Los voluntarios cubanos en la batalla de Brunete

La presencia de voluntarios cubanos en el Ejército Popular de la República se remonta a los primeros días del aplastamiento de la sublevación militar fascista. Existía en Madrid un grupo numeroso de exiliados y estudiantes cubanos unidos por su oposición a la Dictadura de Batista, para lo que crearon el Comité Antiimperialista de Revolucionarios Cubanos. La mayoría de ellos se unió a la milicia del Quinto Regimiento y participó en los combates del Cuartel de la Montaña, así como en la defensa de la Sierra de Madrid (agosto a octubre de 1936) y de la capital (noviembre de 1936 a marzo de 1937).

Cuando las milicias, a impulsos de Largo Caballero, fueron transformándose en Brigadas Mixtas, los voluntarios cubanos fueron integrándose sobre todo en la 1ª BM de la 11 División de Líster y en las brigadas 10 y 101 de la 46 División del Campesino.

Por otro lado, en enero de 1937 llegó un contingente de más de 100 cubanos exiliados en los EEUU (se autodenominó centuria Antonio Guiteras) que se integró en el batallón Lincoln. Su líder,  Rodolfo de Armas, cayó en el Jarama el 23 de febrero en la primera acción del Lincoln. Más información sobre esta Centuria aquí

En la primavera de 1937, como fruto de la campaña de reclutamiento llevada a cabo en Cuba, salieron de la isla varios centenares de voluntarios, una parte minoritaria de los cuales se integró en la XV BI (batallones Spanish y Lincoln) y la mayoría en unidades españolas.                                                                                                                             

                                                                                                                                                                       Llegada de la Centuria Guiteras a Barcelona

Cubanos en la 46 División

Fernando Vera, en su trabajo “Cubanos en la Guerra Civil española, proporciona esta explicación de la presencia de voluntarios cubanos en esta División: …”Ciertas circunstancias favorecerán que, en la División de El Campesino y sobre todo en sus dos primeras Brigadas, la 10, mandada por el mayor cubano Policarpo Candón Guillén y la l0l, por el mayor de milicias Pedro Mateo Merino, confluya un nutrido grupo de cubanos. Entre estas circunstancias, creemos que merecen destacarse dos: la presencia de mandos cubanos y, muy especialmente, el hecho de que sirviendo en la Brigada del Campesino hallara la muerte el intelectual cubano Pablo de la Torriente Brau”.

A principios de 1937 una parte de los voluntarios cubanos se encontraba encuadrada en la 38 BM pero, tras la ofensiva republicana de Garabitas (abril de 1937), muchos pasaron a la 10 BM del Campesino. Posteriormente, el jefe del cuarto batallón de esta brigada, Pedro Mateo Merino, recibió la misión de formar una nueva brigada: la 101 BM, que dirigió él mismo con una eficacia probada en Brunete y otras operaciones (de hecho, por sus méritos, sería nombrado en mayo de 1938 Jefe de la 35 División Internacional). La 101 BM acogió un importante grupo de cubanos, como señala Mateo Merino en su libro Por vuestra libertad y la nuestra:

“Casi en vísperas de entrar en acción, llegó al puesto de mando de la brigada en Sagunto un nutrido grupo de revolucionarios cubanos, de combatientes forjados en las luchas contra el machadato y el avasallamiento imperialista yanqui: obreros, campesinos, artesanos, estudiantes, militares y profesionales, que nos traían la aportación solidaria de su esfuerzo, conocimientos y experiencia a la dura y gloriosa tarea histórica del pueblo español que combatía al fascismo con las armas en la mano. “¡Por vuestra libertad y la nuestra!”, dijeron al darles la bienvenida, uniendo en su internacionalismo de voluntarios dispuestos a todos los sacrificios la lucha y la suerte de dos pueblos hermanos. Eran parte de los casi mil combatientes cubanos que acudieron a defender a la República española escribiendo así según certeras palabras de Fidel Castro, “una de las páginas más hermosas del internacionalismo proletario en la historia de nuestra patria”. Hombres que no retrocedían ante el peligro, ni siquiera ante la muerte. Uno de cada diez moriría en campaña.

