Paul Lukács. El general que aunó las armas y las letras

1. Los primeros años

Su nombre real era Béla Frankl. En Rusia adoptó el nombre de Máté Zalka y en España, durante la Guerra, se le conoció como Paul Lukács, Pavel Lukács o General Lukács.

Nació en 1896 en Tunyogmatolcs, al noreste de la actual Hungría, cuando este país formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Su padre era hostelero y formaba parte de la comunidad judía. Hasta 1910 cursó estudios de bachillerato. En 1913 ingresó en la Academia militar y poco después se integró como voluntario en el 8º Regimiento Húngaro de Húsares.

Al estallar la PGM fue movilizado por el Ejército Austrohúngaro como suboficial y combatió en Italia, en el frente de Doberdò, en la frontera entre Italia y Eslovenia. En 1915 pasó al frente ruso y en junio de 1916 fue herido y capturado por las tropas rusas zaristas en Lutsk, Ucrania. Fue enviado a un campo de prisioneros situado en Siberia, donde fue asimilando las ideas comunistas.

2. La estancia en la URSS

En el otoño de 1919 se escapó del campo y formó un grupo de partisanos que a principios de 1920 se unió al Ejército Rojo y participó en la liberación de Krasnoyarsk, en la Siberia central. Siguió combatiendo en distintos frentes bélicos durante la guerra civil rusa y la guerra polaco-soviética.

En 1916, el alférez de húsares Máté Zalka, del ejército austro-húngaro, cayó prisionero de los rusos. El destino le llevó lejos de Hungría, a un campo de prisioneros en Jabárovsk. Allí, Zalka se enteró de que en Petrogrado los obreros habían tomado el poder, de que Lenin exhortaba a los trabajadores a acabar con la guerra. Se promulgaron los decretos sobre la paz y la tierra, la nacionalización de las fábricas: la tierra se daba a los campesinos. Zalka se alegró de que los obreros rusos hubiesen tomado el poder. En particular le agradaba que pronto se pusiera fin a la guerra. Ello significaba que Austria-Hungría saldría de la contienda. Una tarde, un soldado trajo al barracón de los prisioneros una octavilla do los bolcheviques en lengua húngara. Zalka la leyó por dos veces: estaba de acuerdo con todos sus puntos.

Los acontecimientos revolucionarios tomaban cuerpo. Y cuando circuló el rumor de que al campo se acercaba un destacamento de soldados rojos, los prisioneros declararon soviético el campo. A Máté Zalka lo eligieron comandante del destacamento de internacionalistas húngaros y austríacos. Luego, Máté Zalka ingresó voluntario en el Ejército Rojo y, al mando de un regimiento de caballería, defendió a la joven República de los Soviets.

Después de derrotar a los checos blancos y a Kolchak, cayó en manos de la milicia obrera el «tren del oro» con treinta vagones. En él iban cerca de 45.000 puds de monedas de oro. El regimiento internacional, en el que Máté Zalka mandaba un batallón, debía dar escolta al convoy. El tren con el oro viajó cerca de dos semanas. En esta operación, Máté Zalka hizo gala plenamente de su experiencia militar, su valor y su sangre fría.

Largo y difícil fue el camino de Zalka: prisionero del ejército de Kolchak, fuga cuando debían fusilarlo, hasta llegar a los guerrilleros, combates contra los japoneses y las bandas de Semiónov, contra las hordas de Kolchak, de Denilón, de Majnó, de Wrangel, la célebre ruptura de Perekop, los combates contra los polacos blancos y las bandas de Marusia, contra los bandidos «blancos», «verdes», «azules» y de otros colores. A caballo, empuñando el sable, recorrió toda Siberia, la región del Volga, el Sur de Rusia, Ucrania y Crimea. El Gobierno soviético le confirió la orden de la Bandera Roja por sus proezas en las filas del Primer Ejército de Caballería.

Al finalizar la guerra en 1922 Béla Frankl se unió al Partido Comunista soviético y adoptó el nombre de Maté Zalka. Se quedó en Moscú y alternó su actividad literaria, por la que se sentía fuertemente atraído, con la militar. En 1924 publicó su primer cuento: «Ponerse al día», y en los años siguiente dirigió el Teatro de la Revolución. Las obras literarias de Máté Zalka, escritas en ruso y en húngaro, fueron dedicadas principalmente a temas militares relacionados con la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil Rusa. Uno de los temas reiterativos de su obra fue la fraternidad internacional. En 1937, poco antes su partida a España, apareció su obra más famosa, la novela Doberdò.

Notas de Rodimtsev

Quedaron atrás los años del frente. Máté Zalka se convirtió en ciudadano civil. Pero ello no quería decir que empezaba para él una vida apacible y sosegada. Su vida era un camino continuo. Máté Zalka ejerció en el Comisariado del Pueblo de Negocios Extranjeros y, en calidad de correo diplomático, estuvo en Irán, Afganistán, Noruega, Dinamarca, Suecia, Italia y otros países. En aquellos tiempos, la función de correo diplomático iba acompañada de gran riesgo y requería audacia. Además, había que saber orientarse en los asuntos de política internacional, poseer gran tacto, alta conciencia del deber. Máté Zalka poseía todas estas cualidades.

Posteriormente, Máté Zalka fue durante tres años director del Teatro de la Revolución en Moscú y luego pasó al aparato del CC del Partido Comunista (b) de la URSS. Pronto aparecieron uno tras otro los relatos y las recopilaciones de novelas cortas de Máté Zalka. Empieza a colaborar en las revistas y en muchos periódicos rusos. En los años treinta, Máté Zalka hizo amistad con N. Ostrovski, V. Stavski, A. Karaváieva, I. Ehrenburg.

En julio de 1936 se produjo en España el golpe de estado contra la República. La opinión mundial democrática reaccionó rápidamente con un movimiento de apoyo al pueblo español. No así los gobiernos ‘democráticos’, que pusieron en marcha la política de no intervención. En la URSS se produjo también un movimiento popular de apoyo, aunque el gobierno prefirió adherirse al pacto de no intervención. Pero, a medida que se puso de manifiesto que Alemania e Italia, habiéndolo firmado, no lo respetaban, Stalin consideró la posibilidad de adoptar una política de apoyo activo a la República española.

Mientras esto se fue materializando, la URSS envió ayuda económica (principalmente combustible) y, a partir de septiembre, asesores militares. Muchos de estos pidieron acudir a España de forma voluntaria. Entre ellos se encontró Maté Zalka, que llegó a España a finales de octubre. En la URSS quedaron su mujer rusa, Vera Ivánovna, y su hija, Tálotchka. En su cartera llevaba siempre una foto de ambas, que no dudaba en mostrar. Años después, Vera contó sus recuerdos de los últimos meses de Zalka en Rusia:

Notas de Rodimtsev

Vera Ivánovna nos mostró el despacho donde trabajara el escritor. Una pequeña pieza con una mesa de escritorio y dos o tres sillas. Contra la pared había estantes con libros. Muchas obras sobre historia y cuestiones militares.

– Máté, nos dijo Vera Ivánovna, aunque su profesión era la de escritor, dedicaba mucho tiempo al estudio de cuestiones militares, le agradaba leer las obras de los jefes militares de la guerra civil. Leía con avidez las memorias de la guerra como si presintiera que la ciencia militar había de serle más necesaria en su vida que la profesión de literato.

La dueña de la casa se subió a una silla y tomó del estante de arriba un álbum con las fotos de la familia.

– Esa es la última foto. Ahí descansamos en el verano de 1936, antes de que Máté partiera para España. El pueblo de Béliki, junto al río Vorskla, en la región de Poltava. A Máté no le agradaba ir a los balnearios. Descansaba con gran placer en el seno de su familia y, al propio, tiempo, trabajaba mucho, escribía.

Vera Ivánovna tomó un libro de la estantería.

– En el verano de 1936, Máté terminaba su última novela: Doberdó. En junio, cuando se enteró de la sublevación en. España, acabó para nosotros la vida tranquila. Empezó a dormir mal. Se estaba largo tiempo acostado por la noche con los ojos abiertos pensando en algo. Se ponía muy nervioso cuando el correo no traía a tiempo los periódicos. Cuando caían en sus manos, Máté buscaba qué había de nuevo sobre los acontecimientos de España. Yo sabía que si a España iban voluntarios de todo el mundo –y Máté había sido uno de los primeros organizadores de unidades internacionales ya en tiempos de la guerra civil–, su lugar estaba allí, en España. Estaba segura de que no podría quedarse en Moscú, con su familia.

3. Máté Zalka llega a España

Notas de Rodimtsev

Cuando estalló la sublevación en España, Zalka se hallaba trabajando en su novela de turno… Legó a España al comienzo de los procelosos días de la defensa de Madrid, cuando sobre la República se cernían los negros nubarrones de la amenaza fascista. A la sazón todavía no era general. Pero era comunista. Su conciencia no le permitía permanecer con los brazos cruzados. Había que actuar: el tiempo apremiaba. Y él, sin dejarse llevar por el pánico, haciendo uso de su experiencia en la lucha revolucionaria acumulada en los años de la guerra civil, emprendió la labor que tanto demandaba hombres de la calidad de Máté Zalka.

