Abril de 1937. Guerra en Andalucía.

Hemos iniciado este año un ciclo de crónicas mes a mes sobre los pasos de las BI en 1937. En enero recordamos la actuaciones de la XII BI en la ofensiva de Mirabueno y  de la XI BI en la batalla de la carretera de la Coruña (Batalla al oeste de Madrid). Febrero es el mes en que siempre recordamos la batalla del Jarama y en marzo la de Guadalajara. Ahora toca abril. No hay en este mes acciones tan conocidas como las anteriormente mencionadas. Pero las hay; e importantes.

Abril fue un mes de recomposición de las BI tras los cinco meses de combates en torno a Madrid. Las BI quedaron o como reserva en la segunda línea del frente (la XI en la zona de Torija y la XIV en la zona del Jarama) o en retaguardia (la XII BI participaría en pequeñas acciones en la operación de Garabitas y en el Jarama). La XV BI sí se mantuvo en la primera línea de defensa del Jarama hasta mediados de junio, momento en que pasó a disfrutar de un breve descanso antes de marchar a Brunete con las brigadas XI, XII, XIII y 150.

Nos queda la XIII BI. Había entrado en acción en la primera ofensiva republicana sobre Teruel a finales de diciembre de 1936. Tras esta fallida operación (realizada junto con otras brigadas republicanas) se mantuvo en la línea turolense hasta marchar a la zona de Requena-Utiel a finales de enero. En febrero fue requerida por el Alto Mando republicano para frenar el avance fascista por la costa de sur, de Málaga a Almería. Cumplió con creces su cometido, como hicimos constar en un artículo publicado en 1938  y ahora recordaremos.  La XIII defendió el frente de Granada (entre Sierra Nevada y la Sierra de Lújar) hasta que fue reclamada para ayudar a los republicanos andaluces que intentaban parar el avance fascista hacia Almadén (objetivo económico por sus minas de mercurio) y Andújar (objetivo político-simbólico al objeto de ‘liberar’ la guarnición cercada en Santa María de la Cabeza). La XIII volvió a cumplir su deber y coadyuvó a frustrar aquel avance. Pero en esta operación no podemos  olvidar al 20 batallón internacional, que también jugó un papel importante en los combates de aquellos meses y siguientes.

La información de este post debe mucho al inmenso trabajo del historiador cordobés Francisco Moreno, quien, entre otros importantes libros, publicó en 2013 Trincheras de la República, 1937-1939.

El frente andaluz en febrero de 1937. La XIII BI entre Granada y Almería

La ofensiva franquista de diciembre de 1936 (también conocida como la “ofensiva de la aceituna”) terminó con la batalla de Lopera, en la que la XIV BI frenó el avance a pesar de perder la localidad. El frente andaluz quedó relativamente tranquilo en enero, situación que se aprovechó para reorganizar batallones y formar las nuevas brigadas mixtas (BM). No ocurrió lo mismo en el bando franquista: desde finales de diciembre comenzaron a desembarcar en Cádiz varios miles de soldados italianos que se organizaron como Cuerpo de Tropas Voluntarias bajo el mando del general ‘Roatta’ (Mancini). Necesitados de tomar la iniciativa y de obtener algún éxito tras los fracasos en Madrid, Queipo de Llano organizó una ofensiva sobre Málaga con el apoyo italiano. El Gobierno de Valencia no envió la ayuda necesaria para la defensa y, por otro lado, los grupos milicianos presentes en la zona ofrecieron poca resistencia, salvo en el sector de Ronda.

El  3 de febrero comenzó el ataque definitivo contra la ciudad de Málaga. Los Camisas Negras iniciaron su avance mecanizado sobre la ciudad desde el norte de la provincia y rompieron el frente. En Málaga capital cundió el pánico y el gobernador militar, el coronel José Villalba, ordenó la evacuación. Los italianos y las tropas de Queipo  entraron en la ciudad el 8 de febrero, procediendo enseguida a una drástica depuración con fusilamientos y encarcelamientos masivos.

Una masa de civiles (de entre 70.000 y 150.000), trufada con milicianos en retirada, había comenzado a huir rumbo a Almería por la carretera de la costa. Era la “desbandá” o la “huía”. Esta columna fugitiva fue víctima del acoso de las tropas que la perseguía, así como de la aviación italiana y de la Armada rebelde que ametrallaba o lanzaba sus bombas, lo que causó la muerte de entre 3.000 y 5.000 civiles republicanos. Fue la masacre de la carretera de Málaga.

Para detener el avance franquista, el mando republicano envió la 6ª brigada y la XIII BI. Esta llegó a Almería el 10 de febrero y avanzó por la línea de costa hasta encontrarse con los rebeldes al oeste de Motril, entre Calahonda y Castell de Ferro, donde los detuvieron. Después esta brigada fue enviada al territorio situado entre Sierra Nevada y la Sierra de Lújar, con la misión de detener las infiltraciones nacionalistas por la Alpujarra. El batallón Tchapaiev se situó en la ladera sur de Sierra Nevada y el Vuillemin a norte de la Sierra de Lújar. De la estancia en este difícil frente tenemos el testimonio del voluntario alemán Rudolf  Engel, responsable de información en el Estado Mayor del batallón Tchapaiev:

Los batallones, después de haber  alcanzado las posiciones previstas, haber parado el avance de los fascistas desde Málaga en dirección a Almería y haberlos hecho retroceder, habían sido subordinados militarmente al frente sur. Por eso el general había ido  al Ministerio de Guerra instalado en Valencia, para aclarar las cosas. Para los batallones era imposible avanzar en dirección Málaga o en dirección Granada porque eran demasiado débiles y las posiciones conseguidas también podían ser mantenidas  por las unidades españolas.  En enero, durante su intervención en Teruel, la XIII Brigada había sufrido grandes pérdidas, había sido después enviada a Valencia para su reorganización, escasamente reforzada y enviada hacia aquí a toda velocidad para crear un frente estable. Era una suerte que algunos cientos de jóvenes españoles de los que huían de Málaga se nos hubiesen juntado como voluntarios, de lo contrario no hubiésemos estado en condiciones  de mantener un frente tan amplio y complicado. No eran precisamente soldados, su formación la adquirieron por primera vez aquí después de haber llegado al frente, pero cumplían bien todos los servicios de la retaguardia y gracias a ellos habían quedado libres todos los soldados utilizables.

