Bethune 14

Norman Bethune, el médico internacionalista

Prólogo de Antonio R. Celada a la obra Las vidas del Dr. Bethune, de Roderick y Sharon Stewart

Norman Bethune, médico y cirujano, inventor y artista, comunista e idealista, romántico y soñador, voluntario en España en 1936 y en China en 1938, defensor del débil y visionario, generoso con los demás y exigente consigo mismo, aún no se le ha hecho justicia en España y habría que preguntarse por qué. Se ha convertido en una figura legendaria tanto en Canadá como en China pero se le siguen escatimando reconocimientos sobradamente merecidos en nuestro país, donde resulta un gran desconocido para la mayoría de los españoles. La magnífica biografía de Roderick Stewart y Sharon Stewart que aparece ahora en castellano y que tengo el honor de prologar contribuirá sin ningún género de duda a hacerlo más popular ya que, por su excelente prosa, su acertada selección de datos contrastados y lo atractivo del personaje, el éxito de público lector estará asegurado.

Los méritos que el Dr. Bethune hizo para convertirse en un ídolo, sobre todo para los más jóvenes, están a la vista aunque el reconocimiento pleno está aún por llegar. No cabe duda de que su figura adusta y seductora ha resultado siempre muy atractiva. Sus defensores lo admiraban y lo compadecían a la vez, sus adversarios lo aborrecían y con frecuencia lo criticaban con dureza, pero ninguno de los que le frecuentaban podía quedar indiferente ante el genio extemporáneo, el líder indiscutible, el adalid temerario, el jefe autoritario, el paladín romántico, un ser humano completo con sus virtudes y defectos repartidos de forma desigual. En Montreal, en Madrid y en las planicies chinas de Hebei fue fraguándose el mito. Desde joven creyó que su destino era hacer algo grande por la humanidad y tras muchos deslices, sacrificios y expiaciones lo consiguió en un país lejano, culturalmente ajeno y con una lengua que nunca llegó a entender; ni siquiera empezó a aprender. Los soldados del Ejército de la Octava Ruta, antes de entrar en combate, solían animarse con un grito de guerra que a Bethune le llenaba de satisfacción: «¡Ataca! Si nos hieren, ¡Bai Qiuen [Bethune] nos curará». Como muy bien apuntan los autores del libro, en los refugios de las montañas de Shanxi y en las llanuras de Hebei, nuestro cirujano llegó a disfrutar de su reino particular.

Bethune vivió una vida corta pero intensa. Su niñez y adolescencia, en contacto con una naturaleza plena y fértil, conformarían un carácter fuerte, rudo y generoso. Su vida antes de asentarse en Montreal como médico resulta fascinante, llena de desafíos y tensiones, de vivencias intensas y emociones fuertes, pero también plagada de incertidumbres y sinsabores. Los autores han desmenuzado hasta el más mínimo detalle su época infantil y su adolescencia así como las aventuras frenéticas del doctor en su época de joven estudiante de medicina. Los desengaños, la osadía, los sueños, incluso las quimeras van marcando al hombre; los traspiés, las carencias, las penurias van alimentando el mito. Pero en esa época asoma más el irresponsable que el héroe, el histriónico más que el profesional brillante. La anécdota de la muñeca Alicia repartiendo su tutela entre dos padres divorciados resulta desconcertante.

La tuberculosis le juega una mala pasada. La peripecia de la punción de neumotórax demuestra sobradamente su tozudez pero también su valentía. La imagen de un Bethune corpulento y dolorido, subido en posición desafiante en un pupitre y una silla con una taza en una mano para echar los esputos y una tiza de colores en la otra intentando pintar deja al lector desarmado, y genera una tremenda desazón en su mente. Se conocía a sí mismo bastante bien cuando dice pertenecer a esa “casta de hombres violentos, inestables, de convicciones y cabezonería apasionadas, intolerantes y, aun así, con una visión de la verdad y un arrojo que les permite seguir adelante aunque se encaminen, como en el caso de mi familia, a su propia destrucción” (ver página    ). Cuando traza este bosquejo de sí mismo tiene ya cuarenta y cinco años. No es por tanto el adolescente el que escribe sino el adulto juicioso que reconoce sus defectos y profetiza su peculiar destino.