Uno de los aspectos menos conocidos sobre la presencia de Máté Zalka en España lo desveló Ludwig Renn en sus memorias de la guerra de España. Se suele aceptar que a su llegada a España acudió a Albacete y se le asignó enseguida la jefatura de la XII BI, pero no fue así:

Notas de Ludwig Renn [2]

Ya llevaba dos semanas en Madrid y cada pocos días le hacía llegar a Ángel Pestaña uno o dos nuevos folletos instructivos. Por las tardes, solía dejarme caer por la Alianza. El 3 de noviembre, para mi gran sorpresa, me encontré en el vestíbulo de la Alianza a un conocido, el escritor húngaro Mátéi Zalka, que me abrazó efusivamente y me besó a la manera rusa.

– Estoy aquí, me dijo después, para organizar la guerrilla. Ya sabes, en tiempos fui capitán de húsares del Ejército austriaco y luché con los bolcheviques. En la Unión Soviética me instruyeron en la guerrilla y me encuentro aquí con rango de general. Hay que armar a los campesinos de una vez y hostigar a los fascistas por su retaguardia con unidades móviles mientras ellos luchan en vanguardia contra las milicias. Todavía no ha pasado casi nada. Por cierto, para tu conocimiento, aquí en España debes llamarme Lukács.

Poco duró este encargo prematuro a Lukács, como el propio Renn se encargó de aclarar. Sobre el día 9 Renn se encontró de nuevo con Máté Zalka, ahora en Albacete:

Notas de Ludwig Renn

Arriba me topé con el general Lukács, que vino a saludarme impetuoso y me hizo un guiño con sus traviesos ojos azules.

? ¡Trabajaremos juntos! Estoy montando el Estado Mayor y tú perteneces a él. Cuando ya estén aquí todos los voluntarios alemanes, te encargarás del segundo batallón alemán.

–Pero ¿tú no eras el jefe de las guerrillas?, le pregunté asombrado. Dirigí la vista al suelo.

–Largo Caballero no lo permite. No quiere armar a los campesinos y está absolutamente en contra de la revolución campesina.

–Pero, exclamé yo, eso es… (quise decir “traición a la causa de la República”, pero me reprimí y continué hablando acaloradamente) ¿Cómo se va a dirigir una guerra seria sin una fuerza tan fundamental como la masa campesina hambrienta? Los fascistas no son tan caprichosos. ¡Traen cada vez más moros de África porque no tienen suficientes seguidores en España! ¡Solicitan italianos a Mussolini y alemanes a los nazis aun cuando saben que ya nunca abandonarán el país!

Lukács guardaba silencio y yo, desesperado, pensé que, allí donde sucedía algo peligroso o se cometían errores, siempre entraba en liza el nombre de Largo Caballero.

–Es un viejo error de los socialdemócratas, dijo el general, desatender las demandas de los campesinos. La República Soviética Húngara cometió la misma equivocación.

“Y por eso se echó a perder, pensé yo. Lenin llamó por teléfono a Béla Kun para decirle que no olvidara lo que habían hablado. Se refería a la cuestión campesina”. No dije nada de eso en alto porque seguro que Lukács tenía información mucho más exacta que la mía sobre los hechos. [3]

Notas de Rodimtsev

Le encomendaron la organización de la 12 Brigada internacional y lo nombraron jefe de la unidad…

Combatientes de más de diez nacionalidades, de las convicciones políticas y los credos religiosos más diversos, formados en la explanada de Albacete, esperaban con interés en qué lengua les dirigiría la palabra el general Lukács, a la sazón desconocido para todos, hombre de cabello negro, apuesto, con pantalones de montar y cazadora de gamuza color café, sin insignias de mando, ceñida por el correaje. Todos deseaban que el comandante de la brigada fuese su paisano.

– Camaradas, para que nadie se sienta ofendido, hablaré en el idioma de la Gran Revolución Socialista de Octubre, dijo el jefe de la brigada.

Después de una breve pausa, en la plaza sonó una tempestad de aplausos. Así comenzó a actuar en España el general Lukács que, con sus primeras palabras, se granjeó la estima y la confianza de los combatientes…

El mismo 9 de noviembre llegó la orden a la XII BI de marchar a Madrid. Al día siguiente los tres batallones apenas organizados (Thälmann, Garibaldi y Andre Marty) embarcaron en tren rumbo a Villacañas. De allí fueron llevados en camión hasta Chinchón, donde les esperaba el teniente coronel Casado, supervisor de la operación que se iba a realizar sobre Getafe y el cerro de los Angeles (cerro Rojo).

4. La operación sobre el cerro de los Ángeles

El ataque al cerro de Los Ángeles estaba planeado para el día 12 de noviembre y se retrasó un día. Si la preparación de la brigada era mínima, la de la operación (dependiente del teniente coronel Casado) fue peor. No había mapas, poca artillería y la información sobre las fuerzas actuantes (la XII BI más dos brigadas españolas) y los movimientos a ejecutar fue muy deficiente. Los batallones llegaron tarde al punto de arranque y llegaron al pie del cerro sin apoyo artillero. Aunque intentaron el asalto, no lograron tomarlo y tuvieron que replegarse. Al mañana siguiente las tropas de la XII BI andaban dispersas y desorganizadas. Así fue la experiencia de Alexei Esiner:

Notas de Alexei Eisner [4]

Llegamos al cruce y corrimos –no se sabe con qué fuerzas– hacía el fondo de la plaza: de una losa vertical salía un verdoso caño y por él caía en la alberca un chorro de agua de manantial. Nos hartamos de beber y nos sen­tamos, extenuados, en un suelo apisonado por los cascos y más duro que si fuera de hormigón, a la sombra de una pared con aldabas para atar caballerías. Cerca de nosotros se entreabrió una puerta y, en el acto, la cerraron.

Me puse en pie, alargué el brazo hacia el fusil que había apoyado en un canalón y quedé estupefacto; por el lado de la carretera, con triquitraque de bastón, venía hacia nosotros el jefe de la brigada en persona. Cuando estaría a unos treinta pasos de nosotros, todos comenzaron a le­vantarse, sin que nadie lo ordenara, y a estirar bajo los cintos las arrugadas guerreras. Volví en mí y, con un ademán, ordené que formaran.

Con voz sonora y bastante enfadada nos preguntó ya desde lejos el general Lukács qué hacíamos allí. Avancé unos pasos y le informé en ruso que éramos nueve hombres rezagados de la unidad y que no sabíamos dónde se hallaba ésta. Al oírme hablar en ruso me miró inquisitivamente y me interrumpió, también en ruso, con su dejo especial: los sonidos blandos los convertía en duros y viceversa:

–¿En vez de decir «rezagados» no sería mejor decir «dormidos»?

Tuve que asentir. Cuando nos dormimos, en la trinchera había, cuando menos, cien hombres.

–No entiendo nada. ¿De qué trinchera habla?, volvió a interrumpirme descontento. ¿Una trinchera en La Ma­rañosa?

Le aclaré que habíamos pasado la noche cerca del Cerro de los Ángeles.

–¿Y vienen de allí? ¡Imposible!, se asombró el general Lukács. Todos los que estaban allí fueron retirados anoche.

Le contesté que, a nosotros, nadie nos había retirado y que, al principio, esperamos a la brigada, pero que, agotados por la sed y el hambre, decidimos retirarnos cuando llegó el batallón español. El jefe de la brigada me oía con la cabeza inclinada hacia el hombro y mirándome de soslayo. Iba perfectamente afeitado y de él emanaba un agradable olor a agua de Colonia. Al enterarse de que llevábamos sin comer más de veinticuatro horas no nos hizo más preguntas.

–Sígame con dos hombres.

No sólo yo, sino Gurski y Kazimierz no podían seguir tras su rápido paso cuando se dirigió por el callejón hacia la casa con las contraventanas cerradas y la puerta sin pintar donde había alguien. Debían haber observado nuestra apro­ximación por alguna ranura, porque tan pronto el general Lukcas golpeó con el bastón la puerta, ésta se abrió. Detrás había dos del batallón Thälmann ya entrados en años: un soldado nervudo y el canijo responsable. Ambos se llevaron el puño a la boina y dieron sendos taconazos. El jefe de la brigada habló con ellos en alemán. El responsable pareció querer objetar algo, pero Lukács pronunció imperiosamente, una breve frase en la que yo capté dos palabras deseadas: zehn mtionen. Los dos alemanes taconearon obedientemente, extendieron en el suelo un trozo de lona y comenzaron a sacar y colocar sobre ella diez panes, diez botes cónicos de carne envueltos en una polícroma etiqueta con una cabeza de vaca en un óvalo, diez botes de mermelada, cerca de un kilo de chocolate y veinte paquetes de cigarrillos españoles, con los correspondientes libritos de papel de fumar. Pagué todo el tesoro firmando en la libreta del intendente con el lápiz que éste se quitó de la oreja. Sin hacer caso de nues­tras débiles protestas, el general Lukács agarró el cuarto ángulo de la lona, nos ayudó a llevarla hasta donde nos es­peraban los demás y se alejó diciéndonos:

–Coman. Volveré dentro de media hora, tengo que ha­cerles algunas preguntas.