A partir del día 19 de febrero los internacionales fueron adueñándose de algunos pequeños pueblos situados a lo largo del valle: Trévelez, Ferreirola, Portugos y Pitres. El dominio de la vertiente meridional de la Sierra Nevada estaba asegurado. Las condiciones del frente eran muy duras debido al frío: cada noche había bajas por congelación. Así describe Rudolf  Engel los puestos avanzados de la sierra:

El grupo húngaro estaba bien abastecido y podía seguir entre nieves y hielos sin demasiadas dificultades.  Cuando el comisario Ewald me dijo que al día siguiente quería ir a la posición defendida por los húngaros, le dije que iría con él. Era el grupo que aún  no conocía. Quedamos para salir a las 6, un camarada español nos haría de guía. Como la altura que había que salvar era de más de mil metros y los últimos ochocientos iban entre hielo y nieve, había que contar con por lo menos tres o cuatro horas de camino. El trayecto era duro pero maravilloso… Antes de llegar a la zona nevada hicimos un descanso y nos reforzamos con café, pan y jamón. Me sabía mal que Ewald, que era muy corto de vista, no pudiese disfrutar de la vista de las montañas, el mar y la línea verde de la costa, claramente visible a lo lejos. Con los prismáticos creí vislumbrar muy al fondo hasta la costa de África… Al noroeste se adivinaba, no demasiado lejos, Granada, la espléndida ciudad… Los últimos 300 o 400 metros no eran tan difíciles. En algunas cuestas heladas  había cuerdas  bien  fijadas para facilitar la ascensión, así como escalones  esculpidos en el hielo y caminos relativamente bien trazados. Desde hacía por lo menos un mes subían aquí al menos una vez al día columnas de porteadores con los suministros indispensables: madera, munición y todas las cosas necesarias.

…A las 10 estábamos con el grupo en su “cuartel principal”. Había 18 hombres, con un camarada español, que desempeñaban sus guardias en tres puntos día y noche. Pero, al no haber motivo para temer ataques sorpresivos, por el día solía realizar la guardia un observador con prismáticos, revelado cada dos horas.  Si el día estaba claro se podían controlar todos los movimientos de tropas o transportes hasta un radio de 20 kilómetros. Sólo la ametralladora estaba servida durante el día por dos hombres y por la noche por tres… En dos recodos naturales de la montaña se habían construido unos refugios bastante bien protegidos, calentados día y noche por unas estufas singulares. Eran recipientes planos de latón que se levantaban sobre pequeñas patas, tenían algunos agujeros para el aire y podían cerrarse con una tapa igualmente con agujeros hechos a propósito. El combustible eran los huesos de aceitunas que quedaban tras la extracción del aceite. Estos huesos se quemaban lentamente y mantenían la temperatura en las cuevas a algunos grados de calor… La madera era muy escasa y raramente se podía encender un fuego de chimenea. Por la noche, los centinelas tenían también estas pequeñas estufas, ya que la temperatura caía a -15º. Estas estufas no hacían humo, no ahumaban las cuevas y no eran visibles para el enemigo.

El día 27 de marzo de 1937 la XIII BI abandonó el frente de las Alpujarras al recibir la orden de traslado a un nuevo frente: el sector de Pozoblanco.

El frente andaluz en marzo de 1937

Tras la caída de Málaga el coronel Martínez Monje asumió el mando del Ejército del Sur y un mes más tarde el coronel Gaspar Morales. Este nombró al co­mandante Joa­quín Pérez Salas responsable del subsector de Pozoblanco. Mientras tanto el mando franquista había planeado una operación tendente a ocupar la rica cuenca minera de Almadén, con el objetivo secundario de liberar el santuario de La Cabeza; esto suponía avanzar por la línea Pozoblanco-Villanueva de Córdoba-Cardeña. Aquello dio lugar a la batalla de Pozoblanco, “la gran batalla olvidada, dentro de un frente también olvidado”, como escribió el historiador Francisco Moreno;  o bien -a juicio de Jesús Pérez Salas- “la más brillante página de nuestra guerra y la única victoria republicana que se debió, en gran parte, a las excepcionales cualidades del jefe que mandaba el sector”. En esta batalla, y en los meses siguientes, participaron dos unidades internacionales: el 20 batallón y la XIII BI.

La formación del 20 batallón internacional

Tras la formación de las cinco primeras brigadas internacionales -que cumplieron un papel crucial entre los meses de noviembre de 1936 y marzo de 1937- el mando republicano decidió, de momento, no formar más Brigadas Internacionales. La llegada de nuevos voluntarios se iba reduciendo debido a la entrada en vigor de los acuerdos del Comité de Londres de la no-intervención. La mayor parte de ellos se destinaron a cubrir las bajas causadas por las batallas de Madrid, Jarama y Guadalajara. Había en Albacete, no obstante, un contingente de voluntarios a la espera de adscribirse a alguna unidad. Finalmente, y tras superar algunas resistencias, el EMC ordenó a la Base de Albacete formar un nuevo batallón que tenía que ser equipado urgentemente con uniformes, armamento y equipos. El 19 de marzo,  Aldo Morandi, jefe del nuevo batallón, recibió la orden de marchar hacia Puertollano y ponerse a disposición del Ejército de Andalucía. Con sus 500 hombres, el batallón tenía tres compañías de fusileros: una francesa y otra de habla inglesa (con una sección de cubanos, mejicanos y puertorriqueños, otra sección británica e irlandesa y una sección americana); la 3ª compañía estaba compuesta por checos y polacos y la 4ª era de ametralladoras, formada principalmente por alemanes y austriacos.

