despedida BI


La despedida de las Brigadas Internacionales

(Septiembre-octubre de 1938)

Dando cumplimiento al compromiso que hizo Juan Negrín el 21 de septiembre de 1938  ante la Sociedad de Naciones, las BI fueron retiradas del frente. La XI, XIII y XV BI (35 división) lo hizo en la noche del 23 al 24 de septiembre y  la XII y la XIV BI (45 división) en la noche siguiente. Cada una de las Brigadas retornó a sus bases de partida: las que componían la 35 división a la zona de Falset, en el Priorato, y las de la 45 división a la zona al norte del Ebro comprendida entre Amposta y Rasquera. La 129 BI -que había quedado separada del resto cuando, en abril de ese año, las tropas franquistas partieron en dos el territorio republicano- fue retirada el 5 de octubre y se concentró en Montcada, cerca de Valencia, a la espera de ser transportada en barco hacia Cataluña.

Muchos combatientes no entendieron la decisión del Gobierno republicano. ¿Cómo era posible, se preguntaban, abandonar España sin haber conseguido la victoria final?

Otros internacionales que se recuperaban de sus heridas en los hospitales, recibieron la comunicación llorando… Pero las razones de Negrín, difíciles de entender en un primer momento, fueron siendo asumidas, no sin amargura, por la mayoría. Y mientras esperaban la visita de la Comisión Internacional para la Retirada de Voluntarios (CIRV), nombrada ad hoc por la Sociedad de Naciones, los brigadistas fueron transmitiendo pertrechos y directrices a los nuevos mandos, ya todos españoles, de sus respectivas unidades. La entrega de armas tuvo lugar durante la segunda decena de octubre en las poblaciones de Marçá, Torroja del Priorat, Falset y L’Ametlla de Mar, entre otras.  Se realizaron también homenajes a los últimos caídos, entre ellos a Chaskel Honigstein, muerto el 4 de octubre por las heridas recibidas en el Ebro; venía de Lublin (Polonia) y era miembro de la legendaria compañía judía Botwin. Como último caído de las BI, el gobierno organizó exequias oficiales en Barcelona y cientos de miles de personas acompañaron el 8 de octubre al cortejo fúnebre; fue un homenaje merecido a los más de 5.000 compañeros que, como él, habían dejado sus vidas en suelo español.

El 14 de octubre el CIRV se constituyó  en Perpiñán bajo la presidencia del general finlandés Jalander y con representantes británicos, norteamericanos, chilenos, iraníes y otros así como por funcionarios de la propia SDN. El general Gámir fue nombrado el enlace entre el Gobierno republicano y el CIRV. En las semanas siguientes sus miembros fueron recorriendo las bases de las BI de la zona catalana y central para obtener todo tipo de información relativa a los extranjeros enrolados en el EPR. El resultado final fue el  informe oficial presentado el 16 de enero: «Es un hecho que los extranjeros alistados en España no esperaban ver interrumpida su actuación de guerra… Así ha sido posible precisar que las Brigadas Internacionales comprendían en dicha fecha 25.099 hombres, de los cuales el 40% eran extranjeros.»  De estos había 7.102 en las BI y 1.946 (portugueses o sudamericanos) integrados en las Brigadas Mixtas; los hospitalizados ascendían a 3.160. Un primer recuento dio la suma total 12.208 voluntarios aunque el censo definitivo elevó esta cifra a 12.673, todos ellos retirados de los frentes y más de la mitad (en enero de 1939) ya repatriados.

Pero al par que la Comisión seguía sus trabajos, los brigadistas seguían preparando su vuelta a la vida civil y recibiendo los homenajes de la población y de las autoridades republicanas. Todas las organizaciones sindicales y partidos políticos querían dejar un buen sabor de boca y suavizar el desengaño de los internacionales. El 16 de octubre los responsables políticos y militares de las BI  pasaron la última revista a las unidades de la 35 división. Fue en un llano situado sobre el túnel de Pradell (que había servido de hospital de sangre durante la batalla del Ebro) y junto al que se habían enterrado muchos de los caídos en la batalla.

El 25, en Les Masíes –un caserío situado entre el monasterio de Poblet y L’Espluga de Francolí– el Ejército del Ebro, y bajo el lema de «Caballeros de la Libertad del Mundo, ¡buen camino!», organizó un gran homenaje en su cuartel general situado en un antiguo balneario, (hoy en día Albergue juvenil de la Generalitat). Asistieron Negrín, Rojo, Modesto, Marty, Líster, Gallo… y una delegación de 2.000 voluntarios representando a todas las unidades y países. Fue la reunión (inmortalizada para la posteridad por la cámara emocionada de Robert Capa) en que el presidente de gobierno pronunció un discurso de despedida de honda repercusión:

Cumplisteis como héroes en la lucha por la libertad del mundo en esos dos años que habéis vivido vinculados a nosotros, en horas inolvidables para la historia del nuestro pueblo. Muchas fueron las veces que los voluntarios internacionales, hermanados en la lucha, han escrito páginas gloriosas de nuestra epopeya…

El Gobierno español quisiera testimoniaros de una manera directa su agradecimiento. Vuestro espíritu y el de vuestros muertos nos acompañan y quedan unidos para siempre a nuestra historia. El Gobierno de la República reconocerá y reconoce a los internacionales, que tan bravamente han luchado con nosotros que ya pueden decirse son connaturales nuestros, el derecho a reclamar, una vez terminada la guerra, la ciudadanía española. ¡Con ello nos honraremos todos!

