Aquellos mil cubanos
Aquellos mil cubanos
Vicente González Vicente *
Todavía reciente el fallecimiento de Fidel Castro, el periodista Alejandro Torrús ha recordado, en su artículo Cuba y España: revolucionarios de ida y vuelta, a los centenares de cubanos que fueron a luchar a España en los años treinta y a los republicanos españoles que años más tarde lo hicieron por la Revolución cubana.
Nosotros ofrecemos ahora aquí el artículo de nuestro compañero Vicente González como homenaje a todos aquellos luchadores:
El recuerdo y las profundas huellas que en ciertos países dejó la Guerra Civil Española, ocurrida, entre julio de 1936 y abril de 1939, se ha venido reflejando desde entonces en multitud de publicaciones, mítines, homenajes e incluso silencios intencionados.
Placa colocada por la Embajada de Cuba en diciembre de 2013 en el cementerio de Fuencarral
Con todo ello, y dado la cada vez menor solidaridad que podemos apreciar entre los ciudadanos de los países más “desarrollados”, cuesta ahora entender ciertos gestos de entrega total hacia causas tan lejanas en el espacio pero tan cercanas en el corazón, como las que protagonizaron las Brigadas Internacionales. Dejaron sus hogares, su trabajo y cuanto tenían para volcarse de lleno en defensa de un pueblo al que tantos gobiernos de corte liberal habían abandonado a su suerte frente al fascismo.
Procedían, prácticamente, en mayor o menor número, de todos los rincones del planeta. Y todavía en España, con una frecuencia más que anual, se sigue invitando a sus supervivientes, agasajándoles y dedicándoles cuanto cariño y afecto puede emanar de ciertos colectivos comprometidos en la defensa de su memoria histórica.
Es sabido que en 1936, no faltaban en Cuba organizaciones de ideología claramente fascista. Se les veía por La Habana con uniformes paramilitares y no dejaban de producirse reyertas, a veces de extremada dureza, con lo que eran ya habituales las protestas y movilizaciones en contra. Algunas de estas organizaciones eran muy activas, y llegaban incluso a respaldar acontecimientos de envergadura, como el de la visita de un barco propagandístico enviado por el gobierno italiano.
En tal estado de cosas, la noticia del golpe militar en España sacudió como un estallido la conciencia de muchos demócratas, que sentían como propia la causa republicana. Denunciar en esa situación la ayuda de Hitler y Mussolini a los sublevados no solo era llamar a la lucha contra un peligro de dimensión internacional, sino que la campaña iba a su vez dirigida a la restauración de la democracia en Cuba. La izquierda partía de un principio del internacionalismo proletario por el cual, ayudando a otros pueblos en su lucha por la libertad, se defendía al mismo tiempo la libertad y los intereses de la propia nación. Raúl Roa, en uno de sus artículos, valoraba así la situación: “O se está decididamente con Burgos (sede del futuro dictador) o junto a Madrid hasta las últimas consecuencias. La componenda y la inhibición han dejado de existir en España y ante España.”
Movilizaciones y reclutamiento
No se conocía en Cuba un acto de solidaridad con otro pueblo de tal envergadura. Se manifestó en lo político con mítines, publicaciones y una agitación constante. Fernando de los Ríos, embajador de España en Washington, participó como orador principal en un multitudinario acto de adhesión a la causa del pueblo español, celebrado en La Habana a principios de 1938.
En lo militar, quedó materializado con la aportación de cerca de mil combatientes voluntarios a las Brigadas Internacionales, de diferentes clases sociales y corrientes políticas. Y en lo material, con un flujo constante tanto en dinero como en especies, producto de miles de modestas aportaciones a lo largo de toda la Isla y coordinado por la Asociación Nacional de Ayuda al Pueblo Español. La generosidad partió principalmente de aquellos que se privaron de lo muy poco que tenían para convertirlo en miles de pesos y toneladas de leche condensada, azúcar y tabaco. También se creó el Comité de Ayuda al Niño Español, con Rosa Leclere como su principal animadora, quien cerca de Barcelona logró instalar una escuela-hogar infantil, bajo el nombre de Pueblo de Cuba, a la que también dotaron de camioneta y ambulancia. La ayuda pudo luego extenderse a los cientos de niños evacuados en Francia y México.