Al llegar a Puertollano, Morandi se dirigió a los internacionales en un acto de constitución semioficial de la unidad. Así lo contó el voluntario irlandés Joe Monks:

Cuando desperté, estábamos en Puertollano. Nos bajamos rápidamente del tren y nos dejaron durante horas esperando en la explanada de la estación. Entonces Aldo Morandi, comandante de nuestro recién fundado 20 Batallón Internacional, nos reunió.  Hablaba en francés, y el capitán Traill traducía al inglés. Me gustó lo que dijo… y nos levantó la moral. La cara se le encendía mencionando a los Garibaldi de la XII Brigada Internacional, los Thaelmann, los Dombrowski, los Dimitrov, los Saklatvala, y de nuevo los Garibaldi… Habló de los Camisas Rojas, que en el siglo XIX lucharon por Garibaldi, y de los mil que ganaron la batalla por la libertad… y nos estrechó la mano a todos.

El batallón estuvo ejercitándose en los días siguientes para completar la escasa instrucción recibida en Albacete. El 30, Morandi recibió la orden de marchar a Pozoblanco. Para entonces, la primera parte de la batalla de Pozoblanco ya había terminado con el fracaso de la ofensiva franquista. Pero el jefe del sector, Pérez Salas, quería aprovechar su éxito defensivo para pasar al contraataque.

La contraofensiva republicana en abril de 1937

El 20 batallón internacional en acción

El 20 batallón se trasladó en el ferrocarril minero, de vía estrecha, que comunicaba Puertollano con Pozoblanco y Peñarroya. A la mañana siguiente Pérez Salas informó a Morandi de la situación. Escribe Francisco Moreno a propósito de esta llegada,:

Morandi realiza una inspección a las líneas, cerca de la carretera de Alcaracejos, acompañado de un oficial del EM de Pozoblanco. Regresa ante Pérez Salas, y le asegura que puede atacar, con tal de que la Artillería acompañe su acción, castigando al enemigo durante toda la noche y la tropa española le acompañe a su lado, sin ceder un palmo de terreno. La estrategia sería que durante la noche la artillería no dejara de actuar, mientras Morandi colocaba a los internacionales junto a la vanguardia enemiga, preparados con bombas de mano y bayonetas caladas; de modo que al amanecer los marroquíes quedaron sorprendidos y se dieron a la fuga, a la vez que los internacionales ganaban terreno, siguiendo la carretera Pozoblanco-Alcaracejos. La tropa española avanzaba a su izquierda. Al cabo de esta primera demostración, Pérez Salas le ordenó proseguir los ataques.

La contraofensiva republicana pretendía actuar sobre Peñarroya para provocar su caída. Ello suponía la ejecución simultánea de dos acciones: una por el norte, directamente contra Peñarroya, –en la que intervendría una agrupación constituida por las Brigadas XIII y 86-  y otra por el sur dirigida contra Espiel, Villaharta y Villaviciosa, al objeto de cortar las comunicaciones de Peñarroya con la capital de Córdoba. En lo que respecta al 20 batallón, esto es lo que cuenta el Informe de Aldo Morandi enviado   el 12 de abril a la Base de Albacete:

1 de abril, el 20 batallón internacional se ha incorporado a la 86 Brigada española compuesta por dos batallones de carabineros (el 14 y el 19) y el batallón milicia española Pablo Iglesias.

2 de abril el batallón, solo, sin los mapas topográficos ni indicaciones exactas de la posición ocupada por e1 enemigo y por las tropas españolas ha recibido 1a orden de marchar hacia las posiciones de Peñarroya.

3 de abril, el batallón entró en contacto con e1 enemigo y sufrió el fuego de cuatro bombardeos violentos de artillería. Ha superado el fuego sufriendo 3 muertos y 3 heridos. El batallón se ha mantenido en su posición; las patrullas tenían las tareas de, por su derecha, enlazar con las tropas españolas y por su izquierda de tomar contacto con el enemigo.

4 de abril, el batallón ha contactado con el batallón español de la Brigada 52, situado a la derecha del ferrocarril a Peñarroya. Ese mismo día el comandante del batallón recibió los mapas topográficos, las indicaciones precisas de alturas donde estaba fortificado el enemigo; el batallón inició la marcha de aproximación a las posiciones que tenía que ocupar, bajo el fuego de la artillería y ametralladoras enemigas. Por orden del coronel subsector  de Pozoblanco, el batallón fue adscrito a la 52.

6 de abril, el batallón sufrió un ataque enemigo que ha sido repelido. Tres heridos.

7 de abril, una orden del jefe del subsector retira a dos compañías del batallón para ser enviadas a otra parte. El comandante del batallón protestó por la orden y se negó a dividir el batallón. La orden se ha vuelto a repetir, pero solo para una compañía. La Compañía inglesa, la 2ª, que estaba en reserva, ha dejado el batallón y se ha dirigido a Pozoblanco. El comandante del batallón envió al jefe de la 86 Brigada una carta de protesta. La compañía inglesa fue enviada al frente en Villaharta, a unos 60 kilómetros de distancia de su batallón.

