Las mujeres en las Brigadas Internacionales

Ponencia en el Congreso de París 25-27 octubre de 2018

 

Los compañeros de ACER decidieron dedicar las Jornadas, Solidarias, para evaluar el papel que jugaron las mujeres de distintas nacionalidades en las BI. Se determinó que los investigadores u organizaciones de cada país harían una ponencia específica, por lo que invitaron a la AABI a exponer una sobre la mujer española en las Brigadas Internacionales. La ponencia fue elaborada por la Comisión Histórica de la AABI y expuesta en París por Isabel Pinar. Además de nuestra ponencia, presentamos la expuesta por un equipo norteamericano sobre las mujeres de los EEUU.

 

La mujer española y su apoyo a las Brigadas Internacionales

Introducción

Intentar exponer el papel que las mujeres españolas jugaron dentro de las BI es tarea harto difícil, ya que existe muy poco escrito sobre ellas. Se pueden rastrear los testimonios de distintos voluntarios o voluntarias internacionales que, de pasada, dieron alguna pincelada sobre las mujeres con las que trabajaron. Pero falta una visión completa y de conjunto sobre la aportación hecha por las mujeres españolas. El área más importante de trabajo conjunto, aunque no el exclusivo, fue el de la asistencia socio-sanitaria, y así vemos cómo la enfermera Matilde Lande, colaboró con la cubana Mª Luisa Lafita y la periodista italiana Tina Modotti en distintas actividades hospitalarias y asistenciales en Madrid y en Andalucía, donde ayudaron en la evacuación que condujo a cientos de malagueños que caminaban por la carretera Málaga hacia Almería. Organizamos esta primera investigación sobre las mujeres españolas en base a los lugares geográficos donde trabajaron, sobre todo en los hospitales.

Para contextualizar este aporte solidario, veamos las reflexiones que hace Mary Nash en su libro Rojas: las mujeres republicanas en la Guerra Civil.

La guerra alteró la vida cotidiana de las mujeres y los estilos de vida habituales, y generó una respuesta masiva e inmediata de apoyo activo contra Franco y la agresión fascista. Transformó la vida de las mujeres en muchos aspectos dándoles una mayor autonomía de movimiento y decisión de la que hicieron uso inmediatamente. A pesar de las duras condiciones, muchas mujeres vivieron la Guerra Civil como una experiencia emocionante que les permitiría desarrollar su potencial hasta un punto que la sociedad española nunca les había consentido con anterioridad.

Las mujeres se comprometieron en la lucha contra el fascismo y rompieron con su habitual aislamiento de la vida pública y política. Construyeron barricadas, cuidaron a los heridos y organizaron las labores de auxilio y la asistencia infantil. Cosieron y tejieron y, mediante su trabajo voluntario, surtieron a los soldados de uniformes, prendas de vestir y el equipo necesario. Las mujeres trabajaron en el transporte público, en las fábricas de municiones y en las granjas.

La resistencia civil y la supervivencia cotidiana durante la guerra se explican por el enorme esfuerzo y energía que desplegaron las mujeres cuyo trabajo de asistencia voluntario constituyó una gran aportación a la economía bélica y al funcionamiento de la sociedad civil. Asimismo, tuvieron un papel decisivo en la administración de distintos organismos de servicios sociales y participaron en labores voluntarias de asistencias médica y sanitaria, crearon guarderías para mujeres trabajadoras y servicios de comedores colectivos, atención infantil y asistencia social para refugiados de guerra. Su entrega permitió que los servicios sociales y sanitarios funcionaran a pesar de que la guerra provocó un aumento inusitado de la demanda.

Las mujeres ocuparon puestos en la asistencia social y la salud pública, participaron activamente en la supervivencia de la sociedad en la retaguardia, tanto en zonas urbanas como rurales, ejercieron un papel decisivo en la resistencia civil y en la movilización antifascista masiva de la retaguardia y resistieron el avance del fascismo suministrando servicios de alimentación, de apoyo, asistenciales, sanitarios y culturales.

…En el trabajo de auxilio voluntario que realizaban las mujeres se concentraba también en ámbitos como el saneamiento y la asistencia médica, la creación de guarderías para los niños de las trabajadoras y los comedores colectivos. La asistencia infantil era uno de los terrenos más importantes de la solidaridad femenina a lo largo de la guerra.

Las organizaciones oficiales eran insuficientes para satisfacer todas las necesidades en este campo, por lo que eran fundamentalmente los voluntarios, muchos de ellos mujeres, quienes prestaban el auxilio infantil. Algunas ocupaban puestos directivos importantes en las organizaciones de asistencia social… sin embargo, la mayor parte del trabajo asistencial lo realizaban cientos de voluntarias anónimas.

El entusiasmo y la iniciativa de las mujeres llevaron a la creación de nuevas instituciones sanitarias y asistenciales por toda España… La enfermería era uno de los ámbitos más importantes de la movilización femenina.

Aunque no entraban dentro de la categoría de milicianas, las enfermeras de guerra eran también figuras esenciales en los frentes. Los hospitales militares las empleaban en una proporción significativa. En algunas zonas estaban militarizadas y muchas trabajaban también en los hospitales de campaña de los frentes. En sus memorias, Ana Pibernat, una joven enfermera, describe la tensión, las largas horas y las terribles condiciones en las que el personal médico y sanitario tenía que trabajar. En 1938, ella misma estaba en un hospital de campaña cerca del frente del Ebro, donde las insalubres condiciones provocaron una epidemia de tifus que amenazaba al personal y a los pacientes aún más que las heridas de guerra o los constantes bombardeos.

… El entusiasmo, la entrega y la iniciativa de cientos de mujeres facilitaron el funcionamiento de los servicios sanitarios y de saneamiento a pesar del extraordinario aumento de la demanda a consecuencia de la guerra. Los servicios sanitarios militares representaban sólo un aspecto de las nuevas disposiciones dirigidas a la medicina preventiva y a la mejora de la sanidad pública en general. Las autoridades sanitarias dedicaron mucha atención a las exigencias de la retaguardia con la esperanza de reducir las epidemias y enfermedades provocadas por el bajo nivel de vida de los refugiados y la población civil. En el campo de la medicina social se desarrollaron otras iniciativas como parte de una reforma eugénica progresiva para combatir enfermedades infecciosas tales como la tuberculosis y las venéreas.