5. En Madrid: Fuencarral, Colmenar Viejo

Tras el fracaso del día 13, el mando de la Defensa de Madrid ordenó el traslado de la XII BI a Madrid. Lukács instaló su Cuartel General en Fuencarral y acantonó a sus tres batallones en Chamartín (Garibaldi), Fuencarral (Thälmann) y en la Huerta del Obispo (André Marty). Al día siguiente estos batallones marcharon a tomar posiciones en la zona de Puerta Hierro, detrás de la Ciudad Universitaria. Lukács informó de su llegada a los madrileños con un saludo que acababa así: “…Nuestros batallones se llaman Thälmann, Marty y Garibaldi, y bajo estos nombres nos incorporamos a vosotros para la lucha. La XII Brigada está firme y defenderá vuestra capital como si fuera verdaderamente su propio pueblo natal. Vuestro honor es el nuestro. Vuestra lucha es la nuestra. ¡Salud, camaradas!”

Mientras tanto, Lukács tenía una idea dominante: motorizar su unidad, ya que las experiencias de los días anteriores le llevaban a conseguir su propio parque móvil de camiones.

Notas de Eisner

–Pensando un poco en lo sucedido se comprende que, en estas condiciones, las posibilidades combativas de nuestra brigada dependen del transporte, de tenerlo o no tenerlo, mejor dicho. No se sabe el tiempo que hemos perdido en una semana y que podríamos haber utilizado en preparar a la gente o en descansar. Y todo porque los conductores del tren regimental no están subordinados a nosotros. El frente de Madrid es largo, por ahora no hay reservas, nos llevarán de un lado a otro y cada traslado se hará con retraso, por unidades. La brigada entrará en fuego también por unidades, y dentro de poco no quedará nadie para contarlo. Así no vamos a ningún lado. Ya cuando nos llevaron por ferrocarril a Chinchón comprendí que, sin transporte propio, estábamos perdidos.

El coche volvía a saltar en los baches como una barca en las olas. Dejamos a nuestra derecha un turismo volcado, del que habían quitado las cuatro ruedas.

–A fuerza de ver espectáculos como éste se me ocurrió un día recoger y reunir en un lugar los coches abandonados y utilizar aunque sólo fueran algunas piezas. Así nació el taller de Colmenar Viejo. Recuerde lo que le digo: si todo va bien, hacia principios de año tendremos un nombre nue­vo: la doce brigada internacional móvil.

6. Combates en la Ciudad Universitaria y creación del Cementerio de las BI en Fuencarral

El 20 el mando de la Defensa madrileña ordenó a la XII BI relevar a los batallones de la XI BI. De esta manera el batallón André Marty relevó al Comuna de París en las Facultades de Medicina y Filosofía, el Thälman al Edgar André en la zona del palacete de la Moncloa y el Garibaldi al Dombrowski en el Manzanares y la Casa de Campo. En las dos semanas siguientes protagonizaron intensos combates y consiguieron frenar los intentos franquistas de ampliación de la cuña conseguida en la Ciudad Universitaria.

Notas de Eisner

Día 19 de noviembre

Aquel mismo día, Lukács, acompañado por Gallo, ins­peccionó compañía por compañía todo el batallón Garibaldi, atrincherado en una zanja abierta a lo largo de un parque próximo al frente. Yo iba detrás de ellos. Cuando terminó Lukács me ordenó:

—En Fuencarral tomará dos hombres o los que le pa­rezca necesario y volverá aquí. Le proporcionaré una furgo­neta. Habrá de subir por ese sendero. Arriba hay una expla­nada, que se llama Campo de Polo. En el fondo verá una casa grande. No entre. Allí se encuentra el Estado Mayor de Durruti. Ahora están irritados por la derrota y, además, entre ellos hay gente que más vale tener a distancia. Bueno, más arriba, a un lado, verá una casita blanca con techo de tejas. Ocúpela, ponga un centinela y no deje entrar a nadie. Será nuestro puesto de mando. Nos trasladaremos antes de anochecer.

En el coche, Lukács me habló de Durruti y de lo mal que el jefe de los anarquistas soportaba el fracaso de su columna. Durruti y todo su séquito estaban seguros de que la simple aparición de los anarquistas catalanes en el frente de Madrid bastaría para poner en fuga al enemigo. Y los que habían corrido eran ellos. No cabía esperar otra cosa de su vehe­mente oposición a toda disciplina. Por lo visto, el propio Durruti lo había comprendido ya antes al decir: «¡Renun­ciemos a todo, menos a la victoria!» Pero era dudoso que la mayoría de los anarquistas abdicara del dogma. Se decía que su aerópago de Barcelona estaba disgustado por ¡a exce­siva libertad de opinión de Durruti. Lukács añadió que Durruti le había sido simpático: era enérgico, sincero, sin ambiciones personales, pero con un amor propio morboso que le ofuscaba rápidamente.

—¿Y cómo se condujo con usted?

—Muy amistosamente. Aunque con cierto recelo tam­bién: «No se te ocurra darme lecciones.» Pese a todo, ha acep­tado tener un consejero de nuestros camaradas. Han ele­gido a uno con mucho tiento. Es un gran tipo. Se llama Xanti. Ya lo verá usted, seguramente. Me han dicho que cuando Xanti apareció en la columna, con la intérprete, desde luego… Una chica encantadora, una argentina emigrada en Moscú… En resumen, Xanti y ella se presentan a los anar­quistas. Durruti no dio un salto de alegría, pero los recibió correctamente, les presentó a los demás y se marchó. El sen­tido estaba claro: «Me porto lealmente, vienes aquí porque te lo ordenan, no te mando con cajas destempladas, pero no te necesito.» El séquito de Durruti también fue desapare­ciendo poco a poco. Se quedaron solos Xanti y la intérprete, Lina… Salieron al patio y vieron a un grupo de anarquistas alrededor de una Maxim. Nadie sabía manejarla, natural­mente. Xanti se acercó y comenzó a explicárselo. Lina tra­ducía palabra por palabra. Así estuvieron hasta que llegó la noche. Al día siguiente por la mañana reanudó las explica­ciones de las ametralladoras. Cuando apareció por allí Du­rruti vio que el soviético hacía buenas migas con sus hom­bres. Y supo salir bien del paso. Se acercó, apartó a la gente y abrazó a Xanti: «¿Habéis visto qué consejero me han enviado? De lo mejor que hay. Es un amigo mío, un anar­quista ruso…»

Día 21 de noviembre

De los partes que había oído leer durante el día y de las conversaciones sostenidas ante mí se desprendía con toda claridad que Lukács había adivinado lo que ocurriría al relevar en pleno día. El relevo se produjo más o menos felizmente sólo en el batallón franco-belga, y eso porque el batallón reemplazado se encontraba en la Facultad de Me­dicina, edificio al que se podía llegar por pasos de retaguar­dia. El batallón Garíbaldi tuvo que moverse a lo largo del Manzanares por terreno bastante despejado, se atrajo el fue­go de las baterías enemigas y, luego, cuando se acercaba a las posiciones del batallón Dombrowski, el enemigo em­prendió el ataque previsto por Lukács. Como, en rigor, no podía hablarse de posiciones y el ataque se efectuó en el justo momento en que unos se retiraban y otros ocupaban su lugar, la nueva línea retenida por los garibaldinos quedó detrás de la anterior.

Al batallón Thälmann todavía le fue peor.

—¿Sabes por qué no vemos las chilabas de los moros por ese ventanillo?, preguntó Lukács a Belov, que recogía el plano, por la tarde, cuando la situación se iba consolidan­do. ¿No? Pues es muy sencillo; porque el enemigo no puede suponer que no somos más que un hilillo y que desde aquí hasta El Pardo no hay ni un solo batallón de reserva. En este caso, le han jugado una mala pasada sus conoci­mientos militares, soltó una risita y volvió a la seriedad. Bueno, también porque el hilillo resiste. Es decir, ya no somos una turba armada, sino una unidad militar de volun­tarios. ¡Hombres como nunca se ha visto!, se puso som­brío. Y los sacrificamos sin ningún provecho, despiadada y estúpidamente. Yo mismo acabo de aconsejar a Renn que trate mañana de restablecer la situación. ¡Miedo da pensar lo que puede costarle!

…Allo! Allo!, gritó alegremente Lukács. Bataillon Thälmann? Allo!…

Lukács hablaba animadamente por teléfono y yo hasta comprendí que al otro lado del hilo se hallaba el comisario Richard, por mediación del cual Lukács se entendía con Ludwig Renn, completamente afónico ya. Terminada la conversación, Lukács se acercó a Moritz, sentado al lado, lo levantó del taburete asiéndole por debajo de los brazos como cogen a los niños y lo besó.

—¿Ves?, dijo Lukács a Belov, El mismo no sabe lo que ha hecho. ¿Qué sería yo sin él? Cualquier cosa: enlace, comisario, intendente. De ninguna manera jefe de brigada y lo más seguro que un don nadie. ¿Y tú? Escucha, Belov: este hombre es un tesoro y tenemos que mimarlo…

Al finalizar el día se confirmó que la brigada resistía en las líneas que había podido ocupar por la mañana y que, al amparo de la oscuridad, había tratado de hacerse fuerte en ellas… Se había perdido el Palacete y las casas inmediatas, que eran ahora una cuna metida en el cuerpo de la brigada. Lukács se fue al Estado Mayor del sector y volvió ya de noche cerrada.

