XIII BI Granada

La XIII BI en el frente de Granada

Comisión histórica de la AABI

La formación de la XIII BI

Mientras la batalla de Madrid seguía al rojo vivo, el flujo de voluntarios internacionales, a pesar de las dificultades crecientes para pasar la frontera, se mantenía a un ritmo de 600-700 por semana. Una vez llegados a Albacete, fueron destinados a diversas bases donde recibían una corta pero intensa instrucción militar. Así se formaron los batallones 7 (franco-belga) en Mahora y el 9 (italiano) en La Roda. Nada más ser constituidos estos batallones fueron destinados a cubrir las altísimas bajas que estaban sufriendo las dos primeras brigadas en la defensa de Madrid.Simultáneamente se fueron formando otros batallones:

El 8º batallón, Chapaiev, se formó el 18 de noviembre en Tarazona de la Mancha; recibió su nombre del legendario guerrillero bolchevique muerto durante la guerra civil rusa. Su jefe fue el teniente coronel Hans Klaus Becker, alemán.

El batallón nº 10, el Henri Vuillemin (joven obrero de París muerto en las jornadas de febrero de 1934) se terminó de formar en Villanueva de la Jara el 30 de noviembre. Estaba integrado por una mayoría de franceses de la barriada obrera de Ivry, al sureste de París. Su jefe inicial fue un oficial francés de la reserva que a finales de diciembre se pasó al enemigo.

El batallón nº 11, de composición franco-belga, se formó en Mahora y tomó el nombre de Louise Michel, una heroína de la Comuna de París en1871.

Estos tres batallones formaron la XIII BI, bajo el mando del general ‘Gómez’ (Wilhem Zaisser), un comunista alemán que había participado en la Primera Guerra Mundial y, tras esta, en las luchas revolucionarias de la clase obrera alemana. Albert Schindler, que había sido comandante de la centuria Thaelmann en el frente de Aragón, fue su jefe de EM y el polaco Suckanek su comisario.

El primero de diciembre la unidad ya estaba completamente preparada para partir al frente de Madrid, pero el alto mando republicano, asentado en Valencia, ordenó tenerla presta para hacer frente a un posible desembarco fascista en las costas del sur. Esta presunta amenaza no llegó a materializarse, por lo que el mando decidió su intervención en una operación contra Teruel.

La XIII BI llegó a Alfambra el 21 de diciembre y en la noche del 26 al 27 inició, junto a otras unidades republicanas, el ataque contra el bastión turolense. No tuvo el éxito esperado, pero permitió al menos aliviar la presión del enemigo sobre Madrid y conquistar buenas posiciones que hicieron posible lanzar, en diciembre de 1937, la célebre ofensiva sobre aquella ciudad. El batallón Chapaiev tuvo severas pérdidas –casi trescientos hombres, de ellos más de ochenta muertos– quedando reducido a la mitad de sus efectivos. Más importantes aún fueron las pérdidas de los batallones 10 y 11, que tuvieron que ser refundidos.

Tras la acción, la XIII brigada fue reorganizada en la zona de Utiel y Requena. Por poco tiempo ya que, a comienzos de febrero de 1937, tuvo que acudir a Almería para cortar la ofensiva que Queipo de Llano había lanzado contra Málaga y todo el sur andaluz.

El frente andaluz en febrero de 1937. La XIII BI en Granada

Tras la conmoción experimentada por la ofensiva franquista de diciembre (finalizada con la batalla de Lopera), el frente andaluz quedó relativamente tranquilo en enero, situación que se aprovechó para reorganizar batallones y formar las nuevas brigadas mixtas.

En el bando franquista el hecho más importante fue el desembarco en Cádiz, desde finales de diciembre, de varios miles de soldados italianos que adoptaron el nombre de Cuerpo de Tropas Voluntarias bajo el mando del general ‘Roatta’ (Mancini). Tras los fracasos en Madrid, los franquistas necesitaban tomar la iniciativa y obtener algún éxito, razón por la cual el general Queipo de Llano organizó una ofensiva sobre Málaga a mediados de enero. Contaba con el apoyo italiano y con la lejanía de la ciudad del núcleo republicano. Efectivamente, el Gobierno de Valencia no envió la ayuda necesaria para la defensa de la provincia, la dirección militar por parte del alto responsable militar, el coronel José Villalba, fue muy deficiente y los grupos milicianos presentes en la zona ofrecieron, salvo en algunos sectores como en Ronda, poca resistencia.

El 3 de febrero comenzó el ataque definitivo contra la ciudad de Málaga. En la mañana del 5 de febrero los Camisas Negras iniciaron su avance mecanizado desde el norte de la provincia y rompieron el frente. En Málaga capital cundió el pánico y el coronel Villalba, ordenó la evacuación. Los italianos, por el norte, y las tropas de Queipo por el oeste, entraron en la ciudad el 8 de febrero, procediendo enseguida a una drástica depuración con fusilamientos y encarcelamientos masivos.

Una masa de civiles (de entre 50.000 y 100.000), trufada con milicianos en retirada, comenzó a huir rumbo a Almería por la carretera de la costa. Era la “desbandá”. Como el siguiente objetivo militar del mando fascista era proseguir el avance hacia Almería, esta columna fugitiva fue víctima del acoso de las tropas que la perseguía, así como de la Armada rebelde que la bombardeaba y de la aviación que la ametrallaba. En la masacre de la carretera de Málaga murieron entre 3000 y 5000 republicanos.

Para detener el avance franquista, el mando republicano envió la 6ª BM, bajo el mando del comandante Miguel Gallo y la XIII BI. La 6ª BM llegó a Almería el 10 de febrero (el mismo día que los fascistas ocuparon Motril) y se apostó en Albuñol. El 11 de febrero llegó a Albuñol el batallón Chapaiev, que se puso a disposición del mando de la 6ª BM. Gallo le ordenó avanzar por la línea de costa hasta el encuentro con los rebeldes.

El día 12 el batallón Tchapáiev, avanzando a contracorriente de la masa derrotada, tomó Castell de Ferro. En los días siguientes llegó a Calahonda, donde combatió con las avanzadillas italianas de Roatta, consiguiendo establecer una línea defensiva que iba del cabo Sacratif hasta Lújar y La Garnatilla. Desde allí preparó un ataque contra Motril, pero el 19 recibió la orden de desplazarse a Jubiles, en la Alpujarra central. Las fuerzas de Gallo que reemplazaron al Chapaiev recibieron un fuerte contraataque que les obligó a replegarse hasta el barranco de Zacatín situado entre Calahonda (línea franquista) y Castell de Ferro (línea republicana).

