Último tren

El último tren

Karl Popp

Este relato está escrito por un veterano brigadista checo, nacido cerca de Karlovy Vary (en los Sudetes) y que vivió en la República Democrática Alemana tras la guerra mundial. El escrito forma parte de un vasto trabajo memorialista emprendido en 1965 por el Instituto Marxista-Leninista del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) que trataba de conservar la memoria de los luchadores antifascistas en la guerra de España.

La documentación está conservada en el Archivo Federal (Bundes Archiv) de Alemania. Isabel Esteve estuvo trabajando durante años en ese archivo y tradujo una buena parte de los fondos dedicados a España. Este escrito forma parte de los mismos. Agradecemos a Isabel su generosa aportación.

Con el progresivo avance de las tropas fascistas a lo largo del Ebro hasta el Mediterráneo tuvimos que realizar nuevas tareas. Entre tanto mis heridas estaban ya curadas pero aún no estaba en condiciones de soportar la dureza del frente. Además había muchas cosas que hacer. Todos los servicios debían trasladarse hacia Cataluña para crear allí nuevas bases.

Un tren, casi exclusivamente llenos de heridos de todas las nacionalidades, salió con ese fin desde Albacete hasta Barcelona. El trayecto de unos quinientos kilómetros debía realizarse en veinticuatro horas. Pero nos tiramos más de una semana de camino. El compañero suizo Otto Brunner era el responsable del transporte y de que los compañeros llegaran a Barcelona sanos. Al principio tuvo poca faena. Pero sucedió que una y otra vez teníamos que parar, y que una y otra vez la locomotora debía ser desenganchada. Y la parada duraba horas hasta que se podía disponer de otra máquina. Y eso pasaba cada vez con más frecuencia.

Teníamos prisa, porque sabíamos que los únicos puentes del Ebro se hallaban bajo el fuego de la artillería. Además sólo teníamos la posibilidad de pasar los puentes de noche. De día estaban continuamente vigilados por el enemigo. Y cada vez con más frecuencia nos quedábamos parados a campo abierto y éramos bombardeados desde el aire. Los que tenían buenas piernas se buscaban lugares cubiertos en los campos de alrededor. Cuando volvía la calma seguíamos la marcha. En la siguiente estación se repetía el mismo teatro. Las locomotoras eran utilizadas, supuestamente, para transporte urgente de alimentos. Estas urgencias en principio eran raras en cada estación, pero cada vez surgían más. Una y otra vez se estaba esperando a nuestra locomotora para que se dedicara supuestamente a otros objetivos. Hasta que a nuestro compañero Otto se le acabó la paciencia y dejó de meterse en más discusiones.

Poco antes de llegar al Ebro nos quedamos sin locomotora. Se discutió si se debía dejar seguir al tren sin locomotora, pues el tramo bajaba hasta Tortosa, que está al otro lado del río. Teníamos con nosotros a un compañero austriaco cuya profesión era conductor de locomotoras. Estaba dispuesto a aceptar la tarea y había ya repartido compañeros preparados por todos los frenos. Una locomotora no podía pasar el puente así como así, ya que estaba bastante estropeado por los bombardeos. Si antes de que se hiciese de noche no se disponía de una locomotora teníamos que intentarlo incluso sin locomotora, ya que pasar otro día a campo abierto significaba un altísimo riesgo. Ésta era nuestra opinión. Pero entonces recibimos información desde Tortosa de que allí se encontraba una locomotora preparada para arrastrar nuestro tren tan pronto como estuviese sobre el puente. Así que la noche siguiente conseguimos pasar también el puente. Hasta Barcelona aún hubo algunas dificultades que superar porque nos volvimos a quedar sin locomotora. Finalmente llegamos sanos y salvos a Barcelona, aunque con un enorme retraso.

En la ciudad se nos albergó en el cuartel Karl Marx; un par de días después se vio que allí no nos podíamos quedar porque estábamos expuestos a las bombas enemigas. Así que nos trasladamos a la zona del puerto. La zona era más bien una playa de baño. A otro lado estaban los barcos y en medio la avenida del puerto. Había fascistas internados en algunos barcos-prisión. Se veía que el Estado Mayor del Aire enemigo había sido informado de ello, como también de nuestra presencia. Puntualmente, a las 12.30, nos visitaban cada día los Junkers, pero echaban sus bombas sólo en el mar. Seguramente no querían correr el riesgo de alcanzar a los fascistas de los barcos. Sólo fueron alcanzados los camaradas que buscaron refugio demasiado cerca de la playa.

Para mí resultó muy turbulento un ataque aéreo sobre nuestro convoy cuando íbamos hacia Barcelona. Nos pusimos a cubierto fuera del tren a toda velocidad y con las prisas perdí mi cartera. No me importó el dinero sino mis documentos, fotografías y otras cosas de valor que llevaba en ella. No tenía tiempo para conseguir una copia de mi cartilla militar. Mis heridas eran la única prueba de que había luchado como voluntario en las Brigadas Internacionales. Así constaba en mi documento de licencia redactado por una comisión, en el que ponía que había sido herido en la “segunda guerra de independencia del pueblo español” y que estaba licenciado, si bien en mi carnet militar constaba que era teniente del Batallón Thälmann, 1ª Compañía.