La sanidad militar en la batalla de Guadalajara

Hace un año, nuestro amigo y colaborador Ernesto Viñas (impresionante su labor en el blog Brunete en la Memoria) nos pidió ayuda para elaborar este trabajo que ahora presentamos. Su dominio del campo de la Sanidad en la guerra de España es portentoso, así como su conocimiento de los aspectos militares, geográficos y arqueológicos de la batalla de Brunete.  No en vano publicó, junto con Sven Tuytens, el 4º volumen de nuestros libritos Lugares de las Brigadas Internacionales en Madrid. Además, lleva muchos años siendo el organizador y guía de nuestras marchas memoriales de Brunete. Con este acerbo previo, queremos contribuir a difundir sus investigaciones y trabajos con este último sobre la sanidad en la batalla de Guadalajara. Lo agredecemos y lo agradeceréis.

 

Algunos datos de contexto

La batalla de Guadalajara, que tuvo lugar del 8 al 23 de marzo de 1937, fue sin duda la última correspondiente al ciclo de intentos del Ejército franquista por ocupar o cercar la capital republicana, el objetivo principal que guiaba su estrategia desde el inicio del golpe de Estado. El primero de estos intentos de ocupación de Madrid había sido el asalto frontal del 7 al 23 de noviembre de 1936. Le siguieron los combates orientados al corte de la Carretera de La Coruña de diciembre de 1936 y enero de 1937, así como la batalla del Jarama, que tuvo lugar del 6 al 27 de febrero de 1937.

El mando franquista ya contemplaba la idea de un avance decisorio hacia Madrid desde las líneas de la División de Soria antes incluso de que tuviera lugar la pérdida y recuperación del pueblo de Algora, en la limitada ofensiva republicana de los primeros días de enero de 1937 que permitió al Gobierno hacerse con Algora, Mirabueno y Almadrones (y conservar los dos últimos). No obstante ese plan, la debilidad numérica de la División de Soria y la imposibilidad de reforzarla sin comprometer la seguridad de otros sectores, hizo imposible afrontar esta maniobra. La situación mejoró parcialmente para el mando franquista al inicio de febrero, cuando esta división pudo ser significativamente reforzada. Sin embargo, fue a final de ese mismo mes cuando se produjo el cambio fundamental en el balance de fuerzas. Vino de la mano de la orden de concentración en la zona Centro de buena parte de las columnas italianas que acaban de actuar en la ocupación de Málaga, al tiempo que nuevas unidades fascistas desembarcaban en Cádiz. Esa combinación de fuerzas, españolas e italianas, iba a protagonizar en marzo la ofensiva que conocemos como batalla de Guadalajara.

La zona de partida del ataque franquista que iba a iniciarse el 8 de marzo era un espacio definido por los ríos Bornova, Henares y Tajuña, con el Badiel entre estos dos últimos. La parte derecha (según el ataque) de esa amplia franja era un paisaje ondulado y en partes, bastante accidentado, mientras que la parte izquierda (del Badiel al Tajuña) era de cota más alta y muy llana. Hablamos aproximadamente del intervalo La Toba (zona del actual embalse de Alcorlo) – Renales, de unos 35 kilómetros de ancho y transversal a la carretera de Madrid a Zaragoza, la cual cortaba en su kilómetro 112 (Algora). Lo más característico del terreno que tenía por delante ese frente, era la facilidad para la maniobra que presentaba la mitad izquierda, así como la existencia de varias carreteras, entre la que destaca absolutamente la citada de Aragón, por la que el mando franquista buscó una progresión rápida que permitiera a sus fuerzas alcanzar primero la capital provincial y luego Alcalá de Henares. Además, en el momento más conveniente una vez estuviera en marcha el primer ataque, otras fuerzas propias debían iniciar los suyos sobre la Carretera de Valencia y a continuación, desde la sierra. El objetivo buscado con esta ofensiva, según el estudio preliminar franquista que consultemos, variaba desde el aumento de la presión sobre Madrid hasta su cerco completo y eventual ocupación. En este sentido, resulta de especial interés conocer el apartado “objeto de las operaciones”  recogido en la instrucción reservada nº 9 del ejército del Norte, del 9 de febrero. Decía:

  • Cortar por completo las comunicaciones de Madrid y la zona insumisa que la rodea con Levante, estrechar el cerco y obligar a la rendición.
  • Establecer el enlace con el flanco derecho de la División Reforzada de Madrid y contener al enemigo que pueda afluir desde Levante.
  • Limpiar de enemigo la zona actualmente comprendida entre la 1ª y 2ª brigadas de la División de Soria y amenazar las comunicaciones de Madrid con las zonas de El Escorial, Guadarrama y Navacerrada.

