JM de Mora escritos

Semana de las Brigadas Internacionales Juan Miguel de Mora «estuvo con nosotros»

El pasado mes de enero pasaron por Madrid Juan Miguel y su mujer Ludwika. Los compañeros de la AABI estuvimos muchas horas con ellos tratando de hacer una visita agradable para todos. Al final, cuando nos despedimos, nos dijo: “La próxima vez que venga, me gustaría poder hablar con los jóvenes”. Tomamos nota e intentamos organizar un marco que le permitiera dar una charla a estudiantes.

De hecho, propusimos al Seminario Complutense Historia, Cultura, Memoria organizar conjuntamente una serie de actos para la semana del aniversario de la llegada a Madrid de las BI. Jorge Marco propuso entonces la Semana de las BI en la Facultad de Historia, con varios actos: Conferencia inaugural de Juan Miguel, proyección de un documental, presentación de una nueva colección de libros editados por la Universidad de Salamanca, paseo por el Campus y exposición sobre las BI.

Para septiembre todo estaba perfilado, pero algo nubló el proyecto: Juan Miguel tiene ya 93 años, que pesan. La pasada primavera dejó definitivamente su trabajo en la Universidad Autónoma de México donde daba clases de Lengua y Cultura sánscritas, en la que es un experto mundialmente reconocido, siendo así mismo miembro del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

Pero al finalizar su carrera en la primavera comenzaron ciertos achaques que quebraron su salud. A finales de setiembre nos advirtió de la posibilidad de no poder venir, pero dejaba en manos de los médicos el dar el dictamen definitivo.

Finalmente, a finales de octubre nos comunicó que al tener una arritmia cardíaca no podría subir al avión. Pero nos enfatizó: “Si me ponen un marca pasos me verán en Madrid, pero no en este noviembre”. Así que esperamos que Juan Miguel se recupere para tenerlo con nosotros pronto.

“Puedo trabajar en mi escritorio y andar por ahí en silla de ruedas”, nos dijo, y se comprometió a enviarnos un texto escrito que fuese leído antes de la Conferencia que daría Vicente González, expresidente de la AABI. Así se hizo. El texto lo adjuntamos al final y el vídeo es el que aparece al principio de esta nota.

Finalmente, el sábado 8 nos envió otro texto algo más pequeño para ser leído en el Homenaje que esa mañana íbamos a hacer a las BI junto a su monumento. Almudena Cros, la actual presidenta de la AABI, lo leyó al final del acto y sus palabras hicieron el “milagro” como de tener presente a Juan Miguel entre nosotros. A Juan Miguel de Mora como también a Virgilio Fernández, César Covo, Josep Almudever, Antoine Piñol, Delmer Berg y Stan Hilton, que se mantienen en pie como árboles de profundas raíces.

Escritos enviados por Juan Miguel de Mora

Universidad Complutense de Madrid:

5 de noviembre de 2014.

Agradezco a la Universidad Complutense haberme invitado a esta reunión a través de Jorge Marco Carretero, Almudena Cross, Severiano Montero y los amigos, compañeros y camaradas, incluyendo a los que no están aquí, sino en otras ciudades, pueblos y campos españoles y que son la dignidad y el futuro de España. Y en este saludo incluyo a todos los que, sin compartir los puntos de vista de los anteriores, están honradamente interesados en saber qué fue de verdad lo que sucedió en España a partir del 16 de febrero de 1936 y que culminó el 18 de julio del mismo año. Una verdad que estuvo deformada y aplastada durante 40 años. Esa es la tarea de los verdaderos historiadores, asomarse a la historia sin prejuicios, cultivando una hermenéutica profunda y válida.

No pretendo imponer un punto de vista ni insistir en tener razón. Tengo la responsabilidad que me corresponde como catedrático e investigador titular de la Universidad Nacional Autónoma de México, y la primera cosa que aprendí a evitar fue caer en la hermenéutica más extendida, aquella en la que el intérprete se deja llevar por sus prejuicios.

Relataré algo, el pelo de un gato, de lo que viví en España, y me consta, desde el verano de 1936, cuando llegué directo desde el liceo Víctor Hugo de París.Fui a inscribirme en las milicias, me vieron la cara de niño y me mandaron a Intendencia. Después ayudé en diversos organismos juveniles, trabajé como imberbe corresponsal de guerra y ya en 1938 fui admitido en la XV Brigada Internacional, por intervención de Luis Delage, Comisario del Ejército del Ebro. Viví en la República en guerra durante dos años- Al final me tocó la fase defensiva de la batalla del Ebro y después la retirada. Yo estaba en el hospital, herido de bayoneta en la cota 666, cuando la despedida de las Brigadas y al ser dado de alta, días después, no me quise ir y me nombraron comisario de una compañía cuyo capitán cayó antes de conocerlo: a los 17 años mandé una unidad heterogénea en la que el más joven tenía 22 años y un sargento 45. Y puedo probarlo: en el gobierno de Felipe González, (previos documentos y declaraciones, en el consulado español en México, de un refugiado que estuvo a mis órdenes) me otorgaron una pensión de capitán.