—Kléber exige terminantemente que restablezcamos la situación en el centro. Dice con razón que, con el enemigo en las casas situadas en lo alto de la loma, nuestra situación es desventajosa y que, además, cubrimos de oprobio a las brigadas internacionales. Se olvida de decir que la culpa de todo la tiene él. Ya le he advertido que se debió hacer el relevo esta noche, pero ahora ya no vale la pena volver a lo pasado. Lo único que he conseguido es que para mañana nos den una misión limitada: alinear nuestras posiciones. Se aplaza el contraataque. Un día que ganamos…

…Que a costa de bajas irreparables hayamos detenido hoy la ofensiva enemiga en el Palacete y Puerta de Hierro, dijo Lukács a Belov, disponiéndose a salir, no es cosa desdeñable. Pero en Carabanchel, los batallones de obreros madrileños rápidamente formados y las mejores brigadas del 5° Regimiento en otros sectores, no han hecho menos que nosotros. Por su lado, la Once, al rechazar los ataques a Húmera y Aravaca y contraatacando en las horas más difí­ciles en la Casa de Campo y, lo que más cuenta, recuperando la mitad de la Ciudad Universitaria ha hecho muchísimo más, indiscutiblemente.Pero nuestro gran éxito es haber establecido comunicación telefónica con la línea de fuego.

…Ahora muchos seguirán nuestro ejemplo. Y estamos aquí para darlo en todos los aspectos. Se nos tendrá en cuenta al ser los primeros en haber establecido comunica­ción telefónica, sobre todo, en favor de nuestro viejo Moritz , Lukács señaló con el bastón la escotilla del sótano.

Es después de estos combates cuando Lukacs se decidió a crear un cementerio para los internacionales. Los tremendos estragos que los combates estaban causando requerían que los brigadistas caídos tuvieran un lugar digno de reposo y memoria, ya que hasta entonces habían sido enterrados cerca de donde cayeron. Para conocer la génesis de este cementerio, que se estableció en Fuencarral, contamos con un relato proporcionado por Sebastià Herrero Agüí, hijo de Francisco Herreros Araque, el encargado de organizarlo:

Notas de Sebastíá Herreros

De familia republicana, mi padre se sintió toda la vida orgulloso de haber prometido lealtad a la bandera republicana… Al estallar la guerra civil vivía en Fuencarral, donde era secretario judicial su padre, siendo secretario judicial él mismo de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes. Hacia noviembre o diciembre de 1936, mi padre fue informado de la presencia de un cadáver en el Monte de El Pardo. Colaborando con su padre (con problemas de movilidad) fue a ejercer su trabajo, aún sabiendo que el cuerpo se encontraba en zona militarizada. Estando allí fue detenido por una patrulla que lo llevó al puesto de mando. Se trataba de soldados de la XII Brigada Internacional que por aquel entonces se encontraban acantonados entre Fuencarral y El Pardo. Cuando mi padre justificó el motivo de su presencia en la zona militar, el comandante que le interrogaba (o simplemente estaba presente) se mostró muy interesado. Se trataba del jefe de la Brigada, el general Paul Lukacs. Entonces le propuso a mi padre que, integrado en la XII BI, se encargara de organizar un cementerio que sirviera de última morada a aquellos «Voluntarios de las Brigada Internacionales, muertos heroicamente por la libertad del pueblo español, el bienestar y el progreso de la humanidad». Y así lo hizo.

7. Los combates de Pozuelo

El fracaso de las tropas sublevadas en su intento de tomar Madrid llevó a Franco y su cúpula militar a detener el asalto directo el 23 de noviembre de 1936. Las unidades situadas en la Casa de Campo estaban en precaria situación al estar sometidas a los continuos ataques que desde Pozuelo y Retamares les infligían las unidades republicanas de Galán y Barceló. Para evitar esta amenaza, Varela, jefe de las fuerzas rebeldes, planeó una ofensiva sobre Pozuelo que debía llegar hasta una línea marcada por Aravaca, Cuesta de Las Perdices, y Cerro del Águila. Se trataba de controlar toda la margen izquierda del Manzanares hasta el hipódromo del Club de Campo.

La ofensiva, iniciada el día 29 de noviembre, cogió de sorpresa a las unidades republicanas y permitió avanzar 5 km a las vanguardias rebeldes, aunque pudieron ser finalmente detenidas frente a Pozuelo y Húmera. Ese mismo día el mando de la defensa de Madrid ordenó reforzar el sector amenazado con cuatro batallones. Al día siguiente las tropas franquistas intentaron proseguir su avance pero, ante la obstinada resistencia, paralizaron su ofensiva. El día 2 de diciembre los republicanos, apoyados por carros, recuperaron algún territorio al sur de Pozuelo, terminando las operaciones el día 4.

En los contraataques republicanos intervinieron los batallones Garibaldi y Dombrowski, este recién traspasado a la XII BI. La actuación del Garibaldi le hará merecer la felicitación del Alto Mando de Madrid y su jefe, Randolfo Pacciardi, fue ascendido a teniente-coronel.

Durante una semana la XII BI disfrutó de un pequeño descanso y reorganización en su nueva zona de acantonamiento en los cuarteles de El Pardo. Pero el día 15 se iniciaron los combates en Boadilla.

8. Boadilla

Esta fue la segunda de las tres ofensivas franquistas en lo que se llamó la batalla de la carretera de La Coruña. Estas fuerzas consiguieron tomar Boadilla pero fueron frenados en la línea situada entre Pozuelo, Boadilla y Villanueva de la Cañada.

Notas de Eisner

De nuevo comenzó la ofensiva del enemigo, esta vez sobre Boadilla del Monte, al sur de Pozuelo. Las dos briga­das internacionales, primero la 11a y, luego, nosotros, fue­ron trasladadas de nuevo al frente sin haber podido terminar el plan de instrucción.

La 11ª entró en fuego sobre la marcha en el flanco de los atacantes y los detuvo delante de Romanillos, comprome­tiendo el éxito del enemigo, que había ocupado Boadilla… Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, acompañé al jefe de la brigada a un viaje de inspección de las posiciones… Por la tarde, la brigada recibió orden de relevar a la co­lumna que teníamos delante, y entonces se averiguó que nuestro flanco izquierdo estaba desguarnecido. Lukács volvió de Madrid con un fuerte dolor de cabeza y con voz apenas audible nos dijo que de madrugada llegaría un batallón es­pañol para taponar la brecha. De momento ordenó al jefe del escuadrón que enviara allí a dos secciones desmontadas.

—El batallón que nos agregan es selecto, dijo elevando la voz. Se llama Leones Rojos.

…La conferencia de los mandos en la noche anterior a la ofensiva contra Boadilla del Monte, a la que asistí como intérprete, fue inacabable, y, al día siguiente, me desperté muy tarde. Pronto comprendí que las cosas iban mal. En los batallones no se había sabido organizar el des­plazamiento nocturno a través del bosque y, en vez de comenzar la operación, al amanecer acababan de llegar a las posiciones de partida.

Los tanques también llegaron tarde. En fin, se había decidido aplazar el principio hasta las ca­torce, con la esperanza de sorprender al enemigo en las horas de la comida. Quedaba casi una hora. Pero, de pronto, temblaron los cristales: bombardeaban por las cercanías. Poco después, el puesto de mando de Pacciardi comunicaba que nueve Junkers habían atacado el bosque donde se ocultaban el grupo operativo y los carros. Los tanques estaban indemnes, pero entre la gente había bajas, aunque pequeñas.

—No puedo aguantar esas expresiones, dijo Lukács. Hay que comunicar las cifras. Si son muertos, las bajas pequeñas son grandes.

Poco después de las dos, ambos batallones desencade­naron el ataque. Al principio escuchamos el tronar ininte­rrumpido de la artillería enemiga, después comenzó a men­guar y pudimos oír los raros disparos de las tres piezas que constituían la batería Thälmann. Cuando ésta calló también, Belov ordenó a Morítz que le comunicara con Pacciardi, pero la línea resultó estar cortada. Por fortuna llegó Petrov. Por él nos enteramos que la ofensiva había fallado. No se logró sorprender al enemigo. Además del bombardeo, éste puso en acción nuevo material. Cuando los tanques salieron de entre los árboles fueron recibidos con fuego de un cañón anticarro, que en el acto alcanzó a uno. Los demás retrocedieron. Afortunadamente, el carro averiado pudo llegar hasta el bosque. Las ametralladoras enemigas separaron con fuego cruzado nuestra infantería de los tanques. Luego, la artillería hizo fuego de contención.

—En resumen, con mi aprobación, Pacciardi ha tomado la única decisión posible: desistir.

9. Ofensiva republicana en Mirabueno

Tras la batalla de Boadilla el mando republicano de la zona centro decidió lanzar una ofensiva sobre Sigüenza, para lo que contó, principalmente, con la XII BI. Comenzó el 1 de enero y los batallones tomaron las localidades de Algora (André Marty), Mirabueno (Garibaldi) y Almadrones (Dombrowski), pero no llegaron a Sigüenza. A los pocos días ejército franquista lanzó la tercera ofensiva de la carretera de La Coruña, fruto de la cual tomaron Pozuelo, Villanueva del Pardillo, Majadahonda y Las Rozas. Cabía la posibilidad de que pudieran rodear Madrid a través del Monte del Pardo, con lo cual las posiciones republicanos de la Sierra madrileña quedarían cortadas de la capital.

10. Contraofensiva republicana en Majadahonda

El mando de la Defensa de Madrid ordenó a la XII BI que acudiera a Majadahonda para recuperar la localidad y cortar el avance franquista.