Frente a este plan tan ambicioso, y sobre el papel realizable, la batalla de Guadalajara no solo fracasó en sus objetivos de máximos, sino que supuso la primera derrota clara y en campo abierto infringida por el Ejército popular al Ejército franquista, si bien, parece más correcto decir que las grandes derrotadas fueron las fuerzas enviadas por Mussolini, mientras que la División de Soria tuvo una realidad bastante diferente. En cualquier caso, la República obtuvo una victoria clara a pesar de perder territorio. Su recién creado Ejército Popular, tras haber conseguido frenar la ofensiva del Jarama solo dos semanas antes, en Guadalajara  terminó de arruinar los planes de Franco por cuarta vez, en esta ocasión poniendo en fuga y quebrando la moral y la soberbia a una fuerza fascista de primer orden. El mando italiano, derrochando una seguridad en sí mismo que los hechos demostraron injustificada, menospreció tanto la capacidad de reacción, el armamento y la tenacidad republicanas, como las limitaciones que impuso al propio avance y seguridad aérea el tiempo de perros que hizo en la víspera de la batalla y durante buena parte de su desarrollo.

Las unidades italianas que iban a ser derrotadas, se habían constituido como CTV poco antes de la ofensiva de marzo. Para esta operación, encuadraron cuatro divisiones (reducidas en comparación con las españolas, con unos 7.000 efectivos cada una), de las que tres eran de voluntarios fascistas  o “camisas negras” y una del Ejército regular, la “Littorio”. Eran más de 30.000 hombres, apoyados por cerca de 100 vehículos blindados, unas 300 piezas artilleras y por sus propios servicios. La zona de concentración inmediata  a la línea de fuego de estas fuerzas fue la de Sigüenza – Baides – Algora – Alcolea del Pinar. En esta batalla, el mando del CTV, muy motivado por complacer a Mussolini demostrando la capacidad ofensiva de sus fuerzas en el marco de la “guerra célere”, solo aceptó quedar subordinado a Franco, pero no a Mola (Ejército del Norte), Saliquet (Cuerpo de Ejército de Madrid) o Moscardó (División de Soria). Esto significaba que sobre el terreno, Roatta (también llamado Mancini), jefe del CTV, contaría con un amplio margen de libertad en sus decisiones operacionales.

La División de Soria había contado hasta entonces con dos brigadas: la 1ª en la zona de Somosierra, mandada por el coronel Esteban Infantes y la 2ª * en la zona de los ríos Henares al Tajuña, mandada por el coronel Marzo. Cerca de la fecha de inicio de la ofensiva, aparecerá una 3ª brigada, al mando del coronel Los Arcos, pero esta no tomaría parte en la batalla, sino que llegado abril, relevaría a buena parte del CTV de sus posiciones. En vísperas del 8 de marzo, la 2ª brigada, que como vimos había sido reforzada a finales de enero, contaba con 14 batallones (aparte de otras fuerzas diferentes a Infantería), que suponían unos 10.000 hombres. Estos efectivos, que eran los propios de una división, recibieron la orden de concentrarse en la zona de Sigüenza – Jirueque – Congostrina – Atienza. En la primera parte del avance previsto por el mando franquista, la 2ª brigada debía actuar a caballo (por ambos lados) del Henares mediante sendas columnas: la del Norte (derecha) seguiría el eje Hiendelaencina – Cogolludo – Puebla de Beleña y en lo posible mantendría enlace con la 1ª brigada de la división (en Somosierra). Mientras, la columna del Sur (izquierda) seguiría el eje marcado por la carretrera Almazán – Atienza – Jadraque –  Torre del Burgo y en la medida de lo posible se mantendría enlazada con el CTV.

* Una orden de la División de Soria del 31/1/37 menciona como fuerzas presentes en el intervalo de frente determinado por la carretera Guadalajara – Cogolludo – Atienza – Almazán y por el río Tajuña, a la 2ª brigada (al mando del coronel Marzo y con 5.222 hombres)  y a una “brigada mixta” sin aclarar su mando y con 4.425 hombres. Estamos seguros que esta última unidad debió integrarse en la 2ª brigada poco tiempo después. 