Tres días más tarde, el 28 de octubre, los internacionales recibieron en Barcelona una cálida  despedida de la población. A pesar de que, por temor a los bombardeos, el acto no se anunció hasta veinte minutos antes, la multitud se lanzó a la calle. En la tribuna de honor estaba el presidente de la República, Manuel Azaña, Juan Negrín, Vicente Rojo, jefe del EMC, y el presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluís Companys. «Más de 500.000 personas se agruparon a lo largo del trayecto… Al paso de los internacionales  se levantaba un clamor ininterrumpido que decía en vítores  la inmensa gratitud, el hondo cariño del pueblo hacia ellos». El diario La Vanguardia describió a los internacionales, que desfilaban sin armas, como “hombres duros en las batallas, heroicos, curtidos a todas las emociones; hombres fuertes que desfilaban con la tristeza reflejada en el semblante. En algunos vimos lágrimas en los ojos”…  Estas imágenes y gestos de cariño quedaron tan gravados en su memoria como las palabras de Dolores Ibarruri, que restallaron en las conciencias de todos:

Comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos, hombres de distinto color, de ideología diferente, de religiones antagónicas, pero amando todos ellos profundamente la libertad y la justicia, vinieron a ofrecerse a nosotros, incondicionalmente. Nos lo daban todo, su juventud o su madurez ; su ciencia o su experiencia ; su sangre y su vida ; sus esperanzas y sus anhelos…Y nada nos pedían. Es decir, sí : querían un puesto en la lucha, anhelaban el honor de morir por nosotros. ! Banderas de España !… ! Saludad a tantos héroes, inclinaos ante tantos mártires !…

Años más tarde, el francés Simon Lagunas recordará aquel día y los siguientes:

Marchábamos sobre una alfombra de flores… Las madres nos hacían besar a sus bebés, llorando. Fue algo que nunca vi en mi vida; teníamos los ojos llenos de lágrimas. Fue una despedida inolvidable. Después tomamos el tren, y desde Barcelona hasta la frontera, en todas las estaciones donde nos deteníamos, e incluso en las estaciones donde no nos deteníamos, junto al andén estaba el alcalde vistiendo la faja oficial, con el representante del ejército, y había música. Luego atravesamos la frontera, y del otro lado los gendarmes nos esperaban con sus porras. Un cambio de decorado.

Algunas semanas después de estas ceremonias comenzaron a partir convoyes en trenes especiales hacia la frontera de Francia. Solo pudieron salir 6.202, ya que las autoridades francesas de aquel momento se negaron a admitir a los ciudadanos sin pasaporte procedentes de los países sometidos a una dictadura fascista. Más tarde, en febrero de 1939, los dejaron pasar; pero los internaron, como a la mayoría de los soldados republicanos españoles, en campos de concentración.

Por otro lado estaba el problema de los prisioneros. Hubo negociaciones para llevar a cabo canjes entre los prisioneros de ambos lados, gracias a las cuales se fueron liberando, desde finales de 1938, algunos contingentes de prisioneros británicos y norteamericanos encarcelados.  El Libro blanco del Comité de Socorro de los Prisioneros de la Guerra de España afirmó  haber conseguido la libertad de 100 ingleses, 95 franceses, 85 canadienses y 11 suizos y que, al terminar la guerra, aún existían más de 500 prisioneros en San Pedro de Cardeña, Valdenoceda, Zaragoza, Barcelona, Santander y Huesca. Entre ellos había 124 alemanes, 16 americanos, 5 argentinos, 1 búlgaro, 1 chino, 1 cubano, 9 daneses, 4 estonianos, 32 franceses, 25 italianos, 12 noruegos, 28 polacos, 1 rumano, 1 mexicano, 14 suecos, 9 checoslovacos y 5 yugoslavos. Faltaba el contingente holandés de Miranda del Ebro.


Un testimonio  importante de Juan Modesto

En sus memorias de guerra, Soy del 5º Regimiento, Juan Modesto recordó  el homenaje que el Ejército del Ebro dedicó a los brigadistas el 25 de octubre. Esto es lo que escribió en su capítulo XIV:

Un día inolvidable

La actividad enemiga decreció extraordinariamente después del 14 de octubre. La causa estaba, sin duda, en las bajas que le habíamos hecho en los combates anteriores. Aprovechando la pausa abierta en los combates, celebramos los del Ebro una jornada inolvidable. El gobierno nos había confiado organizar, en nombre del Ejército Popular, la despedida de los voluntarios internacionales. Eran unos 6.000 los que en ese periodo se encontraban en España, hasta esos días encuadrados en las brigadas 11, 12, 13, 14, 15 y 139 de las divisiones 35 y 45 del Ejército Popular. Otra brigada, la 129, estaba en la otra zona. Al acto de despedida vinieron el Presidente del Gobierno, Juan Negrín, y el jefe del Estado Mayor Central, general Vicente Rojo.