Notas de Giovanni Pesce [5]

¡Qué frío hace este 10 de enero mientras en los camiones viajamos de madrugada…! Ahora continuamos a pie. Nuestro objetivo es marchar sobre [el vértice] Cristo, al sur de Majadahonda, y seguir más abajo durante algunos kilómetros. El Batallón «Garibaldi» está en el centro de la acción, desplegado con la Duodécima Brigada, flanqueado a la derecha por el Batallón franco-belga y a la izquierda por el Batallón polaco. El ataque comienza en una madrugada triste. Es el once de enero. Estamos a 8 km. de la carretera Las Rozas-El Escorial.

El amanecer ha emergido de la niebla mientras avanzamos. Apenas vemos a nuestro alrededor y tenemos que estar atentos para no caer por algún barranco. Hace frío y humedad. El terreno es accidentado. Los pies se hunden en el fango. Con enorme esfuerzo arrastramos las ametralladoras. Los carros de combate no pueden operar en el sector controlado por los garibaldinos… Nosotros seguimos avanzando… A las 16h nuestro batallón y la Duodécima Brigada están a las puertas de Majadahonda. El enemigo dispara de manera furibunda. Desde el campanario de la iglesia tabletean las ametralladoras y la artillería enemiga pelea cada metro de terreno.

Algunos garibaldinos caen heridos. Tenemos que ocupar la última trinchera para cercar las casas, pero los polacos no pueden avanzar y la noche nos sorprende atrincherados frente a Majadahonda, obligados a trabajar corno condenados para construir otras trincheras. Sigue haciendo un frío terrible; tumbados en las
trincheras nos juntamos unos a otros. Estamos cansados, exhaustos, pero no conseguimos coger el sueño. Aún así es necesario resistir y combatir porque aquí resistir y combatir significa la vida.

La noche es muy cerrada y no se ve a un metro de distancia. Una patrulla que acaba de volver nos comunica que en Majadahonda hay mucho movimiento: están llegando refuerzos. A la una nos toca salir de patrulla. Es indispensable saber qué hace el enemigo. Es terrible ir hacia las líneas enemigas cuando la oscuridad lo envuelve todo. Cada poco los fascistas disparan y los disparos nos ayudan a orientarnos. Avanzamos precavidos, parándonos al más mínimo ruido… Hemos llegado a las primeras casas de Majadahonda. Oímos ruido de camiones. De repente los fascistas disparan. Quizá nos han visto. Cuerpo a tierra, las balas silban sobre nuestras cabezas. El fuego aumenta de intensidad. Nos han localizado. Oímos los pasos de un grupo de fascistas que se acerca. Vemos a los hombres cuando están a pocos metros. Lanzamos las granadas y retrocedemos. Desordenadamente nos dirigimos hacia nuestras líneas mientras las balas siguen silbando. Volvemos al campo sin bajas.

Por fin el amanecer nos trae un cierto alivio. Por lo menos se ha acabado la pesadilla de la oscuridad, podemos ver lo que hay alrededor. Ha pasado otro día. Todavía es el alba, los fascistas atacan con los tanques e intentan romper las líneas. Bajo el fuego de nuestras granadas y ametralladoras salen en desbandada, se retiran; nosotros conseguimos dar un nuevo salto adelante y ocupar nuevas posiciones.

Es el tercer día de nuestra ofensiva. Los fascistas desencadenan un contraataque. Los tanques, la artillería no cesan de bombardear y ametrallar nuestras posiciones. Las granadas devastan nuestras líneas. Entre nubes de humo, los blindados del enemigo avanzan; se sienten seguros y llevan detrás a la infantería. Pedimos refuerzos. ¿Dónde estarán nuestros tanques? ¿Por qué no vienen en nuestra ayuda? Hay rumores de retirada. Pero el mando responde: ¡resistid!

La Compañía francesa, que defendía la carretera, se retira. Mientras nuestras ametralladoras concentran el fuego sobre la infantería, los garibaldinos atacan con granadas. Al mismo tiempo entran en acción los lanzagranadas para impedir a los tanques seguir avanzando. Uno de estos monstruos de acero es alcanzado, retrocede, da marcha atrás, huye. Las ametralladoras disparan. Los fascistas caen. Los tanques quedan aislados. Los minutos parecen horas y la batalla continúa entre explosiones y llamaradas repentinas. .. Nuestros disparos son cada vez más precisos y detienen a la infantería adversaria. Hasta los blindados se arredran y huyen rápidamente.

…La ofensiva del Ejército Republicano ha alcanzado sus objetivos sólo parcialmente y ahora la artillería enemiga nos ataca por la espalda. Es peligroso permanecer en las posiciones conquistadas: los abastecimientos llegan con dificultad; muchos garibaldinos están heridos. Llega la orden de abandonar las posiciones sin dejar huella. Desmontamos las ametralladoras, nos las cargamos a la espalda y, en fila india, conteniendo la respiración, abandonamos las trincheras. Tras horas de marcha llegamos a un punto donde nos esperan los automóviles para llevamos a San Lorenzo del Escorial. La orden de partida llega enseguida. Vamos a Arganda, después a Vicálvaro y, por fin, a Vallecas. No conseguimos comprender los motivos de estos traslados continuos. Quizá se está preparando una nueva ofensiva.

11. Batalla del Jarama

Los republicanos estaban preparando una ofensiva en el Jarama, pero se les adelantaron los franquistas. El 6 de febrero estos rompieron el frente rumbo a Arganda y Alcalá de Henares. La XII BI había estado dos semanas en Vicálvaro reorganizando sus filas tras la operación de Majadahonda. El 8 fueron acercados al Jarama y el 9 el Dombrowski trabó el primer combate en el Espolón de la Marañosa. El 11 se produjo el gran ataque fascista a los batallones de Lukács apostados entre el puente de Arganda y las colinas de Pajares. Fue una sangría, sobre todo para el batallón André Marty. Pero la firmeza de la XII permitió detener el avance. Hacían falta más tropas y, aunque con retraso, el mando madrileño envió al valle del Jarama la 5ª brigada de carabineros mandada por el coronel Sabio. Así lo narró el comisario de la XII BI en su novela La Gran Cruzada:

Notas de Gustav Regler [6]

En el olivar cercano al kilómetro 23 de la carretera Madrid-Arganda había dos caballos iluminados por la luz mortecina de la noche; sus jinetes, el general y el comandante de los carabineros, escuchaban en dirección a los cerros que confluían en el valle detrás de la carretera de Chinchón. Las ametralladoras salpicaban el silencio y las explosiones de las granadas llegaban hasta ellos en un ruido sordo; el fuego hervía encolerizado como una subida violenta de la marea para, a continuación, debilitarse. En unos minutos iban a descubrir si habían detenido al enemigo o si el enemigo había enmudecido a las tropas recién incorporadas. Si se trataba de un silencio sepulcral, pronto habría figuras grises corriendo por los viñedos que tenían delante: polacos reventados y desesperados de la retaguardia y las figuras altas de los carabineros. Ninguno de los dos hombres abría la boca. Ambos sabían que sólo una victoria podría restablecer su amistad. Si el combate había terminado mal, la disponibilidad tardía del español para aparecer en el campo de batalla ya no tenía sentido y el gesto del general, que se había abalanzado sobre el caballo hasta que el español lo hubo detenido allí mismo hacía media hora, también era ridículo.

– Por ahí vienen unos cuantos, dijo el general sujetando las riendas con más fuerza. Por los viñedos se acercaban diez hombres tropezando; llevaban a un herido, aunque también podía tratarse de una ametralladora.

Sabio, el español, galopó hacia ellos; el general vio que los paraba, pero no debían de ser españoles, porque no respondían. Entonces el español señaló hacia atrás y lo siguieron. El general espoleó al caballo y cabalgó al encuentro de los hombres. Ahora los reconocía; eran Janek y los hombres de su retaguardia. Caminaban con las rodillas agotadas, como los ancianos. Cuando descubrieron al general, se detuvieron y saludaron; levantaron el puño y mostraron una sonrisa en sus rostros soñolientos. El general bajó del caballo, se abalanzó sobre Janek, lo cogió por los hombros, lo besó, lo alejó para contemplarlo, lo volvió a besar y luego extendió los brazos hacia los demás, que comenzaron a llorar.

– Khorosho, rebiati, dijo; bien, hijos míos. Luego se volvió hacia el español, que también se había puesto a llorar.

– Usted, camarada, chapurreó, ¡aquí y aquí! Acompañando su español limitado de gestos, indicó que el comandante tenía que quedarse en ese olivar, y el batallón, en aquellas elevaciones; su tono revelaba lo contento que se sentía.

Cogió a Janek del brazo y lo llevó consigo. Jamás lo habían visto hablar tanto. Llegaron juntos a la casa pequeña del kilómetro 23, donde esperaba el coche del general.

–Tus hombres están en el pueblo, y una parte allí detrás, en la fábrica azucarera, le explicó a Janek. Ahora están los carabineros allí arriba. Si es necesario, movilizo a los italianos y los pongo a su derecha, hasta el valle; lo bloquearán todo hasta la pared rocosa. Y allí arriba, en la ladera larga del monte, estarán los alemanes, la XI, dentro de dos días. Ellos lo recuperarán todo; están tranquilos y descansados, y se les han unido cientos de españoles, buenos españoles.