A diferencia de muchos otros, no fueron a las Brigadas Internacionales. Mandaron unidades españolas, con la autoridad, los grados y las consideraciones correspondientes a su calificación y a su cargo. Casi todos eran jóvenes, y de ellos trascendía el sano y alegre optimismo que infunde el calor del pueblo, la conciencia de estar a su servicio y creer en él.

No sin honda emoción uno recuerda a aquellos hombres salidos de dos generaciones, unidos en un mismo afán de lucha antifascista, pasión revolucionaria y libertad. Andrés González Lanuza (capitán, Jefe de Estado Mayor de la brigada), Julio Valdés Cofiño (capitán, jefe de Compañía), Enrique Montalbán (teniente, jefe de Sección) y algunos otros eran militares profesionales dejados cesantes por actividades antidictatoriales. Todos ellos valerosos criollos, hermanos heroicos, ‘venidos de lejos, con su mensaje imperecedero de fraterna generosidad revolucionaria, en aquella contienda de los pueblos -¡de todos los pueblos!-, que se libraba en España contra el fascismo y la reacción internacional, respaldados por todos los imperialismos, y el norteamericano de cuerpo entero, encaramado en montañas de dólares amasados con sangre”.

 Lista de cubanos en la 46 División (según Fernando Vera)

Aquilino

Ernesto Grenet

Jaime Boñul

José López Sánchez

Pelayo Teógenes Cordero Nicot (Sergio Nicols)

Enrique Montalbán

Policarpo Candón

Femando Pascual

Basilio Cueira

Pablo Porras Gener

Julio Cuevas Diaz

Avelino Rodríguez Valdés

Francisco Escribá Vives

Pablo de la Torriente Brau

Andrés González Lanuza

Julio César Valdés Cofiño

Julio Cuevas Diaz fue director  y compositor de la banda de música de la 46 División y entre sus músicos figuraban los saxofonistas Aquilino y Francisco Escribá Vives. El dirigente estudiantil José López Sánchez fue redactor del boletín divisionario “Al Ataque”.

Grupo de cubanos en el batallón Spanish

Cubanos en la 11 División  

Pedro Alfaro Suárez

Rafael Miralles Bravo

Bernabé Reguciferos

Wilfredo Lani

Cayetano Pérez Jaramillo

Alberto Sánchez Méndez

El propio Vera considera poco exacta esta lista por sus muchas lagunas: “Sólo hemos podido localizar estos nombres en la 11 División, sin embargo, fueron muchos más: Santiago Alvarez, comisario político de esta unidad afirma la existencia en ella de un batallón, cuyo nombre no recuerda, compuesto casi íntegramente por cubanos. Se trata, sin duda, del Batallón Especial Cubano, perteneciente a la 1ª Brigada de la 11 División… Según María Luisa Lafita en este batallón se encuadraban unos ochenta latinoamericanos… Esta 1ª Brigada la mandaba, con grado de Comandante, el cubano Alberto Sánchez, cuando cayó en Brunete”.[1] Alberto Sánchez se había casado con Encarnación Hernández Luna, una de las pocas milicianas que siguió combatiendo en las unidades republicanas hasta el final de la guerra. (Más información aquí sobre Alberto Sánchez). Pablo Neruda le dedicó este poema:

Allí yace para siempre un hombre que entre todos destacé,
como una flor sangrienta, como una flor de violentos pétalos abrazadores.
Éste es Alberto Sánchez, cubano, taciturno, fornido y pequeño de estatura,
capitán de 20 años. Teruel, Garabitas, Sur del Tajo, Guadalajara,
vieron pasar su claro corazón silencioso.
Herido en Brunete, desangrándose, corre otra vez al frente de su brigada.
El humo y la sangre lo han cegado.
Ya allí cae, y allí su mujer, la comandante Luna,
defiende al atardecer con su ametralladora el sitio donde reposa su amado,
defiende el nombre y la sangre del héroe desaparecido.

