La XI y la XV BBII en la batalla del Jarama

Este trabajo se envió a los asistentes de la 8ª marcha del Jarama, al objeto de proporcionar una mínima información sobre los lugares donde combatieron estas dos brigadas. Se dan unos datos sumarios sobre la situación de estas brigadas antes y durante la batalla y se ofrecen, en cambio, importantes testimonios de algunos de sus integrantes. Además se presenta un mapa con la ubicación de los batallones de esas brigadas y el itinerario a seguir en la marcha.

La XI BI

Después de las dolorosas pérdidas sufridas en la Carretera de la Coruña (3-16 de enero de 1937) esta Brigada pasó tres semanas reorganizándose en Murcia. Allí se les unió un importante contingente de voluntarios españoles que querían combatir en las filas internacionales. Cuando el 6 de febrero se inició la ofensiva franquista al sureste de Madrid, la XI BI fue puesta en estado de alerta y pronto se le ordenó acudir a Morata. Llegó el 10 de febrero, el día en que se produjo un importante bombardeo de la Legión Cóndor; los voluntarios hicieron una importante labor de auxilio a la población civil.

Al día siguiente los batallones ocuparon sus posiciones a la derecha e izquierda de la carretera de Vaciamadrid a Chinchón, a la altura del Alto de la Radio. Pero fue el 12 cuando tuvieron que enfrentarse a las vanguardias de la columna de Sáenz de Buruaga que se dirigía hacia la carretera de Valencia, al sureste de Arganda. El choque fue terrible en ese y siguientes días. La lucha en la zona de olivares existente en el ángulo comprendido entre las carreteras de San Martín de la Vega y de Chinchón tuvo episodios heroicos por ambas partes. Las pérdidas fueron muy altas, pero las tropas fascistas no pudieron avanzar a su objetivo; fueron frenadas en el altiplano, donde se fijó la línea del frente que se mantuvo hasta el final de la guerra.

La XV BI

Tras la formación de las primeras cuatro brigadas, en diciembre comenzaron a llegar grupos más numerosos de voluntarios de habla inglesa. El primer resultado fue la creación de la Compañía británica, que se integró en el batallón La Marsellesa de la XIV BI para combatir en la batalla de Lopera a finales de 1936. Tras intervenir en Las Rozas (Madrid) para frenar el avance franquista iniciado el 3 de enero de 1937, la Compañía retornó a Madrigueras para sumarse a los batallones que estaban integrando la XV BI. Al comenzar la batalla del Jarama se le pidió a esta brigada, aún no completamente organizada, estar disponible para acudir a la cita. Llegó a Chinchón el 11 de febrero y en la madrugada del 12 marchó a la línea del frente.

Los tres batallones tuvieron que enfrentarse pronto a las columnas de Saénz de Buruaga (el Dimitrov) y de Asensio Cabanillas (Six Fevrier y British). Los combates fueron muy duros y los batallones se vieron forzados a retroceder unos cientos de metros. El batallón británico perdió el 70% de sus efectivos. Los demás también sufrieron graves pérdidas. Pero detuvieron el avance fascista por la carretera de San Martín de la Vega y fijaron la línea del frente que no cambió hasta el final de la guerra. El 16 de febrero llegó al frente el Batallón Lincoln que entró en acción los días 23 y 27 de febrero. En este último ataque perdió la vida Charlie Donnelly y cerca de un centenar más de voluntarios del batallón. 

Testimonios

Kurt Höfer, Fritz Baumgärtel y Werner Kinzl. Miembros del batallón Thälmann

La defensa en la carretera de Chinchón y el Alto de la Radio

¡Fue un día caliente, ese 11 de febrero! Recibimos un duro bautizo de fuego en las alturas al este del valle del Jarama. Por la noche nos tumbamos agotados en una hondonada plana detrás de un olivo, a cuyas hojas también fueron a parar los tiros de la infantería fascista a media noche. No había ni que pensar en disfrutar de tranquilidad pues el enemigo estaba a doscientos metros de nosotros. La situación de la 1ª Compañía era muy grave, a su flanco izquierdo había retrocedido la 2ª Compañía sin que se lo hubiesen mandado y el contacto se había roto. Para evitar que el enemigo se metiese por ese hueco, decidió el jefe de la Compañía intranquilizar al enemigo mediante una estratagema.

