Hombres de Kleber

LOS INTERNACIONALES DE KLEBER

Julián Zugazagoitia

En la defensa de Madrid cuentan por mucho los días de Kleber. Este voluntario se convirtió pronto en otro de los resortes psicológicos de la capital. La voz popular le atribuía las más estupendas aventuras militares y revolucionarias. Era, en la estimación de los madrileños, un técnico, un general. No llegué a conocerle personalmente. Lo conocieron todos mis amigos que hacían la guerra, en gran parte, bajo sus órdenes. Coincidían las versiones en cuanto a su capacidad militar y a sus dotes de mando. Su apellido adquirió una popularidad extraordinaria y era como un símbolo de sus soldados, venidos de todos los puntos de la rosa de los vientos a combatir en beneficio de la República española.

Donde acababan los internacionales comenzaban los carabineros de la Quinta Brigada Mixta. Escenario de la Casa de Campo, endurecido por las batallas y dramatizado por los cuerpos yacentes de los definitivamente fuera de combate. Primeros esfuerzos para la reconquista de Garabitas que, desdeñado de ligero, cedido al adversario sin disputa, exigía ser recuperado para desplazar con éxito a los ocupantes de la Ciudad Universitaria. Al amanecer, una esperanza que en título que más tarde, por razón de mimetismo, ‘revalidaron los periódicos, que no precisaban de exactitudes administrativas para llenar su cometido de manera satisfactoria y ejemplar.

De aquellos internacionales que obedecieron a Kleber, ¡qué pocos se habrán contado en las estadísticas de la retirada de voluntarios! La defensa de la capital consumió muchos. Kleber los plantaba, sin una vacilación y con la complacencia de sus hombres, en las zonas de mayor riesgo. Donde el adversario golpeaba con más fiereza, las compañías de internacionales abrían fuego de contención y resistencia. ¿Por más valerosos? ¿Por más desprendidos? El combatiente español no les cedía sin discutir mucho esos títulos; pero necesitaba conceder que conocían bastante mejor el oficio de soldado. El módulo de su disciplina era muy estrecho, y la observancia de ella, perfecta.

Obedecían sin reservas y sacaban los mayores provechos de las condiciones del terreno. Sabían atacar y defenderse y concedían a cada una de las armas que manejaban todo su valor. Jamás se dejaron copar, como explicación de abandonos determinados por el pánico, “por la aviación”. Tampoco vieron, por espejismo medroso, escuadrones y escuadrones de caballería mora. Muertos o vivos se quedaban en la trinchera que se les había encomendado defender en tanto no llegase orden de abandonarla. Por su iniciativa no hacían ni avances ni retrocesos. Conforme a la disciplina aprendida, su misión se concretaba a obedecer. Una gran parte de ellos había corrido en plena adolescencia la tormenta de la gran guerra, de la que salieron educados en cuanto al valor práctico de las más elementales normas militares. Mejores soldados, enseñaban con su conducta a nuestros combatientes y a nuestros mandos. Sé de alguno, que se mantiene discreto en una media sombra de actividades siempre eficaces, que no se niega a reconocer todos los provechos que obtuvo de su proximidad a Kleber. De esos provechos se benefició su gestión en el Jarama.

Ello es que, según mi personal estimativa, que a nadie obligo a compartir, la defensa de Madrid está unida a los voluntarios que mandó Kleber. Los que continuaron llegando a las Brigadas Internacionales estarán asociados a páginas no menos heroicas. Esos a quienes Barcelona ha dicho conmovida la gratitud de España, se llevan de nuestra tierra sus buenas cicatrices. No soy ajeno a esa emoción; pero es mayor en mí, por un mejor conocimiento, la emoción de aquellos internacionales que fueron dejando su vida, ofrecida a la libertad y consagrada a Madrid, en la ribera del Manzanares y en el encinar de la Casa de Campo. Dejaron, con la vida, un ejemplo que la ciudad hizo suyo.

La transformación de Madrid fue rápida. El muñón inmenso de su barrio de Argüelles, donde la muerte había establecido un inmenso bazar de sorpresas infaustas, centró a la capital en sus responsabilidades de trabajo. Y en tanto en la Moncloa se continuaba combatiendo, unos metros más arriba, con lluvia de balas que perforaban los cristales de las claraboyas, las transmisiones de una factoría de cartuchos continuaban volteando, seguros los operarios de que la muerte podía sorprenderles, pero de ningún modo hacerlos prisioneros el enemigo. Y es que junto a los internacionales que mandaba Kleber, con parangón de virtudes y de disciplina, se alineaban los metalúrgicos que presidía Trigo.

Tomado de Madrid, Carranza 20. Editorial Ayuso. Madrid 1979