Mientras tanto el día 15 llegaba a Aguadulce el batallón Henri Vuillemin. Tres días más tarde recibió la orden de posicionarse en la ladera noroeste de la Sierra de Lújar, frente a Órgiva, para cortar el avance por esa zona a las fuerzas franquistas. Estas, contenidas en la línea de costa, intentaron forzar la llegada a Almería por las carreteras de las Alpujarras. Esa fue la misión de los interbrigadistas en las semanas siguientes: detener cualquier intento de avance rebelde hacia Albuñol y Almería.

El Chapaiev, reforzado con algunos centenares de milicianos que se agregaron al batallón, inició a partir del 20 de febrero una contraofensiva que le permitió adueñarse de algunos pueblos como Trévelez, Ferreirola, Pórtugos y Pitres. El dominio de la vertiente meridional de la Sierra Nevada quedó así asegurado.

Las condiciones del frente eran muy duras debido al frío: cada noche había bajas por congelación. Por otra parte el enemigo no cejaba en sus intentos, pero el frente se mantuvo sólido. El día 27 de marzo de 1937 la XIII BI abandonó el frente de Motril-Mulhacén al recibir la orden de traslado a un nuevo frente: el sector cordobés de Pozoblanco.

A continuación se muestra un testimonio de gran interés histórico y documental. Pertenece a una serie de artículos que el escritor Alfred Kantorowicz escribió, en forma de artículos, para El Voluntario de la Libertad, la revista que publicaba en Madrid el Comisariado de las BI. Estos trabajos los usó posteriormente como material para sus libros Chapaiev, el batallón de las 21 naciones y Diario de la guerra de España.

La traducción corresponde a nuestra compañera Isabel Esteve.

ALFRED KANTOROWICZ

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA

(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

III. EN EL FRENTE DE MÁLAGA

Frente del Sur, 2 de junio de 1937

Es digno de subrayarse que el primer batallón de la XIII Brigada se haya dado el nombre del inmortal jefe de guerrilleros de la guerra civil rusa, Chapaiev. Precisamente en el transcurso de los combates de la XIII Brigada han adquirido un nuevo significado las más destacadas virtudes de la guerrilla: audacia, atrevimiento sin exceso de reflexión, orgullo, rapidísima capacidad de decisión, abnegación, ansia de aprender, valor ante la muerte e ilimitada lealtad al interés de pueblo.

Poseídos por tal espíritu, los voluntarios de la XIII Brigada ya habían superado la prueba de Teruel. Pero estas duras semanas habían mostrado también lo que les faltaba: el completo dominio de las armas y de las técnicas del combate. Los camaradas habían experimentado que en las batallas de la guerra moderna a base de armamento pesado se depende mucho del hombre que maneja las armas, pero que la imprescindible premisa de la victoria decisiva es el control de las armas. La guerra es difícil de ganar si los corazones de los hombres no se entregan con ardor al fin por el cual están en el campo de batalla, e incluso la inferioridad en materiales puede ser equilibrada en parte por la superioridad de la moral de combate; en parte, pero no totalmente. Un corazón ardiente no es capaz de fundir las planchas de un tanque; para eso se necesita por lo menos una granada de mano y la mano –previamente adiestrada– que la arroje bajo la cadena de oruga del tanque.

Estas experiencias de las semanas de combate en Teruel fueron valoradas a fondo por los batallones de la XIII tras su retirada del frente en enero, y tuvieron que ser trasmitidas a los numerosos nuevos voluntarios que completaron los batallones. La tropa, tanto los viejos como los nuevos, tuvo que ser preparada sistemáticamente para saber arrojar granadas de mano, se realizaron ejercicios con ametralladoras ligeras y pesadas, se estudió lo referente a comunicaciones, enlaces, cooperación de los distintos tipos de armas, ataque tras los tanques, defensa en ataque y en retirada, ataque en grupos, en compañías, con todo el batallón, ejercicios antigás, marchas con protección, lectura de mapas, observación del terreno, prácticas con telémetro, maniobras de envoltura, camuflaje, construcción de trincheras y agujeros de protección, estudio del armamento… había que aprenderlo casi todo. Hubiese sido necesario un trabajo sistemático y concentrado para que la tropa tomara confianza con la complicada técnica de la guerra con moderno material bélico. Pero incluso estas pocas semanas de aprendizaje y ejercicios en Utiel y Requena fueron útiles a los batallones de la XIII. Además, la práctica del combate siguió siendo la maestra principal de la teoría del combate.

Apenas diez días después de su retirada a los cuarteles de retaguardia los batallones de la XIII fueron de nuevo puestos en urgente estado de alarma.Todos sospecharon dónde irían. Málaga acababa de caer, el frente del Sur en descomposición, los fascistas avanzando rápidamente. Los batallones ardían en deseos de enfrentarse con ellos.

En Requena había sido encuadrado el batallón español “Juan Marco” (nombrado así en memoria del joven estudiante de medicina que había caído en el otoño anterior en el frente de Aragón) como 3º batallón de la brigada. Como 4º batallón pronto se organizó otro español, el “Otumba”.

Los batallones se marcharon en camiones. Antes de llegar a Almería, el convoy se tuvo que detener porque los fascistas bombardeaban la ciudad. Nadie sabía cuánto habían avanzado en realidad los fascistas, tampoco nadie sabía decir dónde y en qué medida habían encontrado resistencia. Se avanzaba hacia lo desconocido. Este viaje a lo largo de la carretera Almería-Málaga, entre el mar a un lado y las montañas al otro, fue uno de los hechos más inolvidables y horribles que vivieron los internacionales.