Ernst Dudel ordenó disparar descargas de fuego pero cada vez una por tirador. El resultado fue sorprendente, los fascistas respondieron con fuego cerrado que duró a veces hasta quince minutos, sin tener ningún efecto sobre nuestros soldados ya que cada uno se había excavado un hoyo de protección detrás de un olivo. Poco después, cuando el fuego de los fascistas iba a menos, resonó de grupo en grupo otra vez la orden de fuego. La receta era buena, se trataba de no dejar en paz al enemigo y de hacerle gastar munición, el enemigo quedaba desorientado completamente sobre la situación del frente y no se atrevía a enviar ningún observador.

El flanco izquierdo abierto de la 1ª Compañía no permitía a su jefe ni un segundo de tranquilidad. Como del Estado Mayor del Batallón no venía absolutamente ninguna información sobre el cierre del trozo descubierto del frente, el camarada Dudel decidió ir personalmente a media noche al Estado Mayor, después de haber confiado la Compañía a su sustituto, camarada Hoyer y al comisario político, camarada Drescher. En el camino hacia el puesto de mando el camarada Dudel se encontró también con los combatientes de la 2ª Compañía y estaba seguro de que su flanco izquierdo sería pronto de nuevo cubierto.

Después del informe sobre la situación en su sector, se procedió rápidamente. El jefe de la 2ª Compañía fue rápidamente sustituido. En su lugar se nombró otro que recibió la orden de llevar la Compañía al sector anterior con la protección del camarada Dudel. Antes de hacerse de nuevo de día el hueco se había cubierto gracias a su decisión. El Batallón Thälmann estaba preparado para no permitir al enemigo ni un paso adelante.

El día 12 de febrero aumentó la dureza de los ataques fascistas respecto a la víspera. Y aún aumentó más al día siguiente con los bombardeos y aviones volando a baja altura. Más de diez enfrentamientos fueron protagonizados ese día por los combatientes del Batallón Thälmann. Los fascistas querían conseguir, a costa de emplear todas sus fuerzas, un avance de su muy organizada ofensiva. Los enlaces tuvieron mucho que hacer ese día a falta de medios técnicos. Unas buenas y rápidas piernas tuvieron que sustituir a los cables y a las ondas. Por ejemplo en el flanco derecho del batallón operaban dos T 26 que eran urgentemente necesarios en el flanco izquierdo. Pero nadie se había dado cuenta de que esos carros de combate estaban conducidos por soldados de la Unión Soviética, que no entendían el alemán. Así que al enlace le tocó correr delante de los carros de combate como si fuese un práctico del puerto para conseguir el refuerzo del flanco izquierdo en el menor tiempo posible.

Por la tarde los combatientes del Batallón Thälmann estábamos agotados. Grandes huecos se habían abierto en nuestras filas. Pero los fascistas no habían podido avanzar ni un paso. El jefe de la 3ª Compañía aún consiguió alcanzar con unos pocos hombres una pequeña colina. Ante ellos se encontraba un camarada herido al que había que salvar. Protegido por el fuego del enlace y de unos pocos camaradas españoles, el jefe de la compañía fue a buscarlo arrastrándose y, después de veinte minutos, lo puso a cubierto. A pesar de la lluvia de tiros y metralla el pequeño grupo que había mantenido la colina hasta el final volvió trayendo al herido sin bajas a la línea de fuego principal, que en ese día casi había alcanzado la carretera.

El día 13 de febrero fue para el batallón uno de los días de mayores pérdidas. La línea de combate se había trasladado a unos pocos cientos de metros hacia el este. Los combatientes habían llegado hasta la carretera y estaban en las cunetas en pequeños grupos. Al día caliente siguió una noche fría. Después de una intensa búsqueda los tres amigos nos volvimos a encontrar. Habíamos sobrevivido al largo día de lucha en el frente del Jarama.