Resumiendo: en la lucha contra el fascismo las mujeres rompieron su aislamiento de la vida pública y política. Muchas se unieron a la lucha como milicianas, hasta que el mando republicano dio la orden de retirarlas de los frentes bélicos. Así que desde entonces canalizaron su actividad en la retaguardia, cubriendo en buena parte los puestos de trabajo que los jóvenes en el frente habían dejado libres. Por eso se las ve trabajando en el transporte público, en las fábricas de municiones y en las granjas, tejiendo uniformes para los soldados o construyendo barricadas…

Pero también participando en la asistencia social y sanitaria, cuidando heridos, organizando labores de asistencia a la infancia y a los refugiados. La Enfermería fue unos de los ámbitos más importantes de la mujer, cumpliendo las enfermeras un papel muy importante en el esfuerzo de guerra republicano. Se puede decir que el primer y principal contacto que tuvieron los Brigadistas con las mujeres españolas fue a través de estos hospitales de Guerra.

El Servicio Sanitario Internacional (SSI)

Tras la llegada a Albacete de los primeros voluntarios internacionales el Quinto Regimiento envió un grupo de 30 enfermeras españolas que formaron parte de los nuevos equipos sanitarios internacionales. Más tarde irían llegando las enfermeras norteamericanas, australianas, polacas, francesas, austriacas, alemanas, belgas y otras.

El Servicio Sanitario Internacional (SSI) se creó en Albacete, siendo su primer responsable el doctor Pierre Rouquès, francés. Más tarde el Dr. Oskar Telge, búlgaro, reorganizó y mejoró este Servicio, que alcanzó un alto grado de eficiencia. Entre otras cosas creó una Escuela de Enfermeras, formación rápida para incorporarlas al Frente.

Hubo muchos hospitales, de campaña y de retaguardia, gestionados por el SSI. Además de estos se crearon otros hospitales como resultado de la solidaridad internacional. En ambos casos tenemos pocos datos sobre el personal femenino español que trabajaban en ellos. Hemos podido rastrear algunos datos en algunos de esos hospitales, y este trabajo pretende ser solo un comienzo de una investigación de más envergadura.

HOSPITALES CREADOS Y GESTIONADOS POR EL SSI

1. Albacete

La organización del SSI y la formación de las primeras enfermeras españolas.

En la organización del SSI jugó un papel creciente la incorporación del personal femenino español. Andreu Castells dice en su historia de las Brigadas Internacionales que “las primeras enfermeras que nutrieron el servicio fueron unas treinta muchachas que envió a Albacete el Quinto Regimiento; después llegaron las fabulosas enfermeras negras americanas, australianas, polacas, francesas, austriacas…”

En octubre y noviembre de 1936 el déficit del servicio sanitario era patente en los batallones internacionales que se incorporaban a la lucha. Durante noviembre, los efectos negativos de las pérdidas humanas en el campo de batalla por la imposibilidad de atenderlos, llevó a plantear la necesidad de crear un sistema sanitario completo al servicio de las Brigadas con sede en Albacete.

Responsables de esta organización fueron los doctores Pierre Rouques, Kalmanovith y Neumann quienes sentaron las bases de una sanidad efectiva con médicos, enfermeras y material y una coordinación con los jefes militares en los diferentes frentes para lograr una eficaz evacuación de los heridos. A comienzos de 1937 asumió el cargo el búlgaro Tsvetun Angelov Kristanov, conocido en España con el sobrenombre de Oskar Telge, quien concluyó su organización y la puso en funcionamiento.

Se idearon tres tipos de hospitales: los móviles de cirugía, localizados en el frente donde atender a los heridos más graves: las de segunda línea, relativamente alejados de las zonas de lucha, para los menos graves; y hospitales de retaguardia para ocuparse de los leves y donde realizaban la convalecencia.

…Disponían de varios servicios en Albacete capital. La farmacia central suministraba medicamentos a todos los centros brigadistas. Una escuela de enfermeras se ocupaba de la instrucción y perfeccionamiento surgida ante la necesidad de formarlas para su incorporación al frente, ya que muchas lo hacían sin preparación, excepto las extranjeras, especialmente las norteamericanas.

Manuel Requena.Albacete, base de las BI.

2. Morata de Tajuña, Tielmes, Colmenar y Tarancón

Al comenzar la batalla del Jarama se abrieron numerosos hospitales de campaña en las poblaciones cercanas (El Romeral, Morata de Tajuña, Arganda, Tielmes, Colmenar de Oreja, Villarejo de Salvanés y Tarancón).

Virgilio Fernández, practicante en el batallón Dombrowski, trabajó entre los hospitales de Tielmes y Morata. En todos estos hospitales.

El otro día vi el vídeo del paseo de las batallas del Jarama donde un grupo bastante numeroso recorrió algunos de los lugares donde hubo batallas habló o mandó un saludo el alcalde de Morata de Tajuña actual y recordé que tenía fotos de Morata de Tajuña, al llegar a algún pueblo cerca del frente muy cerca donde pudiésemos poner hospital que era Hospital de Campaña y de Triaje los heridos que no podían aguantar 30 o 40 km más de ambulancia donde pudiésemos tener hospitales mejor equipados, los atendíamos en estos hospitales de campaña cerca del frente al llegar al pueblo se buscaba a la autoridad del pueblo o a los habitantes y buscábamos una casa lo más grande posible con el mínimo de escaleras, con el máximo de cuartos para poder poner camas, quirófano, cuarto de autoclaves, farmacia, y generalmente teníamos que empezar por limpiar las casas y si creíamos que teníamos tiempo encalar las paredes y en esta tarea entrábamos médicos, practicantes,enfermeras, camilleros, chóferes y donde todavía vivía gente, voluntarios.

