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A propósito de la conferencia del profesor Angel Bahamonde en el Instituto Francés

Este viernes la sala del Instituto francés vibró de emoción gracias al parlamento del catedrático de Historia contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid. Tras una presentación de Vicente González, el profesor Bahamonde se lanzó rápidamente a reflexionar en torno a la pregunta crucial: ¿por qué parar el fascismo? ¿por qué miles de voluntarios de todo el mundo vinieron a ayudar al pueblo a intentar frenarlo?

Evidentemente no era unánime en los países democráticos la necesidad de parar el fascismo. Ahí tenemos el caso del Reino Unido, cuyo Partido Conservador estuvo coqueteando con Mussolini y admirando el orden nazi. O el de Francia, donde una buena mitad de la población (esa que luego se acomodó a la ocupación nazi e incluso colaboró con ellos, para escarnio nacional) estaba frontalmente en contra del Frente Popular (como en España, pero sin llegar a la guerra, aunque a punto estuvieron) y gritaba por lo bajini “Antes Hitler que Blum”.

Ser antifascista en aquellos tiempos no estaba tan bien visto, por eso durante un tiempo en los Estados Unidos se tildó a los voluntarios de la Lincoln de “antifascistas prematuros”. Pero lo valioso, y lo inteligente, fue anticipar cuál era la hecatombe que se cernía sobre Europa si no se paraba a tiempo el fascismo. Eso es lo que vieron los brigadistas y el pueblo español; lo intentaron pero fracasaron entonces, y el mundo pagó el terrible precio de la guerra mundial. Y fracasaron al no contar con los medios que le negó  la Europa “soi-disant” democrática. Por eso fue que la República tuvo que romper su soledad con lo que había a mano: la ayuda de México, de la Unión Soviética y de las Brigadas Internacionales. Jugaron estas un papel de importancia decreciente, a partir de la “apoteosis de la fraternidad” que supuso su primera intervención en la batalla de Madrid, pero impulsaron un espíritu que vivificó el espíritu de resistencia, e incluso de victoria, de los soldados y de la población de la República.

De todo esto, y mucho más, se habló en la tarde del 8 de noviembre, un día en que aún sonaban los ecos de los cantos que en diferentes idiomas resonaron hace 77 años por las calles de Madrid. Un Madrid republicano que ya un día antes había sufrido su “gran mutación”, como dijera Vicente Rojo, pero que vio acentuada su ansia de resistir a partir de la visión de 2.000 jóvenes que venían a jugarse el pellejo por amor a la libertad. Jóvenes que, de paso, se enamoraron de España, pero no de la España de los obispos, los generales, los nobles y terratenientes, sino de la España de los trabajadores.

Como dejó consagrado el himno de las Brigadas Internacionales: “Nuestra patria está hoy ante Madrid”. Este es el internacionalismo que mostraron los brigadistas, no el odio (o el sentimiento de superioridad) de una nación a otra, sino la colaboración entre todas las naciones y patrias, y sobre todo la solidaridad de los oprimidos.

En la web de la Fundación Francisco Franco se puede leer que los brigadistas marchaban por las calles gritando “Viva Rusia! y ¡Muera España!” ¡Qué desfachatez! Si alguien ha gritado de forma más sincera ¡Viva España! o ¡Viva la República española! han sido los brigadistas.
Ahí están, pidiendo ser reconocidos como españoles en sus últimos años de vida y orgullosos de su pasaporte. Ahí está el último brigadista fallecido, el canadiense Jules Paivio, que al recibir en Toronto el pasaporte español confesó, como tantos otros, que España era su segunda patria. O como Sam Lesser, británico que, en la ceremonia de recepción del pasaporte de manos del Embajador de España en el Reino Unido, dijo: «En toda nuestra vida hemos mantenido a España en nuestra mente y en nuestro corazón» para luego pronunciar aquellas conmovedoras palabras: «
Hemos tardado pero ahora hemos llegado a casa».

Por eso se queda pequeño el humilde monumento de la Ciudad Universitaria. Y por eso debe seguirse erigiendo monumentos o memoriales como el que mañana se va a inaugurar en la Casa de Velázquez de Madrid. Porque ahí está la diferencia: la derecha rancia española pide la demolición del monumento a las BI mientras la Francia republicana rinde homenaje a las mismas. ¡Con qué desparpajo esa derecha urge a cerrar heridas de la guerra! Sigue honrando a los mártires de la “Cruzada” (y mantiene la memoria de los golpistas y fascistas) mientras le niega el pan y la sal a los que lucharon para defender la República democrática y parar al fascismo. ¡Qué tristeza de país!

Hay que acabar con la maldición expresada en los terribles versos del poeta Gil de Biedma: “De todas las historias de la historia, sin duda la de España es la más triste, porque siempre acaba mal”.

España fue un faro de libertad para el mundo en dos momentos: entre 1820 y 1823, como lo cantó de forma exaltada el poeta inglés Percy B. Shelley, y entre 1931 y 1939, como lo cantaron una pléyade de poetas de dentro y fuera. Volvamos a ponerla en la senda del progreso. No en la de la cutre y casposa «marca España», que define bien a sus promotores. Vayamos hacia la III República teniendo como referente los valores de la Segunda.