Las Brigadas Internacionales en la defensa de Madrid

Comisión histórica de la AABI

Con motivo de la inauguración del monumento a las Brigadas Internacionales en Vicálvaro (5 de noviembre de 2017) publicamos este trabajo que resume y testimonio la aportación que los voluntarios de la XI y la XII BI hicieron para desbaratar el plan fascista de conquista de Madrid.

1. MADRID COMO PRIMER OBJETIVO MILITAR Y POLÍTICO DE LOS GOLPISTAS

Desde los preparativos de la conspiración golpista, sus protagonistas consideraron esencial hacerse con el control de Madrid. Mola, temiendo que la sublevación fracasara en la capital, proyectó una marcha de columnas que desde Valladolid, Burgos, Zaragoza y Valencia convergieran en Madrid. Como último recurso se contaba con la acción del ejército de África. Y así fue. Éste, tras efectuar el paso del Estrecho, inició su avance sobre Madrid a través de Sevilla, Extremadura y Toledo.

La resistencia opuesta por las milicias, aunque ineficaz, fue encomiable. Fue esa la razón que explica el que hizo que una marcha programada para un mes, o dos como máximo, se alargara hasta los tres meses. Ese ritmo lento benefició a la República ya que, por un lado, permitió realizar obras de fortificación en los alrededores de Madrid y dio tiempo a la llegada del material militar enviado por la URSS; esos combates, por otro lado, fueron proporcionando a las fuerzas republicanas un aprendizaje necesario y permitió ganar tiempo para la formación de un ejército capaz de enfrentarse a las veteranas, y cada vez mejor pertrechadas, fuerzas rebeldes.

Al aproximarse a Madrid el ejército de África, las autoridades de la República, que no creían en su capacidad de defensa, decidieron abandonar la capital. El gobierno salió el día 6 rumbo a Valencia, delegando su poder en la Junta de Defensa de Madrid presidida por el general Miaja. El 7 de noviembre las columnas rebeldes llegaron a los arrabales de Madrid y se prepararon para iniciar al día siguiente el asalto a la ciudad. El hallazgo, entre las ropas de un jefe franquista muerto, de la orden de operaciones del general Varela permitió a Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor de Miaja, organizar un despliegue de fuerzas que pudo frenar la dirección principal del ataque, desde la Casa de Campo en dirección a la Ciudad Universitaria. Se había producido el milagro; aquellas columnas, que desde los días de Talavera de la Reina (4 de septiembre) se habían acostumbrado a batirse en retirada, pudieron frenar la orgullosa galopada del enemigo en las puertas de Madrid. Bien es cierto que el día 15 las columnas de Varela cruzaron el Manzanares y, un día después, llegaron al hospital Clínico. Pero de allí no pasaron. El 23 de noviembre Franco suspendió el primer ataque directo a Madrid.

2. EL ATAQUE DIRECTO A MADRID

La ofensiva franquista continuó su galopada en los primeros días de noviembre. De nada sirvieron los contraataques republicanos sobre Seseña, éste ya con la ayuda de los recién llegados tanques rusos, y sobre Torrejón de Velasco. Las resistencias republicanas en las afueras de Madrid iban siendo aplastadas: Alcorcón, Leganés y Getafe cayeron el 4 de noviembre. Dos días más tarde cayeron la zona de Campamento, Carabanchel Alto y Villaverde. El 7 los rebeldes conquistaron el cerro Almodóvar, en Carabanchel, pero comenzaron a encontrar ya una resistencia inesperada. Lo mismo sucedió en la penetración por el ala izquierda del ataque, por la Casa de Campo. Cuando las avanzadillas de Varela intentan infiltrarse por ese terreno propicio para los movimientos se encuentran con un ataque de flanco proveniente de Húmera que frena su avance. Y, lo que es mejor, el mando republicano se encuentra con la orden de operaciones de Varela para el día siguiente, el día D, el día de ataque general a la capital.

Mientras tanto, en Madrid se estaba produciendo un cambio drástico: todo el mundo participaba en la defensa y el «¡No pasarán!» se convirtió en el lema que expresaba el nuevo tono de moral defensiva. El coronel Rojo evocaría años más tarde cómo de pronto comenzó a surgir “una ola de entusiasmo, una vigorosa reacción social que partía de los más bajos peldaños de la organización política y social, de la entraña del pueblo mismo… Se habían acabado las derrotas. Había que batirse y vencer, renunciado a cuanto fuera preciso y a las preocupaciones ajenas a la propia lucha”…

La llegada a Madrid en esos días de los contingentes internacionales contribuyó a consolidar este nuevo espíritu resistente. El pueblo madrileño comenzó a apreciar que no estaba solo: la llegada de la primera brigadas internacional expresaba la solidaridad de los pueblos del mundo con el pueblo español.

3. LA LLEGADA DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES A MADRID

El proyecto de crear una fuerza militar internacional de ayuda a la República se decidió en septiembre de 1936 en una reunión de la Internacional Comunista. Se trataba de reclutar voluntarios decididos a combatir en España por la causa de la libertad. Luigi Longo y otros presentaron oficialmente la propuesta ante las autoridades republicanas. Largo Caballero les remitió a Martínez Barrios, responsable entonces de la reorganización del Ejército, quien les dio el visto bueno. Pronto se creó la base de adiestramiento de todos estos voluntarios que quedó fijada en Albacete. El mando de la base se confió a los comunistas André Marty, comandante en jefe, Luigi Longo, «Gallo», inspector general y Giuseppe di Vittorio, «Nicoletti», jefe de los comisarios políticos.

Instalada la oficina central de alistamiento en París, los voluntarios fueron enviados a España por barco o ferrocarril. El primer contingente salió de la estación de Austerlitz, en París, y llegó a Albacete el 14 de octubre de 1936. Cruzando clandestinamente los Pirineos, los voluntarios eran saludados con entusiasmo en los andenes de las estaciones por las que pasaban los trenes. La base de Albacete se quedó pequeña y hubo que preparar nuevos centros de instrucción en los pueblos del norte de Albacete: Madrigueras, Tarazona de la Mancha, La Roda, Mahora y otros. Tres batallones formaron la primera brigada mixta encuadrada en el Ejército Popular, la 11º Brigada.. El 13 de noviembre ya había otra brigada, la 12º Internacional, dispuesta a intervenir en las operaciones de la defensa de Madrid.