Entiendo que el libro hace justicia al personaje, a esa vocación de mesías irredento de la que Bethune no logró evadirse jamás. Se trata de una obra magnífica, extensa, muy entretenida y perfectamente documentada. El tono descriptivo es ágil, el estilo sencillo y vigoroso, aunque sin pretensiones. Encontramos escenas pródigas en detalle pero sin abrumar, los sucesos fluyen en cadena con gran naturalidad, los episodios que modulan al personaje transitan rápidos pero al ritmo adecuado. Se vuelven densos en momentos dramáticos pero resultan ágiles en las descripciones cotidianas. Hay sitio para lo trivial, incluso lo frívolo, porque el personaje lo exige, pero también para lo solemne porque la situación lo demanda. La selección de los momentos más conmovedores no es arbitraria, está perfectamente diseñada buscando un equilibrio armónico que funciona, un perfecto collage de vivencias intensas y relajamientos cómicos, cómo si se tratara de flash-backs de corte teatral. Los autores nos deleitan llevándonos con maestría hasta el lamento del fracasado, cortejando la estridencia del egocéntrico, retratando el voluntarismo del filántropo; en algunos momentos, los más solemnes, nos recuerdan, incluso, al narrador brechtiano.

Estamos, sin ninguna duda, ante un relato biográfico definitivo cuya consulta resultará imprescindible para cualquier investigador, estudioso o simpatizante de la figura de Bethune. Le tocó vivir una época traumática y aprovechó todos los resortes para sacarle el máximo partido. El personaje encarna a la perfección no sólo las contradicciones de la época de entreguerras sino también las paradojas y las pulsiones propias del voluntariado internacional. Bethune reunía todas las bazas para convertirse en un referente moral y los autores saben sacarle partido. Habría que buscar un compromiso entre lo que sus detractores definen como un personaje egoísta y deshonesto y la ingenuidad, entrega, sensibilidad y romanticismo que otros le atribuyen. La imagen que quedará en la retina del lector medio, no obstante, no va a ser la del lobo solitario, narcisista, sino la del referente moral, sin mojigaterías, con una carga humana admirable.

“Hacer algo grande por el género humano” es uno de los leit-motifs más socorridos del discurso descriptivo. Y los autores hacen muy bien recordándoselo al lector con la frecuencia debida. No cabe duda de que han sabido leer en el corazón del personaje. España y China serán los escenarios para demostrar esa entrega y esa fe en una misión heroica, trascendental. Es donde el personaje gana en estatura. El comunismo, según él, respondía a las mismas preocupaciones que el cristianismo, reconocía en sus fundamentos muchos de los preceptos de la fe de sus padres: su marcado sentido de la predestinación personal, el concepto de la lucha entre el bien y el mal, y la obligación moral de ayudar a los pobres y desamparados. A pesar de las luchas intensas y las contradicciones aparentes entre la doctrina de Marx y la doctrina de Cristo que todos los historiadores se han encargado de amplificar, hay un aspecto fundamental en que ambas coinciden y es en la defensa del débil. Para Bethune esto era el meollo de la cuestión, lo que habría de fundamentar su andamiaje ético y estético y habría de marcar su destino. No existe para él, por tanto, ninguna contradicción intrínseca entre el fervor evangelista y el fervor marxista, ni tampoco en denominar al marxismo como una religión moderna. Estas elucubraciones estéticas, sacadas del contexto de los años treinta, resultan incomprensibles. Bethune es un producto típico de aquella época y fuera de aquellas coordenadas podría antojársele a cualquiera como un personaje extravagante.

En ocasiones, el lector puede recibir información suficiente como para que el héroe se desmorone en su imaginación pero esto nunca llega a producirse. Ni siquiera un lector tradicional llegará a desertar del personaje. Los autores han conseguido aquí un equilibrio de muy difícil ejecución. El mito, el ídolo, el héroe camina siempre al borde del precipicio pero nunca llega a despeñarse. Siempre habrá un dato, un detalle, un arranque de generosidad que redime a la figura heroica y lo devuelve al pedestal que le corresponde en nuestra imaginación. La liturgia ceremonial de un ave fénix que se retroalimenta de sus recaídas va conformando asperezas y limando aristas para que la estatua brote espléndida del mármol duro. No cabe duda de que ese equilibrio entre la verdad y su verdad (la del personaje) está magistralmente conseguido por los autores.

La parte dedicada a sus experiencias en nuestro país, la que suponemos interesará más a los lectores españoles, está magníficamente documentada y nos lleva al Bethune más profesional y más político. El lector encontrará ahí nuevas pinceladas informativas, confidencias reveladoras y particularidades novedosas que van esculpiendo al personaje. Vamos poco a poco descubriendo al hombre que se ha adelantado a su tiempo, el que aprende de sus propios errores, más integrado en el sistema, y que piensa que los obstáculos, por ingentes que sean, no son infranqueables. El profesional y el político se llevan mejor en esta etapa. Se siente más realizado porque es más parte de un sistema con proyección mucho más ambiciosa. Ahora sí puede hacer grandes cosas por el género humano y de ahí que su mensaje radiofónico al mundo anglosajón en la Nochebuena de 1937 tenga un cierto aire profético: “Lo que España está haciendo hoy, lo que vosotros, españoles, hagáis mañana, decidirá el futuro del mundo de los próximos cien años. Si os derrotan, el mundo se sumirá en la nueva era oscura del fascismo. Si vencéis, como estamos seguros de que lo haréis, avanzaremos hacia las glorias de la nueva edad de oro de la democracia, tanto económica como políticamente”. Como otros muchos de sus correligionarios del voluntariado internacional, pudo leer con nitidez la tragedia que se avecinaba y la historia le dio la razón. Desgraciadamente, no vivió para comprobar que sus temores se materializarían en toda su crudeza. De haber sobrevivido para comprobar que su profecía se había cumplido, su ego se hubiera sentido aliviado pero su corazón se hubiera roto.