En Morata tuvimos un grupo grande de muchachas habitantes de Morata que nos ayudaron en la labor de limpieza seguramente podrán ampliar esta foto y puede que alguna persona vieja de Morata hoy puede ser alguna de estas muchachas o alguna hija o pariente más joven podrán reconocerlas, ojalá y que cuando los criminales franquistas tomaran Morata estas muchachas no sufrieran las consecuencias por acusación de algunos quinta columnistas o envidiosos que las acusaran de ser rojas por haber ayudado a los brigadistas de la internacional, estas fotos yo las tomaba con una camarita que compré en una tienda tipo americano que había en la gran vía que se llamaba El Sepu , creo que pagué 5 pesetas por ella.

Testimonio de Virgilio Fernández. Practicante en el batallón Dombrowski

A propósito del bombardeo de Tarancón y su hospital. Del libro de Gusti Jirku Nosotras estamos con vosotros.

La enfermera Jefe Sonia Merims:

Nosotros vivimos en nuestro hospital como en una gran y feliz familia. A cada miembro de esta familia (sea cual sea su nacionalidad) le mueve el mismo sentimiento de responsabilidad, el mismo amor a nuestra causa. Desde hace cinco meses trabajamos todos juntos en Tarancón.Nos hemos convertidos en buenos camaradas: los médicos jefes americanos, los médicos alemanes, las enfermeras americanas y españolas, el personal subalterno y los heridos de todos los países del mundo. Un día, en una bella tarde soleada, siete aviones fascistas aparecieron sobre Tarancón…

No puedo describir lo que aconteció, las palabras se quedan cortas para hacerlo. Me acompañará siempre la visión de las madres enloquecidas por el horror que corrían por las calles con sus hijos. Aún me parece escuchar los gritos y los gemidos de los pequeños que llamaban a sus padres y a sus madres, ¡tan aterrorizados como ellos! Después, el siniestro crujido de los muros al caer… La cólera y el odio bullían dentro de mí, ¡habría podido gritar al mundo entero lo que pasaba aquí! Sabíamos que, mediante estos bombardeos continuos, los fascistas querían quebrantar nuestra voluntad. ¡No lo lograron! Obtuvieron justo lo contrario. Aún oigo la voz de un joven español que, gravemente herido por las explosiones, intentaba hablar. Juntando sus últimas fuerzas, gritó: ¡Viva la República! ¡Vivan las Brigadas Internacionales!

El bombardeo duró tres largas horas. Centenares de bombas masacraron hombres, mujeres, niños, caballos, mulas y perros. Nuestros hospitales no eran más que un montón de ruinas. En ese fragor ensordecedor, sin prestar atención a las explosiones de las bombas, ni a los cascotes y al yeso que se desprendían de los muros y el techo, los doctores Rintz y Jungermann y yo, operábamos. Teníamos que salvar la vida a un gran número de heridos graves, víctimas del bombardeo. De nosotros tres, solo yo había sido herida por una piedra que me golpeó en el pecho. Sin embargo aún estaba en condiciones de continuar mi trabajo. Los camaradas me dirían más tarde que había sido muy valiente. No sé si se trató de valor, tenía que responder por la vida de los heridos ¿habría podido actuar de otro modo? No podía sino aliviar sus sufrimientos.

¿Y quién nos daba el ejemplo? ¡Nuestras jóvenes enfermeras españolas! Carmen, de apenas 18 años, llevaba a cabo su trabajo tranquilamente ¡como todos los días! He ahí uno de los múltiples ejemplos del heroísmo de las mujeres españolas…

3. Guadalajara

El hospital de Guadalajara se habilitó urgentemente a partir de la ofensiva italiana fascista de Guadalajara (8 de marzo de 1937). Trabajaron numerosos doctores y enfermeras internacionales, así como algunos sanitarios españoles como el practicante Virgilio Fernández y algunas enfermeras. En abril llegó un grupo numeroso de sanitarios enviados por el Comité checo de ayuda a España, creándose el hospital Komensky. Este equipo se trasladó en el verano de 1937 al hospital de Benicassim. Entre las enfermeras españolas hay que mencionar a Carmen, que luego pasó a Benicassim.

4. Huete (Información extraída de El hospital inglés de Huete, de Manuel Olarte)

El personal que formaba parte del hospital podría dividirse en varios grupos atendiendo a la actividad que desarrollaron:

– Los que trabajaron en el campo esencialmente sanitario: médicos y enfermeras.

– Los que se encargaban de la organización siguiendo consignas políticas: los comisarios políticos y administradores.

– Los que realizaban tareas de mantenimiento: mecánicos, conductores, limpiadoras, transporte, auxiliares, etc.

Implicación de Huete en el hospital

Es de imaginar que en la sociedad optense de la época, de bajo nivel cultural y social, crispada y enfervorecida por la guerra, para aquellos de ideología libertaria, comunista o simplemente antifascista, la llegada de un grupo de hombres y mujeres jóvenes que manifestaban adhesión a la República y que venían a ayudar a los combatientes, debió producir en este sector de la población una simpatía inmediata. En este sentido cabe destacar que en poco tiempo se incorporaron muchos y muchas optenses al hospital para realizar todo tipo de tareas, esencialmente de limpieza y mantenimiento: limpiadoras, cocineras, fontaneros, albañiles, etc. Estos últimos eran proporcionados por el entonces alcalde de Huete Miguel Alonso.”

Winifred describe los trabajos que se realizaban en el hospital para su acondicionamiento. Se llamaba a trabajadores de Huete para el arreglo de ventanas, blanquear paredes, instalar luz eléctrica, construir tabiques y derribar otros para el acondicionamiento de las salas. Se instalaron depósitos de agua ya que el único agua potable en un principio era el de la cocina, el agua no potable se usaba para los servicios. Existía otra cocina que preparaba platos para los enfermos que necesitaban una dieta especial por prescripción médica. Esta cocina era gobernada por un francés del que se desconoce su nombre.

Dentro de las actividades cotidianas en el hospital, Bates menciona las clases que se impartían de español para los ingleses, las clases de higiene y primeros auxilios que impartía un tal Dr. Taylor, dos aulas destinadas a la alfabetización (personal local), fiestas en el patio como la que se realizó el 8 de octubre para conmemorar la revolución bolchevique en la que se pronunciaron encendidos discursos por parte de Peter Harrison, administrador del hospital y el alcalde de Huete Miguel Alonso.