Cuando Largo Caballero decidió abandonar Madrid el 6 de noviembre, encomendó la resistencia a la Junta de Defensa de Madrid y ordenó acudir a la capital a las escasas fuerzas militares disponibles. Entre éstas se contaba con los batallones internacionales. Largo Caballero ordenó al mando de Albacete el envío urgente a Madrid de las tropas disponibles. Deprisa y corriendo, sin haber tenido apenas tiempo para formarse y entrenarse, los tres batallones de la primera Brigada Internacional, la XI brigada se aprestaron a marchar al frente. Llegaron el día 7 a Madrid y se instalaron entre Vicálvaro (cuartel de Artillería) y Vallecas.

El Estado Mayor de la Defensa de Madrid exigió su inmediata entrada en línea. Kléber, jefe de la XI BI, se resistió alegando que sólo respondía a las órdenes directas del Gobierno. Cuando en la noche del día 7 el plan de ataque de las fuerzas rebeldes por la Casa de Campo llegó a manos de Miaja y Rojo, éstos decidieron situar a la XI BI en esa zona del frente para contribuir directamente a la contención del ataque. El día 8 los tres batallones viajaron en tren hasta Atocha. Tras una arenga del general Kléber, los batallones adoptaron posición de desfile y marcharon por el Paseo del Prado hasta la Cibeles y, desde allí, doblaron hacia la Gran Vía. Enfrente de la Telefónica la gente había ido acudiendo para saludar aquella novedad en el frente. “¡Vivan los rusos!”, fue el grito más escuchado en aquellas horas de tensa emoción. Al llegar a la plaza de Callao pudieron ver los cartelones de la película soviética Chapaiev, el héroe guerrillero de la guerra civil rusa. “Aquella columna, escribió Ramón J. Sender, era para los milicianos españoles una prueba espléndida de solidaridad obrera internacional. La columna siguió la dirección de la Ciudad Universitaria. Con el rumor de sus pasos se quedaba la emoción civil de mis camaradas. Todos hu­bieran ido gustosos con ellos; todos querían, después, tenerlos como compañeros en los frentes”.

Efectivamente, los tres batallones marcharon por la Plaza España y la calle de la Princesa dispuestos a ocupar las posiciones encomendadas. Algunos debieron de bajar por la calle del Marqués de Urquijo. Otros prosiguieron hasta la Moncloa y la Ciudad Universitaria. En su orden de operaciones para el día 9, el mando de la Defensa de Madrid asignó a la XI BI la misión de «cerrar el paso a las mesetas de la Ciudad Universitaria, Parque del Oeste y Rosales». La XI BI desplegó sus batallones de la siguiente forma: el batallón Edgar André (alemán) en la zona de la próxima al Puente de los Franceses (entre la Cárcel Modelo y el Asilo de María Cristina); el batallón Dombrosky (polaco) entre el Asilo y la facultad de Farmacia, y el batallón Comuna de París (francés) entre la Facultad de Filosofía y el puente de San Fernando. En la Facultad de Filosofía y Letras el general Kleber habilitó su puesto de mando avanzado (el Cuartel General de la XI BI seguía estando en Vicálvaro). Al día siguiente, 9 de noviembre, tuvieron lugar los primeros choques en los que los voluntarios internacionales tuvieron ya sus primeras pérdidas.

La moral de los madrileños aumentó con la llegada de los internacionales. Julián Zugazagoitia los describió así: “Llegaban de todos los pueblos de Europa y eran… Eran los internacionales de Kleber, de Lukacs… Polacos, alemanes, franceses, austríacos, checos, experimentados de la guerra europea y disciplinados con moral de victoria. Rebeldes expulsados de su patria, trabajadores sin nacionalidad oficial, hombres con un pasado lleno de dolor y con un porvenir incierto. Cabezas firmes y brazos robustos, corazones sin miedo y ánimos tiesos. Tres mil quinientos fusiles. Se desparramaron por la Casa de Campo y por la Ciudad Universitaria. La guerra los acogió con toda su pirotecnia mortal… No se inmutaron, habían venido a Madrid justamente a eso: a hacerse matar defendiéndolo. De la capital sólo sabían una cosa: que los necesitaba”.

4. MADRID RESISTIÓ (La lucha en los días 8 al 15 de noviembre)

Durante tres días los atacantes tomaron la iniciativa en la lucha. El día 8, las Columnas 1 y 4 que operaban por el ala izquierda,  trataron de avanzar por la Casa de Campo pero encontraron una fuerte oposición. La Columna 4 recibió desde Humera contragolpe contundente por parte de la 3ª BM Brigada. Esto hizo que la Columna 1, que tenía que llegar hasta la Ciudad Universitaria, se quedara sin apoyo y tuviera que acudir en ayuda de la Columna 4 en apuros. El ataque progresó, pero con enormes dificultades y bajas. “Las noticias que llegan al Estado Mayor, dice Rojo, son en gran medida contradictorias; pero del conjunto de ellas se puede sacar una impresión satisfactoria, cual es la de saber que en todo el frente se combate y se resiste, que el control que de sus fuerzas hacen los mandos es efectivo, y que la reacción apuntada en la jornada anterior tiene una expresión más real y positiva”. Lo más importante, comenzaban a llegar a Madrid las primeras fuerzas de refresco: la Brigada 4, que quedó emplazada entre el lago la Casa de Campo y el puente de los Franceses y la XI Brigada Internacional, que se situó entre el Puente de los Franceses y Aravaca.