En el campo republicano, frente a las dos grandes unidades franquistas que se repartían el frente previsto de ruptura y avance (División de Soria y CTV), estaba la 12 división, mandada por el teniente coronel Lacalle. La 12 división, como el Ejército del Centro (entonces con unos 144.000 hombres) del que formaba parte, había sido creada a finales de febrero. La 12 tenía por su izquierda a la 1ª división del I cuerpo de ejército y por su derecha a la Agrupación Autónoma de Cuenca. Su fuerza la formaban cinco brigadas mixtas (48, 49, 50, 71 y 72), un número que sobre el papel era mayor al normal, pero al parecer, sus 10.800 hombres solo disponían de menos de 6.000 fusiles y 13 piezas de Artillería. A estas carencias había que añadir que su sector estaba muy débilmente fortificado y, en el entorno de la Carretera de Aragón, se sostenía sobre un terreno apenas ondulado o llano. Para colmo, aunque el mando republicano esperaba un inminente nuevo ataque sobre Madrid después del Jarama, nada indica que sospechara que el lugar que iba a escoger Franco fuera Guadalajara. El 8 de marzo, la 12 división, única fuerza gubernamental presente, no estaba especialmente reforzada ni prevenida. A partir del día 9, cuando rápidamente fueron acudiendo nuevas fuerzas republicanas, la 12 pasó a ocupar la parte izquierda de la defensa (frente a la 2ª brigada de Marzo), mientras que el centro y la derecha del dispositivo (frente al CTV) fueron quedando respectivamente a cargo de las divisiones 11 (Líster) y 14 (Mera).  El 13 de marzo, quinto día de combates y jornada de grandes cambios organizativos, fue creado el IV cuerpo de ejército (al mando de Jurado), mientras que el mando de la 12 división pasó al brigadista italiano Nino Nanetti. El 18 de marzo, considerando solo las fuerzas de Infantería, la 12 división habría estado formada por las brigadas 35, 49, 50 y 71, la 11 división por la 1ª bis, XI, XII y Móvil de Choque y la 14 división por la 48, 65,70 y 72. Estas fuerzas contaron, entre otros refuerzos,  con el importantísimo apoyo blindado de la unidad de tanques de Pavlov y la cooperación de la aviación republicana, que operando desde aeródromos en buenas condiciones, pudo intervenir mucho más y mejor que la franquista o la italiana, con pistas más lejanas y embarradas por causa de la pésima meteorología reinante.  

Si queremos aproximarnos a la batalla de Guadalajara desde el punto de vista sanitario, del estudio de los hospitales militares y de la organización de las evacuaciones, nos encontraremos con una gran escasez de documentación específica disponible. El tema sanitario suele pasar bastante desapercibido para los historiadores militares y por lo general, como las órdenes referentes a servicios solían publicarse segregadas de las de operaciones, es raro encontrarlas en los apéndices documentales de libros y monografías. Lleva tiempo y esfuerzo explorar a fondo los archivos militares y al menos hasta ahora, lo que hemos sido capaces de consultar en el AGMAV, deja muchos interrogantes sin respuesta. En espera de seguir buscando todo lo que puede contener este archivo, para una primera aproximación tendremos muy en cuenta los documentos  que conocemos de los periodos anterior e inmediatamente posterior  a esta batalla, para deducir desde ellos cómo funcionaron durante la misma ambos ejércitos a nivel sanitario.   

Ejército franquista

Como ya hemos dicho, antes del 8 de marzo, la zona de partida del ataque franquista estaba a cargo de la División de Soria, que a efectos de servicios y administrativos dependía de la 5ª división orgánica de la organización previa a la guerra (cabecera en Zaragoza y territorio de Aragón y Soria). Pero, en todo lo referente al mando de las operaciones, en marzo de 1937, la División de Soria (Moscardó), la División de Ávila (Serrador) y la División Reforzada de Madrid (Varela – Orgaz) constituían el Cuerpo de Ejército de Madrid, al mando del general Saliquet y con un frente que iba desde la frontera de Cáceres – Toledo hasta el entorno de Molina de Aragón. El Cuerpo de Ejército de Madrid había sido creado al comienzo de diciembre de 1936 con todas las fuerzas centradas en la ocupación de la capital, objetivo fundamental y prioritario del mando franquista en esa primera fase de la guerra.

Como ya vimos, para la operación de marzo, junto a una División de Soria, reforzada y con una tercera brigada, se dispuso del grueso de las unidades fascistas italianas entonces presentes en España. Buscando explotar al máximo la sorpresa táctica que se esperaba obtener al desencadenar el ataque, el mando franquista situó a las fuerzas de Roatta por la izquierda de las de Moscardó, sobre el eje de mayor facilidad de penetración. Al CTV se le atribuía una especial preparación para desarrollar un avance incontenible sobre una franja de terreno carente de obstáculos naturales y poco ancha. Se había conseguido un marco geográfico, de sorpresa y de correlación de fuerzas que resultaba muy favorable para ensayar ciertos fundamentos de la guerra relámpago que sería tan característica de la 2ª GM. Lanzado a buscar nuevas victorias tras la ocupación de Málaga, Mussolini estaba muy interesado en aprovechar esta nueva oportunidad para mostrar la eficacia de sus fuerzas, que sin duda, estaban adecuadamente equipadas para hacerlo. El cuartel general del CTV se situó en Arcos del Jalón y el puesto de mando avanzado de Roatta, en Algora.     

Como reflexión de partida, hay que tener en cuenta que, al ser el Ejército sublevado el que decidió lanzar esta ofensiva, seguramente pudo preparar los recursos sanitarios adicionales a los ya existentes en el sector de la División de Soria según sus cálculos de bajas esperadas. Por el contrario, los republicanos no pudieron hacer nada de esto porque se vieron envueltos en el combate sin aviso previo, si bien, contaban con los recursos de Guadalajara a 20 kilómetros del campo de batalla y con los de Madrid a 80. La retaguardia franquista era en contraste, mucho más rural.    