Los jefes de las compañías recibieron entre tanto la orden de avanzar y ocupar la antigua posición. Tampoco los fascistas disponían de fuerza como para fortificarse y habían retrocedido a sus posiciones de partida. Bajo la dirección de Franz Raab, después comandante del Batallón, se volvió a ocupar el terreno perdido durante el día, y a pesar de los contraataques fascistas, se mantuvo con decisión. Si bien la ofensiva fascista fue de día en día más débil, nuestras pérdidas eran cada vez más numerosas. El 19 de febrero fue herido el jefe de nuestra compañía, Ernst Dudel. A pesar de todo la dirigió hasta la tarde, constante, como tantos otros compañeros. Kurt Höfer fue jefe de pelotón en la 3ª Compañía, formada sobre todo por camaradas españoles. Algunos días más tarde una ráfaga de ametralladora se llevó el muslo izquierdo. Pocos días más tarde fue también herido gravemente Horst Menzel.

Piet Laros. Capitán de la compañía holandesa del batallón Edgar André

La lucha en los olivares

Después fuimos desde la carretera de Morata a la “Casa Blanca”, que era muy conocida en nuestra brigada y donde estaban nuestros hombres a la vez bajo nuestro fuego y el de los fascistas. Tenía que presentar mi informe y manifestar ante mi Estado Mayor lo que había comprobado. Pero entretanto nuestra brigada ya se había puesto en movimiento y nos vimos obligados a ir a su encuentro. El capitán Ernst Wömpner me felicitó… y me dijo: “Ya hemos tomado posiciones allí… ya sabemos que los marroquíes os querían rodear; por eso enviamos allá más patrullas. ¡Menos mal que habéis vuelto!”.

Quisiera contar alguna cosa más: estando allí, la 2ª Compañía del Batallón Edgar André tuvo que atacar hasta seis veces en un día y consiguió hacer retroceder a los fascistas. Allí cayó mi capitán Wömpner y yo tuve que ocupar su puesto automáticamente. Según la ordenanza, si un capitán cae han de ser recogidos sus papeles, su reloj, todo, y hay que intentar sacarlo si está herido o incluso si está muerto. Los cadáveres de los nuestros de ninguna manera deben caer en manos de los fascistas. Así que recogí sus relojes – tenía uno de bolsillo y otro de muñeca – y sus papeles porque él, nuestro Ernst, estaba muerto. Ya antes, en otras ocasiones, yo había aguantado en una posición, había enviado patrullas y organizado ataques… pero ahora debía tomar el mando. Y eso era una gran responsabilidad… Entre mis camaradas alemanes era yo ahora el jefe. La mayoría de los alemanes eran emigrantes y solían tener mucha experiencia en la lucha contra el fascismo… y ahora yo, el único holandés, debía tomar el mando de estos jóvenes en esta difícil lucha… No me dejaron plantado, cumplieron todas las órdenes, estaban orgullosos de mí… Y hasta el día de hoy también yo estoy muy orgulloso de ellos.

Jacques Delperrie de Bayac. Escritor

Lucha del Batallón Comuna de París

El Batallón Comuna de París defiende una línea de crestas al este del Jarama. Está muy estirado, pues un grupo de milicianos traídos de Madrid en las primeras horas de la ofensiva han dejado el campo sin ser relevados. Un contraataque de 16 carros soviéticos ha fracasado por la acción de los anticarros. Dos o tres tanques han regresado, los otros han ardido. El Comuna de París ha conservado sus posiciones iniciales. A pesar del machaque de la artillería ha cedido muy poco terreno. Unos cien hom­bres han quedado fuera de combate; Dumont, herido, es reemplazado por Marcel Sagnier como nuevo jefe.

Alfred Brugères ha retomado el mando de la compañía de ametralladoras. En marcha de aproximación, Rosli, un jefe de sección, se pierde. Brugères envía a su comisario, Jean-Paul Jampolski, en su busca… Jean-Paul trae a Rosli. Sobre la cresta llueven los obuses. Jean-Paul, Rosli, Brugères y Marcel Sagnier se refugian en un agujero. Siguen cayendo obuses; de pronto, Fredo Brugères mira a Rosli cuyo rostro está lleno de sangre: “¡Dios mío! ¡Pierrot ha muerto! No del todo… aún respira, aunque débilmente. Alfred Brugères carga con su cuerpo hasta el puesto de clasificación. Regresa al agujero con Jean-Paul. Menos de una hora después alguien les llaman; ven a Pierre Rosli con una gran venda en la frente. Sólo fue una rozadura.