 El testimonio del voluntario Manuel Reigosa Muinelo

Este voluntario cubano llegó a España, desde La Habana, en la primavera de 1937. El 28 mayo escribió a su hermana una carta en la que le decía: “Me encuentro desde hace seis días en España y desde ayer me encuentro en este frente donde me he convencido de lo grande y hermosa que es España… Ya estoy en plena acción, volando sobre este hermoso país en donde todo es democracia y buena fe, bueno no te quiero decir más nada pues tengo mucho que hacer”…

Pocos meses más tarde escribió otra carta explicando porqué pasó a la División del Campesino: “Pues bien, cuando yo llegué a aquí, como venía para aviación, fui e ingresé como piloto: estuve por espacio de veinte días en ese puesto; pero como se preparaba la gran ofensiva y varios compañeros cubanos estaban en el cuerpo de ejército de tierra y conocían mis condiciones revolucionarias, hablaron con su jefe “Campesino”, jefe de un cuerpo de Ejército que es el terror de los fascistas, entonces éste me fue a buscar al Aeropuerto de Valencia donde yo estaba y como mi interés es el servir donde sea más útil ingresé en la 2ª Brigada Móvil de Choque: 3er Batallón, al mando de una compañía de ametralladoras y otra de especialidades como morteros lanza bombas, dinamiteros y artillería ligera”.

Reigosa, como se ha visto, se integró en el 3er batallón. Según Mateo Merino, en los primeros días de la ofensiva republicana (6-7 de julio) este batallón cubrió el frente del río Perales; pero el día 8 relevó al 2º batallón, que había protagonizado la toma del cerro de Los Llanos. Desde entonces su batallón defendió sin problemas el frente del cerro hasta que, el 18 de julio, sufrió un durísimo ataque de la IV División Navarra, ataque que persistió hasta el 20. Al no conseguir su propósito (tomar el cerro de Los Llanos y avanzar en dirección noreste al encuentro de la V División Navarra para estrangular la bolsa republicana de Brunete), las fuerzas franquistas se replegaron a su punto de partida al otro lado del río Perales. La resistencia heroica de los batallones de la 101 BM hizo fracasar los planes franquistas.

Sobre estos combates contamos, gracias a Pilar Zumel, presidenta de la Asociación Cultural Yemayá, con una serie de cartas escritas por él a su familia de Cuba. Entre ellas destacamos esta que transcribimos a continuación:

Alcalá de Henares (Madrid) 11 de agosto de 1937

Señorita María Reigosa:

Querida hermana; te escribo ésta desde este lugar donde estamos acampados, de regreso de El Escorial, que como te decía en mi última carta, regresábamos de una ofensiva por la provincia de Madrid en donde murieron varios cubanos, entre ellos Alberto Sánchez, Valdés, Cofiño y Montalbán (este último es el que está marcado con la cruz en el retrato que te mando, este lo sacaron en el parque Central de Nueva York.) Te mando unos recortes de periódicos de aquí para que leas lo que de nosotros, los que aquí estamos, dicen. Yo soy comandante y estoy muy contento, sobre todo con los éxitos que estamos teniendo.

Mi hermana, quiero que cuanto más pronto mejor, me escribas, deseo tener noticias de allá y sobre todo de mis hijas, quiero que me mandes a decir si están en el colegio y cómo va la nena, si pregunta mucho por mí, quiero que me mandes una dirección para poder girar dinero allá con seguridad, pues temo no reciban mis cartas. Yo todavía en esta fecha no he recibido carta ninguna de Cuba, dile a Victoria, Lola y Mariana que me escriban, que tengo ansías de tener cartas de ellas, dime cómo está papá y cómo anda eso por ahí; a Fernando le escribí y quiero que me mandes retratos de mis hijas, es probable que pronto vaya para Valencia a tomar unos días de descanso, pero esta dirección que te mando es para poder recibir correspondencia donde quiera que yo esté.

Bueno no dejes de escribirme. Recuerdo a todos, Manolo.

Sr… 2ª Brigada Móvil de Choque, 3er Batallón. O´Donnell nº 11 Madrid. España

 

Entre los muchos caídos

(Textos extraídos del libro Por vuestra libertad y la nuestra, de Pedro Mateo Merino).

Con frecuencia los héroes quedan anónimos. Sobre todo los héroes caídos en las grandes batallas de la historia, cuando el diario cumplimiento del deber y la acción heroica llegan a identificarse y confundirse. Y la vorágine de los acontecimientos no sólo hace perecer a muchos de sus protagonistas, sino que también se lleva consigo la constatación material individualizada de la hazaña o de las condiciones que la determinaron, antes de que hayan pasado a la posteridad. Esto es singularmente cierto en cuanto se refiere a nuestra ardua y cruenta guerra nacional revolucionaria de 1936-1939. En ella, como brote y expresión individualizada del heroísmo multitudinario del pueblo, sucumbieron muchos héroes desconocidos. Y entre ellos, en la operación de Brunete, dos luchadores abnegados cuyo nombre no debe perderse  en el olvido.