La tarea de canalizar la espontánea simpatía popular y convertirla en organizada actividad en pro de la causa republicana recayó principalmente en Ramón Nicolau González, dirigente del entonces clandestino Partido Comunista de Cuba.
Superando las dificultades propias de la estricta ilegalidad en que tenía que desenvolverse, se responsabilizó de encabezar una comisión integrada por representantes de diferentes militancias políticas, destinada a reclutar y enviar a cuantos voluntarios estuviesen dispuestos a combatir en España: salieron de La Habana unos 850. En Nueva York, el Club Julio Antonio Mella, fundado por exiliados progresistas, organizó actos, recaudó fondos y llegó a reclutar 125 cubanos que formaron el primer contingente de la denominada Centuria Guiteras, del Batallón Lincoln. También los hubo procedentes de México y Venezuela e incluso algunos, bastante notorios, se encontraban ya en España como exiliados, estudiantes o emigrantes cuando se produjo el levantamiento militar. A ello hay que añadir los 15 turistas cubanos que, en esas fechas, se encontraban visitando la Exposición Universal de París.
La ida
Hubo que dotar a cada uno de su pasaporte y cualquier otro documento solicitado, aminorar el desembolso de los gastos del pasaje y someterse a un minucioso examen médico, para evitar luego objeciones por parte de la Comisión Médica de las Brigadas Internacionales que funcionaba en París.
El primer grupo de combatientes, que salió en abril de 1937, lo componían especialistas y militares de carrera que habían figurado en los cuadros de oficiales de las fuerzas armadas disueltas en 1933. Sucesivamente, el traslado se fue efectuando en navíos tanto de pasajeros como mercantes. Una vez desembarcados en algún puerto del norte de Francia, eran discretamente hospedados en París el tiempo necesario para organizar su traslado a alguna localidad cercana a los Pirineos, desde la cual cruzaban a España clandestinamente tras una penosa marcha de más de catorce horas. Generalmente eran alojados en el Castillo de Figueras y después de un breve descanso se les trasladaba a Albacete, donde estaba situado el mando de las Brigadas Internacionales. Allí recibían instrucción militar hasta que se les asignaba un destino.
Unidades en que lucharon
Los que ya se encontraban en Madrid al producirse la sublevación de los militares fascistas, tras participar activamente en la toma del Cuartel de La Montaña, se incorporaron en diversas milicias para más tarde ingresar en la Brigada mandada por Valentín González, El Campesino, a la que con posterioridad se fueron integrando más cubanos, conforme llegaban. La vinculación de muchos de ellos con el Partido Comunista de España también favoreció su ingreso en el ya célebre Quinto Regimiento.
En Barcelona hubo un grupo que se movilizó el mismo día del golpe militar. Combatieron en esa ciudad, en Aragón y en el intento de recuperar las Islas Baleares. Algunos se unieron en septiembre a la columna Libertad, que acudió a la defensa de Madrid, pasando luego a otros frentes.
En una segunda fase, con la llegada del Batallón Lincoln, en la primavera de 1937, una cifra importante correspondiente a la famosa Centuria Guiteras quedó agrupada en una de sus compañías. La evolución posterior de las milicias hacia la constitución de un ejército regular, llevó a la integración de estos voluntarios en muy diversas unidades, siendo más perceptible su presencia en la 11ª División de Enrique Líster y en la 46ª de Valentín González. También la 101ª Brigada, mandada por el mayor Mateo Merino, acogió un importante grupo de cubanos. Y en la Batalla del Ebro, en la Sierra de Pandols, sufrió grandes pérdidas un grueso de esta nacionalidad en el 59º Batallón.
Es de resaltar aquí el hecho de que entre los que estaban previamente exiliados, tanto en España como en EE.UU., no solo son muchos los que sobresalen, sino que registran un porcentaje de bajas muy superior a la media. Por ejemplo, de los dieciocho que salieron a tomar el Cuartel de la Montaña, al finalizar la guerra quedaban vivos siete.
Las personas
Me he permitido seleccionar catorce, tanto por su relevancia como por el interés que me han suscitado ciertas anécdotas, extraídas de entre 87 breves biografías y testimonios a las que he tenido acceso. Que sirva de homenaje y grato recuerdo hacia todos los demás.