La foto está tomada en el patio de la Merced, donde se desarrollaba la vida social dentro del hospital. La puerta al fondo es la que comunica con la llamada Puerta de Carros, en la parte trasera del edificio y que aparece en varias fotos de la época. La única extranjera de la imagen es la enfermera que lleva el tocado, Millicent Sharples, neozelandesa, que trabajó poco tiempo en el hospital…En conjunto hay 39 personas

…Como se desprende de la foto anterior, hubo un considerable grupo que colaboró activamente en las tareas del hospital. Una observación detenida de esta interesante foto nos proporciona información de sus quehaceres dentro de la instalación. Un numeroso grupo ataviadas con uniformes de color blanco, presumiblemente dedicadas al aspecto sanitario, otras, en cambio, llevan ropa de trabajo, guardapolvos y delantales, prendas más apropiadas para los trabajos de limpieza y mantenimiento del hospital.

María Plaza Fernández, 14 años en 1937. Entró en el hospital como limpiadora y posteriormente le enseñaron conceptos básicos de enfermería y acabó trabajando como ayudante de quirófano y realizando funciones de enfermera tales como suturas, inyecciones, curas, acompañante de enfermos convalecientes por el paseo de la estación, etc. María manifiesta que entonces recibía una paga mensual de 300 pts.

El testimonio de María es, indudablemente, el más interesante de todos ya que, de todas las personas consultadas, ella es la única que conoció el funcionamiento interno del hospital y é las personas que en él trabajaron. Trabajó como ayudante dE enfermería y fe entrenada para ello por el personal médlco extranjero. Sus comentarios al hablar del hospital destilan’ cariño y buenos recuerdos de su estancia en el mismo. Percibe un trate excelente por parte de los profesionales que allí trabajaban y ru duda de la alta cualificación profesional que tenían. De hecho, ella misma fue operada de una pierna y asegura que de no haber sido tratada, la habría perdido.

Lo que hace especialmente interesantes los testimonios de María es que todos ellos, sin excepción, se han visto confirmado y contrastados por documentos. No ha sido capaz de identificar más ni algunos nombres pero conserva en su cabeza nítidamente las experiencias vividas en el hospital, su ambiente, la angustias; situación de los heridos y la manifiesta solidaridad de los sanitario extranjeros y españoles.

Parece indudable que la propaganda influyó notablemente en este ánimo por colaborar en el hospital. Muestra de ello este extracto del diario de Nan Green A chronicle of small beer:

Nunca olvidaré a una anciana abuela a cuya cueva acudí (la mitad de las casas de Huete eran cuevas excavadas a la falda de la montaña). Fui con la intención de reclutar personas que ayudaran en la lavandería del hospital. Su hija a quien iba buscando estaba fuera y ella rodeada de nietos, uno o dos de los cuales estaba en edad escolar. En una de las paredes blanqueadas de la cueva había dibujos de los niños realizados con lápices de colores. “Mira, dijo señalando los dibujos con orgullo, antes de la República no había ni una lápiz en el pueblo y ahora todos los niños van a la escuela. Sí, mi hija irá a ayudar. Esos hombres heridos están luchando para que nuestros hijos puedan aprender.

Jóvenes británicos, neozelandeses, norteamericanos, extranjeros llegados de distintas partes del mundo no debieron pasar precisamente desapercibidos para una sociedad retrasada y olvidada como la optense en 1937. De igual modo es imaginable el impacto que Huete, su tierra y sus gentes debió producir en los voluntarios internacionales. El idioma, las costumbres, el clima, el paisaje, tradiciones, gastronomía, todo ello sorprendió, sin duda alguna, a los fundadores del hospital. No consta, sin embargo, que existiera relaciones personales entre los internacionales y las gentes del lugar más allá de aquellos que colaboraron en las tareas del hospital, aunque, a la vista de la foto inferior, podría afirmarse que existía buena camaradería entre los internos y trabajadores.

Relación de trabajadores españoles:

Asunción, Dominga. Limpiadora
Cándida, enfermera
Fernández, Juan José
Jesús, cocina y comedor
Juana, de la FAI, cocina y comedor 
López, Piedad. Limpiadora local
Muñoz Sirodey, Valentín. Fontanero.
Plaza Fernández, María. Ayudante de quirófano

5. Belalcázar

Este hospital se montó en la primavera de 1937 por el Dr. Barsky y con la ayuda del Comité de Ayuda americana a España. Junto a los médicos internacionales como el Dr. Friedman y Becker, también estuvo el Dr. José Mª Massons. Sólo se conoce una enfermera española, Pepita Sicilia, aunque las mujeres del pueblo ayudaron en tareas auxiliares. Al mencionado Dr. Massons pertenece este testimonio:

En Belalcázar “mi” equipo acabó de tener una cohesión, gracias a que el personal terminó integrándose convencidos que todos trabajaban movidos por el ideal de bus­car el bien del herido o del enfermo. De Cabeza del Buey, vinieron conmigo dos jóve­nes. Uno era José López Balls (Pepe) y otro, menos joven, llamado Blas. El primero era enfermero y el segundo manejaba los autoclaves y demás artilugios del quirófa­no. Además se integraron tres enfermeras. Una era española, de Madrid, Pepita Sici­lia, muy politizada, de las Juventudes Socialistas de Madrid, fue una enfermera efi­ciente y muy adicta a mi persona. Se “casó” con un judío norteamericano y cuando él se cansó de ella, a las pocas semanas, se “casó” de nuevo con un intendente francés, Jacques Carrier, que resultó ser un muchacho excelente.

6. Benicassim

Las primeras enfermeras españolas en Benicassim, según Fritzi Brauner

Benicàssim había sido hasta hacía poco un balneario bonito, a dos kilómetros del pueblo del mismo nombre. A lo largo de la magnífica playa, ocultas entre las palmeras, estaban dispersas unas tres docenas de villas de tamaño y estilo variados, algunas con ostentosas columnatas. Un poco más atrás se erguía un edificio grande, un convento…

Primero hubo que instalar el hospital en las villas, bajo la dirección del doctor Ernst Amann. Tres de ellas me fueron atribuidas. Se inscribió con tiza “Despacho” en la puerta de la más grande de las piezas. Ahí es donde las cajas de medicamentos, que habían llegado conmigo de la farmacia central de Albacete, encontraron su sitio para empezar. Ya tenía trabajo: los medicamentos venían de los países más diversos, había que descifrar las inscripciones. Surgían problemas con los medicamentos especiales que, según los países, llevaban nombres de marca diferentes. Había que reconstituir las fórmulas químicas a partir de los prospectos adjuntos.

