalla el fuego de dos ametralladoras desde nuestro flanco izquierdo contra los atacantes. El efecto es admirable, el ala derecha de los atacantes cae en la confusión y a pesar de los palos y las pistolas la gente vuelve a retroceder corriendo hacia sus posiciones de partida. Con esto hemos salvado por hoy la situación. Lentamente se hace de noche y las baterías enemigas van callando una tras otra. Todos los materiales puestos en juego, todas las víctimas del enemigo, han sido en vano, El Muletón sigue bajo nuestro control.

Hasta aquí el informe del observador. En este día 18 de enero demostraron de nuevo los camaradas del Batallón Edgar Andrè  su  fortaleza, como en las primeras luchas  en la defensa de Madrid en 1936. En la batalla de hoy cada uno cumplió su parte, tanto el jefe de Compañía, como el comisario político, el jefe de pelotón, el suboficial y el soldado. Cada uno tenía su fusil y bien que lo usó. No se pueden nombrar todos los héroes de esta batalla pero voy a nombrar a algunos que los representan a todos: Philipp Schuh y su comisario político Cobo; Feliciano Delgado y su comisario Pedro;  comisario político de la Compañía de artillería Helmuth Dudde  y sus compañeros Steen Udden, Andreas Engwirda, Bert Ramin, Henrik van Usseln, Jan May y Gustav Loesthaege.

Después de instalar el fuego de la artillería me adelanto con Maxim para controlar la posición.  Aquí la visión es horrible, especialmente en la 1ª Compañía,  de la que aún se  están sacando  los últimos  heridos. A la Compañía le quedan apenas 20 hombres y se nos asedia con la exigencia de su inmediato relevo. Tras un corto debate con Philipp y Cobo, hablamos con los camaradas  y todos estamos de acuerdo en que  no podemos abandonar este sector que hemos defendido hasta ahora tan valientemente. Todos ocupan de nuevo sus puestos, unos en sus posiciones de vigilancia y los otros con el pico y la pala para poner de nuevo la posición en condiciones.

El comandante del Batallón español que se halla a nuestra izquierda en el valle viene precavidamente por la cuesta arriba, para cerciorase de cuál es la situación. Está extraordinariamente contento  de encontrarnos aquí y expresa su admiración ante la capacidad de resistencia de nuestro batallón. Acto seguido  le pido que nos envíe una compañía provisionalmente para reforzarnos sobre la montaña. El lamenta no poder hacerlo, pero promete mantener un permanente contacto con nosotros por medio de patrullas durante la noche.

Mientras estamos hablando aparece un enlace con la orden de que Maxim y yo nos presentemos inmediatamente en el Estado Mayor de la Brigada. Ya no podemos ir a revisar la 2ª Compañía y por eso les llamo desde el puesto de mando. El jefe de la Compañía, Delgado, informa que aún dispone de 27 hombres y pide en cualquier caso un pronto relevo. Ante mi orden de resistir asegura que la posición será mantenida.

En el Estado Mayor vuelvo a ver a Hans Niessen sobre una camilla, pero no puedo hablar con él pues está medio inconsciente y se queja en voz baja. Mi chaqueta de cuero, que ahora me vendría muy bien, se la ha puesto sobre la cabeza y  no puedo ni pensar en cogerla; ha de ser para él. (Hans murió después, a pesar de los esfuerzos de los médicos y fue enterrado en Valencia con honores militares).

Después de haber informado al Estado Mayor, el jefe exige que defendamos también en los días siguientes El Muletón, pero yo exijo el inmediato relevo, ya que con  las enormes pérdidas sufridas es imposible asegurar una defensa eficaz. Ante la respuesta del jefe de la Brigada, nada lisonjera para nosotros, le aclaro en nombre del Batallón: “Bien, permaneceremos arriba. Pero si mañana ves surgir a los fascistas por la ladera  oeste de la montaña, será porque el Batallón Edgar Andrè ya no existe”.

Con eso ya nos vamos a  despedir, pero entonces se nos llama de nuevo y recibimos la orden de ceder la posición al Batallón 12 de febrero y de trasladarnos a  una posición de reserva en el valle. Tras el relevo llegamos al amanecer al valle. Por el camino los camaradas casi se derrumban de tan agotados, pero cada uno aún lleva junto a su propia arma la de los camaradas heridos o muertos.