Jorge Agostini Villasana: Alférez de fragata que inmediatamente se incorporó a la Marina Republicana, donde tras distintos combates navales obtuvo el grado de comandante. Recuperado de unas heridas, en Cartagena le designaron el mando de un submarino C-4 con el que logró unir los puertos de las zonas divididas por el enemigo.
Alejandro Anceaume: En la Batalla del Jarama, por error de los camilleros, fue dado por muerto, depositado en su sitio y al tercer día “resucitó”. Había perdido un ojo y le dieron otro de cristal que no quería ponerse por temor a tragárselo cuando bebía agua.
Rodolfo de Armas: Dirigente universitario exiliado en Nueva York que se encargó de organizar la Centuria Guiteras. Destacó por su férrea lucha al mando de su brigada donde alcanzó el grado de teniente coronel. En el Cerro Pingarrón y tras recibir un tiro en una pierna se negó a ser evacuado, siguió avanzando y cuando trataba de prestar auxilio a un camarada una segunda bala lo hirió de muerte. Acababa de cumplir 25 años.
Policarpo Candón: Llevaba dos meses exiliado en España cuando se inició el conflicto. Desde su posición de soldado y tras sucesivos éxitos y actos heroicos ascendió a comandante, siendo el único oficial extranjero que dirigió una brigada compuesta por cuatro batallones del Ejército Republicano: la Brigada Mixta de la 46ª División. Destacó en el asalto al Cuartel de la Montaña, intervino en múltiples puntos de Somosierra, en la defensa de Madrid, así como en las batallas del Jarama, Guadalajara y Brunete, donde fue herido de gravedad. En cuanto pudo regresó al frente y en enero de 1938 cayó en los Altos de Celada. Recibió sepultura en Madrid con todos los honores de su rango y reconocimiento.
Pelayo Cordero: Estudiante en el Conservatorio de Madrid, comisario político en varios frentes, que no obedeció la orden de repatriación de las Brigadas Internacionales. Terminada la guerra, y tras un breve período de clandestinidad en Madrid, pidió asilo político en la representación diplomática cubana y esta, que a tantas personas de derechas había acogido durante los tres años de guerra, se lo negó. Fue detenido por la policía franquista, desfiló por cinco cárceles y le condenaron a la pena capital, que más tarde le fue conmutada a treinta años. Estando sometido a trabajos forzados en el Valle de los Caídos (futura tumba del faraón Franco), gracias a las gestiones del nuevo embajador obtuvo la libertad condicional y aprovechó la ocasión para regresar a su tierra.
Basilio Cueria: Profesional de béisbol en un equipo de Harlem y que donde ponía el ojo ponía la bola. Sus heroicas acciones, como lanzador de granadas, motivaron tanto su ascenso a jefe de un pelotón de ametralladoras como a recibir repetidos elogios de sus compañeros y de la prensa.
Julio Cueva Díaz: Músico que se encontraba de gira por Madrid al estallar la guerra. Estuvo presente en la toma del Cuartel de la Montaña y luego participó en la recaudación de dinero para cubrir las necesidades de la movilización. Junto a su hucha en una de las esquinas de la Gran Vía madrileña tocaba con su cornetín La Diana Mambisa Cubana, a la vez que hacía llamadas con dicho instrumento. Fue nombrado director de la banda de música de la 46ª División. En Teruel, de los sesenta que eran, solo quedaron quince. Lo mismo cruzaba el Ebro en barcazas para animar a la tropa, que daban recibimiento a los participantes del Segundo Congreso Mundial de Escritores o rendían a algún caído sus póstumos honores.
Isidro Díaz Gener: Se encontraba en Barcelona y, con vistas a recaudar fondos, lo mismo efectuaba exhibiciones boxísticas por provincias, que actuaba como torero y bailarín de fandango. Combatió en prácticamente todos los frentes de Aragón, fue teniente de una sección de ametralladoras hasta que en el Ebro le hirieron en una pierna, por lo que a su regreso a Cuba su carrera de púgil pasó a ser de entrenador y masajista.