…Cuando Franco empezó su ofensiva en el Río Jarama, en febrero de 1937, no tardaron en anunciar el primer transporte de heridos graves. De momento sólo había en nuestro hospital unas camas de hierro y una organización más bien insuficiente. Cuando al fin llegaron los primeros heridos, fueron descargados con infinitas precauciones y llevados a las salas donde se descubrió de nuevo todo lo que faltaba. Se carecía de las instalaciones más simples, y también del personal de servicio.

Buscamos entre las mujeres españolas de los alrededores. Encontrar a personas que tuvieran una formación era imposible. Muchas veces las mayores no sabían ni leer ni escribir; sólo las más jóvenes habían ido todas a la escuela gracias a la República, a partir de 1931. Tuve la suerte de conseguir para el servicio a dos mujeres muy eficaces; pero todas las demás también aprendieron rápido los principios elementales de la asistencia a los enfermos.

Mis tres villas albergaban a los pacientes recién operados. La labor más importante era en primer lugar conseguir la higiene imprescindible. En aquella época todavía no había antibióticos, además los locales no habían sido edificados para funcionar como hospital. Con cada nuevo convoy del frente llegaba también todo tipo de parásitos. Sin embargo gracias a la buena voluntad de todas las “Chicas”, así es como llamábamos a las jóvenes ayudantes españolas, lográbamos mantener las salas limpias.

… El hospital se amplió rápidamente. Pronto tuvimos nuestro propio servicio de cirugía, creado por el doctor Bedrich Kisch, un cirujano checo de Praga que hasta entonces había trabajado en el hospital Komensky en el frente; más tarde llegaron aún otros excelentes médicos checos… Cuando las primeras enfermedades infecciosas aparecieron, se instaló un servicio especial en un pabellón. Steffi, una enfermera checa particularmente eficaz, procedente ella también del hospital militar Komensky, se encargó de ese puesto difícil en aquel servicio. Dos ayudantes españolas la asistían con una abnegación admirable.

Carmen, una enfermera española en Benicassim. Del libro Nosotras estamos con vosotros, de Gusti Jirku

Me llamo Carmen. Nací el cuatro de abril de 1916 en una familia obrera de Madrid. Tengo siete hermanas y hermanos pequeños. Como la mayoría de los hijos de obreros en España, apenas pude ir a la escuela. Dos años solamente y a la edad de doce, que es para muchos aún la edad de las muñecas y los juegos, entré como aprendiz en una fábrica de alfombras para ayudar a mi familia. Trabajaba diez horas al día por el mísero sueldo de setenta y cinco céntimos. Después trabajé en un taller de juguetes a razón de quince horas al día por cuatro pesetas. Otra camarada y yo protestamos. Logramos cinco pesetas con veinticinco céntimos por día. Pero pronto me despidieron. Algunos días después mi madre cayó enferma, muriendo al año siguiente. Cuando tenía diecisiete años es mi padre quién cae enfermo. Luchaba por mantener a mi padre, mis hermanos y mis hermanas cuando estallan los acontecimientos de julio (1936).

Mi hermano fue uno de los primeros en reaccionar. Se incorporó inmediatamente al Quinto Regimiento. Como llevábamos bastante tiempo sin saber de él, decidí ir en su busca. Llegué hasta el frente, donde estaba el Quinto Regimiento, allí encontré a mi hermano y a muchos compañeros de infancia. Una vez allí me encomendaron los trabajos más diversos: hacer la comida, lavar la ropa, recoger y curar a los heridos, etc. También allí conocí la violencia de los ataques enemigos. El miedo se disipa pronto dejando paso a la cólera y la indignación. Sobre todo cuando veía a nuestros jóvenes gravemente heridos o muertos. Vi caer a muchachas que combatían valerosamente con las armas en la mano, al lado de los hombres o yendo a buscar a nuestros heridos hasta las primeras líneas. Vi morir ante mis ojos a una joven madrileña de quince años, sintiendo un odio violento contra los bárbaros fascistas. Me decidí a vengar esta vida segada a tan tierna edad.

Mi hermano, gravemente herido, fue llevado a Madrid. Yo le hacía las curas en el hospital y, como en aquel momento había todavía poco personal médico, me ocupaba también de otros heridos. En aquellas fechas se prohibió a las mujeres estar en el frente así que continué trabajando como enfermera, profesión en la que me estaba iniciando.

Fui trasladada al hospital “Lina Odena” [1] y después a un sanatorio de tuberculosos. Estaba en una casa grande donde faltaba casi todo aún, sábanas, medicinas, etc. Mi puesto estaba en la sala de enfermos terminales. Era diciembre, hacía mucho frío. Me parecía imposible trabajar en condiciones tan duras. Un día decidí renunciar. Cuando, con mis cosas bajo el brazo, atravesaba la sala un enfermo me dijo: “¿Te vas y nos dejas solos aquí?” Me detuve. ¿Qué clase de antifascistas somos si huimos ante las dificultades? ¿Es así como mejoramos la vida de nuestro pueblo? Me quedé. El médico se puso muy contento. Me dijo que hacía falta personal y que mi deber de antifascista era quedarme. A pesar de todas las dificultades estaba siempre de buen humor con los enfermos. Tenía a mi cargo una sala con cuarenta y cinco enfermos y también la sala de moribundos. Una vez tuve que velar cinco días y cinco noches, sin interrupción, a un moribundo, un hombre muy joven. Trabajé aquí durante seis meses.