Mientras estamos allí, atrincherados a la salida del estrecho junto a la carretera hacia Teruel, empieza de nuevo el fuego de la artillería enemiga. Nuestra posición se encuentra al alcance de los proyectiles enemigos, así que busco otro sitio mejor en dirección a Tortajada, a donde ahora nos vamos a instalar. Poco después del mediodía llega al Estado Mayor un enlace del Batallón “12 de febrero” con el siguiente informe:

IV  Batallón  19. 1. 38
13 horas, 5 minutos
Informe

Nuestra primera línea ha sido sobrepasada por los fascistas, según el informe del capitán del grupo de ametralladoras. Se han perdido 3 ametralladoras. La 3ª Compañía ha sido aniquilada  hasta el último hombre.

                                     Informe del Comisario político

Los fascistas avanzan hacia la gran hondonada que se encuentra en nuestro flanco derecho. He ocupado con la 1ª y 2ª Compañías la altura que está delante del puesto de mando y he pasado al otro lado hacia la derecha todo lo que he podido. Aquí sólo queda una muy pequeña parte de los carabineros.

                                                         R e u t e r

Ante esta amenazante situación nuestro Batallón –hemos conseguido reunir entretanto unos 150 hombres– debe otra vez avanzar. La mayor parte debe ocupar algunas alturas al este de El Muletón, mientras que una compañía  debe ocupar la altura 969 junto al kilómetro 6 de la carretera hacia Teruel. Para ello mando a la 2ª Compañía, aún con 24 hombres, y me adelanto con el coche-cocina para informarme del lugar y la situación. Aquí encuentro una trinchera muy bien situada, que se extiende en forma de medio círculo en dirección a El Muletón.

En aquella dirección observo como el enemigo con cuantiosas fuerzas que se encuentran detrás de la altura 1102, avanza en dirección de las alturas cercanas a Concud que están ocupadas por la XV Brigada Internacional. Por el valle avanza un grupo en dirección a nuestra  trinchera,  pero no se puede asegurar si se trata de tropas nuestras o del enemigo. Como la 2ª Compañía aún no ha llegado, solicito al comandante de un grupo de Carabineros  que precisamente pasa por allí delante que ocupe la trinchera provisionalmente. Pero se niega porque tiene orden de marchar hacia Teruel.

Al parecer se trata de una tropa que acaba de llegar al frente, pues todos los hombres arrastran aún su maleta con su traje civil. Cuando en ese momento la artillería enemiga cubre nuestro emplazamiento con fuego, todos salen corriendo de allí. Han de atravesar una hondonada del valle, donde son de nuevo tiroteados. Allí parece estar el suelo muy encharcado, pues veo como cada disparo de granada provoca auténticos surtidores de barro que saltan por el aire. Pero nadie cae.  Veo a uno que salta por el aire con su maleta. Me estoy compadeciendo del pobre chico, cuando veo que  se levanta, se sacude el barro, agarra su maleta y sale corriendo detrás de los otros. 

Cuando ya la Compañía ocupa la trinchera, vemos  que la unidad que viene en nuestra dirección, tuerce hacia Teruel, así que debe tratarse de republicanos. Tranquilizado, puedo ahora abandonar la posición después de haber recomendado al jefe de la Compañía la más extrema vigilancia.

Cuando llego al Batallón encuentro a Maxim, que me murmura, sonriendo:

– Willi, ¿te acuerdas de ayer por la tarde en el Estado Mayor? Entonces éramos unos cobardes y ahora somos unos héroes.

– Déjate de chistes, no estoy de humor para bromas.

– En serio, vengo ahora del Estado Mayor con la noticia. Cuando nos marchamos ayer por la tarde fueron convocados al Estado Mayor el jefe y el comisario, el general Walter les preguntó por la  situación en El Muletón. Se puso muy contento al oír que nosotros aún estábamos allí, pues todo el Estado Mayor estaba convencido de que después del tremendo fuego nadie se habría podido mantener en esa posición. En pocas palabras, debo trasmitir a nuestro Batallón las alabanzas y la felicitación del Estado Mayor de la División y del de la Brigada

 – Vamos pues a decírselo a la Compañía, a los hombres les servirá de estímulo.