Luis Díaz Soto: Capitán Médico del Batallón Lincoln, con el que vino de EE.UU. Infatigable, en su ambulancia se le veía ir de un lado al otro bajo el lema: “ni un solo herido abandonado”. Además de médico y comisario político, era ese compañero de los combatientes a los que prestaba auxilio y salvaba vidas, siendo por ello muy querido y respetado por todos los miembros de su batallón. Su experiencia en la guerra hizo de él un gran organizador de la sanidad miliar de campaña. Su más famosa proclama fue “El enfermo es la persona más importante del hospital”. Contó además con la colaboración de su esposa, Pía Mastelari, quien le acompañó todo el tiempo en su lucha. En homenaje a su fecunda labor, llevan su nombre diversas instituciones entre ellas el Hospital Naval de La Habana.
Rolando Fernández Díaz: Exiliado que llegó a España en julio de 1936, justo a tiempo de formar parte de las Milicias Populares y del Quinto Regimiento para luego estar presente en todos los frentes de la Batalla de Madrid. En un barrio de esta ciudad que había sufrido los efectos de un bombardeo de la aviación enemiga, sintió ladrar un perrito entre los escombros, al que recogió y tomó como mascota. Siempre que salía de viaje se lo llevaba y en una ocasión, en que lo tenía sobre sus piernas, notó que el animal temblaba sin por ello darle importancia. Pero los temblores fueron en aumento hasta que poco después sonaron los ronquidos de unos motores de avión, por lo que tuvieron que apagar las luces y lanzarse a la cuneta. A partir de entonces este “precursor del radar” captaba antes que el ser humano la proximidad de los aviones, lo cual resultó de gran utilidad. A finales de 1937 contrajo el tifus y fue dado de baja. Intentó en vano salir por el puerto de Barcelona, hasta que a los dos meses consiguió cruzar los Pirineos. Tras quemar todos sus documentos, fue detenido por la gendarmería y en el interrogatorio consiguió hacerles creer que acababa de desembarcar en Francia como polizón con la idea de ir a España a pelear. Le condujeron a Marsella, le encarcelaron y, tras otras duras experiencias, se salió con la suya cuando por fin le deportaron a Cuba.
María Luisa Lafita Juan y Pedro Vizcaíno Urquiaga: Fueron compañeros y tuvieron que huir de la persecución policial en 1935 trasladándose a Madrid, de donde ella era originaria, como exiliados. Se hospedaron en la pensión La Cubana, en la calle de La Montera, propiedad de otro revolucionario. Convirtieron ese lugar en “trinchera” del Socorro Rojo Internacional. Fundaron, con otros, el Comité de Revolucionarios Antiimperialistas Cubanos, que impartía charlas en centros obreros y estudiantiles. Ambos estuvieron en la toma del Cuartel de la Montaña. Ella fue destinada como enfermera al Hospital de Maudes donde, tras su ocupación y reorganización, realizó numerosas acciones y traslados de heridos, siendo aquí testigo de múltiples sabotajes. Pedro fue de los primeros en combatir en Somosierra y tras un mes de avances y retrocesos tuvo que ser hospitalizado aquejado de pulmonía. Volvió de nuevo al mismo frente, fue alcanzado en una pierna y, tras ser evacuado, continuó su lucha en la retaguardia.
Eduardo Odio Pérez: Médico que, estando exiliado en Nueva York, se unió en enero de 1937 al primer grupo de facultativos y material sanitario con destino a la península, organizado por el Comité Médico de Ayuda a la República Española y cuya primera acción consistió en la instalación de un hospital cerca de Barcelona. Después estuvo con el Batallón Lincoln atendiendo heridos en el frente del Jarama, y más tarde fue director del nuevo Hospital de Convalecientes de Saelices. Allí puso en práctica innovadoras medidas tanto organizativas como terapéuticas. Fue testigo de continuos ataques aéreos tanto a instalaciones sanitarias como a transporte de heridos, por lo que a su regreso a Estados Unidos consiguió, gracias a la ayuda del Buró Médico de aquel país, llevarse una ambulancia con huellas de haber sido ametrallada. Con ella iniciaron un recorrido por diversas ciudades, exhibiéndola como testimonio del desprecio del enemigo a los convenios internacionales.
Alberto Sánchez Menéndez, el “Comandante Cubano”: Líder estudiantil exiliado en España. Se destaca en el asalto al Cuartel de la Montaña, ingresa en el 5º Regimiento, lucha en prácticamente todos los frentes de la Zona Centro, asciende rápidamente y contrae matrimonio con Encarnación Hernández Luna, capitana de una sección de ametralladoras. Poco después, y siendo Comandante Jefe de la 9º Brigada Mixta, cae heroicamente en Brunete el último día de batalla. Tenía 22 años.