8 de abril, el batallón recibió la orden de atacar y tomar la posición ocupada por el enemigo. Con sus débiles fuerzas, las dos compañías de fusileros, –la primera al mando del teniente Sabatier y la 86 al mando del capitán Dudel– con un impulso maravilloso y apoyados por el fuego de la compañía de ametralladoras han arrancado al enemigo un kilómetro y medio de la montaña; no se ha podido tomar el pico ya que las fuerzas españolas situadas a la derecha del 20 batallón no se ha movido de su sitio y, como resultado, el 20 batallón ha quedado aislado contra el batallón y medio que componían las fuerzas enemigas. Las pérdidas hasta el momento son de 35 heridos y 10 muertos.

El voluntario irlandés Joe Monks describió así el avance en tren del día 3 de abril (el 4, según Monks):

Peñarroya, estación terminal del ferrocarril de vía estrecha Puertollano-Peñarroya, era un importante cruce de carreteras y ferrocarriles. Su cercana colina, El Terrible, era uno de los puntos fuertes que jalonaban la cadena defensiva que los fascistas habían hecho para proteger a sus funcionarios y partidarios de la ciudad de Córdoba. El enemigo llevaba desde octubre de 1936 construyendo y fortificando esta cadena defensiva…

Como el vapor de las locomotoras se vería de lejos, la fuerza aérea republicana se preparaba para darnos protección y coordinar sus esfuerzos con los nuestros. No acabamos de creerlo, pero admitíamos la posibilidad de que nos apoyasen tanques, ya que habíamos visto siete de ellos bajando por la carretera de Pozoblanco. El propio Morandi y Gates ocuparon sus puestos con el equipo de plataforma de la máquina piloto que iba unas doscientas yardas por delante. Viajamos con los cañones de los fusiles asomados por las ventanas de los vagones. En un vagón abierto al final del tren viajaban dos equipos con ametralladoras montadas en trípodes… Pero el caballo de hierro seguía adelante por los cortados y terraplenes… Haciendo un gran esfuerzo, la locomotora superó una pendiente empinada y salimos a la luz deslumbrante del día, para pasar por una larga curva que circundaba un terraplén elevado. Morandi veía ahora todos los vagones del tren. Intercambió saludos puño en alto con los voluntarios nerviosos que se asomaban a las puertas de los vagones.

El capitán Dudel, comandante de la compañía alemana que viajaba en la cola del tren, señaló un impresionante promontorio, enorme y silencioso a la luz del sol. Y entonces una explosión levantó la vía por detrás de la máquina piloto. Nuestro tren aminoró y vi una salva de proyectiles que barría el terraplén y estallaba inofensivamente más allá, en las zonas bajas. Paddy O’Daire saltó de nuestro vagón para ver el panorama con los prismáticos. Vi a Morandi y los hombres de la máquina piloto que venían corriendo hacia nosotros, y otra salva de proyectiles, que explotaron esta vez delante del terraplén. Creo que venían de baterías de Bélmez, a unos 10 kilómetros. En medio del ruido de los proyectiles, que pasaban demasiado altos como para sacar nuestro vagón de la vía, sentí cómo el tren daba a marcha atrás. Entonces, ayudados generosamente por la fuerza de la gravedad, nos deslizamos a la seguridad relativa del cortado.

…El bombardeo artillero cesó un poco abruptamente. Nuestros avio­nes que, si hubieran entrado en escena una hora antes, tal vez hubieran facilitado la llegada del 20 Batallón a Peñarroya, pasaron ahora por encima de nosotros. Contamos ocho aviones plateados. Bombardearon muchos blancos y nos pareció que tumbaban la artillería enemiga. En­valentonados por este cambio en los acontecimientos, nos echamos al ribazo para ver la actuación de nuestros aviadores. De pronto llegaron aviones enemigos y hubo combates y caídas de aviones envueltos en llamas; pero nuestros ocho ami­gos de plata volvieron como se habían ido, perfectamente ali­neados ala con ala, como señaló uno de los camaradas.

Este día y siguientes [3-7 de abril] el 20 batallón internacional intentó,  junto con otras fuerzas, el ataque a Peñarroya desde el este. El parte franquista  habla de un “gran ataque a Cabeza Mesada con fuego de cañón, fusilería y tanques”, posiblemente realizado por la 52 brigada. Por su parte, el 20 batallón ataca al cerro Castillejos desde sus posiciones en Peñas Blancas. Cedemos la palabra a Joe Monks para recordar aquel hecho:

En la noche del 5 al 6 de abril, siguiendo a unos guías loca­les, Morandi llevó a sus cuatro compañías a través de los bosques de Los Castillejos, hasta un punto tal vez a no más de dos kilómetros del promontorio que íbamos a llamar El Terrible. Al clarear vimos su enorme masa ante nosotros. Me pareció amenazadora. Tenía un aspecto siniestro en el silencio de la mañana. El batallón se extendía en una larga fila, escondido al borde del bosque. Teníamos que avanzar en una serie de carreras, todas distintas en distancia para que los artilleros enemigos no supieran predecir con menos de veinticinco yardas de error… Morandi alimentó el clima de valor al hacer que los veteranos se adelantasen cinco pasos, para estrecharle la mano a cada uno. Completó el acto haciendo que toda la fila avanzase para alinearse con los veteranos.

…Por fin llegó una moto con un despacho para Morandi y nuestro capitán, flanqueado por el mando del batallón, se puso a la cabeza de sus hombres, extendió el brazo hacia delante y dio la señal de iniciar el avance sobre El Terrible… Los cañones entraron en liza y nosotros,  sin perder un solo hombre, cubrimos la distancia hasta la base de El Terrible… Sobre el suelo, vimos armas y municiones abandonadas. Un oficial del mando de operaciones le indicó a Morandi el sector de la base asignado a nuestro bata­llón. Nos sorprendió que nuestro bando no tuviese suficientes hombres para rodear El Terrible; además, el sistema defensivo del enemigo ocupaba un arco bien comunicado de carretera y ferrocarril, o sea que era prácticamente imposible que los repu­blicanos alcanzasen ninguna zona de batalla los primeros y en mayor número, como había sucedido en las zonas de Almadén y Pozoblanco.