Sobre esta carretera se precipitaba hacia los batallones que avanzaban el torrente de los que huían de Málaga, diez mil, cien mil, con sus pocas pertenencias: familias sobre un burrito; viejos que andaban arrastrándose con muletas sobre los pies destrozados hasta caer a los lados de la carretera de puro agotamiento; niños que morían en brazos de sus madres cuyos pechos no daban ya ni una gota de leche y allí donde caían se les dejaba; niños y madres, adelante, siempre adelante. Había que abandonar atrás a los muertos para escapar de la muerte. Este torrente lo arrastraba todo consigo allí adónde fuese. Las aldeas estaban muertas, de las montañas bajaban los campesinos para unirse a los que huían, el pánico de tantos miles hacía imposible mantener la moral de los milicianos traicionados por sus jefes, desvalidos, así que ellos se unían también a esta marcha del horror, muy pocos conservaban aún el fusil.

El Dr. Jensen, el médico de la brigada, ha descrito expresivamente estas escenas de pánico. Hace la observación exacta: “Extraño contraste: cientos de quilómetros de carretera llenos de expulsados que ya tienen tras de sí incontables quilómetros de caminar, perseguidos sin piedad por los “defensores de la fe”. Y a los lados de la carretera nosotros, los “destructores de iglesias”, los “sin dios” moldeando con algodón y vendas algo como zapatos para la multitud de pies heridos…”

El Batallón Chapaiev, que se encontró con este torrente, había marchado cantando sus cantos de combate. Cuando empezó a penetrar en esa fila en peligro de muerte, enmudeció. Cuanto más avanzaba, más cadáveres yacían en las cunetas de la carretera, los fascistas habían ametrallado desde sus aviones a esta corriente de miseria y desesperación. Mujeres con los pies ensangrentados entregaban con sus últimas fuerzas a sus niños temblorosos y nos pedía un trozo de pan. El batallón lo repartió todo, cada uno dio toda a comida que llevaba, que era poca.Pero después, de pronto, en medio del horror, el batallón empezó a cantar otra vez de otra manera, ya no alegre; rabiosos y conscientes, los hombres del Batallón Chapaiev cantaron sus canciones con los puños levantados. Y se les entendió. La multitud comprendió lo que el canto decía: ¡No tengáis miedo! Ahora venimos nosotros, los internacionales, miles de hombres disciplinados, bien dirigidos, valientes hasta la muerte. Tras nosotros estaréis seguros. Aquí no pasarán más: ¡No pasarán!”Esto cantaban una y otra vez: ¡No pasarán! ¡No pasarán!, pues era el estribillo de la canción de Chapaiev.

El efecto moral fue impresionante. Este batallón que se dirigía cantando contra el enemigo, relativamente bien pertrechado, decidido, con hombres decididos a luchar, dio a los que huían confianza y seguridad. Su huida se hizo más lenta, sí, algunos se quedaron al borde de la carretera mirando, y vieron pasar los camiones con los soldados, que ahora protegerían sus vidas. Y sucedió que campesinos que habían abandonado sus casas huyendo, se dieron la vuelta y cargaron de nuevo sus pobres pertenencias en la mula. Pero seguían llegando los que huían de allá delante, de Málaga y Motril, con cientos de milicianos entre ellos, la mayoría sin armas. A aquellos que tenían fusiles se les hizo parar y sus armas fueron entregadas a los internacionales.

Algunos las dieron voluntariamente. Otros se resistieron. Hubo una discusión. Un pelotón de milicianos armados estaba plantado junto a los camiones y gesticulaba violentamente a nuestros hombres. Estos no entendían nada, estaban impacientes, tenían prisa, cada minuto de tiempo perdido daba ventaja al enemigo. Se llamó a un traductor que aclaró que los camaradas españoles pedían que les dejáramos los fusiles, que ellos querían ir otra vez al frente. Uno se animó a decirnos si los internacionales no le llevaríamos con nosotros. Nuestros chicos se miraban unos a otros. Había sitio en algunos camiones si todos se apretaban. Y se apretaron. Con una alegría enorme unos cuantos milicianos treparon a nuestro camión. Lloraban y gritaban a la vez de la alegría. En pocas horas el batallón creció de unos 500 hombres a más de 800. Unos 300 camaradas españoles subieron a los camiones para volver a enfrentarse al enemigo junto con los internacionales. A los otros batallones les pasó lo mismo.

Estos milicianos que toparon con nosotros en la carretera de Málaga no fueron en absoluto un lastre. Con una firme dirección se revelaron cono combatientes extraordinarios, valerosos, abiertos a aprender. En ellos ardía la vergüenza de haber huido. Demostraron de cien maneras y lo siguen demostrando hoy –pues aún permanecen en nuestras filas muchos de aquellos que se incorporaron entonces– que son buenos soldados, que pueden luchar y que sin duda también habrían luchado en Málaga. Si no hubieran sido traicionados no se hubiese extendido este pánico conscientemente provocado desde arriba.

Pero aún esperaba otra buena sorpresa a la brigada que avanzaba en la supuesta tierra de nadie. El torrente de fugitivos iba poco a poco menguando. En las aldeas y sobre las carreteras sólo permanecían los muertos, los heridos incapaces de moverse, los ancianos desvalidos; a ellos se dedicó nuestra sanidad. Entonces el batallón puntero de la brigada, el Chapaiev, encontró mucho más adelante, en una posición firme donde ya parecía todo evacuado, a toda una brigada decidida a combatir. Era la 6ª Brigada española, una formación de trabajadores. Aislada e inconmovible, esta brigada mantenía en los puestos avanzados la vigilancia, era una de las pocas partes de la tropa –posiblemente la única unidad de este sector– que había permanecido intacta interior y exteriormente tras la catástrofe de Málaga. La 6ª Brigada mantenía sus posiciones junto a Albuñol dominando  la carretera hacia Almería y al tiempo la que lleva de Granada al mar a través de la Sierra Nevada.

El Batallón Chapaiev no vaciló. Con el descubrimiento de esta brigada siguió avanzando sin demora en tierra de nadie, ocupó Melicena, La Mamola y Castell de Ferro. En Calahonda, un poco antes de Motril, estaban los fascistas. Inmediatamente el Batallón Chapaiev se internó en el lugar fortificado, los fascistas huyeron presos del pánico ante la proximidad de las tropas lanzadas al ataque; casi sin disparar un tiro el batallón tomó ese lugar estratégicamente importante y fácil de defender y siguió avanzando por la carretera.