De nuevo martillea la artillería nuestras posiciones como la víspera. Pero en vano: los restos del Batallón 12 de febrero mantienen hasta el anochecer, desafiando a la muerte, la posición en la falda del lado este de El Muletón.  Sobre lo que pasó ese día en El Muletón informa el observador de la Brigada:

…El enemigo avanza desde la altura 1142 contra la posición del Hans Beimler,   aparentemente el ataque debe producirse por este lado. Las posiciones de El Muletón están bajo el fuego de minas y de bombas de aviación. A las 10 entra en juego de nuevo la artillería cuyos disparos se concentran principalmente sobre las reservas en las hondonadas. Tres escuadrillas de bombarderos Junker lanzan su carga en el valle de Alfambra y los Fiat italianos ametrallan toda la zona.

A las 11 oigo por el teléfono que nuestra artillería  toma la altura 1102 bajo el fuego y que después la altura debe ser ocupada por los carabineros. Su fuego debe estar bien dirigido porque los fascistas abandonan sus posiciones de vanguardia. Los carabineros avanzan por la hondonada y la falda norte de El Muletón. El fuego se dirige ahora contra las reservas enemigas y ya emergen de la hondonada y de los pliegues del terreno nuestras formaciones, que se despliegan rápidamente y avanzan hacia la altura 1102. El enemigo está completamente sorprendido y su vanguardia huye corriendo de allí sin pensar en defenderse.

Incluso su artillería, tan bien entrenada, suspende el fuego. Creo que la altura está de nuevo en nuestro poder, pero entonces retumba otra vez desde todos los lados la artillería, lanzaminas y carros blindados concentran el fuego sobre los carabineros que avanzan,  humo y polvo me impiden la visión de este  triste hecho. Después de algún tiempo veo como la gente retrocede corriendo, enloquecidos corren hasta más allá de sus posiciones de salida. Sin pensar en cubrirse se precipitan por el valle y arrastran en su huida dominada por el pánico a las reservas que estaban en la hondonada y en las faldas.

Entonces se produce una terrible confusión y arriba, entre los Batallones “12 de febrero” y “Hans Beimler”, se abre un hueco extremadamente peligroso para nosotros. Puedo observar todo esto perfectamente, pero no puedo informar al Estado Mayor porque otra vez las comunicaciones telefónicas están rotas. Para mayor desgracia una mina que explota a mi lado me destroza el teléfono.

Como no tengo comunicación ninguna, ni enlace,  ni siquiera a nadie cerca de mí, corro hacia el Estado Mayor del 1er Batallón de la 216 Brigada en el cual se encuentra el capitán Antón (Cichanowski?[1]) como oficial de comunicación. Éste organiza inmediatamente que dos Compañías del Batallón sean enviadas para rellenar el hueco.  Pero a mí me envía al Estado Mayor de la Brigada a informar de viva voz. (Por ello casi me habría podido fusilar el jefe de la Brigada, por haber abandonado mi puesto). Después me entero de que el jefe de los carabineros había ordenado la retirada.

El fuego de artillería se detiene otra vez  y bajo su protección  avanzan los moros contra El Muletón. Veo como los primeros fascistas entran en las destrozadas trincheras pero los defensores luchan de nuevo  y se mantienen firmes hasta que se hace de noche, a pesar de su inferioridad; solo unos pocos retroceden. Con ello el destino de El Muletón está sellado,  nuestra posición en la falda posterior de la montaña no se puede mantener mucho tiempo sin los puestos adelantados, especialmente con la  cantidad de hombres y material  que tiene el enemigo.

Pero la posición en la falda este de El Muletón se mantendrá aún  hasta el 20 de enero por la tarde. Por la noche el Batallón 12 de febrero es substituido por la Compañía de Estado Mayor de la 35 División, cuyo jefe, el camarada polaco Henryk Bleich me conocía bien de antes, por la XIV Brigada.  He sido nombrado ahora comandante del sector, envío una compañía de ametralladoras y una compañía de carabineros a El Muletón y pongo ésta bajo el mando del jefe de la Compañía de Estado Mayor, en quien confío plenamente.

Tampoco esta noche hay tranquilidad para el Batallón Edgar Andrè, pues tenemos que ocupar  nuevas posiciones en las cercanías de El Muletón. Ponen bajo mi mando también cuatro batallones españoles como reserva y se elige al camarada austriaco Emil Reuter  para dirigirlos. El jefe de nuestra Compañía de ametralladoras Franz (Ferdinand Greiner) toma el mando de todas las fuerzas de artillería. Todos los miembros de mi Estado Mayor se pasan la noche en pie para colocar las tropas que tienen bajo su mando en su posición y para tenerlas controladas.