…Nuestros dos camiones se acercaron trayéndonos panes, quesos holandeses y un bidón de vino tinto. Los españoles nos indicaron un pozo de agua deliciosamente fría que había a poca distancia. Junto al pozo había un almen­dro cargado de frutos. El atardecer estaba sereno cuando fui dando un paseo con Peter Daly a llenar las cantimploras.

Cuando ya habíamos es­tablecido el turno de guardia y nos habíamos acomodado para pa­sar la noche los fascistas cayeron sobre nosotros; estaban a menos de cien yardas. El disparo de un centinela nos llamó a tomar las armas. Oímos el grito de ‘Viva Cristo Rey’ justo antes de que las ametralladoras de los dos bandos llenasen la noche con un ruido ensordecedor. Como responsable de la sección, no me dio tiempo de pensar en mi propia situación, aunque no me abandonaba la idea de que esas malditas ametralladoras, que habían acabado en Lopera con dos amigos de infancia, no me iban a dejar vivir mu­cho tiempo. Me encargué de que dos ametralladoras ligeras, junto con los fusileros, mandasen al unísono una ráfaga tras otra hacia los destellos de las ametralladoras enemigas. Grita­mos: ‘¡No pasarán!’ El enemigo no oyó nuestro grito, pero ese ‘¡No pasarán!’ nos hizo muchísimo bien. El capitán Traill fue de sección en sección y luego, con ade­mán sereno, siguió controlando desde su puesto de mando… También había estado tranquilo durante los bombardeos de artillería. A nuestra derecha se enzarzaron los tanques en el cres­cendo de la batalla; cuando se retiraron su intensidad disminuyó. Al final, sólo algunos tiros aislados, como ladridos de perros, nos decía que los fascistas retornaban a la cumbre al amparo del fuerte. Tal vez les mereció la pena montar la que montaron sólo por espantar a los recién llegados… A medianoche le llegó a Morandi la orden de destacar dos compañías del 20 Batallón internacional para servir en La Chimorra. Pero se negó a dividir el batallón.

El día 7 el coronel Pérez Salas nombró a Morandi  jefe de la 86 brigada,  dejando al 20 batallón (ahora al mando del alemán Ernst Düdel) bajo su control directo. Ese mismo día le informó de su preocupación por la llegada de 6.000 soldados del bando rebelde y del inicio de una fuerte contraofensiva. Eso fue lo que le llevó a intentar sacar dos compañías del 20 batallón para llevarlas al sector de La Chimorra. Morandi consintió en prescindir de una sola compañía, la angloamericana, que salió hacia la Chimorra el día 8 de abril.

En los días siguientes el 20 batallón (solo con tres Compañías) estuvo más tranquilo, salvo en la noche del 13, como atestigua Düdel: “Bajo mi mando arrebatamos a los fascistas las posiciones en los montes  junto a  Peñas Blancas en un temerario ataque nocturno y allí sufrí el 13 de abril de 1937 mi segunda herida grave (un tiro en el abdomen); tenía yo entonces 44 años”. Ese ataque se hizo, posiblemente, contra el cerro Castillejos, que conquistaron, obteniendo un buen botín de armas y capturando prisioneros. A la mañana siguiente, sin embargo, un contraataque franquista obligó a los internacionales a dejarlo y volver a sus posiciones en las cotas 680 y 700. El final lo cuenta Francisco Moreno:

A Pozoblanco volvieron los supervivientes del 20 Batallón Internacional, después de la conquista y pérdida de la cota 740 (Castillejos) la noche anterior. Los interbrigadistas llegaron deshechos, por lo que Morandi decidió llevarlos a descansar y rehacerse al pueblo de Dos Torres. Se hizo un recuento del Batallón, con una suma de 400 hombres. Se había perdido un tercio. Hubo 52 heridos, pero no se pudo dar  el número de muertos y prisioneros. Los heridos menos graves los llevaron en tren al Hospital de Puertollano. Los más graves, entre ellos el capitán Düdel, empezaron a ser atendidos en el Hospital de Campaña de Pozoblanco.

La compañía angloamericana del 20 batallón en La Chimorra

En la mañana del 8 de abril (en vistas del temor de Pérez Salas a una contraofensiva franquista por aquel sector) la 2ª compañía del batallón internacional marchó a Pozoblanco y de allí, en autobuses, fue llevado a La Chimorra para reforzar el frente ante la temida reacción franquista desde Villaharta que, de momento, no se produjo por allí. Ocupó posiciones sobre la  Cuerda de los Aljibes, situada entre la carretera a Villaharta y el cerro de la Chimorra (958m), ocupado por los fascistas. Allí pasaron varios días entre jornadas soleadas y lluviosas hasta que, el 17 de abril, Pérez Salas decidió que las brigadas 73 y 74 pasaran a la ofensiva. Solo lograron, tras dos días de combate, ocupar algunas posiciones más favorables cerca de La Chimorra. En los días siguientes los franquistas  pasaron a un furioso contraataque con gran despliegue de medios; así lo describió Joe Monks con todo lujo de detalles:

De vuelta a la ‘colina torcida’, Frank Edwards estaba charlando con Paddy O’Daire en el claro del cuartel general cuando empezaron a entrar proyectiles muy grandes que levantaban nubes de polvo y piedras. Oímos el sonido de aviones que se acercaban y O’Daire ordenó a todos meterse en los refugios. De camino a la trinchera me paré. Le grité a Frank que se detuviese y, tan pronto como nos tiramos al suelo, se estamparon contra el suelo cinco o seis proyectiles, a unas diez yardas por delante de nosotros. Nos llovía polvo y piedras de los impactos levantados por la explosión, haciendo tintinear nuestros cascos. “Esta vez sí que nos has salvado la vida”, reconoció Frank. Solía hacer ese tipo de afirmaciones, por reírse un rato.