Un par de quilómetros antes de Motril se detuvo, tomó posiciones y bloqueó la carretera. Aquí esperó nuevas órdenes, los refuerzos y el batallón hermano francés para, más tarde, atacar a los fascistas de Motril, el puerto más importante de la zona. Nada les parece imposible a los hombres del Chapaiev. En pocas horas han asegurado de nuevo este frente. Saben que los fascistas corren cuando tienen delante un enemigo decidido y bien dirigido. Los hombres del Chapaiev –“cada uno de nosotros es hijo de Chapaiev”– no desilusionarán la confianza de cientos de miles fugitivos ni de cientos de nuevos camaradas españoles. “¡Adelante, a la victoria, primer batallón!” Entretanto se emplean un par de horas para asegurar el flanco de la montaña y se envían fuertes patrullas muchos quilómetros por delante; por todas partes, allí donde los internacionales aparecen, los fascistas huyen sin combatir.

Al día siguiente llega la orden de ceder la posición a la 6ª Brigada y retroceder inmediatamente. Los hombres del Chapaiev no lo entienden, pero obedecen. Los fascistas, cuyo servicio de noticias es extraordinario y se alimenta gracias a la traición de la «quinta columna” en las filas de los republicanos confiados, saben desde hace tiempo que ahora tienen delante un ejército disciplinado y combativo. Conocen a la XIII Brigada desde Teruel. No entrarán en un enfrentamiento directo.

Se reagrupan. Reúnen fuerzas muy potentes en las montañas de Sierra Nevada, junto a Órgiva, Pitres, Pórtugos, Trévelez. Pretenden atacar en los valles de Trévelez por el flanco; quieren avanzar hasta el mar a espaldas de la brigada que ha llegado muy adelante, y cortar la carretera. No sólo se perdería la brigada sino que también quedaría abierto el camino hacia Almería. La fuerza defensiva de este camino es aún muy insuficiente a causa del pánico del torrente de cientos de miles de fugitivos. Se ha enviado al 2º Batallón de la XIII, el batallón francés “Henri Vuillemin”, al frente en las montañas, se encuentra delante de Órgiva. Ahora el Chapaiev debe asegurar la parte de Pitres, Pórtugos y el valle de Trévelez, que forman el flanco derecho del frente, el sector más peligroso y más amenazado. La 6ª Brigada entra en las posiciones que el Chapaiev ha conquistado en Calahonda, cerca de Motril. Para los hombres del Chapaiev que habían venido para atacar Motril es un consuelo y una tranquilidad saber, al menos, que la 6ª se quedará allí. Otra vez hay un frente en Málaga.

Este episodio sucede en sólo unos pocos días. El 11 de febrero la brigada ha salido de Requena y Utiel, el 14 se encuentra en el frente del Sur, el día 16 ya hay partes de la brigada, entre ellas el 2º Batallón “Henri Vuillemin”, en las montañas de Sierra Nevada en el frente de Granada para parar el temido ataque lateral de los fascistas, y el día 18 el Batallón Chapaiev será también relevado de las posiciones de vanguardia ante Motril a fin de enfrentarse al golpe de los fascistas en el valle de Trévelez. Pero las impresiones de estos pocos días en el frente de Málaga permanecen en el ánimo de todos los camaradas de la Brigada inolvidables y forman un capítulo especial de su historia.

IV. EN LAS MONTAÑAS DE SIERRA NEVADA

Frente del Sur, 6 de junio de 1937

El 18 de febrero la 6ª Brigada sustituyó al Batallón Chapaiev en las posiciones de Motril. Este batallón, que había crecido casi hasta los 850 hombres gracias a los españoles que habían entrado en sus filas, subió de nuevo a los camiones y se dirigió a través de Albuñol hacia Juviles con el fin de adelantarse al esperado ataque de flanco fascista por las montañas. Una parte de la Compañía de Ametralladoras ya había sido desviada antes y estaba en esos momentos con el batallón francés Henri Vuillemin en el frente de Órgiva, a unos 20 quilómetros en línea recta de la posición del Chapaiev, pero en la práctica alejada casi 80 quilómetros por complicados caminos de montaña.

El ánimo de los camaradas era extraordinario. En los pocos días de avance a lo largo de la costa habían visto y habían vivido mucho, pero eso justamente había elevado su espíritu de combate. Se sentían fuertes y seguros de la victoria. El viaje por las montañas estuvo lleno de acontecimientos. El ayudante del batallón, Lackner, era el jefe del convoy; ayer me estuvo contando un par de divertidos sucesos de este viaje. Siguiendo falsas informaciones, se perdió toda la columna y los primeros camiones aterrizaron de pronto en medio de los fascistas. Fue una suerte que ellos estuviesen aún más despistados que nosotros cuando tomamos las de Villadiego a toda velocidad. A pesar de todo fue una atrevida empresa darse la vuelta con 35 camiones pesados y otros muchos vehículos más pequeños sobre una estrecha carretera al alcance del fuego de los fascistas. Después se agotó el combustible y hubo que tomarlo prestado unos de otros. Finalmente alcanzamos la altura desde donde ya se iba todo seguido hacia abajo, hacia Albuñol, o por el camino correcto hacia Juviles.

El comandante del batallón, Otto Brunner, y el comisario, Ewald Fischer, que habían ido por delante, estaban ya en la carretera y esperaban con inquietud a su batallón. Así que no pudieron dar ningún descanso a los camaradas que llegaron agotados y helados después de haberse perdido en el largo trayecto. Las compañías tenían que llegar a las posiciones antes de la noche.

Otto Brunner explicó al batallón reunido cuál era la situación. Los fascistas habían juntado muchas fuerzas en las montañas para coger por la espalda a nuestras fuerzas que estaban ante Motril, mediante un ataque de flanco por Albuñol y Adra en la carretera de Málaga a Almería. La ofensiva de los fascistas se esperaba con seguridad para la mañana siguiente. Si los fascistas conseguían bajar de las montañas y alcanzar la carretera de Almería eludiendo nuestra recién construida línea de defensa, Almería estaría perdida, miles de fugitivos quedarían de nuevo en manos del horror y existía el peligro de que el pánico pudiese estallar de nuevo y crecer catastróficamente.

Todo este frente estaba aún medio desorganizado. En la costa sólo se podía contar con la 6ª Brigada y en las montañas, junto a los batallones de la XIII, sólo algunos batallones españoles de confianza a nuestros flancos derecho e izquierdo. Nuestra intervención perseguía además otra meta: liberar a unos 800 camaradas españoles que se habían refugiado en las montañas y que estaban rodeados por las tropas fascistas, sin munición y sin comida. Si conseguíamos rechazar a los fascistas, salvaríamos a estos 800 camaradas entre los que había también mujeres.