Su presencia fue decisiva en los días siguientes; mientras en el sureste de la ciudad las columnas Líster y Bueno forcejeaban lanzando duros contraataques para fijar una parte de las reservas enemigas, Varela persistió en su objetivo de cruzar el Manzanares por el Puente de los Franceses. Y casi lo consigue, pero su empeño quedó momentáneamente abortado, como se verá después. Aprovechando la llegada de estas y nuevas tropas (las columnas catalanas Durruti y Libertad y la XII BI y otras) el mando de la Defensa de Madrid lanzó, los días 12 y 13, un contraataque sobre la retaguardia enemiga. No tuvo éxito y, por el contrario, la Columna 1 franquista consiguió llegar el día 13 hasta la orilla derecha del Manzanares, en una zona de unos 500 metros comprendida entre el puente de los Franceses y el Hipódromo. “Fueron también aquellos días de lucha cruentísima, afirma Rojo, por haber concurrido a la Casa de Campo las reservas de ambos contendientes. En esa lucha se batió brillantemente la XI Brigada Internacional”.

5. LA LUCHA EN LA CIUDAD UNIVERSITARIA (Días 15 al 30 de noviembre)

El día 15 Varela exigió el máximo esfuerzo a sus tropas por atravesar el Manzanares. Con los nuevos refuerzos llegados de la sierra, la ayuda de dos compañías de carros Panzer y el acompañamiento de los aviones de la Cóndor, aplicó una gran potencia de fuego y fuerzas en un frente estrecho; tras unos fracasos iniciales, al caer la tarde, las tropas franquistas lograron perforar el frente y cruzaron el río hasta ocupar y hacerse fuertes en la Escuela de Arquitectura. Aquel éxito les hizo pensar que el dispositivo defensivo republicano quedaba definitivamente roto y que, en pocos días, podrían cumplir el sueño de conquistar la capital.

El 16, mientras Franco ordenaba “la masacre metódica de la pob1ación civil», en palabras del periodista francés Louis Delaprée,[1] sus tropas conquistaban la Escuela de Ingenieros Agrónomos y la Casa de Velázquez. Al día siguiente, tras ocupar la Fundación del Amo y el asilo de Santa Cristina, llegaron hasta el punto más avanzado, el Clínico. A punto estuvieron de llegar a la Cárcel Modelo (alguna patrulla de vanguardia llegó incluso al Paseo de Rosales), pero una oportuna reacción alentada por la presencia de Miaja y Rojo en la zona de la Moncloa conjuró el peligro. “Aquella jornada o la siguiente pudo ser la decisiva en la suerte de la defensa, escribe Rojo; no lo fue porque otras unidades reaccionaron valientemente antes de abandonar la Ciudad Universitaria, mientras que dos batallones muy bien mandados de las Brigadas Internacionales, situados en la zona de puerta de Hierro, y otro español (Romero) en el puente de los Franceses… y en el parque del Oeste mantuvieron semiestrangulada la cuña de penetración, inflingiendo enormes pérdidas a las unidades que realizaban el asalto”.

El 18 Varela lanzó a sus tropas a la ocupación de la zona del palacete de la Moncloa. Los internacionales resistieron bien, pero el relevo al día siguiente de la XI por la XII BI propició la pérdida de ese importante enclave dos días más tarde. A partir del día 20 el mando de la Defensa de Madrid volvió a reiterar nuevos contraataques para intentar cortar la cuña rebelde incrustada en la Ciudad Universitaria. “Sólo pudieron recuperarse pequeñas porciones de terreno frente al Clínico y en el parque del Oeste, sigue Rojo, pero se hizo patente al adversario que no se había quebrado la voluntad y que, tanto como a nosotros, le urgía fortificarse, como así hizo”.

El carácter que adquirió aquella lucha está reflejado en este comentario de Martínez Bande: “En la Ciudad Universitaria la lucha es incesante y extraordi­nariamente cruenta. Las fuerzas se mantienen en las trincheras en una vigilancia sin reposo, y el relevo de servicios se hace de noche y en el más grande silencio, pues el menor ruido trae in­mediatamente como consecuencia e1 constante tiroteo, e1 empleo de la bomba de mano y el disparo de morteros. El soldado no se siente seguro en lugar alguno, encontrándose sin la protección de una retaguardia que prácticamente no existe, pues el fuego le viene de todas partes. Únicamente bajo tierra, en los sótanos de los edificios, pues aun no han entrado en escena las minas ­hay una re1ativa seguridad”.

El 23 de noviembre, ante la esterilidad del esfuerzo y la evidencia del fracaso, Franco dio la orden de parar el ataque directo, no sin ordenar nuevos ataques de la artillería y la aviación a la población civil. Fue la aplicación de la táctica defendida por los nazis, tal como la describió un general alemán en Die Wehrmacht: “Nuestros bombarderos tenían la misión de destro­zar la ciudad y desmoralizar a sus habitantes para preparar la entrada de las tropas de Franco, pero esta entrada nunca acababa de producirse”. El peneuvista Jesús de Galíndez supo explicar el fracaso de esta estrategia del terror: «El enemigo no entró. Solo logró levantar el odio de los que aún se mantenían indiferentes, solo logró superar las masacres de las checas y hacerlas parecer buenas, en comparación».

César Falcón anticipó con lucidez las consecuencias que tendrían la inhibición de las democracias: «Madrid es la primera ciudad civilizada del mundo que está sometida al ataque de la barbarie fascista. Londres, París y Bruselas deben ver en las casas destruidas de Madrid, en sus mujeres y niños que han sido destrozados, en sus museos y librerías que han sido convertidas en montones de ruinas, en su vasta población que ha sido abandonada sin protección… lo que será su propio destino cuando el fascismo las ataque».

6. LA ACTUACIÓN DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

Ya se ha visto cómo, el 9 de noviembre, Varela persistió en su avance por la Casa de Campo hacia el río Manzanares, pero su empeño quedó frustrado gracias, entre otras fuerzas, a la XI BI. En la tarde del 9 de noviembre, algunas fuerzas rebeldes, con el acompañamiento de algunos carros, desbordaron las defensas del puente de los Franceses y, ya por la noche, lograron infiltrarse por el paseo de Moret y la calle Marqués de Urquijo hasta llegar a la calle de la Princesa. La rápida reacción republicana, entre otras del batallón Edgar André, apostado en el parque del Oeste, logró conjurar la amenaza y rechazar a los atacantes hasta el otro lado del Manzanares.