Probablemente sus adversarios leerían en esas frases altisonantes una búsqueda personal de protagonismo, una forma muy particular de justificar su vocación mesiánica en un mundo a la deriva, pero los hechos se aliaron con él. Es sin duda una de las partes de la biografía donde la estatura del hombre se agiganta y comenzamos a vislumbrar la solidez del héroe. Aquí, los autores ilustran vivencias varias de Bethune con todo lujo de detalles que agrietan al personaje y pueden molestar a los lectores más tradicionales. A su permisividad en las relaciones personales habría que añadir su ingenuidad en el trato con personas desconocidas que podían ocasionarle serios problemas. Estaba viviendo una guerra civil y tendría que haber sido más cauto.

El capítulo dedicado a cubrir el viaje desde Valencia a Málaga es magnífico. Los autores logran no sólo describir de forma honesta y fiable los movimientos de todo el equipo de Bethune sino que además se adentran en las complejidades emocionales del cirujano. Resulta admirable su capacidad de sacrificio y de entrega. También sus prioridades. Tiene muy claro que cuando el débil necesita ayuda sobran las formalidades y la burocracia estorba, una vez más le traiciona su espontaneidad y su mesianismo, lo que comprobaría poco después cuando su propuesta sobre el Servicio Unificado de Transfusión de Sangre con él como Director fuera rechazada por las autoridades militares. El capítulo de España se cierra así para Bethune con un fiasco.

Y ciertamente, si España para él había sido la causa, China fue la disculpa. Cuando decide viajar allí tiene ya cuarenta y siete años: él mismo se considera un viejo que debe cambiar de aires. Lo que se desprende de la narración de los hechos según lo cuentan los autores es que hacia España va, hacia China huye y en China, a pesar de las fatigas, los desfallecimientos y la falta de ayuda, llega a triunfar. En las últimas páginas, donde ya se va adivinado un final trágico, la personalidad de Bethune se va agrandando como si de un verdadero héroe trágico se tratara. La selección de incidentes y las citas documentales que hacen los autores en esta fase del libro es muy acertada. El lector que conozca previamente el desenlace se va empapando de detalles que vigorizan la leyenda; el que no, va descubriendo con incredulidad el drama que se avecina. Esas escenas se leen como una novela cuyo final, si no se conoce, se adivina. El tono elegíaco que se desprende del discurso narrativo engancha al lector. El doctor está enfermo, el que había salvado tantas vidas está a punto de morir, el que había burlado a la muerte del otro en multitud de ocasiones la espera ahora agazapado e impotente en su soledad. Cuando ya no puede montar a caballo pide un bastón para caminar y grita “¡Soy un soldado, no una antigualla!”, y logra dar los que serían sus pasos postreros. Fue su último gesto épico, necesitaba un altar en el que inmolarse y alcanzó al fin su propósito: convertirse en una referencia heroica a la que, según él, estaba predestinado.

El epílogo, con una selección muy propia de episodios y observaciones, muestra al lector la importante repercusión que la figura del doctor ha tenido después de su muerte: actos de homenaje, reconocimientos, libros y películas se suceden por doquier. Al fin, aunque con reticencias por parte de diversos grupos, llegó a convertirse en profeta en su tierra; los canadienses han reconocido por fin a su héroe: ha conseguido llegar más allá del segundo puesto, como era su obsesión. Lo mismo ha sucedido en China pero aún falta mucho para que esto ocurra en España.

Como era de esperar, en nuestro país fue una figura totalmente ignorada en la época franquista, pero sorprende que, tras el fin de la dictadura, siga siendo un personaje casi desconocido para la gran mayoría. En los últimos años, se han publicado varias obras que se citan tanto en la notas del traductor como en la bibliografía, y obtuvo un indudable protagonismo en el Congreso celebrado en la Universidad de Salamanca en octubre de 2006 con una exposición cuyo comisario fue Jesús Majada Neila y que visitaron 4.739 personas. Pero sin duda, la obra que hará del Dr. Bethune una figura conocida y admirada en nuestro país es la que tú, lector, tienes ahora entre las manos. No me cabe la menor duda de que pondrá al personaje en el lugar que le corresponde.

Salamanca, abril 2013

Antonio R. Celada, Prof. Universidad de Salamanca