El capitán Julio Valdés Cofiño.

Llegó de Cuba un día de primavera. Después de correr una verdadera odisea, como todos los internacionales; desafiando el odio de gobiernos reaccionarios, arrostrando él y su familia el riesgo de la más brutal represión, venciendo toda clase de obstáculos y persecuciones, afrontando con arrojo los mayores peligros.  Acudía «desde muy lejos», como tantos otros, aceptando el reto del fascismo internacional que volcaba en los campos de batalla de España tropas por decenas de miles; millares de aviones, tanques y cañones; cientos de miles de fusiles y ametralladoras; millones de proyectiles y bombas de todas clases; con los que se quería decapitar la revolución democrática en desarrollo, privar al pueblo de sus derechos y libertades, ayudando a los generales sublevados contra la República, y llevar adelante los planes de guerra y dominio imperialista en su forma más descarnada y cruel.

Nos conocimos en Sagunto, en los albores de junio. Trescientos veteranos, oficiales y clases, con 2.500 reclutas y reservistas de Valencia, Aragón  y Jaén -llamados a filas por el Gobierno del Frente Popular- iban formando allí las escuadras, pelotones, secciones, compañías y batallones, se hacían cargo del mando y los instruían. Dentro de un mes la brigada debería hallarse lista para el desarrollo de operaciones. Por toda la comarca, entre aquel océano de naranjales de la incomparable huerta valenciana, hervía el afanoso ajetreo del arribo de contingentes, armas y equipos, de los ejercicios y marchas.

Valdés Cofiño, oficial de artillería represaliado, era más bien alto, de complexión hercúlea, buena presencia y marcial apostura. Rayaba en los treinta años. Hombre conciso, de marcada discreción y clara inteligencia, en seguida predisponía favorablemente con su innata modestia, nobleza, cortesía y afabilidad. Militaba en la Joven Cuba y era hombre de acción, tendencias progresistas y aguda visión política, muy querido entre sus compañeros. Se había graduado en la Escuela Militar del Morro (Habana), después de cuatro años de estudio y especialización.

Probablemente a ningún oficial conocí durante un período tan breve -a no ser al teniente Montalbán-, apenas un mes, que dejara en mí una huella tan indeleble de su abnegación internacionalismo y valentía. «En esta lucha por la libertad, contra la intervención extranjera y el fascismo se defienden los intereses de todos los pueblos del mundo.» Esas palabras decían lo hondo que Valdés llevaba en su corazón el nombre de Cuba y cómo en la gesta hispánica, con el ejemplo del pueblo español, casi sin armas y aprendiendo a manejarlas en el fragor de los combates, pero erguido valerosamente frente a las acometidas de generales sublevados, mercenarios, tropas nazi-fascistas y reaccionarios de toda laya, armados hasta los dientes y pertrechados de todos los recursos por el imperialismo internacional, acariciaba una esperanza que más tarde se hizo esplendente realidad en Cuba y en tantos otros países. Por eso acudió a los campos de batalla de España, obedeciendo el mandato de su conciencia Aquí vio en acción y aplaudió sin reservas la ayuda de la Unión Soviética a nuestra lucha, frente al bloqueo imperialista de la República Española.

Aún no contaba la brigada con artillería, y Valdés Cofiño fue nombrado capitán, asumiendo el mando de la cuarta compañía de infantería en el segundo batallón, alojado en Faura, a las órdenes del mayor Fernando Pascual García. Y pronto se destacó por sus grandes dotes de organizador, instructor, educador y jefe, demostrando excelentes cualidades y alta competencia profesional. Su compañía fue la mejor unidad del batallón: junto a una elevada disciplina y buen nivel de instrucción, aquellos cien hombres poseían un entrañable respeto y fraternal cariño por su capitán. Así fue en las marchas y desfiles, en los ejercicios de tiro y en las maniobras tácticas celebradas en Sagunto y Alcalá de Henares. Así fue también en los combates.