Con el comisario de guerra Maxim comprobamos de nuevo todas las posiciones y finalmente aún subimos a El Muletón donde hemos de hablar de todo lo necesario para el día siguiente. Ya es casi de día  cuando volvemos en la mañana del 20 de enero a nuestro puesto de mando. Se halla sólo a unos cientos de metros de El Muletón, pero desgraciadamente también a unos cientos de metro más hacia abajo que esa posición, por lo que no tenemos ninguna posibilidad de saber que está pasando allí arriba.

A los dos lados de nuestra posición están situadas las ametralladoras y después de una vuelta de inspección nos convencemos de que los nidos de ametralladora están bien situados y aún están siendo ampliados. Hace tres días y tres noches que los camaradas no descansan pero para nada hacen el trabajo malhumorados.  Doy la orden de que en el trascurso del día no se realice ningún movimiento innecesario en el terreno, así pues  estamos a la espera de lo que pueda pasar. Sobre el transcurso del día informa de nuevo el observador de la Brigada:

Apenas he empezado a observar, cuando ya los aviones enemigos  bombardean y barren las posiciones con sus ametralladoras. También el fuego de la artillería que se sitúa especialmente sobre la altura 1089 (2º Batallón) y El Muletón, empieza temprano. El fuego aumenta hasta la fuerza a la  que ya estamos acostumbrados. A las 10 observo  concentraciones enemigas en la falda noreste de la altura 1102, las cuales son puestas bajo el fuego por nuestra artillería. Nuestra batería de 15 cm. dispara sobre la altura 1142, donde el enemigo intenta instalar cañones antitanque.

Una  y otra vez aparecen los Junkers y los Fiats, que después de arrojarnos sus bombas trazan círculos sobre nosotros para desmoralizarnos; permanentemente hay entre cuarenta y sesenta de ellos en el aire.  Desde detrás de la altura 1102 y también desde la altura 1142 avanzan tropas de reserva enemigas en dirección a la altura 1089, pero nuestra artillería las mantiene bajo fuego.

Más tarde entran más escuadrillas de cazas enemigos en el combate. Apenas han disparado los primeros sus municiones, cuando los fascistas avanzan protegidos por su artillería y sus aviones. Cuando cede el fuego de artillería vemos ya ante nuestras trincheras numerosas fuerzas. La lucha es corta, los nuestros han de ceder y corren ladera abajo hacia nuestras posiciones de reserva. Por suerte las alturas 1000, 1017 y 1022 están ocupadas por el Batallón Edgar Andrè y unidades españolas que atacan al enemigo inmediatamente con un violento fuego reforzado por el del Batallón 12 de febrero y le causan grandes bajas…

A lo largo de este tercer día de combate en El Muletón, debido al infernal concierto de la artillería enemiga y los bombardeos, estamos ya insensibilizados. Toda nuestra atención se concentra en lo que sucede en la montaña que tenemos delante. Por suerte el contacto telefónico entre cada una de las posiciones se mantiene hoy casi permanentemente  y de esta manera me llegan cada poco rato noticias de El Muletón. Allí el comandante ha dado orden de que excepto algunos observadores, todos los demás permanezcan a cubierto para evitar inútiles perdidas. Informa  que la posición está permanentemente bajo fuego pero que las bajas, gracias a sus órdenes, son pequeñas. Así transcurre lentamente esta penosa jornada.

Por la tarde aumenta de nuevo el fuego  y cuando observo los aviones de caza enemigos volando sobre nuestras posiciones en El Muletón, veo claro que ha llegado el momento decisivo. Cuando informo al jefe de la Brigada, éste me pide que no deje el teléfono de la mano y le transmita cada fase del combate. Cada frase que digo yo, él la repite inmediatamente ya que entendernos es difícil con el intenso fuego:

– Aviones al ataque sobre El Muletón. Sobre nuestra posición fuerte fuego de artillería

– Sí,  estamos preparados para intervenir.

– Los aviones siguen atacando, por lo demás ningún movimiento que comprobar.

– Ningún cambio sobre  El Muletón. La artillería concentra su fuego sobre  las hondonadas donde se hallan las reservas.

– Atención, los aviones se van. Se eleva una nube de humo y la infantería enemiga está ante nuestra posición. Disparos y granadas de mano, los fascistas están en nuestras trincheras, nuestra gente salta de las trincheras y rueda hacia abajo por la empinada pendiente, nuestras ametralladoras han empezado ya a disparar.