Laza Wovicky. Voluntario del batallón Dimitrov.

Contención del ataque franquista

Doce de febrero. Mediodía. Avanzamos hacia los olivos donde está el enemigo. En cuanto nos ven abren un violento fuego de ametralladoras. Nos desplegamos en formación de combate. Avanzamos unos trescientos metros sin hacer un solo disparo. Abrimos fuego a una distancia de doscientos metros de las líneas enemigas. Comienza una batalla fiera y sangrienta. Era nuestra primera batalla contra el fascismo. La mayoría de nosotros estábamos ansiosos de encontrarnos de cerca con el enemigo. No sé cuanto duró esta primera batalla o cuanto tiempo pasó. Igual que muchos de mis compañeros, ésta fue la primera vez en mi vida que disparé un fusil.

Cuando terminamos de avanzar los fascistas utilizaron más sus piernas que su fusil. Los perseguimos durante unos tres kilómetros, pero corrían más deprisa que nosotros. Tras ellos dejaron a un gran número de heridos sobre las pendientes que van a dar al río Jarama. Gritamos entusiasmados y cantamos La Internacional. Luego reanudamos el avance. Pero nos esperaba un gran número de ametralladoras enemigas. Lanzaron contra nosotros sus tanques y, como no teníamos cañones antitanque, tuvimos que detener nuestro avance y replegarnos unos cien metros hasta los olivos, donde nos parapetamos. Los tanques enemigos se movían pesadamente delante de nosotros hasta que la falta de luz les obligó a cesar en su fuego.

A media noche nos informaron de que nuestros tanques llegarían a las cinco de la mañana y que íbamos a avanzar con ellos. Esto nos levantó el ánimo de nuevo. Los tanques fascistas ya no nos iban a tener a su merced. A las cuatro de la mañana nos despertaron los centinelas y nos dijeron que los fascistas estaban avanzando. El comandante del batallón, Grevenarev, ordenó emplazar las ametralladoras y desplegó la infantería… Esperamos a que se acercaran y abrimos fuego furiosamente. Nuestra impetuosa respuesta les cogió por sorpresa y se retiraron dejando detrás de ellos muchos muertos y heridos. A las siete atacamos nosotros con los tanques. Les hicimos retroceder aproximadamente un kilómetro, pero al final tuvimos que retirarnos a nuestras posiciones. Nos disgustó tener que abandonar el terreno tan bien ganado, sobre todo porque nos habría sido muy útil en el siguiente ataque. Pero corríamos peligro de quedar rodeados. Nuestra artillería, que bombardeó las posiciones enemigas, hizo que nuestra retirada fuera ordenada.

François Mazou. Comisario de Compañía del Batallón Six Fevrier.

Ataques y contraataques sobre la carretera de San Martín de la Vega a Morata

Es imposible un combatiente olvidar el momento en que experimenta la primera prueba de fuego. El adversario estaba persuadido del poder de sus golpes, tras los éxitos de los días anteriores. Había franqueado el río… Oíamos el zumbido lejano de los motores que iba creciendo, el chirrido de las cadenas de los tanques, el murmullo de voces que se hacían más sonoras. Comenzamos a distinguir siluetas y fusiles en bandolera balanceándose. Se acercaban. Les oía hablar. Se captaba el nivel sonoro de las órdenes y juramentos. Saïd me habló al oído: “Está claro que son moros. ¡Alá no acogerá en su paraíso a estos cerdos lacayos de Franco!” Avanzaban. Se acercaban. Emile Sneiberg gritó: ¡Fuego! Las ráfagas de las tres Maxim y de las tres Tocgarew barrieron la muralla humana. Muertos y supervivientes se aferraban al suelo. En dos intentos más, demenciales, los valientes marroquíes se lanzaron hacia nuestras posiciones. Se inició el combate con granadas y cuerpo a cuerpo. Las dos oleadas fracasaron unos pocos metros delante de nuestras posiciones. Nuestras bajas eran importantes. Dos ametralladoras fuera de combate. Sólo la Maxim de mi amigo de Oloron, Antoine Sánchez, estaba intacta. Volvió a romperse un fuego violento, de lado y de frente. Estábamos siendo desbordados. ¡Orden de retirada! A algunos metros Antoine se había desplomado sobre su máquina. Estaba muerto. Quise coger su cartera pero sólo pude recoger su reloj de plata.