Le dio un codazo a Janek:

– Lo has hecho bien, muy bien, repitió, y guió hasta el coche al soldado, que estaba tan cansado que sólo podía esbozar un amago de sonrisa. ¡Al cuartel!, ordenó, y metió a Janek en el coche; dentro le tapó hasta los pies con una manta, la remetió por debajo de él y se quedó sonriendo, parloteando y frotándose las manos hasta que llegaron.

12. Batalla de Guadalajara

Tras el fracaso franquista en el Jarama, las tropas italianas del CTV intentaron llegar hasta Alcalá de Henares avanzando por la carretera de Zaragoza y el valle del Henares. La ofensiva comenzó el 8 de marzo y avanzó con ímpetu hasta Trjueque y Brihuega. A partir del 12 el avance fue contenido por las unidades republicanas llevadas con urgencia, entre ellas la XI y la XII BI. Desde el 18 se inició una contraofensiva que hizo retroceder las líneas italianas hasta la mitad del avance que habían conseguido.

El general Lukacs (izq) con asesor soviético tras la batalla de Guadalajara. Posiblemente en Torija, marzo de 1937

Notas de Rodimstsev

En la batalla de Guadalajara se evidenciaron en toda su plenitud las dotes y la capacidad extraordinaria del general Lukács. Su brigada fue la primera de las unidades del ejército republicano que estableció una comunicación constante por teléfono, cosa de gran importancia para la buena dirección de las operaciones de las pequeñas unidades en el campo de batalla. El servicio de sanidad, superiormente equipado, no sólo atendía por completo y sin pérdida de tiempo a los heridos y enfermos de la brigada, sino que ayudó a otras unidades, en particular a la división de Enrique Líster. Acerca de la labor de sus médicos y demás personal sanitario, el general Lukács dijo con gran cordialidad: «…Sólo quienes se desangran en el campo de batalla pueden comprender lo que significa para los combatientes la mano solícita y hábil del personal sanitario». Recalcaba la gran importancia política y sicológica del servicio médico militar.

Lukács dedicaba una gran atención a la movilidad y la capacidad de maniobra de las pequeñas unidades, sin lo cual, en su opinión, no es posible el éxito en el combate moderno. Era un jefe militar sagaz y previsor. A costa de los enormes esfuerzos de su general, la brigada se hallaba casi al completo motorizada lo que incrementaba fuertemente su capacidad combativa.

Al dirigir a los hombres, al formar y fortalecer la destreza combativa de la brigada, al elevar la conciencia política de sus combatientes, Lukács se apoyaba siempre en la experiencia de Máté Zalka, el comandante rojo de la guerra civil, célebre por sus acciones en la lucha frente a la contrarrevolución y la intervención extranjera. Para los revolucionarios españoles, Pául Lukács y su brigada servían de ejemplo de actitud comunista ante la obra. De él aprendían a combatir.

13. Tres escritores con la República: Lukács, Ehrenburg y Hemingway

Las urgencias de la guerra no ofrecía mucho tiempo para las tertulias literarias, pero sí existieron momentos que propiciaron el encuentro de escritores. Nos vamos a reducir en este caso a estas tres figuras.

Notas de Ehrenburg

Cuando hablo de las personas que conocí, empiezo el relato a partir del día que las vi por primera vez, o bien del día en que un conocimiento superficial se convirtió en algo diferente; es decir, cuando entraron en mi vida; el relato sobre Máté Zalka lo he empezado con su muerte; me impresionó. Además, le conocí poco antes del final; todos mis recuerdos se refieren a marzo-abril de 1937: Brihuega, diferentes puestos de mando, luego dos aldeas donde la XII Brigada descansaba (bajo los bombardeos), Fuentes y Meco, de nuevo el puesto de mando junto a Morata de Tajuña, Madrid y el pueblo incendiado de Igriés.

En la Unión Soviética había visto dos o tres veces a Máté Zalka; nos saludábamos y eso era todo, no teníamos amigos comunes. No conocí a Máté Zalka, conocí y aprecié al general Lukács, al húngaro, al defensor del pueblo español, al escritor que había trocado el escritorio por el campo de batalla.

Naturalmente, cuando conversaba con Lukács veía a Máté Zalka; aunque había combatido mucho en su vida, no se había convertido en un militar; su modo de abordar a las personas venía dictado por el interés y la comprensión del escritor, que conoce muchísimo mejor los complejos de pasiones que las cotas de los mapas.

Volví a leer su novela Doberdo; es evidente que Zalka tenía auténtico talento, pero su vida tomó tales derroteros que hasta el final se consideró un novato inseguro. No tenía aún dieciocho años cuando publicó un librito de cuentos. Su padre le preparaba para otra carrera: le hizo sentar plaza antes del llamamiento. El joven Máté fue a parar a la escuela militar y luego al frente…

…Terminó la guerra, pero Zalka continuó viviendo de forma tumultuosa, sirvió en patrullas de aprovisionamiento y escribió cuentos de propaganda… Sólo en los años treinta pensó seriamente en su tarea literaria, y terminó la novela Doberdò pocas semanas antes de partir para España. Zalka había nacido escritor. La época imponía las guerras y el lugar en la formación lo sugería la conciencia.

Yo había estado en la XII Brigada con Hemingway, había estado con Sávich, y había estado solo. No sé por qué, a todos nos gustaba visitar a Lukács y a sus compañeros de armas… Volviendo una vez a Madrid desde Fuentes de la Alcarria, Hemingway me dijo: “No sé qué escritor será, pero yo le escucho, le miro y estoy todo el rato sonriendo. ¡Es un hombre notable!” Lukács era un hombre alegre que sabía alegrar a los demás: a los soldados, a los campesinos, a los periodistas.

Hemingway llegó a España relativamente tarde, en marzo de 1937. Tuvo ocasión de contemplar desde la barrera la batalla de Guadalajara, de conversar con sus protagonistas y de sacar sus conclusiones. Conoció a Lukács y le interesó el personaje que aunaba el amor por las armas y las letras, como Garcilaso de la Vega. Uno de los que mejor le conoció fue su ayudante personal, que escribió años después el siguiente artículo:

Notas de Eisner

Lukács se inició en las Bellas Letras a los 18 años. Carecía en absoluto de esa envidia propia del escritor. Por el contrario, era el tipo ideal de lector: con igual satisfacción leía y expresaba su admiración a todos los escritores. Parecía que no podía pasarle por las mientes que hubiera escritores imperfectos. Le causaba dolor cualquier observación negativa hecha al escritor. A priori estaba dispuesto a respetar a la persona que se consagrara a las letras. Pero, enseguida me di cuenta de que en relación a Hemingway demostró cordialidad más profunda que la común. Al cabo de unos años, leyendo Doberdò, observé el respeto que Hemingway le infundía a Lukács… Y a pesar de que no podían hablar con el corazón en la mano, ya que Lukács conocía el húngaro, alemán y ruso y Hemingway, el inglés, italiano, español y francés, nació un contacto intelectual: habían sido amasados de una misma pasta.

Las novelas de temas bélicos eran las que más gustaban a Lukács y Adiós a las armas la contraponía a la de Enrique María Remarque:

–Remarque es medroso y poco compasivo. El miedo es un sentimiento natural del hombre aunque no es el más hermoso…

–¿Le gusta a usted Hemingway?, me preguntaba repetidas veces. A mí también y mucho. Es tan modesto que se sonroja como una doncella. Fíjese usted, este enorme talento lo dejó todo y se encuentra aquí, con nosotros, arriesgando a cada momento su vida. Me da temor pensar… ¡Él es el que escribirá sobre España y todos quedarán patitiesos! …

Lukács tenía en alta estima a Koltsov, a quien conocía hace años… y no cabía en sí de contento al ver a Hemingway, alegría que siempre experimentaba al entablar conocimiento con cualquier escritor, cualquiera que fuere su talento o fama.

Me agradaba observar a los dos: Lukács trataba a Hemingway con cuidadosa ternura como si fuera un herido que se está reponiendo… o un enorme florero de porcelana que al hacer un movimiento torpe puede fácilmente romperse. Lukács lo tomaba del codo, lo sentaba en la silla, le ponía en el plato lo que a su modo de ver era más sabroso, y le servía la bebida. En una palabra, hacía de niñera. Hemingway, por su parte, miraba a Lukács con abierta satisfacción e insistente curiosidad. Le asombraba su perfección e integridad.

El guión de Hemingway para La tierra española, o mejor dicho, el epílogo lírico, es testimonio de lo expuesto. Se trata del pasaje en que Hemingway declara que para él la muerte no tiene significado alguno y que le fastidiaba por las personas que siega, añadiendo: “Pienso que en la guerra la muerte está mal organizada. Eso es todo. No quisiera compartir esta idea con Heilbrunn [7] porque, seguro, le daría la risa con Lukács, quien comprendería perfectamente”.