En mayo, comencé a trabajar en un hospital de Guadalajara, ocupándome de los heridos. Como todo el mundo, tenía miedo de las bombas. Durante un bombardeo nocturno, alrededor de las tres de la mañana, yo estaba con dos heridos que no podían levantarse, un francés y un español. Tenía mucho miedo, fuera el estruendo era terrible. Los camaradas heridos insistían en que me fuera, pero no podía abandonarles, temía por sus vidas. Iba de uno a otro. Las bombas explotaban muy cerca, pero mi valor era más fuerte que mi miedo. Cogí una camilla y quise llevarme a uno de los camaradas. Pero no había forma, yo sola no podía. Entonces fui corriendo al sótano y pedí ayuda, en seguida mis queridos heridos fueron bajados allí, a salvo de las bombas. Podíamos oír las terribles explosiones pero cantamos hasta quedarnos sin aliento para darnos valor. Trabajé en el frente de Guadalajara hasta el mes de octubre. El Doctor Telge me envió a continuación al hospital checo Komensky.[2] Allí también recibimos la visita de los aviones enemigos. Seguía teniéndolos miedo pero no dejaba mi puesto. Curar a los camaradas de tantos países distintos me produce una alegría inmensa. Sé por qué han venido aquí, por qué luchan y sufren por mi pueblo. Les amo a todos y ellos también me aman. La lucha común, la gran causa común del antifascismo nos une. Me quedaré en mi puesto hasta la victoria y venceré mi miedo a las balas y las bombas enemigas.

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Enfermeras españolas de Benicassim. Arriba el voluntario Aldo Gasparoni

Aunque trabajaron muchas enfermeras internacionales, Encarna Mus llegó tener el cargo de jefa de enfermeras del hospital de Benicassim. Según Guillén Casañ “había sido pianista y profesora en el Conservatorio de Castellón pero había necesidad de enfermeras y, tras unos cursos en el Colegio de Médicos se habilitó y trabajó en Benicassim. Se casó con el voluntario polaco Adam Lewinsky, muerto en Gandesa en 1938 y tuvieron una hija, Cristina. Al terminar la guerra sufrió prisión, como su hermana Eva (que trabajaba en la Escuela de Alfabetización del Hospital) y su cuñado el músico Abelardo Mus, que había hecho de intérprete en el hospital. [3]

Entretenimientos en el hospital de Benicassim. Dr. José Mª Massons

De cuando, en cuando, en un enorme garaje transformado en teatro “Henri Barbusse”, artistas visitantes actuaban para solaz de los heridos que podían caminar. Unas veces era una bailarina que interpretaba una danza trágica que representaba lo que le pasa­ría a España si triunfara el fascismo. Otra era una compañía de teatro que ofrecía una obra (aburridísima) sobre la explotación colonial. Otro día fue un maestro de escuela que regresaba de un viaje a la URSS y se hacía lenguas de las maravillas que había visto en el “paraíso de los trabajadores”. Pero -como correctivo o como complemen­to- había un número a cargo de las “Hermanas García”. Eran las tales tres muchachas de Castellón, huérfanas de un comisario de policía que murió persiguiendo a unos malhechores. Esto y el hecho de que eran muy buenas chicas y además, muy simpá­ticas, hacía que fuesen muy queridas en Castellón. Las tres trabajaban de enfermeras en el complejo hospitalario. El número más aplaudido era el de Gabriela -la herma­na mayor- que vestida de gitana, aseguraba -cantando- que “era de la rasa calé y tenía sangre de reyes en la palma de la mano”. Todos estos actos terminaban cantan­do la Internacional puño en alto. Yo me la aprendí en alemán y todavía la recuerdo: “Wacht auf, werdamter dieser Erde…”A la salida del espectáculo un brigadista pedía un donativo para el Socorro Rojo Internacional. Éstas eran las diversiones “oficiales” y reglamentadas.

7. Murcia

En Murcia el SSI montó cuatro hospitales: el primero (diciembre de 1936) fue el hospital Pasionaria, en mayo el Federica Montseny, y a continuación los hospitales Dr. Dubois y Vaillant Couturier. En todos ellos trabajaron enfermeras españolas en una proporción que oscilaba entre el 30 y el 50 por ciento.

8. Teruel

Cuando comenzó la ofensiva republicana de Teruel (diciembre de 1937) las unidades internacionales se mantuvieron en reserva al norte de Teruel, prestas a intervenir en cuanto lo ordenase el Alto Mando republicano. En los equipos sanitarios había una mezcla de enfermeras internacionales y españolas, como se puede apreciar en la foto.

 

 

 

 

 

 

Los hospitales que se abrieron cerca de Teruel fueron los de Alfambra y Cuevas Labradas. En este último trabajó el médico catalán Dr. Broggi, junto con personal internacional y español.

9. Mataró

Tras el corte en dos del territorio republicano (15 de abril de 1938) una buena parte de la infraestructura sanitaria de las BI se transfirió a Cataluña, donde se crearon varios hospitales de retaguardia (Mataró, S’Agaró, Vic y Moiá) junto a otros de campaña durante la batalla del Ebro. De ellos el más importante, organizado por el Dr. Barsky, estaba el hospital de Mataró, donde trabajaron numerosas enfermeras españolas (al igual que en los otros hospitales) en una proporción de 30 a 50 por ciento.

Maria Sans y Moya. Enfermera de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil

 

 

 

 

 

 

Maria Sans y Moya, enfermera de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil, nació el 3 de septiembre de 1920 en Arbeca (Garrigues) y cuando tenía seis años su familia se trasladó a Mataró.De joven se afilió a las Juventudes del PSUC y trabajó en el sector textil, en la confección de ropa para los soldados del frente de batalla. En la. primavera de 1938, María, juntamente con Lucrecia Abril, Anita Martínez y otras amigas, se trasladó al hospital militar para heridos de guerra de las Brigadas Internacionales, en el Colegio de los Salesianos, donde estuvo hasta finales del 38.

Todo el equipo médico del hospital era extranjero, a excepción de un grupo de ayudantes de enfermería españolas, que no sobrepasaba la quincena. Aparte las amigas ya citadas, María recuerda a Carmen, Juanita Ramos, Antonia; Alfonsa y Sofía Iglesias, pero ninguna otra con el nombre de María. Explica la dureza del trabajo con los heridos de guerra por la falta de medicamentos y condiciones sanitarias. La responsable de enfermería se llamaba Eva, de nacionalidad rusa, y María trabajaba por las mañanas con una enfermera inglesa llamada Ina, pero por las tardes estaba sola en la sala. Recuerda las visitas que hizo algunas tardes un hombre alto- y grueso, con cazadora de piel sin mangas, que visitaba a un amigo herido en el frente. Podría tratarse de Hemingway visitando a Keller. María tenía entonces 18 años. María dedicó todos sus esfuerzos a cuidar a los heridos, mañana, tarde y domingos.