Los Caproni atacaron de nuevo el gran monte, y esta vez la colina torcida recibió lo suyo. Cuando se marcharon los aviones, los cañones siguieron bombardeando, y los tanques subieron para dispararle al nido de ametralladoras. También dispararon contra nuestras trincheras y refugios. Fue el bombardeo más severo que habíamos conocido. Cuando terminó dimos un suspiro de alivio. Pero nuestros problemas apenas acababan de empezar; tan pronto como Edwards oyó el inconfundible sonido de explosiones de granadas, ordenó a todos salir de las trincheras y los refugios. Tuvimos el tiempo justo para formar una fila y disparar nuestros fusiles contra los enemigos que se nos acercaban por los arbustos altos. En este intercambio de fuego, sospecho que los españoles -de quienes veíamos sus caras juveniles-  avanzaban disparando desde la cadera y, como nosotros disparábamos desde el hombro  -apuntando bien nuestros fusiles soviéticos- nos llevamos la mejor parte; como decía el gran Tom Barry, ‘a distancias cortas, todos tenemos puntería’. Corrí por los arbustos para avisar a O’Daire de que necesitábamos ayuda, pero me horroricé al ver otro grupo de enemigos, la mayoría con capas, avanzando a través del hueco. De nuevo vi que muchos disparaban desde la cadera. Claro que yo no era un observador sereno de lo que pasaba, y ellos también debían de estar muy nerviosos  porque, si me vieron, me tomaron por uno de su bando que iba en la misma dirección.

Volví donde Edwards y le grité lo que había. Estaba lanzando granadas de mano por encima de los arbustos. Creo que no me oyó. Entonces me fui a la carrera. Bajando por un sendero en medio de los olivos, creo que fui volando gran parte del tiempo. Pero pasé junto a Benny Hughes, de Liverpool, y me gritó. Nos quedamos juntos, intentando recobrar el resuello; y entonces por puro instinto vaciamos un cargador cada uno, apuntando contra las figuras envueltas en capas que se acercaban por la pendiente descubierta de la colina torcida. Lo peor del pánico ya había pasado y ahora, sin miedo, nos acordamos de ir hacia la abertura que había entre el gran monte y la colina Villafranca. Antes de llegar a la abertura, nos tropezamos con un grupo de camaradas. Todos andaban sin resuello al bajar corriendo la colina torcida. Asombrosamente, MacCoy, herido, había cargado con su ametralladora ligera. Había estallado una granada a sus pies  y tenía metralla incrustada en las piernas y las nalgas. Un ‘cockney’ de nombre Cooper conservaba su ametralladora ligera y Barney Mumford se había aferrado a las municiones, igual que otros. Eran buenos hombres.

 O’Daire, mayor que casi todos y luchando por respirar, se apoyó en un árbol. En este momento era enteramente el hombrecillo moreno del Ulster… Como un director de orquesta, O’Daire levantaba los brazos desde el codo y los dejaba caer de nuevo. “¡Formad una fila! ¡Formad una fila!” … Anderson y Warbrick recogieron municiones de los que tenían las bolsas más llenas  y las redistribuyeron para que volviesen a la lucha los que habían tirado las bolsas de munición. Nada podía hacerse por los que habían tirado los fusiles; se quedaron pasivos como ovejas esperando la matanza.

Bob Renart preguntó por Edwards y fue entonces cuando me di cuenta de su ausencia. Enloquecido como estaba, me acusé de haberlo dejado solo en la colina. La única explicación de su ausencia era que estuviese herido esperando a que un fascista sin piedad lo rematase. No podía soportar esa idea  y empecé a exigir, un poco histéricamente, un rápido contraataque. Creo que mis camaradas estaban avergonzados de haber perdido la colina torcida y respondieron enseguida a la idea de recuperarla. O’Daire, que no las tenía todas consigo, se adelantó para dirigirnos en un tiroteo contra el enemigo,  que contaba tal vez con seis veces más efectivos que nosotros. El enemigo, haciéndonos poco caso, bajaba por la pendiente para lanzar un ataque contra el flanco de la colina Villafranca. Fue entonces cuando la fuerza ofensiva principal del enemigo, que subía por el Valle de la Muerte cubierto por el fuego de su guarnición en La Chimorra, se precipitó sobre la colina Villafranca. Por la derecha, en gran confusión por los proyectiles que estallaban, venían en tromba cientos de hombres en retirada; fue entonces cuando la línea organizada de O’Daire se erigió en punto de referencia.

…Ahora nuestros artilleros que estaban bajo la peña del monte grande volvieron su atención hacia los fascistas que bajaban la pendiente. El enemigo quedó devastado; sólo unos cuantos supervivientes se retiraron hacia la zona de arbustos donde habían estado nuestras posiciones. Las ametralladoras también se ocuparon de una carga de caballería mora que llegó carretera arriba desde Villaharta. Rolin Dart y Johnny Gates, sin resuello tras subir corriendo el sendero de montaña, se unieron a nosotros. Estaban decididos a llevarnos hasta nuestras posiciones anteriores. Al ponerse el sol, el capitán Paco y los otros capitanes de la Villafranca dirigieron a estos antiguos veteranos en un golpe de mano que echó a los fascistas recién instalados de la colina de Villafranca. Dart y Gates recuperaron sus posiciones, pero los hombres de O’Daire tuvieron que irse con ellos y olvidarse de tomar la colina torcida.