El día 10 ese mismo batallón tuvo que aguantar al mediodía un nuevo ataque sobre el puente de los Franceses. Tras rechazarlo, al atardecer contraatacó al grito de: “Por la revolución y la libertad ¡Adelante!” Aunque las tropas de Varela se vieron obligadas a replegarse, un tercio de la Brigada quedó entre las encinas de la Casa de Campo. La Vanguardia de Barcelona, informó de la entrada de la brigada internacional en una importante posición enemiga, “desalojándola en impetuoso ataque a la bayoneta». El Dombrowski resistió en sus posiciones, pero el Commune de Paris perdió dos secciones de su segunda compañía.

Deshechos estos primeros ataques, las fuerzas de Varela tuvieron que adoptar una actitud defensiva a la espera de nuevos refuerzos. En esos días, 11 al 13, el mando republicano ordenó contraatacar en la Casa de Campo. El Dombrowski y el Commune de Paris, fueron desplazados a la zona de Húmera-Aravaca para colaborar en estas acciones sobre el flanco izquierdo franquista. El 13 se produjo el ataque más intenso que, pese al derroche de valor, no consiguió sino leves ganancias territoriales al norte de la Casa de Campo.En estos combates los polacos derrocharon valor, al igual que el Commune de Paris. Su sección belga fue copada y su jefe, Pierre Brachet, un joven abogado y redactor de Le Peuple, periódico socialista de Bruselas, murió en la acción. En otra compañía, con numerosos voluntarios argelinos, se hicieron muchos prisioneros.

El día 15 los rebeldes cruzaron el Manzanares. En la noche del 15 al 16 el general Miaja reorganizó las fuerzas. Los tres batallones fueron requeridos para taponar la brecha abierta. El Dombrowski fue apostado entre el Hipódromo y el Palacete de la Moncloa, ocupando la Casa de Velázquez y con la orden «de sacrificar a todos los milicianos, si fuera preciso, antes de ceder un palmo de terreno». El Edgar André se situó a su izquierda para apoyar a las tropas de Durruti, apostadas en el asilo de Santa Cristina, que debían rechazar el enemigo al otro lado del río.El Commune de Paris ocupó de nuevo la facultad de Filosofía y Letras para desde ella marchar hacia la de Medicina. Kleber trasladó su puesto de mando a la Puerta de Hierro, desde comenzó a transmitir órdenes continuas que los enlaces llevaban a los jefes de grupo.

El contraataque republicano, realizado así pues por los internacionales, los anarquistas de Durruti y los catalanes de la columna Llibertat, no tuvo éxito. Tampoco lo tuvo la columna facciosa que se tuvo que contentar con un pequeño avance: “La resistencia enemiga, reza el Diario de operaciones del general Varela, fue mayor que el día anterior por lo que la columna número 1 sólo ocupó la Casa de Velázquez y la número 3 el Stadium de la Ciudad Universitaria”. Fueron días de una lucha tenaz entre las dos fuerzas enfrentadas. Todas ofrecieron su cuota de sudor y sangre, como defiende Vicente Rojo, pero justo es consignar la particular aportación de los voluntarios internacionales

El batallón Dombrowski, cuya tercera compañía defendía la Casa de Velázquez, sufrió un furioso contraataque de la VI bandera del Tercio bien descrito por Julián Zugazagoitia: “En la Casa de Velázquez se había instalado una compañía de internacionales polacos. Su jefe recibió, cuando más recia era la arremetida de los rebeldes, una orden de Kleber: “Resista. K”. Sus hombres iban cayendo muertos o heridos. El fuego les entraba por la derecha y por la izquierda. Los fusileros que les quedaban seguían disparando sin preguntar nada, sin apartar los ojos del adversario. El capitán diría, el capitán sabría. El capitán, tieso ante una ventana, hacía fuego con su fusil. Era, entre todos, el único que no preservaba su cuerpo. Y como si estuviera defendido por un poder sobrenatural, las balas lo respetaban. Los heridos le miraban con ojos incrédulos, conteniendo los lamentos, dejándose desangrar. Después de cinco horas, llegó el relevo. De la compañía sólo quedaban en pie seis hombres y el capitán”.

El Edgar André atacó y defendió en el sector de la carretera de la Coruña comprendido entre la Escuela de Agrónomos y la actual Escuela de Veterinaria. Los combates en la Casa de Labor y el Palacete de la Moncloa hicieron perder a muchos de sus buenos oficiales. Alguna compañía debió de participar en la defensa del Clínico y en los encarnizados combates que allí se produjeron entre los pisos superiores e inferiores ocupados por unos y por otros

El Commune de Paris ocupó la facultad de Filosofía y Letras que ardía bajo el estallido de las bombas. Cuando la primera compañía entró en el edificio, sus hombres corrieron a las ventanas y amontonaron, para formar parapetos, todo lo que encontraron: mesas, bancos, libros. «Las obras de Kant y de Goethe, de Voltaire y de Pascal, de Cervantes y de Dante, de Shakespeare y de Platón, escribió Luigi Gallo, toda la filosofía, toda la literatura, toda la cultura antigua y moderna son utilizadas para cerrar el camino a la horda fascista”. Un joven recién graduado de Cambridge, John Cornford, había conseguido convencer a quince compañeros para que le acompañaran en su lucha en España. Bernard Knox, futuro especialista en literatura clásica, no dudó en unirse a ellos. Formaron parte de la compañía de ametralladoras que, con sus Saint Etienne y Lewis, defendieron la cultura frente a la barbarie: «Levantamos barricadas, escribió John Sommerfield, con libros de metafísica y de filosofía alemana de principios del siglo XIX; fueron bastante eficaces contra las balas.» Knox, por su parte y no sin un punto de humor inglés, afirmaría que “las balas enemigas sólo penetraban hasta la página 350”. Cornford resultó herido en la cabeza y regresó al frente al cabo de unos días con un aparatoso vendaje. Contenido el avance hacia ese punto, el Commune marchó a ocupar la facultad de Medicina y las posiciones entre ésta y el Clínico, a donde llegaron los moros el día 17.