En el ataque al cerro de los Llanos, las últimas en desplegar fueron la compañía del capitán Valdés Cofiño y la de ametralladoras. A pecho descubierto, ya de día, la cuarta compañía escaló la empinada vertiente y se lanzó al asalto de las trincheras y nidos cercanos a la casa de los Llanos (cota 746). Trató de abrirse paso con granadas de mano, llegando algunas escuadras al combate cuerpo a cuerpo. A su izquierda, de nordeste a suroeste, atacaba un batallón de la décima brigada. Artillería, morteros y ametralladoras rompieron fuego sobre las posiciones en profundidad, batiendo especialmente los dos edificios de la casa de los Llanos. La proximidad de nuestras tropas al enemigo impedía el apoyo directo del avance. Por todo el frente se generalizó el tiroteo.

Atrincherados en posiciones ventajosas y todavía sin quebrantar por la acción del fuego republicano, los facciosos resistían. Aprovechando la pendiente, lanzaban por ella granadas de mano sin seguro, que explotaban en el dispositivo de las unidades populares causando numerosas bajas. Durante todo el día, aferrándose a los más ligeros pliegues del terreno para avanzar y mantenerse, la cuarta compañía sostuvo el ataque entre las alambradas enemigas y su primera línea; grupos sueltos llegaron a penetrar en las trincheras. Al llegar la noche, el segundo batallón había ocupado la altura 692, un kilómetro al suroeste de los Llanos, y cerro Veneno (669 m), cortando con el fuego todos los accesos del enemigo a la posición, casi totalmente cercada, a no ser por un estrecho corredor hacia Perales de Milla. Los tres días siguientes fueron de enconado  forcejeo.

Noticioso del traslado de su vecino a Quijorna, el capitán Valdés Cofiño alargó su flanco izquierdo, en una situación muy confusa, con peligro de envolvimiento, y sostuvo combate nocturno con núcleos facciosos que trataban de romper el cerco. Los prisioneros cogidos al enemigo hablaban de medidas desesperadas del mando fascista para mantener la posición, donde había decenas de cadáveres sin enterrar y numerosos heridos graves. La nueva jornada comenzó con un ataque general del segundo batallón que el enemigo ya no pudo resistir. Sin detenerse, las compañías asaltaron la primera y segunda trinchera, limpiándolas con granadas de mano. Grupos sueltos de la guarnición que trataron de retirarse hacia Perales de Milla fueron destruidos o hechos prisioneros. La cuarta compañía ocupó la casa y manantial de los Llanos, el puesto de mando fascista y, persiguiendo al enemigo, cruzó el arroyo de Quijorna y entró en Perales de Milla, donde reinaba el desconcierto. Solicitó autorización para continuar el avance. El mando superior la denegó, ateniéndose al plan de la ofensiva y reiterando nuestra misión de cobertura en el frente asignado, cuyo flanco izquierdo quedaba tres kilómetros al norte del pueblo.

Al pasar el primer batallón, reserva de la 101 Brigada, a las órdenes directas del jefe de la división, con vistas al cerco y toma de Quijorna; se encarga del mando de la nueva reserva, como oficial experimentado, al capitán Julio Valdés Cofiño. Ahora tiene a sus órdenes dos secciones de infantería y una de ametralladoras.

Hace un  tiempo seco, tórrido,  asfixiante;  la hierba  arde como la yesca al menor descuido y en cada bombardeo, extendiendo el fuego a toda la vegetación. Y al producirse la contraofensiva enemiga, en una situación extremadamente  crítica y confusa, bajo un fuego aéreo y terrestre destructor, frente a un ataque que avanza con ímpetu arrollador, cuando empieza a cundir el pánico; el capitán Valdés Cofiño, con admirable pericia y valentía, aun a costa de su vida, despliega su pequeña fuerza y encabeza el contraataque desde la falda sureste del espolón, casi simultáneo con el de la reserva del tercer batallón. Aquel puñado de hombres, dos secciones de infantería, apoyados por dos ametralladoras y tres morteros contienen al enemigo y le hacen retroceder varios cientos de metros. El pasmoso heroísmo de estos hombres, que avanzan alineándose con su intrépido capitán, y no ceden luego, diezmados, ni un palmo de terreno, conjura la inminente catástrofe. Es la roca imbatible que no cede al alud. Detrás de ellos no había en este momento ni un solo hombre, salvo el minúsculo grupo del Estado Mayor a un centenar de metros. Todos ellos han quedado como héroes anónimos, y entre ellos su capitán Julio Valdés Cofiño, internacionalista cubano, oficial del Ejército popular de la República española, muerto en campaña, de pie, ofreciendo su sangre generosa para que dos pueblos hermanos no vivieran de rodillas.