– La artillería debe abrir fuego inmediatamente.

Sólo se puede instalar una batería, cuyo fuego dirijo yo hasta que los disparos  son correctos. Una parte de los carabineros vienen ahora hacia nosotros desde la montaña y yo intento de nuevo hacerlos volver, pero en vano. Salta nuestro intérprete Jascha y grita rabioso: “El que sea un verdadero republicano, que me siga”. Después corre él y el capitán Bleich, que acaba de llegar, con media docena de camaradas otra vez hacia la montaña.

Aguardo con impaciencia la llegada de los cuatro batallones de reserva a los que he ordenado venir oportunamente. En este momento llega Emil Reuter con otros oficiales del Estado Mayor de la Brigada e informa de que en el momento en que el enemigo concentró el fuego sobre las hondonadas, se produjo allí el pánico. Ha sido imposible  evitar la huida de la gente, a pesar de que se han enfrentado con ella pistola en mano. Ahora algunos de los oficiales que han conservado la tranquilidad están a punto para mantener el orden y llevar a los batallones adelante. ¡Maldito desastre!

Entre tanto un grupo de nuestro Batallón y la gente de El Muletón en número de unos ochenta hombres se han puesto en marcha hacia la altura. De momento resuenan gritos desde allí, pero con el estruendo de la artillería y las ametralladoras no puedo entender nada, así que mando parar el fuego de la ametralladora. Entonces entre los estampidos,   oigo la voz de Jascha: “Comandante, pare el fuego. Los fascistas se han ido. Envíe refuerzos”.

¡Demonios, otra vez!  Así que estábamos disparando sobre estos valientes muchachos que han sido los primeros en lanzarse hacia delante. Exijo del Estado Mayor de la Brigada el cese inmediato del fuego de artillería, que, efectivamente, cesa a los pocos minutos.  En el silencio ahora impuesto y sospechoso  miramos fijamente hacia El Muletón, que va cubriendo lentamente la oscuridad, y esperamos alguna señal de que también el segundo grupo ha llegado a El Muletón.

Estoy de nuevo junto al teléfono e informo al jefe de la Brigada de lo que ha ocurrido entre tanto. De momento el silencio sobre El Muletón es interrumpido por la explosión de granadas y el fuego de fusiles, después otra vez silencio. ¿Estará otra vez el enemigo en posesión de la posición?

Finalmente lo tenemos claro cuando vuelven los primeros de los que han avanzado con el segundo grupo.  Informan que consiguieron hasta meterse en las trincheras, pero que después han volado contra ellos  las granadas a manojos y han tenido que retroceder. Después vuelven Jascha y “Málaga” de nuestra compañía de ametralladoras, los que fueron primero al Muletón. Como botín traen una bandera que el enemigo  ha dejado en uno de sus retrocesos. Con ello queda claro que, después de tres días de lucha  en los que la XI Brigada, pero sobre todo el Batallón Edgar Andrè, ha mostrado con creces su  resistencia,  hemos perdido El Muletón.

Le indico al jefe de la Brigada que no existe ninguna posibilidad de que durante la noche podamos recuperar la posición y entonces recibo la orden de ocupar inmediatamente con el batallón las alturas de una sierra entre nuestra actual posición y Teruel. Además exige que vayamos con mucho cuidado con el único aparato telefónico que aún tenemos, para que podamos mantenernos conectados desde nuestra nueva posición con el Estado Mayor enseguida que lleguemos. Dejo al lado del cable lo que aún puedo encontrar en la oscuridad  y ordeno al jefe de los telefonistas, Pérez, que no se aparte de mi lado.

El camino, bajando barrancos y subiendo escarpadas cuestas, exige un gran esfuerzo y la máxima atención para no caer rodando. Vamos ayudándonos con cordiales insultos y maldiciones cuando caemos y nos lastimamos los huesos de un porrazo, así nos vamos manteniendo de alguna manera juntos en este laberinto. En una de las empinadas cuestas, que subimos agarrándonos de los matorrales, se resbala Pérez entre rabiosas maldiciones y  cae rodando al fondo. Desde allí me grita que ha llegado sano, pero que el teléfono ha desaparecido. Después de haberlo buscado mucho rato en vano, mando finalmente que sigamos adelante.