Los voluntarios de la XI BI habían llegado a una casi completa extenuación y el día 20 de noviembre fueron relevados por la XII BI, compuesta por los batallones “Thaelman”, “André Marty” y “Garibaldi”. A su mando estaba el escritor húngaro Maté Zalka (general “Lukacs”) que, había servido en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial y se unió al Ejército Rojo tras ser hecho prisionero. Su comisario político era el escritor alemán Gustav Regler. Otro novelista, Ludwig Renn, dirigía el batallón Thaelman, en el que luchaban algunos británicos como Esmond Romilly, sobrino de Churchill. El batallón Garibaldi estaba dirigido por el republicano italiano Randolfo Pacciardi y el socialista Pietro Nenni mandó una de sus compañías.

El Garibaldi, reemplazó al Dombrowski desde el Manzanares hasta el palacete de la Moncloa. El Thaelmann relevó al Edgar André en la zona del palacio de La Moncloa, perdiendo el control del mismo debido a la inoportunidad del relevo en pleno ataque franquista. El Andre Marty pasó a la facultad de Medicina y a las trincheras situadas al norte del Hospital Clínico.

La XII luchó sin descanso lanzando continuos ataques y sufriendo, solo en los cuatro primeros días, unas pérdidas del 30 por ciento de sus efectivos. El comisario adjunto del Thaelman, Louis Schuster, escribió poco antes de morir el 1 de diciembre: “Hemos pasados días difíciles desde la creación del batallón. Soportamos las peores dificultades con el mayor espíritu. Con la conciencia de defender una causa justa, cada uno da lo mejor de sí”. El día 27 de noviembre fue relevada por la XI BI, reconstituida con nuevos refuerzos llegados de Albacete. Tras los terribles combates sostenidos por la XI en los 12 días que transcurrieron entre el 9 y el 20 de noviembre, su regreso a las antiguas posiciones con una situación más calmada, no dejó de causar un cierto alivio. Pero el día 1 de diciembre se produjo una de las pérdidas más sentidas. Cuando Hans Beimler, antiguo diputado comunista en el Reichstag alemán y comisario del Thaelman, hacía junto con Louis Schuster una descubierta en un momento de calma, ambos fueron abatidos por balas enemigas en la zona situada al norte del Palacete de la Moncloa. El escritor Heinrich Mann envió el siguiente mensaje de condolencia y aliento: “Hans Beimler ha caído en la gran lucha de la libertad del pueblo de Madrid, que es la lucha por la libertad de Europa… Vosotros, los alemanes, restableceréis el honor de Alemania como soldados de la columna internacional”.

7. LA DEFENSA DE MADRID, LA DEFENSA DE LA DEMOCRACIA Y LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

El subsecretario de Comunicaciones y diputado de Izquierda Republicana, Fernando Valera, pronunció en la noche del 8 de noviembre una proclama radiada cuyos ecos llegan aún a nuestros oídos: “Aquí, en Madrid, se encuentra la frontera universal que separa la libertad de la esclavitud. Aquí, en Madrid, se enfrentan en una gran lucha dos civilizaciones incompatibles: el amor contra el odio, la paz contra la guerra, la fraternidad de Cristo contra la tiranía de la Iglesia… ¡Pueblo de Madrid! Te ha deparado la historia la gran misión de levantarte en esta hora ante el mundo como el obelisco de la Libertad. Tú sabrás ser digno de tan excelso destino… Tú dirás al mundo que sólo puede ser libre el que sabe morir por la libertad. ¡Pueblo de España! Pon tus ojos, tu libertad y tus puños al servicio de Madrid”.Y Madrid resistió la embestida del fascismo.

En aquella horas de frenética actividad de la defensa, los voluntarios internacionales, que ya habían imprimido un gran aliento a los defensores madrileños con su sola presencia, se convirtieron en ejemplo de lucha para los milicianos: “Nuestros hombres, escribe Eduardo de Guzmán, les ven batirse con habilidad y audacia sin limites. Yen c6mo ahorran municiones, c6mo cada uno construye su pozo de tirador, cómo aguantan las embestidas de los tanques y les hacen huir emplean­do bombas de mano. Les ven y con ese poder de adaptación ma­ravillosa del pueblo español les imitan sin pérdida de tiempo”. Así lo vio también Julián Zugazagoitia quien, en su Guerra y vicisitudes de los españoles, describió una de las aportaciones de los internacionales en aquellas horas: “El miliciano aprendía. Adquiría hábitos de soldado. Cada internacional, sin darse cuenta, se convirtió en un maestro. Como los discípulos eran agudos, el aprendizaje fue rápido. A esos maestros movía Kleber con una precisión mecánica, mediante órdenes concisas, tajantes, que mandaba por los enlaces a los jefes de grupo y se cumplían sin la menor vacilación”.

Claude S. Bowers, embajador de los EEUU entre 1933 y 1939, reconoció el aporte de estos voluntarios: «Pero fue, sobre todo, la llegada de voluntarios, que poseían una instrucción militar sólida, lo que prestó grandes servi­cios a los leales. Desde el comienzo de la guerra llegaban de todas partes jóvenes a España para combatir al lado de los guberna­mentales… Combatiendo en primera línea la Brigada Internacio­nal rechazó el asalto y salvó provisionalmente Madrid”. Luego se matizará un tanto esta valoración.

Este papel inspirador de las primeras horas se extendió al resto de la guerra, de tal manera que cuando en enero de 1938 Negrín planteó a Vicente Rojo la posibilidad de licenciarlos, éste presentó los problemas que acarrearía su retirada. El efecto más peligroso sería el moral, ya que “es justo reconocer que muchos de ellos… han ganado un prestigio sólido en la colaboración que vienen prestando en la defensa de la causa popular española. Por ello, si no existe un motivo muy poderoso para llegar a prescindir de esa colaboración, debería evitarse, por cuanto sorprendería de modo extraordinario el prescindir en un momento dado de unos hombres que, en muchos casos en forma abnegada y a costa de toda clase de sacrificios, han venido a nuestro suelo a defender una causa que consideraban propia…”

Cuando, en octubre de 1938, fueron definitivamente retirados, la Pasionaria pudo afirmar con razón: “Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois el heroico ejemplo de la solidaridad y la universalidad de la democracia. No os olvidaremos y cuando en el olivo de la paz vuelvan a brotar de nuevo las hojas, mezcladas con los laureles de la victoria, ¡volved!” Aquellos voluntarios internacionales, efectivamente, merecen el respeto que se debe a quienes, empujados por un ideal, perdieron aquí la vida para ser enterrados en cementerios, fosas o tumbas perdidas, en Fuencarral, en el Jarama, en Belchite, el Ebro y tantos otros lugares. Lucharon en defensa de la República Española y de su Gobierno legítimo, asaltados por una conjunción de fuerzas totalitarias tanto de dentro como de fuera del país.

