Tarrega 18

Obra de teatro en Tárrega

El 6 de septiembre se representará en Tárrega una obra de teatro inspirada en dos brigadistas enterrados en ese cementerio. Prácticas de vuelo para acabar con el olvido está escrita por el mexicano Antonio Zúñiga, que aceptó la propuesta de Fira Tàrrega para escribir un texto basado en la memoria histórica. La obra, que en principio iba a ser representada en el propio cementerio donde están enterrados los dos brigadistas, se hará en un espacio público.

Jaume Ramon Solé escribió este buen trabajo sobre la presencia de la XV BI en la zona de Tárrega. De todos modos, para entender este episodio, volvemos a citar parte el capítulo 11 de Soy del Quinto Regimiento, de Juan Modesto.

Antes de la batalla del Ebro

Organizando el Ejército del Ebro

Con la llegada del enemigo al mar y la nueva división en dos del territorio republicano, perdimos el enlace operativo en el frente, con todas las desventajas que eso comporta. El enemigo prosiguió su acción en dirección Sur, contra la zona de mayor extensión, y en Cataluña, cuyos bordes había mordido, fortificó las cabezas de puente de Tremp, Balaguer y Serós. Las tres estaban en la zona del Ejército del Este [republicano], que tenía a su cargo la defensa del territorio catalán desde la frontera pirenaica hasta la desembocadura del Segre. Su frente, en líneas generales, seguía el curso de los ríos Noguera Pallaresa y Segre. Con la ya constituida Agrupación Autónoma del Ebro, nosotros defendíamos Cataluña desde donde finaliza el Segre hasta el mar en todo el curso del río que nos daba su nombre, incluida, además, la costa hasta Sitges.

Nos pusimos a organizar la nueva gran unidad que me habían encomendado, en cuya composición entraban todas las que habían combatido con nosotros en el período marzo-abril de 1938, agrupadas en dos Cuerpos de Ejército: el V y el XV, mandados, como he dicho antes, por Enrique Líster y Manuel Tagüeña, respectivamente.

Pasaron a integrar el V Cuerpo las divisiones 11, 45 y 46, y el XV, las divisiones 3, 35 y 42. De la última confié el mando y la organización a Manuel Álvarez. El jefe de la 35ª división [general Walter] cesó y encargué de aquel puesto Pedro Mateo Merino, que venía mandando la 101 brigada…

Entramos en un intenso período de organización y reorganización de las unidades y Estados Mayores, de preparación de los combatientes para las nuevas luchas. La consigna «Ríos de sudor para evitar gotas de sangre» volvió a ser nuestro lema. Por su parte, el Comisariado, dirigido por Luis Delage, empezó a desarrollar un gran trabajo político, apoyándose en los comisarios de los Cuerpos V y XV (Santiago Álvarez y José Fusimaña, respectivamente) y de sus divisiones (Carlos García, de la 3ª; Ángel Barcia, de la 11ª; José María Sastre, de la 35ª; Fernández Herrador, de la 42ª; Vittori, de la 45ª y José del Campo, de la 46ª). Puse a Miguel Bascuñana de jefe del batallón especial del Ejército, que tenía a Huertas de comisario.

El E.M. del Ejército era el mismo que tenía el V Cuerpo, a excepción del capitán Angel Gurrea, jefe de la sección de Organización, oficial sólido, muy capaz y experimentado, que pasó al nuevo V Cuerpo. Completé mi E.M. con nuevos mandos y combatientes del batallón especial. Entre otros, el teniente Antonio Blanco pasó a ser segundo jefe de la sección de Operaciones.

La operación Balaguer

Después del corte se realizaron, por parte del enemigo, dos ciclos de operaciones en dirección Sur. Uno, del 23 de abril al 15 de junio; el otro, del 5 de julio hasta que el paso del Ebro lo puso fin. Estas operaciones tenían como objetivo la conquista de la región valenciana. Proyectaban ocupar Valencia el 25 de julio. El primero fue contenido el 19 de mayo, en su fase inicial, por el Ejército de Levante, al N. de las localidades Alcalá de Chisvert-Cuevas de Vinromá-Alcocer. Más al Oeste, el enemigo consiguió reducir el entrante republicano al NO. de Teruel, siendo detenido en la región de Mora de Rubielos. Antes de que empezara la segunda fase de este ciclo fue puesta en marcha la operación de Balaguer, primer intento de cooperación operativa de la zona catalana con la otra.