Otto Brunner sabía que este llamamiento a la camaradería era el argumento más fuerte que podía ofrecer, por eso insistió precisamente en él, pues verdaderamente se necesitaba una razón fuerte para que la tropa entendiera de forma muy concreta y urgente la necesidad del ataque. Brunner conocía la disciplina del Batallón Chapaiev. Le habría bastado con dar la orden. Pero hay que agradecerle que nunca se limitase a dar órdenes, sino que siempre diese mucha importancia a hacer comprender a cada camarada lo que dependía de ese ataque. La confianza de los compañeros en él era inconmovible. Si Brunner explicaba que se debía atacar, se atacaba, incluso en situaciones en las que otra clase de tropa no tan convencida, tan entusiasmada y tan llena de fe, se hubiese seguramente negado a atacar.

El batallón venía de la parte más meridional de España. Allí, en la carretera de Málaga, el sol calentaba tanto en esos últimos días de febrero como en nuestras tierras septentrionales en pleno verano. Muchos se habían bañado en el mar y se habían tumbado desnudos al sol sólo 24 horas antes.Y a la siguiente mañana temprano tuvieron que atacar las posiciones fascistas fortificadas en la nieve de la alta montaña, a más de 3.000 metros de altura, en las que reinaba el puro invierno. En las alturas había nieve y todos los caminos estaban helados y resbaladizos. Y nuestros muchachos iban vestidos con ligeros uniformes de verano. Pocos tenían abrigo, poquísimos habían cambiado el ligero calzado de tela por las pesadas botas.

El batallón partió tras la arenga de Brunner.Durante la noche ascendió por la helada cara nordeste hasta las posiciones de salida. A la medianoche ya estaba en posición. Nadie pudo dormir esa noche por miedo a congelarse. A las 5 de la mañana llegó el café caliente. Poco antes de las 6, con la primera claridad del amanecer, avanzó el batallón. Este ataque precedió en pocas horas al de los fascistas. Hombres calzados con alpargatas atacaron con tan irresistible entusiasmo a los fascistas sobre las heladas alturas rocosas y toda resistencia quedó rota antes de que los moros y los falangistas, seguros de su victoria, se hubiesen recuperado de su enorme sorpresa. La batalla se decidió a poco de empezar. En completo desorden, presas de auténtico pánico, las tropas de ataque fascistas retrocedieron dejando abandonados todos sus materiales. Nunca los recuperaron. Trévelez, el pueblo más alto de España, fue ocupado en el primer asalto, casi sin lucha y sin pérdidas. Desde allí se arrolló el frente fascista con un ataque por el flanco izquierdo. Pitres, Pórtugos, Mecina, Ferreirola, Busquístar y otras ricas aldeas, amplios territorios, alturas dominantes, el alto valle de Trévelez y todas las carreteras de paso fueron ocupadas; se había logrado hacer imposible cualquier ataque de los fascistas contra la carretera de Málaga.

Más de 100 quilómetros cuadrados de territorio, siete ricas aldeas, numerosas granjas, munición junto con los camiones que la cargan, ametralladoras ligeras y pesadas, morteros, fusiles, pistolas… fue un incontable botín de guerra  arrebatado a los fascistas en el primer ataque del Batallón Chapaiev en Sierra Nevada, frente de Granada.

Todo esto había sucedido tan sorprendentemente para los fascistas que Franzl, un tirador de ametralladora austriaco, recibió una llamada de la jefatura militar fascista de Granada. Estando Franzl en la aldea de Pitres, en el edificio del hasta ese momento principal acuartelamiento de los fascistas en todo el sector, sonó el teléfono. Franzl fue al aparato y entendió que el Estado Mayor General del ejército fascista telefoneaba con toda tranquilidad desde Granada para saber si el ataque fascista, planificado para esa misma mañana, se había producido, y para reclamar el informe de la situación. El rostro de Franzl se iba esponjando cada vez más de satisfacción y finalmente respondió con su cerrado acento austriaco: “Ah, ¿un informe de la situación? Pues es muy fácil, atención. Los fascistas son “fini”, ahora está aquí el Batallón Chapaiev, ¿comprende?” A los señores de Granada les bastó con este informe. No intentaron ponerse en contacto con nosotros ni una vez más.

Ya al día siguiente nos llegaron los enviados de los que estaban cercados en las montañas, las valientes tropas españolas liberadas por nuestro exitoso ataque, entre los cuales había algunas mujeres que lloraban de alegría. Haber liberado a 800 camaradas del cerco mortal de los fascistas era mucho más que un efecto secundario de esta gran victoria; alguno ha llamado a este ataque en Sierra Nevada “nuestra victoria más hermosa”.

Esta victoria tuvo otros efectos. Las aldeas y territorios que el batallón había liberado estaban llenos de comida, rebaños, ganado menor. Sólo en la casa de un gran propietario contaron los camaradas doscientos jamones enormes. La propiedad de los pequeños campesinos pobres que se habían quedado en sus pueblos era sagrada para nosotros. Y el que sólo tenía una vaca, recibió una segunda. Les vino muy bien la propiedad de los grandes propietarios fascistas. Al menos pudieron comer bastante.

Pero no sólo eso, al mismo tiempo marcharon un camión tras otro completamente cargados por la carretera de Málaga hacia el sur, hasta los hambrientos fugitivos. Miles, decenas de miles fueron alimentados esos días con la comida incautada; para muchos fue la salvación en el último momento. El batallón cumplió la promesa que había hecho unos días antes al torrente de los que huían por medio de su orgulloso canto: “Estad tranquilos, ahora hemos llegado nosotros, a nuestras espaldas estaréis protegidos, los fascistas ya no avanzarán más: ¡No pasarán! ¡No pasarán!”

V. SEIS SEMANAS EN LA NIEVE

Frente del Sur, 9 de junio de 1937

Lo más satisfactorio de este gran éxito fue que se consiguió casi sin víctimas por nuestra parte. La pérdida más lamentable fue la muerte heroica del jefe de la 3ª Compañía, el camarada húngaro Jenö Winkler, caído en el ataque a Trévelez. Después tuvimos otra pérdida no menos dolorosa: el camarada austriaco Karl Fokker, que cayó como jefe de los vigías a causa de un disparo fascista casual. También el camarada Georg Lutz y algunos otros dejaron su vida luchando por la libertad en este sector del frente. Sus nombres están grabados en las rocas de Sierra Nevada, bajo las cuales descansan.