De uno en uno o en pequeños grupos llegan los camaradas finalmente a la  posición asignada. De la compañía de ametralladoras llega en primer lugar una sección mandada por un camarada sueco; le ordeno que inmediatamente instale las ametralladoras.  Sentado junto a una de ellas me dice en voz baja: “Mira Willi, hasta ahora nos lo has exigido todo, pero ahora se acabó, ya puedes… ”. Mientras está hablando se queda dormido encima de la ametralladora. ¿Qué se puede hacer ante una declaración tan amigable?

Después de los desmedidos esfuerzos de los últimos días bien se les puede permitir a los camaradas un poco de descanso. Tras una corta charla con  el comisario de guerra Maxim estamos de acuerdo en que los compañeros han de descansar, además esta noche no cabe esperar un ataque enemigo. Después de haber enviado un enlace al Estado Mayor con la noticia de que hemos llegado,  nos dedicamos Maxim y yo a la guardia de noche. Mientras oímos desde El Muletón el fuego y los gritos de victoria de los fascistas, paseamos los dos “patrones” por la posición hacia aquí y hacia allá para que el tiempo no se nos haga tan largo,  charlando tranquilamente pues hay mucho que contar y comentar …

La mañana del día 21 de enero hemos de volver al Estado Mayor de la Brigada donde recibimos la orden de trasladarnos a una posición de reserva en un barranco detrás de la posición del Batallón “Hans Beimler”. Una vez llegamos compruebo que este barranco, en caso de ataque enemigo, se puede convertir fácilmente en una ratonera. El agua del deshielo de las montañas  a lo largo de años de trabajo ha excavado un canal que en la mayoría de los sitios apenas tiene algunos metros de ancho, y cuyas paredes laterales pueden llegar a tener diez metros de altura. Pero por ahora aquí estamos a cubierto de los fascistas.

Es el momento de recoger a la 2ª Compañía, que desde el día 19 mantiene ocupada la altura 969 al lado de la carretera hacia Teruel. Por ello transmito el mando tras el desayuno a Fernando y emprendo el camino hacia allí. Estos camaradas han pasado estos días en relativa tranquilidad y ahora están contentos de juntarse de nuevo con las otras compañías.  Tras su marcha puedo observar tranquilamente las montañas en las que hemos luchado los últimos días, desde aquí ofrecen un panorama magnífico.

Cuando vuelvo al barranco allí andan sueltos los demonios. Sobre las montañas delante de nosotros ha irrumpido el enemigo y en  salvaje confusión todos retroceden por el barranco sin que podamos detener su huida. En esta situación cae el comandante del Batallón “Hans Beimler”. Sobre su muerte informa después el camarada Faber lo siguiente:

…Y aquí perdimos también a uno de los mejores, el comandante Max Doppler. Fue el último en abandonar el lugar en el que estaba el Estado Mayor del Batallón. Antes intentó Max ponerse en contacto telefónico con el Estado Mayor del “Thälmann”, con  el grupo antitanque y con la Brigada, para informarles de lo sucedido y, en caso posible, para  pedir   ayuda. Como no fue posible conseguir ningún contacto, la mayor preocupación de Max fue proteger la vida de los camaradas. Sin preocuparse de sí mismo no abandonó el lugar hasta que todos los camaradas hubieron salido. A la pregunta “Vale, ¿pero y tú?”, respondió Max: “No os preocupéis de mi sino de salir vosotros”. Cuando Max salió en último le alcanzó una ráfaga de disparos. Le acertaron al menos seis o siete, aún avanzó un poco tambaleándose. Nuestro inolvidable Fernando con un camarada de Transmisiones y después con el teniente Willi Ketschau arrastraron a Max fuera de allí. Pero ya era demasiado tarde, antes de alcanzar la carretera que podía haberle salvado, Max había ya muerto.

A la salida del barranco reuní a los camaradas de nuestro Batallón  y les mandé permanecer en espera de un avance de los enemigos. Al hacerse de noche fui con dos camaradas  al  barranco hasta nuestra posición  de la mañana anterior, sin encontrar a ningún enemigo. Después recibimos la orden de ocupar una altura más al norte al lado de la carretera hacia Alfambra y asegurarla por la parte del oeste. La noche pasó aquí sin sucesos especiales.