El teniente Enrique Montalbán.    

A través de mares y fronteras, la década del treinta de nuestro siglo conoce una estrecha compenetración de los movimientos populares en la lucha mundial contra el fascismo y las dictaduras reaccionarias, por las libertades democráticas y el socialismo. Se asienta en la comunidad de intereses frente a las formas más crueles, inhumanas y terroristas de explotación y opresión, impuestas a sangre y fuego por las clases dominantes del mundo capitalista. Tiene como base el internacionalismo, lo encabezan y alientan las vanguardias del mundo, y trasciende en un vigoroso estallido de amplia solidaridad democrática universal que respalda la lucha de los republicanos españoles.

En todo ese período hay un vivo intercambio de experiencias y afanes entre los movimientos democráticos de España y Cuba, a través de sus estudiantes, intelectuales y proletarios, y en la brega diaria de sus partidos comunistas. No pocos universitarios y obreros cubanos participan directamente en las luchas del pueblo español; los trabajadores hispanos residentes en Cuba viven  el diario batallar del pueblo criollo contra las dictaduras pro-imperialistas, y por el desarrollo de su revolución nacional, democrática, agraria y antiimperialista. Hay una estrecha hermandad que se comparte en congresos, labores, calles y cárceles, y de la que nace luego la impresionante solidaridad que lleva a los campos de batalla peninsulares a casi un millar de luchadores cubanos que aportan su heroico esfuerzo a la guerra contra el fascismo y la intervención ítalo-germana en España, por las libertades y los derechos del pueblo.

El teniente Montalbán es un representante genuino de la vanguardia juvenil que asume sin titubeos la responsabilidad histórica que entraña dicho proceso. Es una figura auténtica de aquel río humano, «de aquel torrente de lava / que de las cumbres del mundo / bajó generoso a España. / De una corriente de fuego / que las fronteras traspasa, / abrasando cobardías / iluminando esperanzas».

De origen humilde, había nacido en Trinidad y vivió de cerca el latir revolucionario de Cienfuegos, la inquieta ciudad sureña de la provincia cubana de Las Villas. Acudió a España en 1937, después de las batallas de Málaga y Guadalajara, cuando ya se había hecho palmaria, en su inaudito descaro injerencista que ni las más sutiles formas podían disimularla intervención armada de las potencias fascistas, alentada por los gobiernos imperialistas «democráticos».

Llevaba el coraje indomable de una juventud combativa forjada en la dura escuela de la lucha contra los gobiernos reaccionarios y el terror implacable del «gorila» Batista, con sus mandatarios neocolonialistas  yanquis. Poseía conocimientos militares y experiencia revolucionaria, en la que iban unidos el arrojo y la madurez. A su llegada a Madrid andaría cerca de los treinta. Era alto, delgado, de buena presencia y mejor decir. Gozaba de un carácter abierto, voluntarioso  en extremo, desprendido. Siempre alegre, por naturaleza, dinámico y emprendedor, bregaba incansable en sus empeños. Compañero a carta cabal,  sabía hacerse  querer.  Como buen cubano, sentía pasión por la música; le gustaba cantar y bailar; y lo hacía con el donaire y la natural jovialidad  de su pueblo. Su espíritu  combativo  no  tardó  en granjearle  la  amistad  de muchos jóvenes de Faura (Valencia), localidad a la que fue destinado con el grado de teniente.

Treinta y cinco reclutas y reservistas puso el mando a sus órdenes. Con ellos el teniente Montalbán organizó en plazo muy breve una sección de infantería y la instruyó para actuar en campaña, poniendo admirable tesón y diligencia en su labor. Aquel grupo de hombres se transformó a ojos vistas, integrándose, fundiéndose en el pequeño y vigoroso organismo militar, para constituir una nueva calidad: la primera sección de una compañía de tropas populares antifascistas. El buen entrenamiento táctico y la disciplina, logrados en largas jornadas de práctica, revelaban no sólo la existencia de un criterio técnico maduro, sino también la identificación de los soldados y clases con su jefe. En ella se unían la autoridad bien ganada, la conciencia política, el respeto y la amistad.