… Si la memoria no me traiciona Hemingway se encontró por última vez con Lukács en La Moraleja.[8] Quizá por eso describiría esta velada… Fue en la fiesta del 1º de mayo en La Moraleja, organizada por nuestro médico, que Hemingway relata nostálgico: Lukács presidía la mesa y Heilbrunn se encontraba en el lado opuesto. Lukács invitó a Hemingway a sentarse a su lado, a su mano derecha. Yo me encontraba entre ambos y me parece que fuera ayer… Hemingway observaba a Lukács con envidiable admiración, quien tomó un lápiz lo puso entre los dientes y con los dedos tocó Manzanita (canto de los marineros) y la Marcha de Budeney (de la Caballería Roja). El sonido melodioso y dulce se asemejaba al de la flauta. [9]

14. Hacia la formación de la 45 División internacional

En los meses de abril y mayo el general Lukács se dedicó con intensidad a preparar la División en la que había soñado desde finales de 1936. Configuró la XII BI como una brigada de color italiano, la brigada Garibaldi, y con cuatro batallones italo-españoles. Para mantenerla activa intervino en pequeñas acciones en el Jarama y en la operación de Garabitas.

Los otros dos batallones, el Dombrowki y el André Marty, constituyeron a finales de mayo, junto con el Rakosi, la espina dorsal de una nueva unidad: la 150 BI, a las órdenes del pintor sefardí Gerassi. Sin apenas tiempo de lograr la cohesión, esta gran unidad fue enviada a Aragón para intervenir en la operación contra Huesca. Pocos días antes de que esta comenzara, Lukács escribió a su mujer y su hija:

5 de Junio de 1937:

He recibido dos cartas de una vez. Soy feliz. Se ve que el correo marcha ya bien y eso es una verdadera dicha. Pues tus cartas son un verdadero acontecimiento espiritual en mi vida…

Ahora, sobre mi estado de salud. No es malo: claro que me fatigo. Pero en el último tiempo, la carga se ha aligerado y al momento me animo. Debo recuperarme. También los ojos se han calmado. Llevo gafas oscuras para protegerme del sol. Las jaquecas también se han hecho raras en el último tiempo. En cuanto a mi retorno, no puedo decir nada. La misión todavía no se cumplió y mantendré en alto la bandera hasta el fin. De que cumplimos las tareas encomendadas con honor no cabe la menor duda.

Me es muy grato, Vérochka, leer tus líneas, con las que me infundes ánimo. Eso da calor a mi corazón. Me siento orgulloso de mi esposa y de mi hija. ¡Auténticas, auténticas! Así deben ser la esposa y la hija de un comunista. Verita: es muy difícil leer las líneas en que hablas de tus añoranzas. Con esto no quiero decir que no escribas acerca de ello en el futuro. Escríbeme sin falta sobre todo cuanto sientes de lo contrario, las cartas carecerán de sentido. Pero se hace duro leerlas, pues también yo añoro mucho. Pero hay que hallar fuerzas en nosotros mismos para superarlo. Lo principal es ser dignos hijos del país ante el cual se inclinan hasta sus enemigos jurados. ¿Sabes? Cuando me fatigo mucho después de un día difícil, cuando se callan nuestras fuertes voces y siento que quedo sin fuerzas, basta con pensar en que procedo de ese país, para que me sienta avergonzado y recobre las fuerzas. Eso disciplina y anima en alto grado. Piensa en lo que diríais tú o Tala, o aquellos que pusieron su fe en mí, si resultase yo débil.

Por eso te pido que tengas fe en que nos encontraremos sin falta, en que retornaré.

Tuyo, Máté.

15. Muerte en Huesca

Estaba reciente la revuelta de Mayo en Barcelona y los ánimos de las unidades de la CNT y el POUM que iban a colaborar en la ofensiva no eran muy colaborativos. La dirección del conjunto de la acción se dio al general Lukács. Afirma Ehrenburg que este estaba inquieto antes de la ofensiva: “Sabía que todo el peso del golpe caería sobre las Brigadas Internacionales. Cuidaba de las personas, pero no de sí mismo, y murió porque en su prisa por llegar al puesto de mando siguió un camino batido por el fuego enemigo, un camino por el cual había prohibido que pasaran los demás”.

Efectivamente, el día anterior al comienzo de en la ofensiva este fue repasando las posiciones de las diferentes unidades. Desgraciadamente, al pasar por el Estrecho Quinto un proyectil disparado desde Huesca impactó en el coche en el que viajaba y quedó herido de muerte, como el conductor, Ventura Saornil. Los otros dos acompañantes, el comisario de la brigada, Regler, y el asesor ruso Batov, resultaron heridos. Ambos escribieron sus recuerdos del incidente. En este caso vamos a utilizar el de Batov, por ofrecer algunos detalles más `precisos:

Notas de Pavel Batov [10]

Para no llamar la atención del enemigo en un segundo reconocimiento, los coches salieron del pueblo con un intervalo de tres minutos. Habíamos convenido encontrarnos en un sitio determinado. En total, salieron tres automóviles, llevando a ocho jefes que respondían de la futura operación. Yo iba con Mate Zalka en el primer turismo. Cambiando impresiones acerca de la necesidad de establecer orden en las carreteras próximas al frente, llegamos a la conclusión de que había que colocar patrullas de oficiales del Batallón Dombrovski. Mate Zalka estaba profundamente indignado por el desbarajuste existente en las unidades de aquel frente, recordándome la firme disciplina de las tropas del Frente del Centro.

En aquel momento, el automóvil entró en un tramo de carretera batido por la artillería. Los facciosos abrieron fuego de cañón desde las afueras de Huesca. Una explosión de colosal fuerza despidió el coche hacia las rocas que bordeaban el camino. Más tarde se supo que el proyectil había acertado en la rueda delantera derecha. Todo esto ocurrió en un instante. El golpe abrió todas las puertas del automóvil y yo salí despedido a la carretera, donde permanecí un rato sin conocimiento. Cuando lo recobré, vi un poco más adelante, bajo un puente, un grupo de españoles. Les grité: ¡Traer una ambulancia! Me puse en pie, anduve unos cuantos metros, pero un dolor lacerante en la pierna me hizo caer nuevamente a tierra. Sólo entonces vi a Lukács, tendido en una postura extraña: las piernas estaban dentro del coche y el tronco colgando sobre la carretera. En su cabeza, cubierta de espesa cabellera negra, se advertía una herida que se destacaba por un manchón sanguinolento y blancuzco. En aquellos momentos salieron arrastrándose de debajo del puente dos soldados españoles. Pude señalarles con la mano dónde se encontraba Mate Zalka, les dije que era el general Lukács y me desmayé de nuevo.

Sobra decir que la ofensiva fracasó. A las circunstancias ya citadas hay que añadir que la operación carecía del factor sorpresa y que los defensores estaban preparados para resistir los embates. Mientras tanto el general Lukács fue llevado con urgencia a un hospital improvisado donde falleció.

Entierro del General Lukacs en Valencia. En primer plano, de espaldas, la fotógrafa Gerda Taro

En el frente de Córdoba, donde actuaba la XIII BI, la noticia le llegó a otro escritor alemán, Alfred Kantorowitz, comisario del batallón Chapaiev.

Notas de Alfred Kantorowitz

En el exilio se dedicó a escribir, hay algunas buenas novelas escritas por él. En realidad, no lo conocí, por desgracia. Es poco lo que sé de él. Es uno de aquellos revolucionarios que durante muchos años de su vida fueron abnegados soldados sin nombre de la lucha por la liberación de su clase, cuyas biografías se vuelven conocidas y necesarias para sus camaradas sólo tras su muerte…

Lo recordaba como un camarada amable y cordial desde un breve encuentro durante unos minutos el día de la batalla de Las Rozas [Boadilla] en diciembre de 1936. Lukács me dio la mano: ‘Ya me han dicho que estás aquí. Contigo tengo que hablar de tu artículo Literatura de guerra’. Me hablaba como si me conociese desde hacía años y se hubiese separado de mí el día anterior. Sin embargo yo no lo había visto nunca antes y para mí su nombre estaba especialmente ligado a la mítica defensa de Madrid. Su apretón de manos era amistoso y firme y sus ojos miraban vivaces y cordiales.

Notas de Pietro Nenni

La muerte ha privado a las Brigadas Internacionales de uno de sus jefes más populares. El general Lukács, jefe de la II Brigada Internacional (XII brigada móvil), resultó muerto el viernes 11 de junio. A su lado, quedó gravemente herido el comisario de brigada, compañero Regler, al que deseamos ver pronto restablecido. Una granada dio de lleno en el coche del general mientras, por una carretera descubierta, se trasladaba a las primeras líneas.

…¡Pobre Lukács! Era un artista al que la revolución había disputado a la literatura. Buen soldado, esclavo del deber, con esa pizca de poesía en el espíritu y de romanticismo en las costumbres, que un revolucionario pone a menudo en todas las manifestaciones de la vida. Con él, la Brigada se había convertido en una gran familia. Además del hombre, esta noche acaba algo que no revivirá jamás.

…El general Lukács era húngaro de nacionalidad y ruso de adopción. Había participado, en Hungría, en la revolución bolchevique, emigrando a Rusia tras el hundimiento de la efímera dictadura de Bela Kun. Tenía dos pasiones: las aventuras y los estudios militares. Oficial de Caballería, luchó heroicamente en la guerra civil de Rusia y fue herido cinco veces. Luego participó también en la guerra de China.

Al estallar la guerra civil en España, el general Lukács puso su experiencia al servicio del Gobierno republicano. En noviembre del año pasado, tomó el mando de la II Brigada Internacional, de la cual supo hacer una unidad militar, excelente en todos los sentidos.