La mañana del 22 de enero, me sobrevino un cansancio que no podía resistir, pues detrás de mí llevaba cinco días y noches en las que no había descansado ni un momento. Se lo dije a Maxim y le pedí que me despertara en caso de necesidad. Después me eché en mi coche y me dormí inmediatamente. Cuando me desperté era ya por la tarde y Maxim venía precisamente de una reunión con el  Estado Mayor de la Brigada. Cuando le pregunté porqué no me había despertado, me dijo:

Lo he intentado un montón de veces pero nada…, decías  “Sí…sí…”, pero seguías durmiendo. Así que me fui yo solo a la reunión de los comandantes y los comisarios de guerra. Y cuando el jefe consideró tu ausencia una falta de disciplina,  rechacé la acusación basándome en los últimos cinco días. Y todos los demás camaradas también se pusieron de tu parte, así que el jefe se tuvo finalmente que callar. Pero vamos ahora a comer.

La operación de Segura de los Baños

¡O sea que  fui durante todo un día un jefe indisciplinado! Tras la terminación de este periodo de la lucha en Teruel ocupamos juntamente con la 35 División una posición de reserva. Cuando tras el relevo en la mañana del 3 de febrero pasamos un puente en el valle del Alfambra, vimos que allí estaba el general Walter que preparaba personalmente la voladura. En el viaje hacia nuestra nueva posición aún sufrí una perdida, mi coche, que, debido a una avería en el motor, se tuvo que quedar  allí y nunca más lo volví a ver.

Apenas nos habíamos instalado en el lugar asignado, cuando de nuevo tuvimos que salir de allí. La orden de la Brigada del 3 de febrero decía así:

I.- La XI Brigada es la reserva del Ejército de Levante y  ocupa los siguientes puntos:

II.- El I Batallón (Edgar Andrè) las alturas al oeste de la aldea de Jarque de la Val, a derecha e izquierda de la carretera con una compañía. Sobre las alturas 1258, 1286, 1268 1309 hay que instalar posiciones de ametralladoras.

III.- Tareas: 

  1. A) Asegurar la carretera
  2. B) Establecer comunicación con las tropas que se hallan delante (27 División) en Mezquita
  3. C) En caso de un fuerte ataque del enemigo, proteger a la División que se halla ante nosotros

El Estado Mayor de la Brigada  se encuentra al noroeste de Hinojosa.”

Pero en esta zona no hubo ningún ataque enemigo. El 9 de febrero el general Walter dio la siguiente orden a la División:

Durante todo el pasado mes de enero nuestra División ha tenido que luchar duramente en el frente de Teruel. En la defensa durante varios días de la montaña “El Muletón”, donde los ataques de la aviación y de la artillería enemiga han tenido unas dimensiones hasta ahora desconocidas, la XI Brigada ha demostrado cómo hay que defender una posición, cómo se debe defender cada palmo de terreno cuando atacan como furias las cuadrillas de Franco, Hitler y Mussolini. Esta defensa  sirve como ejemplo eterno de fidelidad. “El Muletón”  será para siempre un testimonio del ánimo y el valor de los combatientes defensores de esta montaña…

Para impedir el avance del enemigo el mando superior ordena que todas las unidades sustituidas, entre ellas también nuestra División, vuelvan al frente. Nuestra División se halla por el momento en reserva, pero puede, si la situación lo exige, ser enviada a la primera línea en cualquier momento. En este tiempo preparamos un ataque al norte de Teruel para impedir el avance del enemigo en este sector. El 14 de febrero nuestra Brigada recibió la orden de marchar a Segura de los Baños, al noroeste de Montalbán. Debíamos asegurar el flanco derecho de la 24 División cuando atacara y parar un eventual ataque del enemigo.  En la noche del 14 al 15 se produjo el ataque, que tuvo una amplitud de veinte kilómetros y fue llevado seis kilómetros hacia dentro del territorio enemigo. En el Orden del día de la División se dice:

Durante el primer día de lucha de esta nueva acción, las Brigadas, que siempre se han mostrado valientes y decididas, han cumplido las órdenes  del mando sin discusión. El Batallón Thälmann de la XI Brigada ha ocupado su sector  en el tiempo previsto, se ha asegurado rápidamente y así ha asegurado la acción de las Brigadas de la 34 División y el flanco derecho de nuestra División.