Pablo de la Torriente Brau: Es quizá el más homenajeado y recordado no solo en Cuba sino en España. Incluso en las cercanías de Madrid y en Barcelona, funcionan sendos centros culturales que llevan su nombre. Desarrolló en su corta vida una intensa actividad revolucionaria y literaria. Participó en múltiples acciones, sufrió en su tierra el rigor de la prisión y publicó numerosos cuentos, novelas y ensayos. Vino desde Nueva York como corresponsal de guerra de una publicación norteamericana y otra mexicana y, sin dejar de enviar sus crónicas, de inmediato se integró a la lucha armada. Se distinguió por su gran personalidad y generosidad. Combatió en Buitrago, donde en la Peña del Alemán la elocuencia de sus arengas dirigidas al enemigo mediante altavoces, hizo que este llegase a pedir que fuese él y no otro quien le hablase. En la Brigada de El Campesino desempeñó funciones de comisario político y destacó por su valentía y dedicación a la tropa, cayendo a pecho descubierto durante la Batalla de la Niebla, a sus 35 años.
El regreso
A mediados de 1938, el Comité de No Intervención propuso la retirada del 75 por ciento de los efectivos extranjeros de ambos bandos. Una vez más, el resultado “intervino” en contra del Gobierno de la República pues, a cambio de los brigadistas, Franco se limitó a evacuar una cifra similar que, en comparación con el total de alemanes, italianos y moros, le seguía resultando favorable.
En todo caso, la misión de las Brigadas Internacionales en España se consideró finalizada al adoptar el gobierno español, en septiembre de 1938, el proyecto de disolución de estas y su retirada de la contienda, lo que determinó el éxodo de aquellos combatientes. A casi todos les sorprendió la orden. Hubo cubanos que pasaron a engrosar las filas del Ejército leal y otros, junto a diversas fuerzas internacionalistas y soldados republicanos, lograron cruzar a Francia.
La mayoría de estos salieron de la misma forma en que habían entrado: cruzando los Pirineos a pie. Les recibió una legión de senegaleses, que los trataron a punta de bayoneta. Las calamidades sufridas por tantos miles de personas en esos campos de confinamiento, son de todos conocidas. Los cubanos que sobrevivieron no consiguieron regresar a su tierra hasta bien entrado 1939. Y ello fue gracias a las movilizaciones y la presión ejercida por familiares, simpatizantes y amigos ante su propio gobierno.
Si bien fueron muchos los países que se volcaron en defensa de las libertades del pueblo español, la aportación de Cuba fue desproporcionadamente generosa, teniendo en cuenta su capacidad económica y su número de habitantes. A esto hay que añadir el hecho de que aproximadamente la cuarta parte de sus voluntarios dejaron su vida en España. Conocemos los nombres de 133 caídos en combate o como consecuencia de sus heridas. También hay una lista con 599 que sobrevivieron. De muchos no se tiene el segundo apellido y de su nombre de pila solo queda la inicial. Estas relaciones no incluyen a la totalidad, debido a su dispersión y a las obvias dificultades en la recopilación de este tipo de datos. Sí sabemos que, a finales de 2006, tres de ellos seguían con vida.
Lo único que puede explicar tamaño sacrificio son los muchos lazos que siempre han unido a ambos pueblos y que en este caso aquellos voluntarios, cuyas vidas eran tan valiosas como las de todos los que combatieron en ambos bandos, no solo tenían muy claro la causa por la cual luchaban sino que se lo tomaron como algo muy próximo a ellos.
Junto a tantos internacionalistas cubanos que a su regreso siguieron dedicando sus esfuerzos en pro de una sociedad más justa, no faltó la labor de muchos españoles exiliados tras su Guerra Civil. Políticos, sindicalistas, intelectuales, especialistas, etc., contribuyeron a ello en muy diversa medida. Hubo incluso militares que se incorporaron al Ejército Rebelde, siendo el caso más conocido el de Alberto Bayo, militar de carrera que en un principio instruyó a los combatientes del Granma y llegó a alcanzar el grado de general.
*Miembro de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales yÂÂÂÂÂÂ del Grupo de Estudios del Frente de Madrid,ÂÂÂÂÂÂ