…Dos días más tarde un nuevo batallón anarquista, en acción por primera vez, recapturó la colina torcida. Más de cien fascistas fueron atrapados y muertos entre los arbustos altos. Recogimos los cuerpos de nuestros muertos y les hicimos tumbas poco profundas en una parte del olivar que no parecía atraer a las bombas. Gates habló brevemente y Edwards cantó el lamento gaélico de Slievenamon. Ajeno a la superstición, Johnny Gates heredó las botas de montaña de Alexander Scott. Me di cuenta de que Frank Edwards lamentó más que nadie la desaparición de Scott de nuestras filas.

El 29 de abril esta compañía abandonó sus posiciones en La Chimorra y se fue a Dos Torres para reunirse con el resto del 20 batallón y los demás batallones de la 86 BM. Por decisión del Alto Estado Mayor, el 20 batallón quedó bajo el mando del coronel Gómez, un mejicano que ya había ido a La Chimorra a visitar a su 2ª Compañía. “Se quedó de piedra, escribe Monks, al ver que éramos tan pocos. Sólo quedábamos 45 de los 92 que habíamos empezado”.  

Con el tiempo, el 20 batallón internacional se convertiría en el núcleo de la nueva 86 Brigada Mixta, a la que algunos también consideraron Internacional, ya que sus principales mandos eran internacionales provenientes del 20 batallón. En cuanto a la compañía anglo-norteamericana, la mayoría de sus componentes fueron traspasados a los distintos batallones de la XV BI. A su vez, Joe Monks y casi todos los irlandeses regresaron a Irlanda siguiendo la indicación del líder irlandés Frank Ryan.

Mapa elaborado por Joe Monks sobre el territorio arrebatado al ejército franquista en los combates de abril y línea final del subsector

La XIII BI en la contraofensiva republicana

Simultáneamente a esta actuación del 20 batallón internacional intervino la XIII BI. La contraofensiva republicana sobre Peñarroya tenía que hacerse en dos direcciones: del este hacia el oeste, a cargo de la 86 brigada, ya descrita, y de norte a sur –desde Mármol hasta Fuenteobejuna– a cargo de la XIII BI. De triunfar la acción, Peñarroya quedaría aislada y podría caer fácilmente. La XIII BI estaba mandada por el ‘general Gómez’ (Wilhelm Zaisser) y compuesta por los batallones Chapaiev, Henri Vuillemin y los españoles Otumba y Juan Marco. La brigada abandonó el frente de Granada el 27 de marzo y, tras cuatro días de viaje en camión, el 1 de abril se alojó en Pedroche, unos 8 kilómetros al noreste de Pozoblanco. El 3 de abril ocupó sus posiciones para iniciar el ataque.

El batallón Chapaiev fue transportado en camiones a Mármol, situado unos 12 km al norte de Valsequillo. De allí marchó en un tren blindado para atacar la estación de Valsequillo en la mañana del 4 de abril. La estación, a 500 metros de la población, estaba fuertemente fortificada. Para acercarse los combatientes tenían que atravesar un terreno descubierto, sin abrigo alguno. El ataque comenzó mal. El batallón, sin guías, marchó en una mala dirección y llegó con retraso, con lo que se perdió el efecto de sorpresa. También faltó el concurso de los tanques, que llevaban mucho retraso, y de la artillería. Los combatientes contaron solo con su valor y entusiasmo, y fueron necesarias cuatro horas de combates muy duros para conquistar por asalto la estación y la villa de Valsequillo. Así lo cuenta el alemán Rudolf  Engel:

Nuestras ametralladoras no podían traspasar los sacos terreros del enemigo… Los muros de piedra de la estación y del cementerio se mantenían en pie y, tumbados como estábamos –ya que no era posible levantarse– nuestras granadas de mano no alcanzaban su objetivo. Después pasó algo increíble. Despúes de tres vanos intentos de alcanzar las barricadas al asalto, un camarada consigue arrojar una granada por uno de los agujeros desde donde nos tiraban; la granada estalla y un obstáculo queda eliminado. Otro utiliza el desconcierto momentáneo y se arrastra hasta otro agujero; apoyado en el parapeto defensivo arroja dentro una y otra granada; tras un par de minutos salen los fascistas llenos de sangre con las manos en alto. Hay siete muertos en la barricada… Una vez roto su anillo defensivo, podemos avanzar bajo la protección de un gran almacén hasta la parte trasera de la estación. Los fascistas, pillados entre dos fuegos, retroceden hacia el pueblo con grandes pérdidas. Pero el combate sigue; queda aún liquidar algunos nidos de ametralladoras que dominan las calles de la población. Nos preocupa sobre todo la ametralladora pesada apostada en la torre de la iglesia… Al final llegan dos tanques y hacen callar  al enemigo de la torre de la iglesia y del cementerio.

En la conquista de Valsequillo perdimos 130 camaradas, muertos o desaparecidos. Fueron los primeros camaradas muertos que yo vi; me puse negro con la idea de que quizá no hubiesen caído si los tanques hubiesen llegado a su debido tiempo.

Al día siguiente, 5 de abril, los batallones Juan Marco y  Chapaiev atacaron La Granjuela, situada a unos 4 kilómetros al sur de Valsequillo. Empleando un mapa equivocado, se presentaron por sorpresa en la retaguardia de los fascistas y tomaron el pueblo. Hicieron 70 prisioneros y se apoderaron de material de guerra, entre ellos  un tanque con su equipo: un subteniente alemán, un portugués y tres españoles.