Era frecuente verle en las eras y descampados del pueblo, corrigiendo incansablemente los ejercicios, mostrando personalmente su ejecución correcta, combinando la instrucción individual con la de escuadra, pelotón y sección. Y luego, cuando el segundo batallón se trasladó a Alcalá de Henares con la 101 Brigada, en el campo de tiro y terrenos aledaños, donde culminó el adiestramiento táctico, durante las dos semanas que precedieron  a la ofensiva.

Así recorrió el camino de la unidad y llegó en aquel tenso alborear del 6 de julio, como ariete de la 4ª compañía, en vanguardia de la misma, a las alambradas fascistas, cruzando breñales y venciendo escarpadas pendientes con indómita bravura, como siempre en su vida. La rapidez de su despliegue y avance  dejó  algo  retrasadas  a  las  otras  dos  secciones,  que solo más tarde lograron  alinearse con él. Llevaba veintiséis  de sus treinta  y  cinco  hombres  sin  foguear.  Atacaron  sin  detenerse, a la carrera,  flanqueando  aquel  alud  de balas  que les salió al  encuentro  con  los  primeros  destellos  del  amanecer. Las  alambradas  dobles  obligaron  a  detenerse  para  abrir  pasos y atravesarlas. 

A pocas decenas de metros se hallaban  las trincheras  del  enemigo;  tras  ellas,  las  dos  casas  de  los  Llanos; a la izquierda,  oculta en un  declive del terreno, tableteaba  una  ametralladora  lanzando  su plomo  a la  compañía.  Sobre  aquella  abrió fuego el fusil  ametrallador  del segundo pelotón. De los edificios se alzaron varias columnas de polvo y se oyó la explosión de las  granadas de mortero propias  y algún  proyectil  de artillería.  Empezaba  a generalizarse  el combate, con un intenso fuego de todas las armas.

 En el dispositivo de la sección  cayeron varias  granadas  de mano  causando sensibles bajas. Arrastrándose en los pliegues del terreno se vio avanzar a los primeros que cruzaron, con un fusil ametralladoras. El teniente  Montalbán  no vaciló. Incorporándose  grito: «¡Al ataque!». Y pistola en mano corrió hacia los fascistas que guarnecían las posiciones al norte de la casa vieja. Algunas escuadras le siguieron y alcanzaron las avanzadillas  envueltas en el humo de las granadas de mano. Tras ellas  tacó el resto de la sección. En el desesperado forcejeo del combate cuerpo  a cuerpo, nadie  lo notó.  Sólo cuando  la posición avanzada estuvo limpia de enemigos lo echaron de ver: el teniente Montalbán yacía exánime a pocos metros con el cuerpo acribillado por una ráfaga de ametralladora. Y casi allí mismo… en una  austera  ceremonia,  al  oscurecer,  entre  espliegos tomillo, retamas y jaras, la tierra de este sufrido país acogió silenciosa en  su  seno  al  mártir  cubano  de  la  libertad española.

Murió en el primer combate de la batalla de Brunete y su ejemplo, su sangre sin fronteras, creó entre sus bisoños soldados -nos dejó a todos- una tradición señera de hermandad y heroísmo irreductibles. Apenas había transcurrido un mes de su incorporación a las tropas populares antifascistas, pero dejó una huella  imborrable de abnegada valentía, entrega plena a la lucha liberadora y nobleza revolucionaria.

 Han transcurrido decenios, y sigue, como tantos otros, entre los héroes anónimos. Aunque ni su ejemplo ni su nombre debieron caer en el olvido.  Y más  de uno jamás podrá olvidarlos en la España verdadera, pues “los lleva escritos en su alma”, como dijera Antonio Machado, rindiendo tributo de honor y gloria a los internacionales. O como dijera, el hondo sentir de otro de sus hijos, con voz de entraña popular: “Yo veré siempre vuestras figuras proyectadas / en los pelados campos  de mi  dura  Castilla”.

NOTA

[1] Murió en la tarde del 25 de julio de 1937, no queda claro si esta fue causada por la explosión de una bomba, como señala Lafita, o bien alcanzado en la cabeza por una bala.