Por documentos inmediatos al final de la batalla de Guadalajara, conocemos que el Ejército franquista disponía en el sector y en la retaguardia de la División de Soria de una serie de establecimientos sanitarios que suponemos serían los mismos que funcionaron en las dos semanas largas de combates que acababan de finalizar. Eran estos:

  • Puesto quirúrgico avanzado, en Matillas
  • HM de campaña para las brigadas 2ª y 3ª, Atienza y Sigüenza, (1ª brigada en Sepúlveda)
  • HM de evacuación avanzado para las brigadas 2ª y 3ª, Almazán, (1ª brigada en Aranda de Duero)
  • Depósito de recuperables para las brigadas 2ª y 3ª, Sigüenza
  • HM de desbordamiento en Alhama, Calatayud, Zaragoza y Valladolid
  • Centro para convalecientes y largo tratamiento, en Riaza

Matillas, en la confluencia de los ríos Dulce y Henares y situada entre Medranda y Mandayona, era un pueblo que antes de la batalla estaba en primera línea franquista. Parece lógico pensar que por esa posición, que era la más adelantada posible antes del avance, su puesto quirúrgico debió ser establecido antes del 8 de marzo.  También por sentido común, es prácticamente seguro que el CTV (que como se vio antes, contaba con sus propios servicios), debió montar su propio puesto quirúrgico avanzado en su línea de partida de la Carretera de Aragón. Hay al menos tres motivos para que esto fuera así: por el tiempo y las dificultades que planteaba llevar los heridos del CTV a Matillas, por no saturar ese puesto y porque las ventajas para hacer las evacuaciones por la carretera general resultan tan evidentes, que sin duda (aunque no lo hayamos verificado todavía) tuvo que existir un establecimiento de este tipo en algún punto de la misma. Algora, o Torremocha del Campo, habrían sido los pueblos más factibles para albergar ese otro puesto quirúrgico avanzado. En ellos, la infraestructura sanitaria pudo ser montada antes de desencadenarse el ataque y desde cualquiera de los dos, las evacuaciones sobre los hospitales de campaña resultaban rápidas y sencillas si se tenían suficientes medios motorizados, lo que era el caso del bien armado y tecnificado CTV. Más a vanguardia, por supuesto, entre la línea de fuego y el puesto quirúrgico avanzado que le correspondiera, cada unidad montaría con sus propios medios los puestos de socorro de batallón y los puestos de clasificación y triage que fueran necesarios.

Más allá de Sigüenza, donde el hospital militar habría funcionado en el actual Parador Nacional (en el castillo que domina todo el casco urbano), los heridos que lo necesitaran y con condiciones aceptables para afrontar el traslado, serían  evacuados al municipio soriano de Almazán, dónde también llegaban los procedentes del hospital de campaña de Atienza. Si además se planteaba la necesidad de dejar camas libres en el Hospital de Almazán, los pacientes con tratamiento en curso y aptos para afrontar el viaje, serían llevados a los hospitales de desbordamiento de Alhama, Calatayud, Zaragoza o Valladolid, donde finalizarían su tratamiento médico y quirúrgico. La siguiente etapa para el herido era la reincorporación a filas, el pase a un centro de convalecencia o reeducación motora o un alta hospitalaria como inútil para el servicio activo. Damos por hecho que todos los hospitales mencionados, sobre todo en los primeros escalones, vieron reforzadas sus plantillas médicas y sus equipos quirúrgicos, pues el número de heridos que recibieron en marzo seguramente superó con mucho al de los meses anteriores.

Ejército Popular de la República

Un documento de la 12 división, integrada en el IV cuerpo de ejército, redactado entre finales de marzo y mediados de abril de 1937, cerca por tanto de los días posteriores al final de la batalla de Guadalajara, sitúa los hospitales militares de las tres brigadas (35, 49 y 50) que entonces formaban esa división, respectivamente en Tórtola de Henares, Humanes y Guadalajara. A su vez, el puesto de mando sanitario divisionario estaba situado en Fontanar, donde también parecía existir otro hospital. El mismo documento nos permite conocer que las evacuaciones desde los hospitales de esas tres brigadas, como era de esperar, se hacían sobre Guadalajara.

Mientras no encontremos documentos de la sanidad republicana durante la batalla de Guadalajara que digan lo contrario, tendremos que pensar que los hospitales de esas brigadas señalados a finales de marzo ya debían existir antes del día 8 de ese mes. Por otra parte, en la ciudad de Guadalajara situamos dos hospitales militares diferentes: el Provincial y el “de las Adoratrices”, creado tras producirse el golpe de Estado aprovechando el amplio colegio y convento religioso incautado por las organizaciones populares a las Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. Este bonito y ecléctico edificio había sido construido entre finales del siglo XIX y principios del XX por iniciativa de la condesa de la Vega del Pozo. En mayo de 1937, pasaría a llamarse Jan Amos Comenio (o Komensky) en honor a ese teólogo, filósofo y pedagogo checo del S XVII*.