TESTIMONIOS

El papel jugado por las Brigadas Interna­cionales en la defensa de Madrid y en los combates de la Ciudad Universitaria no tiene una valoración unánime. Para algunos, sobre todo los historiadores franquistas, fue su presencia fue decisiva. Así, por ejemplo, Martínez Bande quien menciona numerosos testimonios procedentes del campo republicano. En el polo opuesto se posiciona Vicente Rojo para quien, sin negar la aportación que supuso su presencia para la moral de los defensores, las BI no cumplieron un papel tan decisivo. No es cuestión de entrar en la polémica; simplemente de exponer las diferentes miradas que sobre este tema tuvieron los testigos de aquellos momentos.

1. Mauro Bajatierra. La guerra en las trincheras de Madrid, 16 de noviembre de 1936

Las fuerzas combinadas de la valiente hasta la temeridad colum­na Internacional, terminaron de hacer el resto, rechazando los tan­ques de la manera tan especial y tan peculiar en ellos. El resultado no se hizo esperar: quedaron diezmadas las fuerzas moras, que si en la guerra se pudiera tener sentimiento, serian dignas de lástima. No se puede decir ni aproximadamente el número de muertos que en los pinares, en los terrenos de la vía del tren, en los altozanos, hay inse­pultos.

Esos muchachos, «Los Rubios», italianos, americanos, españoles re­sidentes en Francia y otros combatientes de diferentes países, merecen del Madrid castizo un trato de favor y un homenaje de confraternidad. No se puede hablar de ellos si no se les ve cómo combaten. Su pla­cidez, su empaque de guerreros modestos cuando se les ve circular por Madrid sin formaciones teatrales, cargados con sus petates pesados, pues llevan consigo, como los caracoles, la casa a cuestas, no supone lo que son en el combate; tranquilos, sonrientes, pegados al suelo como culebras, saben esperar el momento propicio para lanzarse impetuosos al ataque a cuchillo y destrozar al enemigo, enemigo tan especial como el que nos ataca, que está criado y hecho para la guerra.

Ayer se demostró la valía de nuestros camaradas, porque son to­dos, todos en absoluto, camaradas nuestros, ya que entre ellos hay anarquistas de todos los países, y aun cuando no los hubiera, todos son antifascistas y por serlo han de ser camaradas de quienes siendo libertarios tenemos que ser antifascistas, porque ellos como nosotros luchamos contra la tiranía.

2.Henry Buckley. Vida y muerte de la República española

Unos días mas tarde me lo encontré (a Esmond Romilly) frente a la Embajada británica y me pi­dió disculpas. Recuerdo que incluso le regalé un tradicional pudín de Navidad de los que por aquellos días nos llegaban a la Embajada. Pero le dije que se lo tendría que comer fuera, porque ninguna persona con uniforme podía entrar en el edi­ficio. Así estaban las cosas entonces en mi país: aquellos jóve­nes que tan generosamente luchaban por la democracia esta­ban proscritos, eran unos apestados que no podían entrar en sus embajadas, ni aun llamándose Churchill de apellido. Así premiaba mi país a aquellos héroes.

Y, efectivamente, héroes eran todos los jóvenes que co­nocí en aquellos turbulentos días en Madrid. Podían haber venido a España por los motivos más diversos: por puro idea­lismo, por escapar de su familia o inc1uso por escapar de la justicia. Pero a la hora de entrar en combate se convertían to­dos en héroes: llevaban armas anticuadas, estaban mal equi­pados, no sabían hablar español, pero todo lo suplían con su heroico comportamiento en las trincheras. Y debo decir en honor a la verdad que los alemanes eran los mejores. Se trataba de refugiados políticos que habían sufrido en sus pro­pias carnes la miseria del campo de concentración, la amar­gura del exilio. Estaban ya curados de espanto y la muerte significaba muy poco para ellos, mucho menos que para franceses o británicos, que todavía valoraban su propia vida. Y lo mismo podríamos decir de los italianos, que se habían integrado en el batallón Garibaldi. Aquellos hombres ya habían probado los horrores del fascismo y, por tanto, estaban curtidos.

Sé muy bien que circulaban historias sobre los brigadis­tas, tachándolos de mercenarios o aventureros. Si los hubo, yo, desde luego, no los conocí. Conocí a jóvenes poetas como John Cornford o Tom Wintringham y a personas tan magnífi­cas como el propio Romilly, Ralph Bates o Hugh Slater, nin­guno de los cuales tenía el mas remoto parecido con un de­lincuente o un simple aventurero.

3. Mijail Koltsov. Diario de la guerra española

En la Ciudad Universitaria se desarrolla una terrible batalla. Los fascistas no se adentraron mucho, pero tienen una capacidad tremenda para fortificarse. La Brigada In­ternacional y los milicianos españoles prodigan un asom­broso heroísmo. Los combatientes de los batallones Thael­mann y Edgar André se lanzaron seis veces al asalto. Hay muchos muertos. Los moros resisten con denuedo. ¡Qué hombres, estos antifascistas voluntarios!

El comi­sario del batallón Thaelmann me dice:

-Cualquiera que tomes, es carne de la carne y sangre de la sangre de la clase obrera revolucionaria. Karl, acércate y háblanos de ti.

-Tengo treinta y cuatro años, dice Karl Krein. Tra­bajé de contramaestre en las mas grandes factorías ale­manas de Siemens y Bortsieg, ganaba bien. Cobraba tres veces más que un simple obrero de mi cuadrilla. Cuando Hitler subió al poder, yo, que estaba fichado, fui detenido por sospechoso; después me pusieron en libertad por error y escapé inmediatamente con mi fa­milia a Francia. Aquí obtuve un trabajo mucho menos cualificado, pero ganaba cincuenta francos al día. Cuando me enteré de que a España habían llegado los nazis alemanes, lo dejé todo y me apresuré a venir para verles la cara. -¿Cuántos hijos tiene?

