Grau

Se vende mapa de la gloria

Este es el título de un post de Anna Grau publicado recientemente en Cuarto Poder. Ya publicamos un artículo de esta escritora en enero, cuando estuvo por Madrid Juan Miguel de Mora. Ahora vuelve a tocar el tema a propósito de la publicación del 2º volumen de Lugares de las Brigadas Internacionales en Madrid. Agradecemos a Anna su buena voluntad de honrar a «la mejor gente del mundo» y de contribuir a mantener viva su memoria:


«A quien le pueda interesar: ya está a la venta el Volumen 2 de la Guía de Lugares de las Brigadas Internacionales en Madrid, con 80 páginas y un detallado mapa a color de los puntos cardinales donde los brigadistas se batieron.

Como siempre edita la Asociación de Amigos de las Brigadas, la AABI. Firman el trabajo Ken O’Keefe y Severiano Montero. Cuesta 5 euros y se puede comprar tanto en castellano como en ingles. Más información aquí.

¿Y qué más puedo añadir? Pues que este segundo volumen de la serie se centra preferentemente en la Ciudad Universitaria, la Casa de Campo y los alrededores de Madrid. Salen sitios que hasta ahora no se habían relacionado directamente con las Brigadas, como el Colegio de San Fernando (en Valdelatas), el de los Jesuitas en Chamartín o el de Huérfanos de Ferroviarios en la Dehesa de la Villa. Quien se quiera no exactamente reír, pero sí sonreír agridulcemente, podrá entretenerse siguiendo la huella secreta de los brigadistas en los palacios de El Pardo, La Zarzuela, La Moraleja o la Moncloa. Nuestra historia da para eso y más.

Por ejemplo para estas líneas escritas por John Sommerfield, uno de los brigadistas que combatieron en la Facultad de Filosofía y Letras:

Cuando después volvimos a la Ciudad Universitaria, se nos asignó el edificio de la Facultad de Filosofía y Letras. Construimos barricadas con libros de metafísica hindú y de filosofía alemana de principios del siglo XIX; eran bastante eficaces contra las balas. Aquí la vida era tranquila, ordenada. Las mañanas despejadas solían bombardearnos a las once. A última hora de la tarde llegaban unos cuantos obuses; el resto del día disparábamos, leíamos, hablábamos, estudiábamos español o cavábamos trincheras (…) Exploramos la biblioteca. En la gran sala de lectura, los cañones antitanque estaban emplazados encima de la mesa. Se habían llevado los libros y los manuscritos de valor, pero había muchos otros que nos interesaban: descubrimos una colección de clásicos de Everyman y los llevamos a nuestra habitación. Una fría mañana encontré ‘Los poetas de los lagos’ de De Quincey. Me envolví en una alfombra y estuve leyendo vorazmente…toda la tarde. Cuando estaba en el ultimo capítulo, oí un golpe atroz. Alcé la vista y la habitación estaba llena de polvo y humo; las siluetas se movían con desconcierto. Steve se tambaleaba hacia adelante, se apoyaba en dos hombres. La llamada a los camilleros iba haciendo eco hacia abajo por las escaleras. La cabeza de John no paraba de sangrar. Joe se sujetaba la nariz y empezó a insultar. Había un agujero donde estaba el poster de la España soleada. El obús había explotado en medio de la habitación

Todo esto me recuerda el día que visité el cementerio de Arlington, donde a los americanos les gusta enterrar a sus héroes. Me quise hacer una foto frente al campo de cruces de los caídos en la Segunda Guerra Mundial. Como iba sola tuve que pedirle a un paisano que pasaba por ahí que disparara la cámara. Se lo pedí en mi inglés con acento de Girona. Where are you from?, ¿De dónde eres?, me preguntó al punto. Se lo dije. Se lo pensó. Comprendió que estaba lejos. Sonrió con una inmensa afabilidad extraordinaria y me dijo: Thanks for coming!, ¡Gracias por venir! No, gracias a ustedes, musité yo bajito. Gracias por todo. Especialmente por las guerras perdidas.»