A la manera de Voltaire, respeto y defiendo el derecho de otro a decir lo opuesto a lo que yo afirmo. Sólo digo lo que a mí me consta. Lo que vi y viví. No discutiré con nadie que afirme que algo que yo vi y viví no fue como yo lo vi.

Han pasado los años y he estudiado mucho, de historia y de muchos otros temas. Soy doctor en letras y doctor en filosofía, por separado (en México no existe el título de “Doctor en Filosofía y Letras”) en la UNAM y en universidades de otros países, he estudiado en Europa, Asia y América y puedo asegurar que es la primera vez en mi vida que hago tan lamentable alarde de pedantería y vanidad, del que me avergüenzo, pero lo considero indispensable,1º Porque no estoy personalmente para sostenerlo y 2º Porque quiero que quede claro que hablo aquí como profesor y no como hombre político.

Y comienzo: en ninguno de los conflictos nacionales o internacionales de que se tenga memoria se han dicho, publicado y difundido tantas mentiras como en la guerra de España. Hasta el punto de que algunos muy dignos historiadores (Anthony Beevor, en Inglaterra y José Vasconcelos en México por ejemplo) rectificaron su primer punto de vista y rehicieron un libro o artículos o conferencias, y gente como Bernanos (Los cementerios a la luz de la luna), o el poeta mexicano Carlos Pellicer, católicos devotos y practicantes e insospechables de comunismo o de izquierdismo, supieron desde el principio de qué se trataba en España y les caló tan hondo que lo escribieron.

La mentira más simple, la más creída, era infantil: afirmar que todos los brigadistas eran comunistas. Yo no lo era ni he sido miembro del P.C. Ni otros muchos que conocí. Y nunca se me exigió serlo.

Respecto a las mentiras sólo pondré de ejemplo una de las más cínicas: El ejército español de los años veinte sostenía en Marruecos una guerra colonialista contra Abd El Krim El Jatabi, un caudillo que infringió a los militares españoles la gran derrota conocida como el desastre de Annual y otras más.

Franco, considerado entonces el general más joven del ejército español era el jefe del Tercio (la Legión Extranjera) en esas luchas y los legionarios, aventureros y delincuentes que en el Tercio estaban libres de ser capturados por la policía, eran soldados salvajes que torturaban a los rifeños prisioneros a extremos que no se pueden decir. En la Biblioteca Nacional de París está un libro que sobre esa guerra escribió Abd El Krim, con algunas fotografías, una de ellas mostrando un grupo de legionarios con cabezas de rifeños en las manos, colgadas de los cabellos.

Esa fotografía y otras de parecido origen se repartían por el mundo, y especialmente por América Latina y países católicos, como “rojos con cabezas de nacionales” o con “cabezas de sacerdotes” asesinados por ellos. ¡Y eran soldados de los que había mandado Franco!

Las Brigadas tuvieron su origen en el legítimo miedo al nazismo y la honradez y el valor de hombres y mujeres decentes de todo el mundo: Los camisas pardas nazis, sus exhibiciones de barbarie, ancianos judíos apaleados, mujeres humilladas y golpeadas, eran material en los periódicos y en los noticiarios cinematográficos (que se veían en todos los cines del mundo antes de las películas) indignaban a la gente e incitaron a estudiantes, como los de California, profesores, como algunos de Oxford y de Cambridge, obreros de los muelles de Nueva York y de Londres, gente decente de todos los países, a ir a España o a reunir ayuda para la República. También cuentan los atletas que fueron a la Olimpiada Popular de Barcelona y combatieron contra los sublevados desde el primer día.

Estábamos suficientemente politizados en los liceos, como para que, por lo menos una vez a la semana, anduviésemos a golpes con nuestros condiscípulos, de la misma edad, que eran-pro nazis y admiraban a Hitler o pertenecían a los Camelots du Roi o a la Cagoule.

Y en España supe que también en los Institutos luchaban falangistas del SEU y estudiantes de la FUE (que NO era Federación Universitaria Española como algunos creen, sino ESCOLAR).

Esas eran razones para venir a España a luchar no por el comunismo, sino contra Hitler: que era, en aquel momento, la Falange de Primo de Rivera. Cuando el Komitern se dio cuenta de las posibilidades políticas convocó a las Brigadas y con habilidad apareció como organizadora de ellas. La verdad es que fue su capacidad de organización lo que dio predominio a los comunistas en un país que estaba en pleno caos y desorden ante la rebelión de todas las fuerzas encargadas de mantener el orden. Lis London, comunista de toda la vida y heroína de la Resistencia, lo dijo y escribió:: el Komitern aprovechó políticamente las brigadas. Pero no por eso impidió, ni jamás lo pretendió, que hubiese muchos brigadistas no comunistas.