Así lo describió Josep Puig Plan: “Maria Sans ayudó a quien lo necesitaba, estimó -en un sentido amplio- sus semejantes y fue estimada.Trabajó horas y horas junto a la enfermedad, el dolor, la muerte y la desgracia.Pudo estar cerca de personajes que luego fueron conocidos a escala mundial (como el futuro mariscal Tito, que acudió de incógnito) y hasta encontró un amor, tal vez el único, el auténtico, con quien la guerra del había unido y de quien la misma guerra la separó.

María Sans en el Hospital de Mataró. 1938

Los médicos y enfermeras que tenían que atender a los militares eran profesionales extranjeros, brigadistas también, pero había personal auxiliar.Y se pidieron chicas para hacer de ayudantes de los sanitarios.A Maria Sans, como otros jóvenes, se lo dijeron en la sede de las Juventudes Socialistas en la Riera.En el hospital, Maria Sans se enamoró del brigadista sueco Stig Berggren, que conducía una ambulancia con heridos del frente. La retirada de los brigadistas los separó y después la II Guerra Mundial hizo imposible el reencuentro.

Ernest Hemingway, en su novela Por quién doblan las campanas sitúa un personaje llamado María, una enfermera voluntaria en la guerra española.”La describe como una joven bonita, abnegada y servicial;cualidades que la joven Maria Sans seguro que debía tener “, explica Josep Puig en el mismo reportaje.Fue el arquitecto Agàpit Borràs y Plana quien hizo investigaciones y atar cabos.Lo narró en un artículo en La Vanguardia, ‘Hemingway y María en Mataró’ (1-11-1996).”Nadie puede afirmar si los dos personajes son los mismos, pero la heroína de Hemingway parece a María Sans y María Sans recordaba un escritor extranjero que había visto en el hospital”, concluye Puig.

 

HOSPITALES INTERNACIONALES NO GESTIONADOS POR EL SSI

 

1. Grañén y Poleñino

El hospital de Grañén fue organizado en septiembre de 1936 por la UMB (Unidad Médica Británica). Por dificultades políticas derivadas del mando anarquista de aquella zona del frente, el equipo médico se trasladó a otro hospital situado cerca, en Poleñino, pero esta vez dependiente de la División Carlos Marx, vinculada al PSUC. Según Víctor Pardo Lancina “las condiciones de vida de médicos y enfermeras en el frente fueron ciertamente difíciles, a pesar incluso de la inestimable colaboración en trabajos auxiliares de vecinos de los pueblos donde se asentaron los hospitales de sangre: Grañén, Poleñino, Sariñena, Sangarrén, Vicién… Generalmente eran mujeres las responsables de la limpieza, lavandería o cocina y acudían de modo voluntario, si bien percibían gratificaciones económicas o vales de comida por sus servicios”.

El equipo de enfermeras trabajaba muy bien y estaba compuesto, entre otras, por Margaret Powell, Ann Murray, Mary Slater y Agnes Hodgson. Esta enfermera australiana escribió un diario que luego se publicó bajo el título de A una milla de Huesca. Aquí algunas entradas que refleja un poco sus relaciones con las mujeres españolas que trabajaban en el hospital:

20.6.37

Me toca turno de noche. Como Francisca dormía en la alcoba, y dado que solamente había tres enfermos en el pabellón de abajo, me fui a la cama. Durante la noche ingresaron cinco enfermos y no me llamaron. Todo ello ha ocasionado un cierto malestar.

21.6.37

Hoy hemos tenido una reunión de enfermeras para protestar contra varias irregularidades en la distribución de tareas, y para aclarar cierto malentendido entre las españolas y nosotras. Todo se ha arreglado amigablemente. He entrado en mi turno de noche decidida a trabajar de veras. Había cinco pacientes en el pabellón de arriba, todos profundamente dormidos.

 

En marzo se incorporó al equipo la enfermera inglesa Patience Darton; esta encontró algún aspecto que no le gustó, ya que opinaba se había descuidado la formación de personal sanitario español:

Éramos 7 enfermeras… y no nos molestábamos en enseñar a las chicas españolas que querían ayudar, cosa muy valiente, porque no era eso lo que se suponía que debía hacer una buena chica española; no era apropiado trabajar con hombres…Yo pensaba que debíamos enseñarlas… era nuestra oportunidad de capacitarlas para que hicieran lo que sabíamos hacer nosotras.

Gracias a esa labor muchas jóvenes españolas se cualificaron, entre ellas Aurora Fernández, que destacó como una experta enfermera.

 

2. Alcoy

El hospital Sueco.Noruego de Alcoy se creó en la primavera de 1937 gracias a la solidaridad de los sindicatos de esos dos países así como de sus partidos socialistas. Aunque el personal dirigente era nórdico, hubo numeroso personal español que finalmente se hizo con la gestión del hospital unos meses más tarde, pasando al control del Servicio Sanitario Militar republicano.

 

3. Onteniente

Recuerdos de una española en el hospital de Onteniente. Teresa Azcárate

Teresa Azcárate nació el 15 de diciembre de 1918. Tenía 17 años cuando estalló la guerra. Era de una familia burguesa ilustrada, progresista. Su padre era militar y se mantuvo fiel a la república. Su madre trabajó toda la guerra con el Socorro Rojo. Tras una breve formación con enfermera, Teresa pasó la mayor parte de la guerra e el Hospital de Onteniente. Así relató su experiencia:

Luego mis padres se fueron a Valencia con el gobierno. Yo sabía idiomas, por pasar todos los veranos en Ginebra con la familia de Manolo [Manuel Azcárate], hijo de Pablo Azcárate, Secretario General en la Sociedad de Naciones, y había estudiado inglés y alemán. Al poco tiempo acabé en Valencia en un pueblo, Onteniente, donde había un gran hospital de las Brigadas Internacionales. Estuve allí durante casi dos años.