Habían transcurrido sólo 4-5 semanas desde que pasamos al E. del Ebro y el esfuerzo de organización realizado permitió enfocar aquella operación con perspectivas de éxito. Esta ofensiva nuestra, a cargo de las unidades del Ejército del Este que mandaba el teniente coronel Juan Perea, perseguía el objetivo de contener al enemigo en Levante y tenía la misión particular de avanzar las líneas republicanas al N. del Ebro hasta las fortificaciones del río Cinca, estableciendo enlace táctico con las unidades de la 43 división, de la que era jefe Beltrán y comisario Máximo de Gracia, y que se mantenía en la región de Bielsa.

La maniobra consistía en lo siguiente: un primer escalón, integrado por las unidades del Ejército del Este, debía atacar simultáneamente las cabezas de puente de Tremp, Balaguer y Serós, abrir paso a un segundo escalón mandado por mí, compuesto de 4 divisiones del Ejército del Ebro completamente motorizadas, que debían explotar el éxito en Balaguer y lograr alcanzar la línea del Cinca. En la columna venían Líster, con las divisiones 11 y 46, y Tagüeña, con la 3 y la 35.

Al rato de comenzada la operación me situé –conservo este cuadro en la retina– en uno de la serie de mogotes continuos que de E. a O. se alzan ante Balaguer –de los primeros de los cuales había sido arrojado y batido el enemigo– y seguí la marcha del combate. Me acerqué al puesto de mando de la masa artillera que dirigía personalmente el coronel José Luis Fuentes y observé con sus aparatos el panorama. La preparación artillera era francamente buena. Los transportes de fuego eran como debían ser. Los tanques apoyaban bien. Los combatientes actuaban con arrojo. El testimonio estaba allí, ante las alambradas del enemigo. Pero ¿qué pasaba? ¿Por qué no seguíamos?

Busqué el puesto de mando del jefe del XVIII Cuerpo, José del Barrio, y lo localicé. Estaba tumbado en el fondo de su magnífico refugio, dormitando. La única explicación que dio fue que él ya había hecho lo suyo, y ahora ¡a esperar! Desde las ocho del día 23 había renunciado a influir y dirigir la operación. Por las características de la cabeza de puente de Balaguer (su amplitud, fortificaciones, cantidad de fuerzas y medios de fuego), la forma en que Del Barrio organizó la actuación de la unidad que él mandaba jamás le hubiera permitido tomarla, a pesar del derroche de heroísmo de los combatientes.

Defendía la plaza de armas la división 53 enemiga, que a los tres días fue reforzada con la 54 división. Pero el jefe del XVIII Cuerpo tenía una idea muy particular sobre el delicado problema de las reservas. Por ello se produjo el hecho de que, disponiendo de sus tres divisiones al completo, lanzó al ataque, en camino abierto, 10-11 batallones contra otros tantos enemigos atrincherados en sólidas posiciones. De los 36 batallones que tenía, mantuvo 24 en reserva.

Hubo algo, si cabe, más grave: los mandos y fuerzas de las unidades que atacaban la cabeza de puente fueron llevados al combate a ciegas, enterándose de él horas antes. ¿Motivo? «Para mantener el secreto», según expresión textual de Del Barrio. ¿Secreto con quién? ¿Con los que habían de realizado? Precisamente el éxito de la operación descansaba, más que en otra forma de combate –por tratarse de una defensa con fortificaciones de carácter muy sólido– en la buena preparación del ataque, sobre la base del conocimiento máximo posible de las defensas enemigas, para poder elegir bien las direcciones de avance, distribuir con justeza los medios de fuego y emplear correctamente el material de refuerzo, sobre todo los tanques y la artillería. De todo esto hablé en una reunión celebrada en Barcelona en la sede del Comité Central del Partido, bajo la presidencia del camarada Manuel Delicado, miembro del Buró Político, reunión en la que fui designado para informar.

Los jefes comunistas de grandes unidades, presentes en dicha reunión, aprobaron mi informe e intervinieron apoyándolo y rechazando la conducta de Del Barrio. Este no supo explicarse más que con monosílabos: SÍy NO. Pero todavía tuvo el cinismo de asombramos a todos con esta rotunda e inconcebible afirmación: «Yo duermo todos los días con los reglamentos debajo de la almohada». Después fue de mal en peor. Tenía, pues, que terminar mal y terminó, efectivamente, en el estercolero.

La operación de Balaguer fracasó ya en el momento inicial de su realización. Duró del 23 al 28 de mayo. Fue correcto su planteamiento, aunque se realizaba bajo el pie forzado de la necesidad de ayudar a Levante. También fue justo suspenderla. Volvimos a nuestras bases y el teniente coronel Hans, que había quedado en mi puesto durante nuestra ausencia, se incorporó al suyo.