Al amanecer toda la brigada avanza. Estamos en el pequeño cerro. Innumerables balas silban clavándose en los olivos, en la tierra o en los cuerpos de mis camaradas. Cuando la situación se hace más insostenible llegan nuestros tanques. Acaba de salir el sol. Con nuestros colosos de acero nos creemos invulnerables. Hay viñas a nuestro alrededor. Pero, faltos de munición, nuestros tanques se vuelven a la retaguardia. Comienza un machaqueo artillero. Estoy en un agujero hecho por un obús… A mi lado caen varios compañeros. Los camilleros tienen mucho trabajo… De pronto, a treinta metros, aparecen los tanques enemigos vomitando fuego. Nuestras balas se estrellan contra su blindaje. Ellos avanzan, inexorables. Se impone recular; lo hacemos en orden de olivo en olivo. El batallón se detiene en una posición sostenible. Gracias a nuestro fuego la nueva oleada de asalto ha podido ser detenida… Recuperamos el pequeño cerro.

Tom Wintringham. Comandante del Batallón Británico

Ataque franquista sobre la Colina del Suicidio

En el puesto de mando pensábamos que se estaban produciendo numerosas bajas. Era una impresión engañosa causada al no poder ver el movimiento de nuestros hombres, porque llegaban pocos heridos y porque los oficiales se movían muy despreocupadamente entre aquella lluvia de balas y obuses. Fry, el capitán de la 2ª compañía de ametralladoras, luchaba para poner a punto las ametralladoras. Tenían sólo una cinta de munición cada uno. Al atardecer, tras una defensa heroica de cuatro horas, con los proyectiles de los tanques y la artillería contraria machacando el terreno y con las ametralladoras de los moros disparando a quemarropa, los supervivientes del batallón evacuaron la colina. Los hombres que aún estaban vivos comenzaron a replegarse hacia la cresta situada al borde del valle.

Los moros aparecieron junto a la colina cónica y la rebasaron. Barrían el olivar con sus ametralladoras tratando de cortar el paso antes de que alcanzaran la posición convenida. Fue entonces cuando empezaron a rugir nuestras ametralladoras. Durante tres minutos dispararon al unísono. Un batallón completo de moros fue sorprendido a descubierto recibiendo fuego desde un ángulo inesperado para ellos. Su ataque acabó allí mismo, con un gran número de cadáveres. La mitad pudo ponerse a cubierto ya que no tuvimos tiempo de rellenar más que una cinta de munición por ametralladora… Sobre la colina de la Casa Blanca aparecieron las ametralladoras de los alemanes. Los compañeros que se replegaban sufrían muchas bajas. Fry y Copeman rellenaban las cintas de munición manualmente. Volvieron a rugir nuestras ametralladoras y el fuego de los alemanes fue acallado…

Frank Ryan. Comisario del contingente irlandés del Batallón Británico.