* El Hospital de las Adoratrices, ya vinculado durante una primera etapa con la solidaridad internacionalista, adquirió su nuevo nombre y su nítido carácter checoslovaco entre mayo y agosto de 1937. Durante ese periodo, Guadalajara focalizaría la mayor parte de los recursos y el personal sanitario checoslovacos llegados a la zona gubernamental, una contribución internacionalista impulsada por el “Comité para la Ayuda a la España Democrática” de Praga. Esta entidad, nutrida y apoyada por todas las organizaciones comunistas y socialistas de Checoslovaquia, promovía la solidaridad popular con la República española a pesar de las dificultades puestas por las autoridades de su país de origen. El 4/9/37, el personal sanitario checoslovaco fue trasladado desde Guadalajara a Benicasim (Castellón) y más tarde, el 8/4/38, a Mataró (Barcelona).

Informaciones algo fragmentarias, pero sumamente útiles, aportadas por Severiano Montero, nos permiten afirmar que en el hospital de las Adoratrices ya hubo presencia y trabajo del Servicio Sanitario Internacional con ocasión de la pequeña ofensiva republicana del final de diciembre de 1936 y primeros días de enero de 1937, un ataque que permitió al TOCE (Teatro de Operaciones del Centro de España) de Pozas recuperar Mirabueno, Almadrones y Algora* empleando a la XII brigada internacional. Dos meses después, durante la batalla de Guadalajara, los hospitales Provincial y “Adoratrices” volvieron a recibir bajas republicanas, ya vinieran estas evacuadas desde los hospitales de las brigadas antes citadas o directamente desde los puestos de clasificación de las unidades combatientes. La existencia de la Carretera de Aragón y la cercanía entre el campo de batalla y la ciudad de Guadalajara facilitaron mucho esta situación.  

*  Algora sería reocupada por la División de Soria pocos días más tarde de haberla perdido, quedando hasta el 8 de marzo allí fijada la vanguardia franquista sobre la Carretera de Aragón.

Existe un dramático e interesantísimo texto que nos ha aportado la AABI gracias al cual, sabemos que apenas iniciada la batalla de Guadalajara, cuando la XI brigada internacional llegó al escenario de lucha para taponar la brecha abierta por el CTV, también vino su gran cirujano neozelandés Douglas Jolly, de 32 años y presente en la guerra española desde noviembre de 1936. Integrado en la XI brigada internacional y con grado de capitán, Jolly acababa de prestar sus servicios en el hospital de sangre de Colmenar de Oreja, uno de los que atendió a los heridos de la batalla del Jarama.

El Dr. Norman Bethune haciendo una trasnfusión de sangre al voluntario sueco Bruno Franzen (XI BI), herido al comienzo de la batalla de Guadalajara. Marzo de 1937

Poco después, llegó al campo de batalla otro insigne médico internacionalista que también estaba presente en España desde noviembre. Era el doctor canadiense Norman Bethume, impulsor y pionero del sistema de transfusiones de sangre sin necesidad de que estuviera presente el donante. Bethume venía de asistir a la población civil sometida a crímenes de guerra por las fuerzas franquistas en la “Desbandá” de Málaga, la huida de decenas de miles de personas hacia Almería utilizando una carretera batida por la aviación y la artillería naval. Este éxodo malagueño fue en gran parte consecuencia de la intervención de los fascistas italianos a favor de los sublevados. Después de la masacre que había tenido que presenciar en el Sur, seguro que Bethume apreció especialmente el resultado de la batalla de Guadalajara.    

Ambos médicos trabajaron conjuntamente en el hospital montado para la ocasión (o ya preexistente desde principios de 1937) en el Colegio de las Adoratrices de la capital provincial. Se conocen testimonios que demuestran que la unión de sus capacidades profesionales y de su enorme fuerza de voluntad superó las carencias materiales que tanto condicionaban la posibilidad de atender apropiadamente a los combatientes. Esto resultaba especialmente determinante  cuando, coincidiendo con la intensificación de la lucha, los pacientes llegaban en tropel con graves heridas, quemaduras y fracturas*.

En este mismo texto también se hace referencia a la existencia de un hospital de primera urgencia en Torija, que sin duda fue montado con gran celeridad apenas llegaron los refuerzos republicanos que permitieron empezar a darle la vuelta a la batalla. Si en Torija no había un edificio apropiado, pensaremos inmediatamente en los hospitales móviles de campaña, que quedaban instalados en plazos muy breves allí donde más se necesitaban.        

Abundando en la gestión de la extrema austeridad de recursos que se vivió en distintos momentos en las “Adoratrices”, entre mayo y agosto, durante la etapa de funcionamiento en Guadalajara del Hospital Komesky, se puso en práctica “la cura de Elik”, una novedosa forma de tratamiento de heridas de guerra adaptada a la escasez de material sanitario y a las malas condiciones asépticas que presentaban los heridos cuando se había demorado su evacuación. Este método “checoslovaco” facilitó las curas “a bajo coste”, resultando muy útil al menos desde el punto de vista de la gestión sanitaria – militar. No habiendo llegado hasta nosotros evidencias clínicas suficientes que demuestren mejoras sustanciales para reducir las infecciones o favorecer la cicatrización, la cura de Elik no tuvo la repercusión que justificadamente sí ganó el “método Trueta” de tratamiento de heridas traumáticas y fracturas abiertas.