El Batallón Garibaldi había luchado bajo sus órdenes desde el primer momento, y entre el general y Pacciardi se habían establecido relaciones particularmente afectuosas, de estima y de confianza. En la mesa del general había siempre un lugar para Pacciardi, para Nenni y para Barontini. En el mando de la brigada y de la división, los garibaldinos eran tenidos en gran consideración. Últimamente, el general contaba entre sus principales colaboradores al compañero capitán Roasio y al compañero capitán Bíanchí, de los que recientemente había hecho el más vivo elogio.

Cuando las circunstancias de la guerra permitían alguna distracción o fiesta, el general invitaba con particular satisfacción a los garibaldinos. Y había que ver con qué brío, con qué alegría cantaba con nosotros Bandera roja, Bella biondina capricciosa garibaldina y Guardia roja.

Este ‘profesional de la revolución’ era un espíritu inquieto, curioso de todo y de todos, culto, fino y romántico. Amaba su oficio, a su partido; tenía una elevadísima conciencia de su deber. Lo recuerdo una noche, durante la batalla de Arganda, en el pasado febrero. Las cosas iban mal, el enemigo se había infiltrado entre la nuestra y la primera brigada, amenazándonos de cerco. Había que restablecer a toda costa el contacto y el frente, tener una idea precisa de la situación, localizar exactamente la posición de las dos brigadas. El general partió a caballo, en plena noche, escoltado por un solo oficial, que, como él, no sabía una sola palabra de español. Encontró el enlace que buscaba, logrando salir de una de las más difíciles situaciones. Solía decir: “La próxima guerra revolucionaria la haremos en Italia”.

Ha muerto. Y deja un recuerdo imborrable para todos aquellos que lo conocieron

Notas de Ehrenburg

Cuando Zalka murió tenía 41 años. Poco antes de su muerte, el día de su cumpleaños, escribió: “He pensado en el destino, en los altibajos de la vida, en los años pasados, y he quedado descontento de mí mismo. He hecho poco. He tenido pocos éxitos. He conseguido poco”. Condescendiente para con los demás, era riguroso consigo mismo. En su camino de escritor se presentaban, una y otra vez, los altibajos de la vida.

… “La guerra es una porquería terrible”, esto lo dijo más de una vez; no había en él temeridad ni actitud militarista… Doberdò no era aún más que unas argumentaciones. Ahora ya no hay que demostrar nada: cada piedra es una demostración. “Sólo hay que saber mostrar al hombre tal como es en la guerra. Y no estropear las voces… No me gustan los gritos”.

Valencia enterró solemnemente al famoso general Lukács; sólo algunos compañeros de armas sabían que se estaban despidiendo de Máté Zalka, del escritor que no había escrito el gran libro en el que soñaba. Alegre y comunicativo, amaba, sin embargo, el silencio; estuvo escuchando tiroteos poco menos que durante todo su vida, dormía, como él decía, “con la oreja pegada a la tierra”, pero sabía oír los latidos del corazón humano; vivía ruidosamente pero hablaba quedo. Quizá su talento literario le ayudara a comprender al soldado.

Todos le querían, y, no obstante, estaba al mando de una gente que no sólo no hablaba el mismo idioma, sino que a veces no tenía ni una idea común; en las unidades bajo su mando había mineros polacos, emigrantes italianos, comunistas, socialistas, republicanos, obreros del cinturón rojo de París y franceses antifascistas de todos los matices, hebreos de Vilna, españoles, veteranos de la primera guerra mundial, adolescentes inmaduros.

Notas de Rodimtsev

A Lukács lo enterraron en Valencia. Cientos de miles de españoles acompañaron en su postrer camino al héroe estimado. Uno de los combatientes de su brigada recordó aquel día: «Con este motivo, un día de verano de 1937 se cortaron todas las rosas de los jardines de Valencia para cubrir con ellas el féretro del general. Brillaban al sol filos de las bayonetas y las ramas de los naranjos formaron las coronas de los laureles». Sobre su tumba los obreros alzaron un monumento de piedra blanca y en él esculpieron los versos de Mijaíl Svetlov:

Dejé la casa amada
y me fui a combatir
La tierra en Granada
Deben repartir.

De regreso a mi casa, sin saber por qué, recordé las palabras de Ernest Hemingway: «De jóvenes dábamos gran importancia a la muerte. Ahora no le damos ni la más mínima. Tan sólo la odiamos por los hombres que se lleva». Y yo pensé que es doblemente doloroso cuando la muerte se lleva a un hombre que se entregó a la lucha por la felicidad de los demás. Quienes tuvimos la dicha de vivir junto a él o de luchar con él guardaremos por mucho tiempo la imagen del hijo del pueblo húngaro, héroe de España.

16. Post mortem

Sus restos fueron enterrados inicialmente en de la Valencia, entonces capital de la España republicana.

Decadas después, tras la muerte de Franco, su familia pudo recuperar sus restos y trasladarlos a Hungría. En el año 2001 el sobrino de Zalka -también brigadista-  visitó España junto con otros 100 voluntarios que celebraron en segundo gran homenaje a las Brigadas Internacionales, consiguiendo el permiso para la exhumación. Los restos de Zalka fueron trasladados a Hungría y sepultados en el cementerio militar de Kerepesi, Budapest, donde descansan junto con otros altos héroes militares húngaros.

NOTAS

[1] Alexander Rodimtsev, en España “Pablito”, fue un experto soviético de ametralladoras que entrenó a numerosos voluntarios y más tarde se convirtió en uno de los asesores de la I brigada mixta de Líster. Durante la guerra mundial fue uno de los héroes de la defensa de Stalingrado.

[2] Oficial del ejército imperial del Kaiser Guillermo II que intervino en la primera guerra mundial. Al acabar esta abandonó el ejército y escribió la novela Guerra, con propósitos pacifistas, y posteriormente pasó a militar en el partido comunista alemán. Pasó por la cárcel tras el incendio del Reichstag y, al salir de esta, marchó a España a combatir el fascismo. Durante la segunda guerra mundial estuvo en el exilio en diversos países americanos, regresando a la RDA en 1947 y dedicándose a las tareas universitarias.

[3] El asunto de la formación de guerrillas fue muy debatido en el seno del nuevo ejército republicano. Probablemente no fue bien visto por los generales (Asensio Torrado y Cabrera, entre otros) que asesoraban a Largo Caballero. Pero los asesores soviéticos insistieron en la necesidad de crear grupos guerrilleros, sobre todo para obtener información y desorganizar el sistema logístico del enemigo. Parece que algunos militares, como Vicente Rojo, coincidían en este planteamiento.

Fue en enero cuando se dio el primer paso desde la base de las BI Albacete y se fueron formando núcleos en Andalucía, Extremadura y zona central. El coronel Mamsurov fue el principal organizador de estos grupos. Ya bajo el gobierno de Negrín, y con Vicente Rojo como Jefe del Estado Mayor central, se fueron consolidando estos grupos que finalmente conformaron el XIV Cuerpo de Ejército –ya regularizado dentro de la jerarquía militar republicana– y jugaron un papel no decisivo pero sí importante en la confrontación bélica.

[4] Alexei Eisner era un jovencito que emigró con su padrastro tras el triunfo de la revolución soviética. Hizo estudios militares y trabajó en París en oficios sin categoría. Queriendo volver a Rusia, se enroló en la XII BI y, tanto por sus idiomas como por sus conocimientos militares, se convirtió en el ayudante personal del general Lukacs. Condenado en la URSS a varios años en campos de concentración, fue rehabilitado a partir de 1956. Escribió varios libros, entre ellos La XII Brigada Internacional.

[5] Este joven comunista italiano se enroló con 18 años en el batallón Garibaldi, con el que hizo la guerra hasta la retirada de las BI en septiembre de 1938. Tras pasar por los campos de internamiento de Francia, regresó a Italia donde fue encarcelado. En 1943 se unió a los grupos partisanos con los que llevó a cabo acciones que le valieron la Medalla de Oro al Valor en 1947. Se mantuvo leal a sus valores comunistas hasta el final de su vida.

[6] Escritor alemán. Intervino en la primera guerra mundial y en 1929 ingresó en el partido comunista alemán. Marchó a España desde el exilio de París y fue nombrado comisario de la XII BI. Herido cuando viajaba con el general Lukacs en junio de 1937, regresó a Francia y luego a México. Pasó sus últimos años en la RFA. Entre otros libros escribió La gran Cruzada.

[7] El médico alemán Werner Heilbrunn se encargó desde el principio de la sanidad de la XII BI. Murió al día siguiente de Lukacs, cuando el coche en que viajaba fue alcanzado por un avión franquista. Junto con Lukacs y Ventura Saornil, recibieron el homenaje del pueblo republicano en Valencia.

[8] En este parque situado en Alcobendas, al norte de Madrid, se habilitó un acantonamiento de la XI y XII BI durante los meses de la defensa. A partir de mayo la XI BI decidió financiar un Hogar infantil para huérfanos de la guerra, sobre el que puede leerse el trabajo de Isabel Esteve

[9] Artículo publicado en Noviy Mir, 1961

[10] Conocido en España como Pablo Fritz, fue asesor de la XII BI hasta agosto de 1937. Durante la segunda guerra mundial, ya como general, mandó unas tropas que destacaron en Stalingrado y Minsk. Fue Jefe de Estado Mayor del Pacto de Varsovia.