Entonces comenzamos a preparar la batalla del Ebro. El 25 de mayo nos bautizaron de nuevo y pasamos a ser el Ejército del Ebro. El XII Cuerpo de Ejército, del que eran jefe Etelvino Vega (asesinado por los franquistas, a quienes fue entregado por los casadistas en Alicante), comisario Virgilio Llanos, y jefe de Estado Mayor Ferrando, entró a formar parte de él. Cuando volvimos de Castell del Remei, donde tuve mi puesto de mando al intentarse la operación de Balaguer, el 27 de mayo lo pasamos a Espluga de Francolí (Balneario). Allí estaría el cuartel general hasta noviembre…

¿Dónde? ¿Por qué?

No voy a explicar muchas cosas técnicas y tediosas sobre la preparación de la batalla. Pero debo decir algo respecto a dónde y por qué se libró; por qué fue así y no de otra manera. La preparación de los mandos, los Estados Mayores y los combatientes para el paso del río seguían vigorosamente. A la maniobra del paso del río se dedicaban cientos de horas; las divisiones acampadas en el interior hacían la preparación en barrancos; las de la costa, en el mar. Todo se hacía encubierto, bajo el nombre de Ejercicios Tácticos, con mayúsculas. De la operación fue enterándose todo el mundo, cada uno a su tiempo, con el margen suficiente para no ir a ciegas a ninguna parte.

Sabíamos mucho del enemigo, pero teníamos que saber más. Ese más ayudaban a encontrarlo los observadores; pero no los estáticos, sino los móviles. Los hombres encargados de ello tenían que hacerlo sin error. El que lo cometiera, respondía de él. Su error comprometía a todos y podía costar muchas vidas.

En este terreno, la unidad modelo durante el período de preparación de la operación fue la 42 división, la nueva. Todos los combatientes, soldados y mandos, incluido el jefe de la misma, estaban empeñados en esa tarea. Manolín y yo hablamos detenidamente sobre este problema. Su división cubría la preparación de las demás para el paso del río; fue también la que proporcionó los datos definitivos, ese más que nos faltaba antes y que ya teníamos en nuestras manos; que llegó hasta el general Rojo, a quien se lo entregué personalmente. Aunque no era yo el que había estado allí tres días seguidos o una semana, como solían pasarse los equipos de exploradores. Y no en la profunda retaguardia, que tiene también sus riesgos, sino en la más inmediata, incluso en los propios eslabones del despliegue enemigo.

Su labor era oscura, modesta, heroica, llena de abnegación. Trabajaban en silencio, a 500, a 100 metros de las posiciones enemigas, porque tenían que conocerlas bien, saber cuáles eran los sectores más fortificados, cuánta gente podía haber y su régimen de vida; qué armamento, cuál era automático en posición fija y muchas cosas más; el servicio nocturno de seguridad del enemigo, qué recorrido de patrulla había entre posición y posición; conocer sus itinerarios, los lugares donde estaba emplazada su artillería, sus reservas y los puestos de mando. Algunas veces se tropezaban con el enemigo, o éste pasaba a cincuenta, a veinte metros de su nido. Había que saber esquivarlo y, a veces, aguantar hasta la respiración. Esto, dentro de lo difícil, era lo más fácil. Otras veces había que reaccionar y dar antes que dieran, sin ruido; manteniendo el silencio que es el lado fuerte del explorador. Una precisión de interés: en la 42 división la inmensa mayoría eran campesinos.

El explorador del Ebro tenía que cruzar el río dos veces, en cada raid, nadando 150-200 metros cada vez. En su propia orilla debía echarse al río sin ruido para cruz arlo y salir a la opuesta con el mayor sigilo, sin dejar el menor rastro de su paso. Cuando era uno solo, se autocondenaba al silencio ‘por el tiempo que fuera; si iban más de uno, durante su trabajo se olvidaban de que tenían lengua. Los gestos, las miradas suplían las formas normales de comunicación entre los hombres.

En ese período no había para mí más mundo que el ejército, y es que –cuando tienes un Estado Mayor que has creado, eligiendo a los mejores, cuidándolos, viendo sus cualidades, estudiándoles, dándoles iniciativa, y tomando ejemplo– puedes apoyarte tranquilamente en ellos y confiar en que las misiones que te encomienden podrán ser cumplidas. Entonces te sientes optimista, y en la dedicación y la abnegación de los demás aprendes y te perfeccionas.

Y dentro de ese mundo del ejército, el de los exploradores. Ellos te dicen por dónde hay que ir. La respuesta completa la tienes, si a ella unes el terreno. Y ahí si que el voluntarismo es muy relativo. Al terreno hay que interrogarle. Si sabes hacerlo, te da respuesta. A la mejor, no la que tú quieres, sino otra muy distinta., Y entonces tienes que cambiar, corregir tu opinión. En caso contrario, las sorpresas y hasta las derrotas suelen ser sangrientas e irreversibles.