Heridos y personal sanitario en el Hospital Komenski (en el Colegio de las Adoratrices de Guadalajara). Mayo-junio de 1937

Si a medida que avanzaba la batalla hubo necesidad de realizar nuevas evacuaciones de heridos más allá de Guadalajara, el mando sanitario republicano pudo disponer de las capacidades que podía ofrecer la cercana Madrid, unida a Guadalajara tanto por carretera como mediante la línea ferroviaria MZA (Madrid – Zaragoza – Alicante). La capital  ya contaba entonces con al menos 28 hospitales militares consolidados, a los que incluso podríamos sumar los centros que se habían organizado a raíz de la batalla del Jarama en torno a Tarancón. Aparte de los trenes hospital, con toda seguridad, una parte de las ambulancias y de los vehículos para evacuaciones disponibles en el Ejército del Centro (creado el 27 de febrero fusionando la Defensa de Madrid y el TOCE), fueron llevados a la zona donde estaba teniendo lugar la batalla de Guadalajara.   

Conocimiento pendiente

Entre las muchas cosas que nos quedan por averiguar, relatar y poner en contexto en relación a la sanidad de ambos ejércitos enfrentados en la batalla de Guadalajara, una de las más importantes es el de la cuantía y clasificación de las bajas que ambas fuerzas sufrieron y cuál fue su destino. Pensaremos que a la espera de poder concretar más, habiendo aportado la ubicación de los hospitales militares y una mínima descripción de las vías de evacuación, hemos cubierto de forma aceptable la parte de los heridos. Quedan los muertos, tanto los que se produjeron en combate como los que por su estado, no consiguieron sobrevivir a las evacuaciones o a los tratamientos y cirugías en los hospitales de destino. Hay que decir que en este aspecto la documentación disponible parece especialmente escasa, por lo que resultará difícil acudir a fuentes primarias.

Los combatientes que fallecieron fuera del campo de batalla y estando ya en manos de los servicios sanitarios de su propio Ejército, previsiblemente fueron enterrados en el cementerio del pueblo más cercano al último puesto sanitario que los había recibido o, si murieron en un hospital o en el trayecto al mismo, en el cementerio del pueblo o ciudad en el que este funcionaba. Resultarán por tanto muy interesantes los registros documentales que pudieron hacerse en los municipios más cercanos al campo de batalla o vinculados por la infraestructura de la sanidad militar con el mismo, ya sea solo por estar en la ruta de evacuación o por haber tenido además un puesto de clasificación, un hospital o un depósito de convalecientes. Por norma, existió durante toda la guerra una doble contabilidad de enterramientos: la propia de la sanidad militar y la civil ordinaria de los pueblos que prestaron sus cementerios para inhumar las bajas militares, ya fuera por una gran batalla, un combate puntual o por haber quedado en un frente estabilizado.   

En cuanto a los combatientes que murieron en el campo de batalla sin poder ser recuperados con vida por sus servicios sanitarios, contamos con que si fueron encontrados por sus compañeros, seguramente tuvieron un enterramiento cuidadoso y se procuró averiguar y transmitir sus identidades al mando, el cual a su vez habría intentado comunicar esas muertes a las respectivas familias. Si en cambio, los cuerpos sin vida quedaron en zona dominada por el Ejército enemigo, por norma sus enterramientos fueron menos cuidadosos, teniendo un carácter más sanitario que humanitario. Sus identificaciones fueron además mucho más difíciles y si se consiguieron hacer gracias a la documentación encontrada en los bolsillos del uniforme, lógicamente, nunca fueron comunicadas al campo contrario.

Por norma, los enterramientos hechos en el campo de batalla tienen en común que resultan difíciles de descubrir pasados unos años. Solían hacerse cerca del lugar en el que se encontraba el cadáver y en muchas ocasiones se aprovechaban como fosas las propias trincheras ocupadas al enemigo. Cuando había más de un cuerpo en la misma zona, se enterraban juntos, pero generalmente sin hacer grandes traslados. Otros factores que determinaron la urgencia y el cuidado puesto en los enterramientos in situ, fueron la temperatura (a más calor más urgencia) y si la batalla había concluido o continuaba en marcha: en medio de combates todo resultaba mucho más difícil. Para acercarnos a lo que pudo ocurrir con las bajas de ambos ejércitos en la batalla de Guadalajara, parece conveniente distinguir dos zonas diferenciadas por la geografía, por las fuerzas franquistas presentes y por el tipo de lucha que se vivió en ellas.    