Las semanas de guerra de posiciones que siguieron, fueron para los camaradas que tenían que combatir y vigilar con uniformes de verano y alpargatas entre la nieve permanente y el hielo, una prueba de resistencia muy dura. El batallón tenía que mantener un sector de frente de 10 quilómetros. El ala izquierda estaba en una situación relativamente buena, a una altura de entre 1800 y 2000 metros y no demasiado lejos de los pueblos más cercanos. Pero el ala derecha del batallón tenía su posición sobre glaciares a 3200 metros de altura. El abastecimiento de estos camaradas y el mantener permanentemente en orden la comunicación con ellos planteaban tales dificultades que no dejaban descansar a nadie en el batallón.

Allí arriba, a más de 3200 metros de altura, estaba el pelotón húngaro del batallón, lleno de tristeza a causa de la pérdida del comandante de su compañía Jenö Winkler. En medio de ellos se encontraba como comisario el revolucionario húngaro Imre Tarr. En medio de un temporal de nieve Imre Tarr se encontraba allí medio helado entre los demás, aunque habría podido vivir en un palacio con coches y criados pudiendo pasar sus días entre tés danzantes, partidas de caras y bailes de disfraces.Y es que Imre Tarr había recibido hacía pocos meses una herencia que se elevaba a más de 25 millones de francos. Recibió la noticia de esta herencia cuando la XIII brigada abandonó el frente de Teruel. Los camaradas le aconsejaron tomarse un permiso para recibir la herencia. Pero él pensó que durante este tiempo se podía ocupar de ello su mujer y que él prefería permanecer con el batallón, junto a sus camaradas húngaros. Serias advertencias de amigos sensatos –que le quisieron demostrar que, con su dinero, podía serle más útil a la lucha española que con su persona– no dieron fruto. Imre pensaba que si dejaba en la estacada al batallón ahora que empezaban nuevos combates, algunos camaradas pensarían: “Ah, ahora es rico y prefiere divertirse en París mientras nosotros estamos aquí tirados.”

Imre Tarr prefirió practicar con sus compañeros “deportes de nieve”, como él decía en broma, en las montañas nevadas de Sierra Nevada. Participó después en los combates de Valsequillo, La Granjuela y otros en el frente de Pozoblanco y hace poco se ha separado del batallón pero no para marcharse a París, sino para ser comisario del batallón húngaro “Rakosi” de la XII Brigada [más bien de la 150 BI] bajo el mando de su compatriota, el general Lucacz. [Tarr cayó en la ofensiva de Huesca de junio de 1937, al igual que el general Lukacz].

En todo caso comida no faltaba. Los enormes stocks, algunos miles de cabezas de ganado mayor y muchos miles de aves, servían no sólo para aplacar el hambre de los fugitivos de Málaga y para abastecer bien a los vencedores, sino también para aliviar la dura lucha en las montañas de los camaradas españoles del Batallón Lenin y de otras unidades. Pero además dieron lugar a un episodio muy bonito de camaradería entre los dos batallones internacionales de la XIII: el Henri Vuillemin y el Chapaiev.

Este episodio me lo ha narrado el joven capitán alsaciano Engel, jefe de la 3ª Compañía del Henri Vuillemin, cuando le solicité material para la historia de la XIII Brigada. Pensaba él que yo debía elaborar más su narración, que era sólo una especie de materia prima. Sin embargo su historia fue tan expresiva que me he limitado a reproducirla sin más adornos.

Mientras el Chapaiev atacaba en Pitres y Pórtugos, el batallón francés Henri Vuillemin, y con él una parte de la Compañía de Ametralladoras del Chapaiev, se encontraba a 15 quilómetros en línea recta de Órgiva, en el ala izquierda de este frente. Los camaradas podían seguir con sus prismáticos desde las laderas de la montaña el victorioso ataque. Cuando sobre la torre del campanario de Pitres ondeó la bandera roja, supieron que la batalla se había ganado y que los fascistas habían sufrido en este sector del frente una derrota decisiva.

Los que estaban allí, frente a Órgiva, franceses, españoles y 120 hombres de la Compañía de Ametralladoras del Chapaiev, andaban escasos de todo. Su sector se había aprovisionado hasta ese momento en Málaga. Ahora se había cortado el aprovisionamiento. El batallón francés había traído entre sus propias provisiones un poco de comida; estirándola mucho podía durar un par de días. El destacamento del Chapaiev, que había sido enviado en un rápido avance por la carretera de Málaga hasta Motril como primer e improvisado refuerzo de flanco en las montañas, no tenía ninguna posibilidad de asegurar su alimentación suficientemente. En esas circunstancias el batallón hermano francés, que llegó unas 36 horas más tarde, ayudó inmediatamente. Las escasas provisiones que traía las compartieron con los camaradas del Chapaiev y con los camaradas españoles que se encontraban posicionados allí. El resultado fue que, pasados unos días, los camaradas tuvieron que sufrir en igual medida raciones de hambre.

Cuando se tomó Pitres, y con ello quedó descargado aquel sector del frente y eliminado el peligro de una penetración de los fascistas por el lado de Órgiva, el destacamento de artilleros del Chapaiev obtuvo permiso para volver a su batallón. Al llegar estos camaradas describieron las dificultades de abastecimiento del batallón francés. Se formó inmediatamente una considerable caravana de 15 mulos cargados a tope con carne, pan, harina, jamón, tocino, azúcar, café, embutidos y otras cosas buenas, para enviarlas a los compañeros. Las provisiones llegaron a tiempo para evitar graves dificultades. Mientras tanto los camaradas franceses también habían recibido un envío, el donativo de Francia más exquisito que se les podía enviar a nuestros voluntarios pero que, teniendo en cuenta el hambre que tenían, resultaba como encontrar oro en el desierto cuando uno busca, muerto de sed, agua: ¡había llegado un camión cargado de cigarrillos!