Pero hay una verdad que fue obvia para todos los que vivimos esa guerra y lo vimos: los comunistas eran los mejores combatientes, los más valientes, los más serios, en los que podías confiar si eras un soldado. No voy a hablar de los anarquistas, pero ellos fueron la causa de que el Partido Comunista Español que tenía un diputado en 1936 terminase la guerra siendo mayoritario y con los mejores jefes militares.

Esto no exime al P.C. de la persecución contra los trotskistas y otras consignas stalinianas y todos los demás errores, equivocaciones o injusticias que haya cometido. Nunca he creído en un partido, o en cualquier organización humana que sea perfecta.

Pero yo estuve en la cota 666 como soldado y en esa posición, en un agujero en esa tierra que debajo de ti se está estremeciendo y te cae encima con cada explosión cercana, y muy cerca de ti está otro hombre como tú, en la misma situación, y entre el polvo y la tierra te asomas a ver si ya vienen los mercenarios rifeños de Franco que algunas veces en esta cota llegan hasta ti y el de al lado y tienes que ponerte en pie y verles la cara, quien como yo ha vivido eso junto a los comunistas y les ha visto luchar a su lado no tiene duda de en quien puede confiar. Y la política viene después, mucho después.

Tengo que cortar porque ya me he excedido en la extensión que me pidieron. Perdón.

¡Salud y República!

Juan Miguel de Mora

Palabras para el Homenaje del 8 de noviembre

El 7 de noviembre de 1936 el pueblo de Madrid, desorganizado en su inmensa mayoría, contuvo a un ejército profesional, integrado por mercenarios marroquíes, conscriptos campesinos que obedecían sin rechistar y algunos fanáticos requetés. Ese fenómeno no ha sido analizado a fondo. El pueblo de Madrid, noventa y nueve por ciento de sus habitantes, se lanzaron a la Casa de Campo, al Manzanares, a las calles, para enfrentarse al ejército de militares sublevados y lo detuvo. Algunos salían del cine, de ver una película rusa, «Los marinos de Kronstrand» y se iban al frente, a combatir; es totalmente cierto. Obreros, empleados, estudiantes y hasta empleados de banco. En la Casa de Campo, todos juntos en una trinchera improvisada, estaba la célula de empleados del Banco Hipotecario. No hay precedentes en la historia. La quinta columna que Mola dijo por radio que integraban los partidarios de la rebelión y que apoyaría a su ejército, era una insignificante minoría y estaba refugiada en algunas embajadas.

Pero el pueblo de Madrid no salió a las calles ese día (la primera brigada internacional llegó el día 8) por ser republicano, comunista o anarquista. No hay idea o ideas que puedan lanzar al combate, de manera súbita y con valor suicida, a tantos miles de seres humanos, hombres jóvenes y viejos, mujeres, muchachos de doce y catorce años. Yo estaba en Intendencia y el día 6 mandaron mi unidad a Albacete -yo era un niño de 14 años y se me veía en la cara- en busca de víveres y ropa para las milicias. Estuvimos yendo y viniendo, mi recuerdo de fechas y viajes es vago, cargábamos camiones y los llevábamos a Madrid. En Madrid no estuve en el frente propiamente dicho; íbamos al cuartel del 5º Regimiento, en la calle de Francos Rodríguez, dormíamos y regresábamos a Albacete y a pueblos de Valencia. Pero hablé con mucha gente porque, recién llegado del Liceo Víctor Hugo en Le Marais, aun a mi edad, como otros muchos adolescentes en Europa, sabía lo que era el nazismo.

Después he vivido mucho y he visto mucho. Pero el pueblo de Madrid, el que yo ví, y con el que conviví a días intercalados, luchaba por algo que yo he intentado definir todos estos años y creo que por fin lo logré. Naturalmente que luchaba contra el fascismo, contra los militares traidores, contra los obispos y cardenales que saludaban como los fascistas y por la libertad de España, sí. Pero en el caso de Madrid, en aquel 7 de noviembre, hubo algo inefable, algo único que sentían los madrileños, nativos o avencindados: la incapacidad para admitir -no ya para entender, sino para aceptar- que Madrid, su Madrid, fuese invadido. No puedo describirlo mejor. Era inconcebible, no podía entrar en los cerebros del pueblo que «ellos» entrasen en Madrid. Siento que no explico en realidad los sentimientos de aquellos madrileños. Para ellos había cosas que no se pueden ni siquiera pensar, totalmente inconcebibles. Pero después de 25 años de tiranía fascista fui -clandestinamente- a Madrid y vi un pueblo apagado, asustado, temeroso. Como al hombre más fuerte le dobla, poco a poco, una tortura sistemática. Tras casi tres años de guerra y veinticinco de una represión criminal y desorbitada, en Madrid había muerto el ánimo de las masas porque eran seres humanos y los individuos de nuestra especie tienen límites físicos.
Pero aquel 7 de noviembre de 1936 la sola idea de que los fascistas pudiesen entrar en Madrid era tan absurda que no cupo en las cabezas del pueblo.
Y no entraron.

Juan Miguel de Mora