Foto de Gerda Taro como representación de la toma de La Granjuela por el batallón Thapaiev (Cortesía del International Center of Photography (ICP) of New York

Al mismo tiempo el Henri Vuillemin atacó Los Blázquez y lo tomó por la tarde. Aprovechando la moral de victoria, la XIII avanzó hacia la Sierra Mulva y la Sierra Noria. Sobre esta acción escribió Artur London:

El 6 de abril, la toma de Sierra Noria, alzada peligrosamente sobre el flanco republicano y defendida por efectivos muy superiores, exigió de los republicanos mucho empuje y valor. El ataque los realizó el Batallón español Otumba y la  compañía Mickievitch del Chapaiev. Esta se apoderó de 12 ametralladoras pesadas, centenares de fusiles y una gran cantidad de municiones, siendo no menos rico el botín del Otumba.

Esa primera victoria impulsó a los republicanos al asalto de Sierra Mulva. El número de soldados que se pasaban a las filas republicanas aumentaba cada día. El frente estaba de nuevo a 50 kilómetros de Pozoblanco. Por la noche se veía enrojecer el cielo con el resplandor del fuego de los hornos de Peñarroya, ya a tiro de cañón. Los fascistas habían sido desalojados de todos los lugares que habían conquistado previamente y habían sido rechazados hasta sus posiciones de partida… La toma de Peñarroya hubiera conferido gran importancia a estas operaciones. Desgraciadamente, el ataque a Sierra Mulva, de la que era indispensable apoderarse para seguir avanzando, fracasó el 7 de abril…

Alarmado por el avance republicano, Franco decidió el envío de varias unidades: la primera en llegar, el día 8, fue la brigada italo-española Flechas Azules. El día 9 llegó a Fuenteobejuna el Regimiento de Canarias y ese mismo día ocupó posiciones en el Cerro de La Grana. También llegó de Madrid la Mehal-la del Rif (450 hombres), situada el día 10 en los alrededores de Peñarroya. El panorama comenzó a enrarecerse, a lo que contribuyó aún más la deserción de un capitán de caballería que se pasó con los planos del dispositivo republicano, según afirma Artur London. Al amanecer del 8 de abril las nuevas tropas franquistas repelieron un nuevo ataque al Cerro Mulva, pese al empleo de tanques. También quedó frustrado un nuevo ataque lanzado el 10 de abril con el fin de envolver el Cerro Mulva y cortar la vía férrea Peñarroya–Fuente del Arco.

Principales localidades que quedaron en poder ambos ejércitos tras los combates de abril de 1937

A partir de entonces, escribe Francisco Moreno, el centro de los choques sangrientos tuvo lugar entre Peñarroya y Fuenteobejuna, disputándose ferozmente cerros y altozanos, que cambiaban de dueño sucesivamente (cerros Mulva, Grana, Navalagrulla, Castillejos, Gordo…) E1 11 de abril, mientras se generalizaba nuevo temporal de lluvias, reinó la inactividad. El día 12, las tropas republicanas atacaron Sierra Grana, pero fueron rechazadas. Ese día [13 de abril] a pesar del revés sufrido, los republicanos avanzaron también con dos tanques hacia Fuenteobejuna, operando entre los cerros La Grana y Navalagrulla. Son ya los estertores de la contraofensiva republicana. La actitud defensiva de los franquistas, hasta ahora, se tornará ofensiva en los días siguientes, al contrario que las tropas gubernamentales.

Pero la contraofensiva republicana no había aún terminado. El 18 de abril la 19 División ordenó a Morandi ponerse al frente de una gran fuerza para atacar desde Los Blázquez: participarían la XIII BI junto con las brigadas 6 y 51, más un batallón de la 12 BM, y los dos batallones de Carabineros de la 86. La orden consistía en apoderarse de Peñarroya y Fuenteobejuna. El jefe del batallón Tchapaiev, el suizo Otto Brunner, dirigió la siguiente proclama a los suyos:

En un duro combate de seis días conseguimos conquistar un gran territorio para el pueblo español. Desgraciadamente hemos tenido muchas bajas. El enemigo se ha defendido siempre encarnizadamente sobre las alturas delante de Fuenteobejuna. Sus fuerzas son numéricamente débiles; por eso intenta romper vuestros nervios y compensar la fuerza que le falta por la sugestión psicológica. ¡De ahí las bandadas de aviones, de ahí el fuerte fuego de artillería!

Camaradas, sabemos que es difícil aguantar esta prueba de nervios después de seis días de ataques. Pero se lo debemos al pueblo español y a los camaradas caídos. ¡Protegeros ahora que nos toca defender las posiciones conquistadas! ¡Cubríos bien! ¡Atrincheraos!  Nuestra disciplina ante los ataques aéreos es mejor. ¡Pero ha de ser mejorada! Por ello cuando aparezcan aviones enemigos hay que cubrirse y no hacer ningún movimiento innecesario. Nuestras posiciones deben ser invisibles para el enemigo.

Camaradas, tenéis que soportar grandes privaciones. Resistid en el combate hacia el cual están dirigidos los ojos del mundo, hasta que con renovadas fuerzas  podamos seguir presionando y hacer avanzar nuestras posiciones.

El combate comenzó a las ocho de la mañana el 21 de abril con un asalto al  cerro de La Grana, pero la artillería italiana de los Flechas Azules lo rechazó. El tercer ataque se lanzó a las dos de la tarde, llegando a ocupar de nuevo la cima, pero esta vez fueron los legionarios de Castejón los que obligaron a retirarse a los atacantes. Agotados ya por el esfuerzo de esas semanas, el frente quedó tranquilo durante las semanas siguientes.  Había terminado la batalla de Pozoblanco.

Comisión histórica de la AABI