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Enfermeras del hospital de Onteniente. En el centro, Teresa

Había en ese hospital de Onteniente, donde aparte de los internacionales se ingresaba también a heridos españoles, un grupo magnífico de enfermeras que venía de Bruselas, aunque casi todas eran judías polacas. Las belgas eran socialistas, las polacas eran todas judías y comunistas, y vinieron también algunas judías húngaras. A una de ellas la volví a ver después de la invasión soviética de Hungría en el 56, donde su marido, que también estuvo en España como brigadista, había muerto combatiendo contra los invasores. Estas mujeres lo han pasado fatal. Las judías polacas que se salvaron de los campos nazis lo pasaron fatal, porque volvieron a Polonia, con mucho esfuerzo, pero volvieron, y en Polonia, en la mal llamada «Polonia socialista», se las discriminó y persiguió por el mero hecho de ser judías, y también por haber estado en España como voluntarias durante la guerra civil. Para los dirigentes estalinistas y post-estalinistas, todo el que había estado en España era sospechoso de ¡cosmopolitismo! Una de ellas, a la que apodaban «Jeanne», pero cuyo nombre era Rosa, se fue después a Israel, donde trabajó como profesora de universidad. Venía alguna vez a París, me llamaba y nos veíamos. Tenía mucha tristeza, había dentro de su alma una tristeza tremenda, por todo lo que había pasado…

Otra de ellas, muy amiga mía, estaba en Valencia. Esta mujer me ayudó a vivir, porque yo era muy joven y carecía totalmente de experiencia… Ella tenía unos treinta años, todas las brigadistas eran mayores que yo. Ella logró salvarse del campo de exterminio alemán, allí la ayudó mucho una católica francesa. Y cuando yo volví a Francia desde México, le escribió al PC español para preguntar cómo podía contactar conmigo. Y al poco vino a verme; me acuerdo de que estuvimos casi veinticuatro horas seguidas charlando, hablando sin parar, me contó ese horror … y casi no puedo ni hablar de ella en voz alta, me emociono demasiado. Mi amiga tuvo una hija y le puso mi nombre, su niña se lamó Teresa. Fue algo tan, tan emocionante. Se fueron a Polonia, y al cabo de tres años se tuvieron que marchar de allí, por ese antisemitismo terrible de los países del Este, tan presente en los regímenes que debían de haberlo abolido porque se llamaban a sí mismos comunistas, y en verdad eran unos bárbaros, unos antisemitas.

En Valencia se notaba menos la guerra, había menos bombardeos y más alegría que en Madrid, sin duda el mar y el buen clima influían en los ánimos, además del hecho de que allí no se pasaba hambre. Los días de permiso nos íbamos a la playa más cercana en unos autobuses, y eso resultaba muy agradable, después de la tensión de las operaciones, de presenciar el sufrimiento de los heridos.

Había ciertos médicos, no todos desde luego, que yo creo que en el fondo y en la forma eran unos reaccionarios, que disfrutaban con ciertas cosas… Una mezcla de machismo y de morbosidad, porque yo era una adolescente que no sabía nada de nada. Seguramente yo era muy tonta, hoy una chica de diecisiete años sabe de la misa la mitad o todo, pero yo no sabía nada de nada, entonces se era más inocente. La inmensa mayoría de las chicas de entonces no teníamos ni idea de ciertas cuestiones y aspectos de la vida, y parecía como si a algunos de esos médicos les gustara violentarte en ese sentido. Me mandaban precisamente a mí, que era la más pequeña, determinadas curas, y eso me resultaba terrible, me violentaba de una manera espantosa. No es que me acuerde mucho de ello, pero cuando lo pienso me doy cuenta de que supuso para mí un choque, que moralmente fue una especie de violación. En el sentido más figurado, claro, pero aún así… Esos médicos a que me refiero eran machistas, tramposos, unos tarados. Supongo que al verme tan jovencita, una estudiante burguesita, se sentían todavía más contentos por mi azoramiento. Claro que ellos también eran burgueses, por supuesto.

Pero al resto de las muchachas jóvenes españolas que trabajaban conmigo de voluntarias no les podían violentar tanto, eran chicas de más edad y con más experiencia que yo de la vida, chicas del campo, o que venían del mundo del trabajo, de las fábricas. Habían vivido más. En ese terreno psicológico, las brigadistas judías de Polonia y Bélgica me ayudaron también muchísimo, mostraron conmigo una enorme sensibilidad. Supongo que entendieron enseguida que yo, por mucho que me las diera de adulta, no era más que una niña.

Muy poco antes de venirme a Madrid –mi familia estaba en Barcelona, todavía estaba la zona unida– yo trabajaba muchísimo en el hospital en esa época; estaba lleno de heridos y, de repente, se presenta un capitán enviado por mi padre para llevarme a Barcelona, para que no me quedara sola, estaban preocupados. Yo estaba de guardia de noche y le dije que lo sentía, pero no me podía ir. Se pasó allí 3 ó 4 días, no podía irse sin mí. Me esperó y, al terminar el trabajo, acepté irme en un coche que él traía, para volver cuando me tocara de nuevo trabajo. Llegué a Barcelona y al encontrar a mis padres –mi madre trabajaba en el Socorro Rojo– les dije: “me habéis hecho venir y me tengo que volver, no podía dejar allí a ese hombre esperándome”. Mi padre dijo: “deja de decir tonterías, te callas y te quedas aquí”, y se fueron a trabajar. Y a la hora me llama mi madre, que había estado hablando con mi padre, que todo el mundo sabía que era el Inspector de Fortificaciones, y a mi madre le daba vergüenza que me quedara y le convenció. Al día siguiente me metió en un coche que volvía a Valencia.

 

[1] Era el Hospital de guerra nº 9 de Madrid. Se instaló en el Sanatorio de Nuestra Sra. Del Rosario, en la calle Príncipe de Vergara 53. Numerosos miembros de las Brigadas Internacionales pasaron por sus salas.

[2] El hospital de Guadalajara al que se refiere Carmen fue el establecido desde marzo de 1937 en el Colegio de las Adoratrices, del que ya se ha hablado.

[3] Sobre el Centro hospitalario de Benicassim, ver Benicasim hospital de las Brigadas Internacionales