Estaban presentes Luigi Longo (italiano), Franz Dhalem (alemán) y André Marty (francés), que tanto contribuyeron a la organización de las brigadas, así como Pietro Nenni, Julius Deutsch y George Branting. Ellos representaban a un sector determinante de los organizadores de los comités de solidaridad con la democracia española, que se crearon en 17 países y fueron el alma de la solidaridad de sus pueblos, de la solidaridad internacional con el pueblo español.

Los demás eran nuestros camaradas de tantos combates, con los que habíamos convivido y luchado durante dos años de guerra, desde Madrid hasta el Ebro, pasando por la calcinada llanura zaragozana, donde la sed mata, y las montañas nevadas de Teruel, donde el frío mutila. Al recordarlos hoy, los cito a todos en conjunto -como juntos y en el mismo rango de heroísmo se batieron- para rendirles, igual que en aquel día, el homenaje del Ejército Popular. Como excepción, quiero citar a la voluntaria, y madre de voluntario, Ana Maria (húngara), a las americanas Evelina, chófer, y Salaria Kee de Harlem (enfermera), así como a las doctoras, en primera línea casi toda la guerra, Jeannette Opfmen (francesa) y Josefa Jmelova (checoslovaca). Muchos de ellos, alrededor de 5.000, cayeron codo con codo junto a los mejores hijos del pueblo español, combatiendo por la paz de todos los pueblos y por la libertad del género humano.

No es posible en este relato mencionarlos a todos. Pero como bandera y símbolo de los demás recordaré a Hans Beimler (alemán), General Lukacs (húngaro), Joe Dallet (americano), Peter Borilov (búlgaro) , Pierre Akkerman y Jean Wanden Plas (belgas), George Brown (inglés), Toni Konomi (albanés) , Van Galen (holandés), Georg Eisner (alemán), Eugenio Winckler (checoslovaco), Emeric Tarr (húngaro), Franz Reisenauer (austriaco) , Kirijakidis (griego), Burca Costache (rumano) , Bernard Larsen (escandinavo), Parovich Smidt (yugoslavo) , Guido Picelli (italiano), Oliver Law (americano), Alfred Brugères (francés), Antel Kochanek (polaco) y los doctores: Sollenberger (inglés), Heilbrunn (alemán), Dubois-Domanski (polaco), Grossev (búlgaro) y Frantichek Krigel (checoslovaco).

En los 6.000 que estaban allí con nosotros y en los 5.000 que yacían en tierras de España, rendimos homenaje a los 35.000 voluntarios -soldados, mandos, comisarios y organizadores- que dieron al mundo el ejemplo más grande de fraternidad, humanismo y solidaridad internacional hasta entonces conocido. Ellos hicieron escuela, la escuela de la resistencia al fascismo en el mundo, que se inspiró en los mismos postulados.

Hablamos el Presidente Negrín y yo, abriendo aquella jornada memorable. Ahora, cuando escribo estas líneas, recuerdo con emoción aquel impresionante acto de fraternización, presidido, en su grandiosa sencillez, por el “Hasta la vista» con que nos despedimos unos de otros en los múltiples encuentros que tuvimos aquel día. Y en verdad nos hemos encontrado después en el mismo campo, en la misma trinchera, contra el mismo enemigo.

Eran los voluntarios internacionales, hijos de todos los confines de la Tierra, miembros de todos los partidos y asociaciones progresivas del mundo, de diferentes tendencias ideológicas, concepciones políticas y confesiones religiosas. Vinieron a España como expresión viva de «la protesta indignada de los hombres libres del mundo entero frente a la intervención directa del hitlerismo alemán y del fascismo italiano», como decía el Llamamiento que sus organizadores hicieron a todos los pueblos.

Si alguien quiere conocer historias maravillosas de hombres sencillos, que vaya a cualquier país del mundo y pregunte por «los internacionales». Cada uno de ellos es ejemplo de abnegación, de espíritu de sacrificio, de grandeza moral y humana.  En España se batieron bajo el signo y la consigna: POR VUESTRA Y NUESTRA LIBERTAD. Por eso se les conoce en todas partes bajo el nombre genérico de VOLUNTARIOS DE LA LIBERTAD.

Siempre en lo más duro de los combates, animados por un espíritu de sacrificio incontestable, los voluntarios extranjeros no fueron todos unos caballeros sin miedo y sin mancha, y su historia es una historia de hombres; pero en favor de la causa por la que habían decidido asumir los riesgos, no dudaron en exponer su vida y sus sufrimientos, sin esperar otra recompensa que la conciencia de servir, y por eso las Brigadas Internacionales fueron una epopeya.