Y ahora “los Chapaievs” enviaban 15 mulos con alimentos seleccionados, entre ellos más de 1.000 quilos de carne y un montón de tocino. Sólo quien conoce el papel que juega la comida en unas tropas del frente a las que se les exige mucho esfuerzo físico, puede medir la explosión de júbilo y el agradecimiento con los que fue saludada esta caravana cargada de tesoros. Los camaradas franceses lanzaron vivas y hurras a los camaradas del Chapaiev y encargaron a su comisario que enviara a ese batallón la siguiente carta:

Queridos camaradas,

En nombre de los voluntarios antifascistas del Xº Batallón os doy las más expresivas gracias por el regalo de víveres que nos habéis hecho. En efecto, es bienvenido porque en nuestro sector sufrimos grandes dificultades de avituallamiento. Pero para nosotros es sobre todo una gran alegría moral ver cómo nuestros compañeros de lucha, valientes combatientes antifascistas alemanes y eslavos del 8º Batallón, no olvidan a sus camaradas franceses. Es así como también en el frente se manifiesta la solidaridad entre los trabajadores de todas las naciones y la estrecha unión de todos los antifascistas, garantía de nuestra victoria común.

Una vez más, gracias y salud antifascista,

El comisario: Raymond François

Con esta carta volvieron los enviados al Batallón Chapaiev. Con ellos volvieron también los mulos, que serían utilizados otras veces para otros transportes. Pero algunos de estos mulos volvieron especialmente cargados. ¿Qué podían enviarles «los desmayados de Órgiva” a sus camaradas que nadaban en la abundancia en el “frente del jamón” entre Pitres, Pórtugos y Trévelez? Cuando se abrieron los paquetes estallaron los gritos de alegría, parecidos a los de los franceses cuando les llegó la caravana con comida. Los camaradas franceses les habían enviado exactamente la mitad de los cigarrillos que a ellos les habían regalado: ¡más de 10.000 cajetillas! En este frente ya había tanto para comer y para beber que lengua y estómago podían satisfacerse. Sólo faltaba una cosa: tabaco. Y aquí hay que volverlo a repetir: sólo quien conoce el papel que juega el tabaco para los soldados del frente, puede medir…

Mientras los compañeros de Órgiva con vivas a “los Chapaievs” se zampaban gruesas tajadas del más exquisito jamón, los que estaban en Pitres se encendían los buenos cigarrillos franceses con grandes vivas a sus amigos del “Henri Vuillemin”. Desde ese momento la amistad entre ambos batallones es inquebrantable.

VI. NUESTROS ESPAÑOLES

Frente del Sur, 12 de junio de 1937

En resumidas cuentas el tiempo pasado allá arriba en las montañas fue un buen tiempo, a pesar de las extraordinarias exigencias físicas de una tropa que había sido trasladada sin transición, de un día para otro, del sol de las tierras más meridionales de Europa a los glaciares del invierno helado a 3000 metros de altura.

En caso de necesidad se podía atacar con alpargatas, más pesado era aguantar con uniforme de verano, sin abrigos, sin mantas, sin botas en medio de las nieves permanentes. Las bajas por la acción del enemigo fueron escasas. En el Batallón Chapaiev contamos 9 muertos y 20 heridos. Las bajas por el frío fueron considerablemente más altas. En los primeros días ya hubo que evacuar a más de 50 camaradas de la línea del frente con congelaciones, ligeras y graves. Después mejoraron algo las condiciones de la ropa, al menos se pudieron conseguir suficientes mantas. No obstante, la ilimitada lealtad y resistencia de los combatientes internacionales fueron parte esencial del hecho de resistir el azote del viento y las tormentas de nieve a 3200 metros de altura en los puestos de vanguardia en pleno invierno.

Los batallones de la XIII combatieron unas cinco semanas en lo alto de las montañas; desde el 21 de febrero hasta el 27 de marzo. En ese tiempo se habló mucho del relevo.Los camaradas pensaban que ahora debían tener ocasión de recuperar la tranquilidad, doble y triplemente ganada, y la reorganización lograda tras los combates en Teruel y repentinamente interrumpida por los sucesos de Málaga.

No vamos a intentar embellecer la realidad. Hemos de confesar sinceramente que entonces ya se levantaron, a pesar de la disciplina, voces de insatisfacción entre los hombres que no entendían que se nos dejase tanto tiempo en esta posición, dura y al mismo tiempo fácil de defender, por lo que, en su opinión, podía ser mantenida sin peligro por camaradas españoles. Naturalmente no teníamos ni idea de las razones que movían al Ministerio de Guerra a dejar que se agotasen en las montañas, sin utilizar, estas destacadas tropas de ataque. Sólo cumplimos nuestro deber como cronistas cuando informamos de las opiniones críticas y de las voces de los compañeros.

Por todo ello fue enorme la alegría cuando finalmente el 27 de marzo llegó la anhelada orden de marcha. Por fin se podía abandonar el helado invierno y volver a la primavera española. Los camaradas soñaban pensando a dónde irían ahora… ¿a Valencia? ¿a Murcia? ¿a Alicante? ¿cuánto tiempo de descanso tendrían? ¿a dónde irían después? Tal vez a Madrid… ¡Por fin a Madrid!

Nadie suponía que no habría descanso, que se iría inmediatamente a un nuevo sector del frente, a una nueva batalla llena de bajas. Las posiciones en las montañas se transfirieron alegremente a las unidades españolas de relevo y los camaradas marcharon cantando alegremente las canciones de combate hacia los lugares de concentración donde tenían que subir a los camiones.

En este relevo ocurrió un episodio que explica cómo fue posible que las compañías de la XIII incluyeran secretamente en sus filas a algunos camaradas españoles de las aldeas del sector de Pozoblanco; ello suponía contravenir las órdenes superiores, pero así atendían a sus peticiones encarecidas, afirmando que estos Alonsos, Rodríguez y Pedros –que a decir verdad procedían de Valsequillo, de La Granjuela y de Los Blázquez– eran milicianos que se nos habían juntado en el frente de Málaga.

Tales milicianos ya no existían legalmente en nuestras filas desde el relevo en las montañas. Se trataba más bien de un “no derecho” aprobado tácitamente entre ellos. Esta historia me la ha contado el oficial de información del Batallón Chapaiev, Ludwig, y la ha esbozado también para un folleto sobre los combates de la XIII. Encuentro este suceso especialmente bonito porque muestra indirectamente lo cordial que había llegado a ser la relación entre los españoles y los internacionales tras pocas semanas de convivencia.