Como vimos, la zona de ataque y progresión de la 2ª brigada de la División de Soria era más baja, ondulada y con presencia de ciertos accidentes (barrancos y alturas) que podían condicionar en algún modo las maniobras de ataque y defensa. En esta mitad del campo de batalla, determinada por los ríos Henares y Badiel (y en menor medida por el Bornova), lo que hubo fue un avance o progresión constante de la unidades de Marzo y frente a ellas, un repliegue simétrico de las fuerzas republicanas, sin contraataques exitosos que les permitieran recuperar terreno. Así, el Ejército franquista por norma nunca perdió el control de los sitios que ganó en combate, donde yacían tanto sus bajas mortales como las republicanas. Tuvo por tanto capacidad para evacuarlas o enterrarlas apropiadamente y registrando correctamente la ubicación de cada punto de inhumación. En el mejor de los casos, los lugares de enterramiento pudieron ser los cementerios de los pueblos cercanos, y si no fue así, se hicieron en campo abierto. Por parte de la 12 división republicana, pensamos que si no pudo evacuar a sus combatientes caídos, cuando tuvo condiciones para hacerlo, los enterró allí donde murieron; en caso contrario, tuvieron que ser dejados atrás sin más atenciones.

Sin duda mucho más accidentada fue la situación en la zona de acción del CTV, donde los dos ejércitos protagonizaron fuertes avances y repliegues y hubo una carretera general que los canalizó en buena medida, funcionando también como un imán para el fuego de todas las armas, especialmente para la aviación de caza republicana, que consiguió ser dominante en distintos momentos de la batalla. La importante presencia de carreteras seguramente facilitó a ambos contendientes las tareas de Intendencia, por lo que quizás se pudo evacuar un porcentaje mayor de los muertos propios en relación a otras batallas. De lo que hay pocas dudas, es de que el CTV, con su rápido avance, se hizo cargo de una amplia zona con mucho republicanos caídos, mientras que en sentido contrario, tampoco hay dudas de que el CTV se debió dejar atrás muchos muertos propios en su retirada desde Trijueque hasta un punto intermedio entre Gajanejos y Almadrones (entorno del kilómetro 95), en la pérdida del Palacio de Ibarra y en la de Brihuega, por citar los principales episodios de derrotas locales de los fascistas italianos.

En principio, además de cualquier indicio de tumbas en campo abierto, Torija en el campo republicano, Trijueque, Brihuega y el Palacio de Ibarra en la zona de lucha y Matillas y Algora en la retaguardia franquista, parecen a primera vista los pueblos y núcleos en los que fijarse primero a la hora de comenzar a rastrear los enterramientos que esta batalla hizo necesarios. Luego, debemos interesarnos por todos los demás municipios existentes en el campo de batalla y en los ya mencionados con hospitales militares, empezando por Guadalajara, Sigüenza y Atienza.    

Para proponer un número aproximado de bajas que produjo la batalla de Guadalajara partimos del cálculo de que en el campo sublevado, el CTV puso en juego en torno a 30.000 efectivos (que nunca combatieron simultáneamente) y la 2ª brigada de la División de Soria unos 10.000. Por parte de las fuerzas republicanas, para las tres divisiones y las unidades de las todas las armas y servicios que participaron en el momento de mayor fuerza acumulada, calculamos un máximo que también podría alcanzar los 30.000 efectivos.       

En la Monografía nº 2 de Martínez Bande “La lucha en torno a Madrid” del Servicio Histórico Militar (año 1984), se cifran en 351 las bajas de la 2ª brigada de la División de Soria, repartidos entre 148 muertos y 203 heridos. Esa misma unidad declaró haber enterrado en su avance los cuerpos de 849 combatientes republicanos, tomado 92 prisioneros y recibido a 66 “pasados”. Por su parte, el CTV habría cifrado en 3.000 sus muertos y heridos y en 1.500 sus enfermos, a los que se deben añadir unos 300 prisioneros que quedaron en manos de la República. De las bajas del Ejército popular en esta batalla nada dice este libro, aparte de las 1.000 referidas de la 12 división frente a la 2º brigada de Marzo. A falta de otros datos (y en espera de encontrarlos), tendemos a pensar que las bajas republicanas debieron ser comparables al global de las franquistas.

En la batalla de Guadalajara, justo al contrario de lo que ocurriría en la de Brunete cuatro meses más tarde, el gran enemigo del combatiente herido que quedaba tendido en el campo en espera de los camilleros o junto al puesto de socorro aguardando la evacuación, fue el intenso frío, la humedad, la lluvia y la nieve. Estos elementos posiblemente provocaron una disminución de las defensas del herido tan graves como como pudieron ser el calor tórrido o la sed extrema, pero al menos no favorecieron la aceleración de la infección de las heridas. Por último, en Guadalajara, al contrario que en Brunete, fueron los sublevados los que tuvieron que aguantar el agobio y el peligro de la superioridad aérea enemiga, lo que también debió afectar de alguna forma a su capacidad de hacer las evacuaciones a retaguardia, si bien estamos convencidos de que, a diferencia de lo que sí hacían los fascistas, la aviación republicana no atacaba deliberadamente las ambulancias ni los hospitales del enemigo.