El mayor éxito lo consiguió el día de ayer la XV Brigada. Gracias a su buena organización consiguió… en un brillante  ataque sin preparación artillera, sin protección de tanques y a pesar de la doble alambrada, tomar la Sierra Pedregosa. La Brigada hizo ciento veinte prisioneros y cogió tres ametralladoras, cien fusiles y un mortero. Este éxito es no sólo el resultado de un heroísmo sin parangón, sino también el fruto de los inolvidables combates que nuestra División ha llevado a  cabo en El Muletón y ante Teruel…….. La lucha de ayer demuestra que  – y esto es lo más importante -,  la infantería es capaz de atacar y tomar posiciones bien defendidas sin ayuda de la artillería… Se ha demostrado que la infantería sola con sus propias fuerzas y sin ayuda de tanques puede vencer las alambradas de espino y superar todas las dificultades…

La conquista de la Atalaya por un pequeño grupo de héroes, nos muestra las ventajas de un ataque nocturno, porque un ataque nocturno bien preparado –incluso si las tropas atacantes son pocas–  puede ser llevado a cabo contra un enemigo bien defendido y  numéricamente superior. Atalaya y Sierra Pedregosa nos deben servir de ejemplo  para las futuras luchas……

Agradezco a los soldados, oficiales y comisarios de nuestras dos Brigadas –en primer lugar a la XV Brigada– su  comportamiento en los pasados días…

Viva la combatividad de las Brigadas Internacionales XV y XI ¡

Sur del frente de Aragón, 16 de febrero de 1938

                      Comisario de guerra                                      Jefe de la División

                                                                                                    Walter

 

Tras esta lucha, en la que el Batallón  Edgar Andrè  estuvo ocupado en el refuerzo y, en caso de necesidad, en el apoyo a las operaciones, de nuevo volvimos al frente de Teruel, donde ocupamos una posición de reserva en la carretera Sagunto Teruel. Nuevos reclutas entraron en el Batallón y se llevó a cabo una intensa tarea de formación. También se dio mucha importancia a enseñar a leer y a escribir a los reclutas que en gran parte eran analfabetos.

Por esos días se publicó una lista de camaradas que por su valor en el combate en torno a Teruel debían ser distinguidos. Cito aquí sólo  a los camaradas que pertenecían al Batallón Edgar Andrè:

Francisco Cobo Lama…………………………………………   comisario de la 1 Compañía

Andreas Engwirda  …………………………………………    cabo de la 1 Compañía

Antonio Fernández …………………………………………….  cabo de la 1 Compañía

Sebastián García  ……………………………………………..    jefe de ametralladoras

Jakon Aranwitach ……………………………………………   cabo de la 2 Compañía

Manuel Delgado Varos ………………………………………..   cabo de la 2 Compañía

Eulogio Álvarez Moles ………………………………………… cabo de la Compañía de ametralladoras

Hendrik van Uhssel …………………………………………… cabo de la Compañía de ametralladoras

Francisco Salcedo  ………………………………………………..    jefe de sección de ametralladoras ligeras

Nikolaus  Schefer ……………………………………………… soldado

La publicación de estas distinciones dio pie a muchas discusiones en las Brigadas. Más tarde Herbert Tschäpe, comisario político, asesinado por los fascistas en Brandemburgo el 27 de noviembre de 1944 a la edad de 31 años, diría, refiriéndose a estas discusiones:

Tras nuestra sustitución el 25 de enero de 1938 se reanudó el trabajo político a pesar del gran agotamiento físico de los camaradas y de las dificultades objetivas  que se dieron después a causa del traslado de las Brigadas. Pero este trabajo se desvalorizó debido a que en el Estado Mayor de las Brigadas no se entendió bien el significado de los combates ante Teruel.  Por ello se realizó un trabajo político muy general, sin una valoración suficiente y concreta de la experiencia de la lucha. Esta deficiente comprensión se muestra en los siguientes hechos:

  1. a) no se sacó ninguna valoración política de la heroica resistencia en “Muletón”. A pesar de que el jefe de la 35 División, general Walter, hizo al gobierno la propuesta de crear una “Medalla de El Muletón”, mientras que en Margalef se bautizaba una calle como “Calle de El Muletón” para honrar su heroica defensa, en nuestra Brigada ni siquiera apareció un artículo sobre los combates que tuvieron lugar allí.
  2. b) no se propuso ninguna alabanza, premio o ascenso a los héroes de Teruel. El ascenso se dio en el transcurso de la reorganización de la Brigada y fueron ascendidos muchos que no habían participado en los combates de Teruel, con lo cual el carácter extraordinario de lo ocurrido en Teruel quedó completamente difuminado…

[1] Está escrito : Antón (Cichanowski ? d. V), o sea (Cichanowski, según el autor)

 

Comisión histórica de la AABI

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