Casi al mismo tiempo que la orden de prepararse para la marcha llegó al Estado Mayor del batallón otra orden por teléfono: el batallón ha de enviar a todos los soldados españoles que se hallen en sus filas al batallón español que los releva.El entendimiento a través del teléfono es muy malo, hace falta una batería nueva para la transmisión. La orden se recibe con dificultad, y se difunde mecánicamente. Sólo después se comprende lo que supone. Se vuelve a preguntar: sí, se ha entendido correctamente. Otto Brunner empieza inmediatamente a renegar: “Ni hablar:” Pero después le toca preguntar a la brigada y enterarse de que la orden viene del jefe del sector. Y, claro, una orden es una orden.

Nada que hacer. Una orden es una orden. Brunner debe dar curso a la orden en las compañías que ya están a punto para la marcha en la carretera, donde aguardan los camiones.

La noticia corre ahora de una parte a otra de las compañías como una broma de mal gusto, como un rumor.“¿Dejar atrás a nuestros españoles?” “Es una barbaridad.” Se han ganado el descanso que hemos recibido tanto como nosotros, lo necesitan tanto como nosotros. Este es el pensamiento dominante desde que surge el rumor hasta que se confirma la certeza de la orden: precisamente ahora, cuando vamos a descansar, ¿se han de quedar aquí nuestros compañeros españoles que han combatido con nosotros durante las duras semanas de las montañas y han pasado aún más frío que nosotros mismos?

Por suerte, a través de las filas llega desde delante un decisivo desmentido: “¡Me cago en dios, los españoles se quedan en la compañía!” Es Gusti, el viejo jefe de la 1ª Compañía, representante del comandante del batallón, el que con su ruda  “grrrr” desmiente tan absurda murmuración. Pero después también él se ha de dar por enterado de que esta disposición es una orden del jefe del sector y de que entonces él mismo tiene la penosa tarea de aclarar a los camaradas que una orden es una orden, “¡Me cago en dios!”

Los camaradas españoles presienten que algo pasa. Lo notan en las caras de los internacionales. Se imaginan de qué se trata. Y se dirigen rápidamente a ellos gesticulando enérgicamente. Estos no entienden ni una palabra, pero saben bien lo que los camaradas españoles les quieren decir: queremos quedarnos con vosotros. Los internacionales responden en alemán, francés, polaco, checo, holandés y en diez lenguas más. Los españoles tampoco entienden ni una palabra, pero saben exactamente lo que los internacionales les están respondiendo: no os vamos a dejar, tenéis que venir con nosotros.

Una orden es una orden. Otto Brunner reúne a los oficiales, Ewald a los comisarios. Los españoles han de concentrarse delante de una casa donde han de ser transferidos a los oficiales del batallón que nos releva. Entretanto los españoles han subido ya hace rato junto con los internacionales en los camiones. Otto corre a lo largo de la fila de camiones y aconseja a los camaradas tener buen sentido. ¡Una orden es una orden! “La despedida, escribe Ludwig en su resumen, es muy dura, más que el avance contra un nido de ametralladoras.”

Finalmente se ha juntado un grupito de españoles ante la casa. Miran tristemente hacia donde están los camiones. Es evidente que la mayoría deben estar aún subidos en ellos. Otto, acompañado por los jefes de las compañías, recorre de nuevo la fila de camiones. “Bajad de los camiones, por todos los demonios. Una orden es una orden. Yo no la puedo cambiar, camaradas. Tened sentido común, maldita sea.Acabemos con esto.”

Algunos bajan remoloneando. Pero cuando Otto se despista un momento, los que han bajado son ayudados silenciosamente por manos solidarias, vuelven a subir a los camiones y son escondidos en medio de la caja del camión como si fuesen mercancía de estraperlo, mientras los otros camaradas en los bordes de camión miran hacia fuera, como si ellos mismos estuviesen muy asombrados preguntándose ¿dónde se habrán metido los españoles?

Por fin se ponen en marcha los camiones organizados por compañías. La más honrada es la 1ª Compañía, que sólo ha escondido a 12 españoles. Menos disciplinadas han sido la 2ª y la 3ª Compañías: han recogido a la mayoría de sus camaradas españoles. Sólo la más disciplinada, la Compañía de Ametralladoras, el orgullo del batallón, ha conservado en sus filas a todos los españoles. Cuando Otto les pidió más tarde explicaciones, aguantándose con dificultad una sonrisa de satisfacción, le respondieron: “Bueno, no podíamos deshacer todo nuestro equipo completo de artilleros. Has de entenderlo, Otto.” Otto lo entendía. Había quien afirmaba que él mismo, entre dientes, les había hecho saber que la Compañía de Ametralladoras había vuelto a demostrar ser la más lista de todas las compañías. Pero seguro que se trata de una difamación imputar al comandante del batallón tales palabras o pensamientos.

El final de este pequeño contratiempo de la disciplina fue –según el informe de Ludwig, quien como jefe del convoy vivió todos estos hechos en primera persona– el siguiente:

“Los últimos camiones no estaban completamente llenos porque ahora éramos menos. El capitán español habló a sus camaradas españoles reunidos delante de la casa, de pie delante de él en la oscuridad. Escucharon sus palabras y miraron los últimos camiones. Lentamente se salieron algunos del grupo y caminaron con pasos tranquilos y muy naturales hacia los camiones y en el momento en que éstos se pusieron en marcha, saltaron dos o tres dentro de cada camión y se marcharon en ellos.

Sólo quedó allí parado el último camión. Cuatro españoles discutían vivamente ante él. Uno trepó a él, después un segundo y también un tercero, y entonces intentó encaramarse también el cuarto. Hablaba fuerte y excitado. El jefe de convoy, que viajaba detrás de todos con el último coche, se dirigió a él, que colgaba ya, medio dentro y medio fuera, de la caja del camión e intentó empujarlo hacia adentro pues el camión estaba ya en marcha. En lugar de acabar de meterse dentro, el hombre saltó de nuevo abajo, tropezó y estuvo a punto de darse un porrazo. ¡Eh, cuidado, arriba! Se trataba de un pequeño malentendido. Este camarada no quería irse con el camión. De hecho era un teniente del batallón de relevo que debía cuidar de que ninguno de nuestros camaradas españoles se viniera con nosotros…”.