Anotamos también que el libro “El regreso de las legiones”, de José Luis de Mesa, rebaja hasta algo menos de 3.000 el número de muertos, heridos y prisioneros italianos en la batalla, menciona la existencia de un “hospitalillo de campaña” del CTV en Gajanejos y afirma que varios prisioneros italianos del CTV fueron atendidos en el “Hospital Militar de Guadalajara”, señalando que al menos cinco de ellos murieron allí por causa de sus heridas, quedando sus nombres anotados en el registro civil municipal de la cuidad. Comportamientos respetuosos con los valores humanitarios y las normas de la guerra como estos últimos nos parecen coherentes con los valores republicanos y esperables de sus jefes y combatientes. En cambio, no los esperamos en la mayoría de unidades con jefes africanistas y/o fascistas del campo sublevado.

Como cierre de este artículo, citamos el testimonio del brigadista italiano Giovanni Pesce, quien combatió en la batalla de Guadalajara contra sus compatriotas del CTV encuadrado en la XII brigada internacional. Su relato está extraído de su libro “Un garibaldino en España”. Nuevamente, se lo tenemos que agradecer a Severiano Montero.

Miércoles 17 de marzo. Mallozzi llama a capítulo a los comandantes de destacamento y a los jefes de escuadra. Hay que verificar las armas. Se reparten más granadas. Se nota cierto movimiento, la ofensiva es inminente. Nuestra propaganda se intensifica. Tras nuestras líneas están llegando carros de combate, artillería, divisiones del Ejército español. La aviación republicana sobrevuela las líneas enemigas bombardeando y ametrallando a los adversarios. Es la primera vez que vemos tantos aparatos nuestros: es la ayuda fraterna del pueblo de la URSS al glorioso pueblo español. A pesar del fuego de contención de la artillería antiaérea, nuestros pilotos se acercan a baja cota para ametrallar las posiciones enemigas.

A las dos de la tarde oímos el ruido de los carros de combate del Ejército republicano que avanzan. Por arriba pasan nuestras escuadrillas que van a bombardear los depósitos, los almacenes y los aparcamientos de la retaguardia. Los ‘chatos’ ametrallan los campamentos de las tropas de apoyo y de reserva sin dar un respiro. Los fascistas, que habían concentrado antes fuerzas imponentes y material en la zona, al ver los blindados, empiezan a disparar con la artillería y los cañones anticarro. Nuestros tanques han abierto una gran brecha en las líneas del enemigo y avanzan en profundidad segando, con disparos precisos, los pocos nidos de resistencia. El fuego del enemigo parece convertirse en más intenso y furioso, pero nada puede parar a la infantería republicana que avanza. Los fascistas huyen abandonando armas y bagajes. El batallón Dombrowski, que está a nuestra derecha, se lanza al ataque seguido por unidades españolas. Mientras esta terrible batalla arrecia pienso con dolor en cuántos italianos están muriendo en las trincheras enemigas, traicionados en sus sentimientos y en sus ideales por el fascismo.

Pero no tengo tiempo de pensar; ahora nos toca a nosotros. Nos lanzamos al asalto mientras la artillería sigue disparando. Los primeros prisioneros italianos llevados a nuestras líneas están asustados. Es conmovedor ver a viejos antifascistas, que del fascismo han recibido palizas, cárcel, familias destruidas, mostrarse llenos de humanidad y bondad hacia los prisioneros. Muchos de los hombres capturados creen que van a ser torturados, muertos. «No os dejéis coger prisioneros, decían sus oficiales. Os masacrarán»

Mallozzi me señala a un fascista herido en una pierna y un brazo y me dice que lo acompañe a la enfermería que está junto a la comandancia del batallón. Me acerco al herido. Está sentado tras un murete, junto a él yacen muertos dos compañeros suyos. Le miro y él baja la cabeza y cierra los ojos. Le llamo y no contesta; se acurruca. Me acerco, le toco; tiembla. Le dirijo algunas palabras; no responde. Le sacudo por los hombros. La sangre le brota por la pierna. De mi macuto saco una caja de primeros auxilios. Le arranco los pantalones y empiezo a vendarlo; intento subirle la moral. “No tengas miedo, no somos salvajes”. Abre los ojos y me mira. Farfulla algunas palabras; veo que sufre. Al terminar la cura me da las gracias. Aún está sorprendido porque no lo he matado. Lo pongo de pie y, apoyándolo en mis hombros, lo llevo a la enfermería. En el pequeño hospital vemos a decenas de prisioneros. El herido encuentra a algunos compañeros suyos que se acercan. «¿Has visto, dice uno, cómo tenía razón? ¿Te dije que los rojos son buena gente, que no nos iban a tocar?»

Mi herido está sorprendido. Se pone a llorar y se necesita toda la paciencia de sus compañeros para hacerlo parar. Ha llegado la ambulancia; sube con otro grupo de heridos. Algunos oficiales están interrogando a los prisioneros: «Nos habían dicho que íbamos a Abisinia y nos han enviado a España» o «Estábamos en paro. Creíamos que resolvíamos el problema viniendo a España.»

Ernesto Viñas. Febrero de 2023