Recuperación de la moral tras una crisis de combate

Los hombres estaban tumbados en grupos dispersos junto a la carretera y comían con ansiedad naranjas que les había traído un camión. Mientras recorría la carretera calculando los hombres que quedaban iba madurando la decisión: había que marchar hacia la carretera de San Martín de la Vega y atacar a los moros por su flanco izquierdo. Mis ojos se iban hacia las colinas que acabábamos de abandonar. No había tiempo para reagruparlos en unidades. Vi que muchos se habían traído los fusiles de los compañeros caídos. Me colgué uno al hombro. Casi de inmediato se pusieron de pie… Algunos seguían todavía en la cuneta colocándose cascos y ajustándose los fusiles. “¡Deprisa!”, gritaban los soldados que ya estaban en filas. Según subía la carretera en dirección a la “Cookhouse” vi a Jock Cunningham reagrupando a otros hombres. Aceleramos el paso y nos juntamos a ellos. Jock y yo nos pusimos en cabeza. Digan lo que digan los escritores, aquellos británicos e irlandeses no respondían al estereotipo vulgar; marchaban silenciosos detrás de nosotros… Entonces recordé un truco de los días en que hacíamos manifestaciones ilegales en Dublín. Me volví hacia atrás y grité: “Canten algo, hijos del cañón”. Y la canción brotó de las filas, con vacilación al principio, ganando vigor después y, finalmente, con entusiasmo. Lo que unos minutos antes era solo una chusma derrotada, marchó de nuevo a la batalla con la gallardía del primer día haciendo resonar en el valle los ecos de su canción:

Agrupémonos todos 
en la lucha final; 
el género humano 
es la Internacional.

Y seguimos marchando por la carretera acercándonos al frente. Los rezagados que aún vagaban por las colinas se detenían con asombro, cambiaban la dirección de su marcha y corrían para unirse a nosotros; hombres exhaustos junto a la carretera se ponían en pie de un salto, nos saludaban y se unían a las filas. Miré hacia atrás. Qué banda tan rara marchaba bajo un bosque de puños levantados: gente sin afeitar, ensangrentada, desgreñada, torva; pero llena de espíritu de lucha y marchando en fila hacia el combate.

John Tisza. (Voluntario del batallón Lincoln).

Primer ataque del batallón Lincoln el 23 de febrero

Nuestro avance se ralentizó. De árbol en árbol nos adentramos en un campo despejado, sin apenas resguardo salvo las cepas de vid. Intentamos cargar con fuerza en un terreno totalmente enfilado por el fuego enemigo. Teníamos muchas bombas de mano, pero eran inútiles si no alcanzábamos las trincheras enemigas. A pesar del fuego cruzado de las ametralladoras algunos hombres, moviéndose como patos en una galería de tiro y corriendo a trompicones, consiguieron acercarse. Vimos cómo lanzaban las granadas mientras trataban de ponerse a cubierto detrás de las cepas o de los montones de tierra rápidamente excavados con sus manos.

Rodolfo de Armas fue el primero en caer. Después de haber rescatado a un compañero herido de nuestra sección, volvió a la carga alzando al aire su puño cerrado para animarnos a seguirle. Yo me sentía seguro con él y marchaba a unos siete metros a su derecha. A su izquierda ardía el tanque que había sido alcanzado. Sus llamas saltaban por encima de los olivos; podíamos sentir su calor de muerte. En ese momento, mientras miraba a Rodolfo y trataba de descubrir un nuevo resguardo para iniciar la siguiente carrera, vi como una bala impactaba en su pierna derecha. Al tirarse al suelo para sujetar la pierna con sus manos, y mientras soltaba tacos contra los fascistas, otras dos balas se le incrustaron en la cabeza y en la mandíbula. Olvidándome del tiroteo me fui hacia él, pero llegué tarde. Me quedé junto a él solo y triste; la única persona a la que yo creía indestructible yacía allí muerto. Un grito a mi espalda me hizo salir del trance ‘¡Sigamos, los médicos cuidarán de él!’

Frenado nuestro avance por una cortina de fuego enemigo, muchos comenzamos a cavar pequeñas trincheras con nuestras bayonetas y cascos… Era imposible seguir avanzando. Alguno había llegado a las trincheras y lanzado sus granadas, pero también ellos fueron silenciados. Fue entonces cuando me vino a la mente la imagen del capitán Scott (un inglés asentado en los Estados Unidos cuyo nombre real era Inver Marlow) mientras nos animaba a desafiar la metralla y las balas, nos daba aliento y nos enseñaba a lanzar las granadas en las trincheras del enemigo. Ese atardecer nuestro querido capitán Scott cayó acribillado por fuego de ametralladora.