-Dos.

-¿Qué dijo su mujer cuando supo que la dejaba para ir a luchar?

-Tengo una mujer excelente. Una compañera. Comparte las mismas ideas que yo. Me dijo: «Vete a combatir contra el fascismo. Ayuda a los españoles, que de alguna manera me arreglaré con los niños.»

-¿Cómo lo pasó estos primeros días?

-Sinceramente, fue duro. Estoy contento de mi batallón, de los compañeros y de la ametralladora. Pero an­damos muy mal de artillería. La artillería de ellos nos tiene fritos. Todos los cañones que disparan contra nos­otros son de fabricación alemana o italiana. Soy metalúrgico alemán y lo veo mejor que otros. Recogí varias gra­nadas del enemigo con las siglas« K» y «E», que significa Krupp, Essen. Disparan balan dun-dun de fabricación italiana. Estuve presente en los interrogatorios de los pri­sioneros y yo mismo hice preguntas. Ellos tienen una buena técnica, diablos.

-¿Cómo son sus relaciones con los españoles?

-Son buenas. Tenga en cuenta que en nuestro batallón internacional hay muchos españoles. Tenemos una amistad de hermanos. No se crea usted, yo estudio constantemente el idioma a español.

Me mostró un pequeño cuaderno con pastas de hule.

4. Julián Zugazagoitia. Guerra y vicisitudes de los españoles.

De nuevo la artillería, durante horas y horas, para reducir la terquedad de los defensores de Madrid. Y cuando a la mañana, la aviación mordía implacable en la Ciudad Universitaria, a paso de viejos soldados, los refuerzos tomaban posesión de sus puestos. ¿Quiénes eran y de dónde venían? Llegaban de todos los pueblos de Europa y eran… Eran los internacionales de Kleber, de Lukacs, de Hans Beimler: polacos, alemanes, franceses, austriacos, checos experimentados en la guerra europea y disciplinados con una moral de victoria. Rebeldes expulsados de su patria, trabajadores sin nacionalidad oficial, hombres con un pasado lleno de dolor y con un porvenir incierto. Cabezas firmes y brazos robustos; corazones sin miedo y ánimos tiesos. Tres mil quinientos fusiles. Se desparramaron por la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria. La guerra les cogió con toda la pirotecnia mortal. Al cabo de una hora, ya eran menos. Era la cuota de ingreso: unas docenas de muertos. No se inmutaron, habían subido a Madrid justamente a eso: a hacerse matar defendiéndolo. De la capital sólo sabían una cosa: que los necesitaba. Su presencia en las posiciones discutidas reavivó la pasión de los madrileños.

5. Julián Zugazagoitia. Madrid, Carranza 20

De aquellos internacionales que obedecieron a Kleber, ¡qué pocos se habrán contado en las estadísticas de la reti­rada de voluntarios! La defensa de la capital consumió muchos. Kleber los plantaba, sin una vacilación y con la complacencia de sus hombres, en las zonas de mayor riesgo. Donde el adversario golpeaba con más fiereza, las compañías de internacionales abrían fuego de contención y resistencia. (¿Por más valerosos? (¿Por más desprendidos?) El combatiente español no les cedía sin discutir mucho esos títulos; pero necesitaba conceder que conocían bastante mejor el oficio de soldado. El módulo de su disciplina era muy estrecho, y la observancia de ella, perfecta.

Obedecían sin reservas y sacaban los mayores provechos de las condiciones del terreno. Sabían atacar y defenderse y concedían a cada una de las armas que manejaban todo su valor. Jamás se dejaron copar, como explicación de abandonos determinados por el pánico, «por la aviación”. Tampoco vieron, por espejismo medroso, escuadrones y escuadrones de caballería mora. Muertos o vivos se queda­ban en la trinchera que se les había encomendado defen­der en tanto no llegase orden de abandonarla. Por su ini­ciativa no hacían ni avances ni retrocesos. Conforme a la disciplina aprendida, su misión se concretaba a obedecer. Una gran parte de ellos había corrido en plena adolescen­cia la tormenta de la gran guerra, de la que salieron edu­cados en cuanto al valor práctico de las más elementales normas militares. Mejores soldados, enseñaban con su conducta a nuestros combatientes y a nuestros mandos. Sé de alguno, que se mantiene discreto en una media sombra de actividades siempre eficaces, que no se niega a recono­cer todos los provechos que obtuvo de su proximidad a Kleber. De esos provechos se benefició su gestión en el Jarama. Ello es que, según mi personal estimativa, que a nadie obligo a compartir, la defensa de Madrid esta unida a los voluntarios que mando Kleber

6. Louis Delaprée. Una visita al frente de Babel con la brigada internacional. En Morir en Madrid

Así son nuestros interlocutores en la línea de fuego internacional.

Cruzamos un puente sobre el Manzanares y, tras caminar unos centenares de metros por un camino solitario, de pronto, nos topamos con la trinchera de apoyo. La ocupan una compañía polaca y otra italiana llamada «Garibaldi». Más arriba se sitúa la primera línea: alemanes, ingleses, franceses, húngaros.

A la izquierda, el Manzanares corre por un valle pequeño. Delante de nosotros, la torrecilla de la Casa de Velázquez destaca entre los árboles; a la derecha, el Instituto Nacional de Higiene, situado en el límite de la Ciudad Universitaria, yergue su masa cuadrada de ladrillos rojos. A nuestra espalda, la sierra de Guadarrama escalona sus lejanos cerúleos. En resumen, desde ayer a la tarde, he recorrido un círculo completo alrededor del frente y veo la otra cara de la batalla de Madrid. De momento, está muy tranquila. Los tiros de la artillería gubernamental y de las ametralladoras de Franco sacuden los pinos cubiertos de nieve. Un carro de combate pace en una pradera helada, como un monstruo de la prehistoria.

Los hombres, en sus hoyos, unas madrigueras ocultas por el follaje, zurcen calcetines, fuman o juegan a las cartas. Ríen, cuando les ofrezco cigarrillos, me muestran los bolsillos llenos de paquetes de la tabacalera española y me tienden una taza de café – ¡qué delicia! –, el primero que he tomado en ocho días, porque en Madrid nosotros no tenemos.

La moral de estos hombres parece estar tan buena como su condición física. Todos son conscientes de que luchan contra una hidra de mil cabezas, a la que llaman «fascismo», con el mismo horror con el que un monje de la Edad Media hablaría del diablo. Eran peones, abogados, cocineros, torneros, estudiantes de Oxford, vendedores callejeros, empleados de banca o carreteros…Ahora sólo son soldados, grises de barro, temblando por el mismo frío y calentándose con la misma fe. Han venido de los cuatro rincones del mundo y muchos de ellos ya han terminado su viaje: yacen tres pies bajo tierra, a orillas de este Manzanares raquítico.

Su única esperanza es el triunfo de su fe; no reciben soldada. Los aviadores extranjeros cobran, pero estos heroicos soldados de a pie no reciben ni siquiera un «maravedí».

El frente de Babel me despide en todos los idiomas.

7. Vicente Rojo.Así fue la defensa de Madrid

Es evidente que las B.I. contribuyeron a la defensa de Madrid; pero también es cierto que no jugaron el papel decisivo, ni en la de­tención del ataque inicial, ni en la resolución de la batalla. Concreta­mente fueron una pieza más en nuestro Sistema de Fuerzas. Cuando encuadrados en éste jugaron un papel sobresaliente no fue distinto, ni en muchos casos superior al que desempeñaron en otros lugares del frente de Madrid y con diferentes misiones otras notables unidades de nuestro Ejército. Al decir esto no trato de restar mérito a su actuación, que fue de excelente calidad técnica, abnegada, disciplinada y valiente… Por mi parte, y por ser de justicia, quiero añadir que por su ab­negado comportamiento como combatientes merecen respeto y gratitud­… Su denominador común era el antifascismo, por ser gentes en su mayor parte perseguidas por el fascismo de su país respectivo… Tal vez, más bien seguramente, preponderó entre aquellos combatientes la tendencia comunista, pero de  ningún modo se embarcaron esas unidades en la empresa de implantar el comunismo en España.

8. Armando Lopez Salinas. Intervención en el Ateneo de Madrid 2006

El gobierno se había marchado a Valencia y una Junta de Defensa se había hecho cargo de la ciudad y el 7 de noviembre, obreros, empleados y estudiantes, milicianos del V Regimiento y otras unidades, guardias de asalto, paraban en el Manzanares a la tropa fascista. Madrid comenzaba a ser la capital de la gloria en versos de Alberti, comenzaba a pasar a la historia del antifascismo, a la historia del movimiento obrero y popular del mundo entero.
Fue entonces, el día 8, cuando llegaron los combatientes de la primera Brigada Internacional. “Están en Vallecas, van a pasar por la Gran Vía”, dijo alguien del barrio. Y allí, calle de Fuencarral esquina a la Telefónica fuimos a verles. Eran tres batallones los que desfilaban solemnes, marciales, impecables en sus uniformes, bien armados, franceses y belgas del Batallón Comuna de París, polacos y húngaros del Dombrowski, alemanes, austriacos, balcánicos y escandinavos del Edgar André, formaban un todo compacto, disciplinado. Llena de entusiasmo la vecindad de Madrid rompía en aplausos, en vivas y lloros. Puño en alto se canta la Marsellesa, la Internacional.
Van allá, el día 9, donde el peligro es mayor para la ciudad. Ocupan el Parque del Oeste y toman el Puente de los Franceses. Obligan a la tropa franquista a retirarse a la otra orilla del Manzanares, se fortifican en la Casa de Campo. Sus hazañas corren de boca en boca, los nombres de sus unidades, las que ya están en Madrid o las que llegan a otros frentes de batalla también. Thaelmann, Beimler, Lincoln, Dimitrov, Fox,Vaillant Couturier, Garibaldi…

9. Juan Negrín. Discurso de despedida a las BI. Les Masíes, Tarragona, 25 de octubre, 1938

… Habéis venido a España, espontáneamente, a defender nuestro país: sin ninguna obediencia a jerarquía superior a vosotros: por vuestra propia voluntad de sacrificar lo que más difícilmente se presta a nadie: a sacrificar la vida. Veníais a defender la justicia, el derecho escarnecido, porque sabíais, también, que aquí, en España, se jugaba la libertad del mundo entero. Os halláis congregados aquí los representantes auténticos de cincuenta y tres países; representantes que, para venir a luchar con vuestros hermanos de España, tuvisteis que vencer grandes dificultades hasta conseguir pisar tierra española. Cumplisteis como héroes en la lucha por la libertad del mundo en esos dos años que habéis vivido vinculados a nosotros, en horas inolvidables para la historia del nuestro pueblo.

Muchas fueron las veces que los voluntarios internacionales – que nunca han sido tantos como han querido demostrar nuestros enemigos -, hermanados en la lucha, han escrito páginas gloriosas de nuestra epopeya. Yo recuerdo aquí los tristes momentos del mes de noviembre cuando pensábamos que, de un momento a otro, caería Madrid, ciudad prácticamente indefensa, y, digo prácticamente, porque tan sólo la defendían los pechos de sus hijos, que carecían de armas, para hacer más contundente su gloriosa e inmortal defensa. No olvidaré nunca la impresión extraordinaria que me produjo en aquellos momentos angustiosos el desfile silencioso, sereno, sin un canto, pero con un aire de resolución imponderable, de dos mil voluntarios internacionales que, por las calles de Valencia, se dirigían con firmeza hacia Madrid, atacado por el enemigo sin ninguna piedad, aun sabiendo que allí iban indiscutiblemente a jugarse, y casi más que a jugarse, a perder la vida.

[1] El ataque aéreo de aquella noche produjo miles de víctimas: «Desde hace veinticuatro horas -escribe el periodista al día siguiente- caminamos entre la sangre y respira­mos restos humeantes de los incendios. A cada instante, 1a marea de sangre aumenta, las paredes de fuego se aproximan».